Identidad y diferencia en el libro X de la República a partir del mito de Er
La República es uno de los
libros más ambiciosos de Platón, trata ahí diversos temas relacionados con la
ética, la política, la retórica, la ontología, el feminismo, etc. Su ataque a
la poesía y los mitos es famoso y, paradójicamente, recurre a un mito para
cerrar dicha obra. Al parecer, Platón estaba recurriendo a la propia fuerza de
persuasión mítica para darnos con contundencia un mensaje tanto escatológico,
como ético-político.
Los mitos platónicos en la República son un recurso filosófico y retórico, que en el caso del
mito de Er, contemplan una escatología y una antropología que suponen el
respeto y representación correcta de lo divino, de tal manera que lo narrado fuera ejemplar para los hombres.
Ahora bien, Platón tiene un modelo antropológico, el cual requiere, la concepción de una estructura
corporal y anímica comunes a la especie. También podemos ver manifestaciones
existenciales distintas, bajo variantes simbólicas también distintas respecto
al destino de las almas.[1] Esto de alguna manera nos introduce al
problema de la identidad y de la diferencia humanas, que aunque, no se haya
planteado con la fuerza y recursos contemporáneos, quizá resulte de interés
abordarlo.
Para ser justo, debo señalar que es
poco probable que, cuando este filósofo ateniense elaboró el mito de Er,
estuviera pensando en las categorías de “identidad” y “diferencia” como
preocupaciones fundamentales. Más bien, el
espíritu del texto sugiere que estaba
concentrado en una escatología que convenciera al lector de la existencia de una justicia ultraterrena. No
obstante, si consideramos que lo
anterior está en función de su proyecto de polis y que la polis en sí misma implica pluralidad
de seres humanos, pues, por más igualitaria que se imagine un utopista una
sociedad, ésta jamás podrá ser absolutamente idéntica. De ahí, que el juego
entre identidad y diferencia sea inevitable, a pesar de que el mito de Er se
refiera a ciudadanos muertos.
Como bien sabemos, la identidad y la diferencia, no son cosas en el
mundo. Es decir, no vemos la identidad como contemplamos a una “patineta” o una
“computadora”. No obstante, podemos aceptar que les pudo haber concedido el
grado de realidad propio de las ideas. Así pues, su teoría de las formas,
expuesta en el libro VI, en torno a la idea y la multiplicidad de las cosas
(507 b), complica bastante el asunto. Pareciera que la diferencia remite a la
multiplicidad de lo visible y la identidad, a las ideas. Sin embargo, este
problema es más de corte epistemológico y ontológico, que de carácter
antropológico,[2]
como se atestigua en el propio libro X
(596 a y ss), que retoma el asunto y afirma en boca de Sócrates: “Pues creo que
acostumbramos a postular una idea única para cada multiplicidad de cosas a las
que damos el mismo nombre”.
Si mi pretensión girara en torno del análisis de la teoría de las formas,
me avocaría a tal empresa. Sin embargo, la intención que tengo, más bien, es la
de obtener una respuesta que, en la medida de lo posible, sea vigente a partir de los supuestos
platónicos sobre la naturaleza humana contenido en el mito de Er.
Efectivamente, hoy en día, no se puede aceptar la sustentabilidad de la
teoría de las ideas, ni la idea escatológica de una justicia divina, a menos
que se asuma una postura religiosa. Pero quizá sea posible hacer una
interpretación vigente que nos aporte una lección significativa sobre la
identidad y la diferencia en el mito de Er prescindiendo de darle realce al
dualismo metafísico de la teoría de las formas.
Quizá para contestarlo, habría antes que preguntarnos: ¿identidad y
diferencia de qué en el mito de Er? De los hombres respecto a la justicia e
injusticia. No obstante, no podemos dejar de considerar que, a nivel antropológico, Platón postula la
desigualdad, es decir, por naturaleza no
somos muy similares unos a otros, ya que, diferimos en capacidades naturales
(Rep. II, 370 b), en diferencias sexuales, aunque con la posibilidad de
realizar varones y mujeres las mismas labores ante el Estado (libro V), propias
de la clase social a la que pertenecemos (guardianes, artesanos o gobernantes).
Esta aseveración, no significa que no
haya naturaleza humana. Ya en el libro
X, se reconoce que la divinidad es la productora de las naturalezas de las cosas
( Rep X 597 d) y no hay dato que nos haga suponer que la naturaleza humana, con todas las
desigualdades que ésta implica, no sea producto de este gran artesano.[3] De aquí se desprende que la incorporación del mito escatológico de Er en el libro X no se
reduce a un mero recurso retórico u ornamental, sino que supone realmente un
nivel teológico-escatológico, que dará sustento en última instancia a la
antropología platónica.
Sin embargo, el valor de este texto no se sustenta solamente en la
creencia en lo divino, sino que también, señala que la diversidad humana no es
meramente natural, sino también ética, pese a que se acepte la existencia de
una estructura psíquica compartida respecto a los apetitos (cfr. 604 b y ss).
Consecuentemente, la identidad y la
diferencia no sólo se dan de un hombre respecto a otro, sino también de
un hombre respecto a sí mismo, en función de la unidad y multiplicidad de las
partes del alma, las cuales tienen sus apetitos y reaccionan a ciertos
estímulos.
Esta condición vuelve educable al hombre, y por ello, censura el hecho de
que los poetas -al menos un importante
sector de ellos-, “eduquen” enfocándose
en la parte inferior de la psique, a través de la exaltación de la injusticia,
la inmoderación, la cobardía y la ignorancia (Rep. X 609 b-c).
Aquí entra en juego el asunto de la libertad, como un agente que debe ser
regulado por la educación del Estado;
pero, también sometida a juicio, un juicio que es divino en primera
instancia, ya que a los dioses no se les escapa cómo son los hombres justos e
injustos (Rep. X, 612 e); pero que, en segunda instancia, es humano, ya que los
justos, por lo regular, gozan de buena reputación y, en consecuencia, reciben
premios de los mismos hombres en vida, o
si no, de la divinidad, tras la muerte (Rep. X, 613 c y ss).
Ambas afirmaciones, requieren de una petición de principio, pues el
juicio divino no se puede demostrar, y el juicio humano, frecuentemente es
contradictorio respecto a la opinión platónica.
Según el mito de Er, el justo y el injusto no son iguales, ni mejores los
segundos sobre los primeros, sino al revés. Si pudiéramos evaluar objetiva e
infaliblemente a una persona como justa
o injusta, por supuestamente que sería
preferible una a la otra. Desgraciadamente esto es imposible y, además, no
existe el hombre puramente justo o injusto, todos manifestamos una mezcla de
ambos aspectos.
Por lo tanto, lo que nos hace distintos a los demás se encuentra también
dentro de uno, como lo hace idéntico a
sí mismo. Al parecer, la imposibilidad de juzgar humanamente de manera
apropiada la justicia o injusticia dentro de una sociedad, pero ante la clara
crisis social de Atenas, llevó a Platón
a establecer una justicia infalible y sobrehumana en su utopía y a justificarla
escatológicamente, a través de un mito que persuadiera a sus lectores de algo,
que muy posiblemente, Platón creía era verdad: la retribución de las acciones
cometidas por los hombres mediante una sanción o premio adecuados a la magnitud
de las justicias o injusticias cometidas, como sugieren simbólicamente las
figuras de los jueces, el entrecruzamiento de caminos, las hijas de la
Necesidad (Láquesis, Cloto y Atropo) y el ciclo de reencarnaciones en el mito de
Er.
La persuasión mítica estaba destinada a convencer o, al menos, meter la
duda en sus lectores sobre las repercusiones de sus actos. Sin embargo, no es
la construcción de una virtud a través del temor a la inescrutable mano de la
justicia divina, la manera más justa de
enseñar la justicia. Tal vez sea mejor hacerlo a través de la confrontación del sujeto con el
auto-relato que conforma su existencia concreta, más a la manera en Sócrates
oyó a su demonio, que a la manera de Er.
En otras palabras, podemos construir nuestra identidad bajo la lupa
crítica de la reflexión sobre lo que consideramos como justo o injusto, fuera
del oportunismo o del cinismo, ya que la
justicia en la comunidad une, y la injusticia desune, es decir, con justicia la
especie humana vive mejor.
Ahora bien, la construcción propia de la existencia es un hecho aceptado
tácitamente por Platón desde el momento en que acepta que unos hombres son
justos y otros injustos y desde la imagen de Láquesis, quien daba escoger a los
hombres muertos entre muchos modelos de vida que podían ser valiosos o
perversos, dejando el reto, según la voz del Sócrates platónico, y no de Er de
distinguir en la vida justamente la calidad del modelo llevado ( (Rep. X, 618
b-c). La diferencia de las formas de vida, aunque no necesariamente es
perniciosa, implica la mezcla con lo que
es pernicioso para la comunidad y el sujeto. Aunque tampoco la existencia de
una sola forma de vida es la solución, tan es así que en la República hay clases sociales y
naturalezas distintas.
Y si supusiéramos que las naturalezas y la libertad están peleadas, pues
las primeras nos determinan y la segunda también, pero en exclusión de las
primeras, Platón resuelve –aunque no satisfactoriamente- dicha oposición,
señalando que la naturaleza es escogida por
los hombres antes de nacer, y aún así, sugiere que se puede enderezar el
camino –en caso de tener que hacerlo- en la propia existencia terrena, como
implican sus aseveraciones de República X (618 b y ss), ya que finalmente son
el sufrimiento y el goce de la vida -y escatológicamente de los hábitos de las vidas
pasadas-, los que configuran nuestras decisiones existenciales respecto a lo
que escogemos para afirmar nuestra identidad,
y consecuentemente, diferenciarnos de
otras formas de vida (Rep. X 619 y ss).
Aunque no podemos aseverar hoy en día lo mismo que Platón, podemos
preguntarnos en qué términos podemos entender la identidad y diferencia dentro
del mito de Er. Primero que nada, se puede concluir a partir de lo anteriormente
expuesto que la identidad,
antropológicamente, implica la naturaleza y la libertad en el ser humano, y que
no sólo se reduce a la relación entre
las ideas y las multiplicidad de objetos en el contexto de su teoría de
las ideas. También podemos decir que son las decisiones las que nos configuran
y nos hacen distintos de los demás, y que debemos de tener en mente a la
justicia para que éstas (las decisiones)
nos configuren adecuadamente, de tal manera que la retribución a nuestras
acciones sea un premio y no un castigo, pero también porque la justicia es lo
que mejor sienta al alma, y por ende, a la naturaleza del hombre encarnado,
quien en una sociedad justa vive mejor.
Asumiendo una postura crítica, no
se puede aceptar así porque sí la escatología platónica, pero de su exposición
se puede rescatar la sugerencia implícita de vigilar nuestras elecciones, de ser
responsables de ellas y de configurar nuestra moral.
La identidad y la diferencia en el mito de Er es de la existencia humana y subordinan la naturaleza
a la ética, ya que no hace ninguna digresión en torno a una superioridad
física, pero sí respecto a una moral, que bajo el pretexto de elección de un
modo de vida, implica la elección de una naturaleza, lo cual podría conducirnos
poder asumir una postura ontológica débil, o bien, si se prefiere analógica (en
el sentido de la antropología de la hermenéutica analógica Mauricio
Beuchot).
Así pues, lejos de pretender que
la identidad sea la misma para todos, Platón busca una similaridad teleológica,
en el marco de las inherentes diferencias humanas, en tanto que se comparte el proyecto común del
bien de una sociedad y de la vida justa, sabiendo que ésta no
es fácil de definir y que en la gran discusión del libro I de la República el filósofo ateniense nunca la
definió positivamente, ni tampoco se atrevió a hacerlo en el libro X, pese a
que a través de un mito, trató de
persuadir a sus lectores de la existencia de la justicia y sus grandes repercusiones.
Bibliografía
Platón, Diálogos,
IV, República, Gredos, Biblioteca Básica
Gredos, Madrid, 2000.
[1]
Cabe mencionar que hay diferencias respecto a lo narrado en torno al “más allá”
en los mitos escatológicos del Gorgias
y la República,
por ejemplo.
[2] Con esto
quiero decir que lo ontológico en Platón, tiene que ver con el establecimiento
de dos realidades: la del mundo de las ideas, y la del mundo visible; que lo epistemológico, tiene que ver con los
agentes que en el hombre participan del conocimiento de dicha dualidad de
mundos (eikasía, pistis, dianoia y nous); que lo antropológico, tiene que ver
con el dato empírico de la identidad y la diferencia de los seres humanos y sus
repercusiones ético-políticas.
[3] También
sostiene Platón que el alma es inmortal en Rep. X ( 608 d). Si bien, tampoco
hoy se puede demostrar tal cosa, fuera de una filosofía vinculada a una
religión, tampoco podemos negar que este aspecto es una nota complementaria de
la visión teológica, o si se prefiere, escatológica, que Platón tenía del más
allá.
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