El mito y la imagen


La presente reflexión, en su brevedad, propone realizar un acercamiento a la relación que hay entre la imagen y el mito, y su relación (en cuanto a que uno y otro se acompañan en su génesis, y cargada mi reflexión más hacia el mito). Sin añadir más, procedo a exponer dicha reflexión.
Ciertamente las imágenes y los mitos constituyen fenómenos entrelazados. Ambos no obstante gozan de cierta ambigüedad. Una imagen puede ser entendida como una abstracción de una relación entre a las entidades que en una clase A tienen ellas consigo mismas. Esto es un concepto poco común.[1] Con mayor frecuencia una imagen es una “representación o apariencia visible de una persona o cosa”.[2] Así pues, José Ferrater Mora nos dice que llamamos usualmente imágenes a las representaciones que tenemos de las cosas. En este sentido podemos pensar la imagen como algo afuera del sujeto, pero que también está adentro de él. Aunque de hecho la imagen no estaría ni dentro, ni fuera del sujeto (entendida como una representación o como apariencia), sino como algo que está tanto dentro como fuera. Compartimos pues la postura de Bergson de que es “cierta existencia que es más que lo que el idealista llama una representación, pero menos de lo que el realista llama una cosa – una existencia situada a medio camino entre la ‘cosa’ y la ‘representaciòn”.[3]
Pensemos en la imagen de una cruz. La pensamos porque la percibimos, pero también porque la imaginamos y podemos recordar. Percepción, memoria e imaginación participan del fenómeno de la imagen.
Esto no significa que las imágenes sean meras copias de la realidad, como las proyectadas por los espejos ante nosotros. Podemos imaginar cosas que no hemos percibido, pero difícilmente esto significa que las podemos imaginar sólo a partir del marco que de la realidad en cuanto objeto reflejado en la mente. Podemos imaginar al chupacabras, a pesar de que nadie me lo haya mostrado en imagen, pero difícilmente mi imagen de él va a ser aperceptual, es decir, englobada fuera del ámbito de las percepciones. Parece entonces esto darle una prioridad visual a la imagen. Sin embargo, aunque las imágenes más fuertes son visuales, resulta que  las percepciones también son gustativas, auditivas, táctiles o cinestésicas (no obstante, la imagen no se reduce a una sensación, la imagen, ante todo es presencia).
Prestamos más atención a las imágenes generadas por el sentido de la vista, que a las generadas por otros sentidos. En este sentido las imágenes son objetos de la conciencia, objetos que generan una afectividad, y que podemos entender bajo la concepción de una vivencia, la cual, como se ha señalado en el presente curso, no es agotada por la imagen, sino instaurada.
            Por otro lado, cabe mencionar que podemos construir imágenes visuales, a partir de un medio distinto al sentido de la vista.  Por ejemplo,  cuando queremos transmitir a otro nuestra experiencia de algo que hemos visto o imaginado, y que no lo podemos referir a la experiencia misma del objeto de manera directa (a su percepción de primera mano), podemos usar el lenguaje para hacerlo. De hecho, en Retórica se habla de la creación de imágenes a través del lenguaje. Una imagen, pues, puede entenderse en este contexto de dos maneras: 1) como una representación viva y eficaz de algo por medio del lenguaje, 2) como una metáfora. No obstante, para Hermosilla las imágenes pueden son representaciones con sentido propio, mientras que las metáforas con representaciones con sentido figurado.[4]
Pareciera que el lenguaje mismo estuviera destinado a compartir imágenes con mayor o menor efectividad, según la destreza de los hablantes y oyentes. Es decir, si el lenguaje figura la realidad, o bien, si en el las cosas se revelan, ocultándose el propio lenguaje, podemos concluir que el lenguaje de suyo es un proceso imaginativo.
Definitivamente el buen manejo del lenguaje, como sucede en la literatura (incluyendo aquí al teatro), la oratoria y la mitología, podría participar de esta mayor eficacia. Sin embargo, en la mitología, la transmisión de imágenes es más caótica que en la literatura y la oratoria, pues no está en manos de los poetas, ni de los rhétores. Es verdad que en sociedades mitológicas hay bardos o chamanes que se especializan en la transmisión de mitos, pero no sólo ellos los transmiten, también lo hace la comunidad no especializada.
 Efectivamente los mitos transmiten imágenes. Ahora bien, un mito igualmente es un término multívoco que precisa de definición. Éste es una narración fantástica, tradicional e inverificable compartida por una comunidad cuyos límites espacio-temporales son imprecisos (es decir, esa comunidad es difusa en extensión y en su continuidad generacional).  
Que los mitos transmitan imágenes es una realidad innegable, pero también las imágenes transmiten, o al menos, fortalecen y generan el contexto de los mitos.  Hay un contexto mitológico, como dice Richard Buxton que precede y sucede a los mitos, que es un contexto plagado de imágenes de seres y sucesos mitológicos plasmados en pinturas, esculturas, monedas, etc. Pero más aún, las imágenes no sólo son  un instrumento genético y efecto de los mitos. También ellas mismas son parte del contenido mismo de los mitos. Si pensamos que los mitos tienen una estructura, en ésta participan ya las imágenes. ¿Cómo?  En las mentes de la gente que comparten una mitología, hay un espacio semántico, o si se prefiere un imaginario, en el que hay nombres, acciones y agentes que son símbolos mitologemáticos que, bajo la visión del Luis Cencillo, son signos multivalentes que representan algo en haces de fuerzas. Esa representación de algo en haces de fuerzas, se da a través de imágenes.
Los símbolos mitologemáticos son imágenes en tanto que ellos son signos o representaciones, y las imágenes son símbolos mitologemáticos en tanto que ellas participan de una narración tradicional, fantástica e inverificable.  Más aún, esas imágenes se vuelven arquetípicas, pero no en el sentido jungiano.
Una imagen arquetípica es una representación de un arquetipo en la conciencia. Pero el arquetipo jungiano no es algo muy entendible, puede ser entendido como un dinamismo, un elemento estructural de la psique, sistema de aptitud, que no es idea, sino la posibilidad de ésta ya que son factores y motivos que ordenan ciertas imágenes. Si bien el arquetipo no es una imagen, sino su fundamento de ésta, Jung dice que los arquetipos “Se heredan con la estructura cerebral –en verdad, son su aspecto psíquico. Por un lado representan un conservatismo instintivo muy fuerte, y por otro, constituyen el medio más eficaz concebible para la adaptación instintiva”.[5] No obstante, no tenemos suficiente evidencia que éstos existan como los genes, ni que se transmitan genéticamente. Más bien parecen ser construcciones teóricas que nos señalan que algunos elementos de nuestras creencias son culturales (y, por ende, compartidos y tradicionales).  
Volviendo al tema del imaginario, podemos decir que éste puede ser entendido como un espacio mental en el cual hay un mundo irreal fingido por la fantasía, pero que frecuentemente es tomado por verdadero. Sin embargo, el límite entre lo que es verdadero y falso, lo que es real y ficticio no es fácil de establecer ahí, como la relación mito- logos denota, no sólo porque ella expresa la constante conflictividad de la filosofía que se actualiza y revitaliza en un acto fundacional, sino porque expresa el acto fundacional mismo de nuestras creencias. Quizá, entonces sea mejor hablar del imaginario como un mundo compartido de imágenes que tienden a hacerse arquetípicas narrativamente (distanciándome también de las visiones biologicista de Jung de la transmisión de los arquetipos).
 Claro que puedo aceptar una participación del cuerpo en el fenómeno mitopoyético. Los mitos son transmitidos por seres humanos. Entonces implican la corporeidad. De hecho los filólogos franceses como Detienne, Vidal-Naquet  y Vernant, hacen énfasis en que el mito se transmite por la boca y el oído, y nosotros agregaríamos que acompañados y reforzados también por la vista, la memoria y la imaginación.  También es innegable hoy en día que la imaginación y la memoria son procesos que se dan en el cerebro.  Pero saltar de ahí a  la existencia de una memoria colectiva que genera ideas a través de los arquetipos, ya no es cosa tan evidente.
Ahora bien, si hay algo en una memoria biológica, esto se traduce en los instintos. Los instintos refieren a actos que persiguen un objetivo sin aprendizaje alguno, sino producto de la herencia genética y que se da automáticamente a pesar de que las condiciones en que se dan, no se sean las ideales para alcanzar el fin o función perseguida naturalmente.[6]  
 Que existan imágenes compartidas por muchas culturas, aunque resulta sumamente curioso, no significa que los genes sean los culpables (al menos no al 100%), ni que instintivamente se persiga un fin en ellas, pues si así fuera, las interpretaciones homogéneas de los símbolos culturales.
Que establezcamos estructuras o imágenes geométricas, por ejemplo, en todas las culturas,  sugiere  y apoya en la psicología cognitiva la hipótesis del arquetipo; pero eso no lleva concluir  que las imágenes arquetípicas transmitan representaciones míticas comunes, ni significados comunes.
En efecto hay una base biológica (en el sentido de la carne de Merlau-Ponty) para la instauración de sentido, la cultura retoca y organiza el sentido sobre la base del aprendizaje y la tradición narrativamente. Por eso apelo a la frase que te echaste, Francisco Castro, que dice que el mito es una preocupación que conjuga en una unidad narrativa las posibilidades de sentido.
Dicho lo anterior, y tratando de vincular el tema del curso, con los intereses de mi investigación de tesis, podríamos estudiar el vínculo entre las imágenes míticas y la conciencia (aceptando que el mito condensa una imagen que es vivida y a contagiada narrativamente). Para mostrar lo anterior haremos usó de algunas ideas de la fenomenología de Merleau-Ponty en torno al mito que se extraen de la Fenomenología de la percepción y de La prosa del mundo, ya que me resulta un marco teórico más interesante que el que ofrecen Durand y Debray (aunque el segundo me parece más afín a Mearleau-Ponty).

Mito: lenguaje-imagen


Merleau-Ponty define a la percepción como el trasfondo sobre el cual destacan todos los actos y que todos los actos presuponen.[7] Consecuentemente, el mundo es percibido sin equivaler a una mera validación del mundo por el pensamiento.  Implica un ser-en-el-mundo que lo capta (al mundo) como paradoja cuando deja de familiarizarse con él, mostrando entonces el surgir  inmotivado del mundo.[8] Lo dice más claramente  Merleau-Ponty de la siguiente manera: “No hay que preguntarse, pues, si percibimos verdaderamente un mundo; al contrario, hay que decir: el mundo es lo que percibimos”.[9]  Esto no quiere decir que percibimos al mundo tal cual es en sí, sino que lo fundamos y establecemos los cimientos del ser en la propia vivencia del mundo (ciertamente con una fe perceptiva que capta a un ser que, en su originalidad, Merleau-Ponty denominará  tardíamente como salvaje).[10] Así, “la verdadera filosofía consiste en aprender de nuevo a ver el mundo, y en este sentido una historia relatada puede significar el mundo con tanta <<profundidad>> como un tratado de filosofía”.[11] Por ende, las narraciones míticas nos permiten vivenciar y significar poderosamente el mundo.
Esa vivencia (o cualquier otra) no parte de impresiones puras, tampoco de sensaciones determinadas. Ella se enfrenta a un conjunto muy rico de objetos, un espectáculo perceptivo. Bien lo dice Merleau-Ponty: “Estamos cogidos en el mundo y no conseguimos desligarnos del mismo para pasar a la conciencia del mundo”.[12] Desde este punto de vista, la percepción, aunque es de objetos, está en un campo[13] preobjetivo que en el mundo configura la objetividad mediante una experiencia vivida que es común, intersubjetiva y predonada, que implica una génesis del sentido, constituye un a priori histórico, y es un hecho fundante y, en ese sentido, absoluto, que refleja que somos-los-unos-en-los otros.[14]
El mito, desde  la perspectiva merleaupontyana, es relación, una relación generada por la conciencia que responde al mundo preobjetivo, pero que ella misma produce un tipo de consciencia mítica que, más que producir objetos estrictamente, parte del suelo perceptivo de la especialidad y lleva un movimiento de objetivación en su fluir, que es vivencial, y más aún, libidinal (en consecuencia es plástico,  histórico, social). Sin embargo más que objetos el mito muestra apariciones (imágenes), entidades afectivas; comprende a los seres no con cualidades, sino con caracteres fisionómicos.
Los mitos son  indirectos, metafóricos, enigmáticos, remiten lo mismo a lo dioses que a la historia; ofrecen una modalidad de experiencia -de percepción-, que sin anular a otras, muestra lo simbolizado como encarnación que el pensamiento objetivo no puede tematizar (sea para el primitivo o para quien no lo es), pues, finalmente se da en la base intersubjetiva del Para sí.
En fin, por supuesto que el mito no es un tema central en la reflexión Merleau-Ponty. Ni siquiera es una categoría sistemáticamente trabajada. A pesar de esto, es abordado con profundidad y un estilo personal dentro del marco de la pregunta que dirigió su fenomenología existencial, según nos cuenta Rubén Sanabria: ¿qué es ver?[15]  Esta pregunta rectora, podría explicar las dos etapas que, de acuerdo con algunos, regulan al pensamiento de Merleau-Ponty: la fenomenológica, y la metafísica. Esta última, basada justamente en la percepción,  conduce a un Ser-salvaje o bruto, que no sólo está al nivel del mundo físico, sino que es principio salvaje del logos.
Por ende, habrá que analizar el cambio que la palabra, en cuanto creadora, introduce en el ser prelingüístico.[16] Así, pues, el estudio que Merleau Ponty hace del lenguaje, aunque ya había sido iniciado en la Fenomenología de la percepción, tuvo su continuación en La prosa del mundo y “finalizó” en Lo visible y lo invisible,  aunque esta última quedó inacabada debido a su repentino deceso.[17]
Es la segunda etapa de este pensador el momento en el que se potencia plenamente el mito. Para efectos del presente trabajo complementaremos nuestro análisis sobre el mito en la Fenomenología de la percepción con la reflexión lingüística que realizó en La prosa del mundo,  obra que él mismo interrumpió, posiblemente, en el período de 1951-1952,  ocasionada por alguna razón desconocida y que podemos especulativamente atribuir a una insatisfacción intelectual.[18]
En La prosa del mundo, asume que el ser humano normalmente pasa inadvertido la mayor parte de lo que se habla. Muchísimas expresiones señalan inequívocamente estados de cosas, pero otras veces hay manifestaciones del lenguaje, que no hablan de cosas, ni de ideas, sino para alcanzar a alguien. Expresar es remplazar una percepción, nuestras experiencias por señales convenidas que las anuncian, evocan o abrevian en un sistema  de correspondencia entre el signo y el significado.[19]
De aquí se desprende que el lenguaje es el doble del ser, ya que “no se conciben cosas ni ideas que vengan al mundo sin palabras. Sea mítico o inteligible, hay un lugar en el que todo lo que es o va a ser se prepara al mismo tiempo a ser dicho”;[20] y la perfección del lenguaje consiste en pasar por inadvertido, arrojándonos hacia lo que significa y disimulando ante nuestros ojos su operación.[21] Entonces, reconoce la doble cara del lenguaje: hablado y hablante. El primero equivale a la lengua (en cuanto medio común de comunicación), el segundo equivale a la interpelación que en el lector o escucha es convertido en un medio para expresar el lenguaje de un autor o de alguien que transfigura la lengua con nueva significación.[22] La expresión encierra esta paradoja del lenguaje que usa entre expresiones ya establecidas y las utiliza de una forma suficientemente nueva para llamar la atención.
Si bien al decir lo anterior Merleau-Ponty estaba pensando en una explicación filosófica sobre la literatura y el lenguaje en el arte, creo que sin dificultad lo podemos también decir del mito, el cual también sería un lenguaje hablante que participaría de la paradoja misma de la expresión.
Sin embargo, el mito no  es la causa del  poder del lenguaje, pues éste último tiene su poder, no en el pasado (mítico) que encerraría, tampoco en sus intelecciones futuras, sino en su presente que ordena las palabras  siempre sobrepasando cualquier lenguaje dado.[23]
El lenguaje es multiforme. Lo mismo cobra forma de literatura, que de pintura, o de mito –diría yo-, de tal manera que “El mundo percibido, y quizá también el del pensamiento está hecho de tal suerte que no puede ponerse en él nada sin que adquiera enseguida sentido en los términos de un lenguaje cuyos depositarios hemos llegado a ser nosotros, pero que es un quehacer tanto como una herencia”.[24]
En fin, este carácter poyético (del quehacer)  se combina con la herencia cultural en la temporalidad del hombre a través de la Stiftung, es decir, la fecundidad indefinida de cada momento del tiempo, que es singular y a la vez cultural, abriendo entonces la tradición, ya que en ella se da el husserliano olvido de los orígenes, entendido como la recuperación o repetición de la memoria que deriva en innovación. [25]
El tiempo no sólo es esa condición originaria prepersonal y anónima que sirve de medio para conocernos y funge como horizonte intersubjetivo de conocimiento y que es cuna misma del tiempo (tiempo originario), también es una presencia viva que siempre es presente eterno que se piensa en pasado y  futuro (tiempo personal), que es trasfondo  de sí y posibilita la historia gracias a una comunidad de cuerpos –que son sujetos- que se abren a un mismo campo de presencia que les permite vivir un mismo tiempo presente.[26]
Pues bien, esa historia trascendental es un eterno retorno (en el sentido de que no es otro más que por sí mismo). Esta historia, en cuanto tiempo incontable, es un tiempo mítico, es tiempo del pasado-presente, ya que la pérdida de perspectiva hace al tiempo algo distinto de la sucesión.[27]
De lo anterior se desprende que el valor del mito no radica exclusivamente en su pasado, como la huella de una elaboración humana del pasado, sino en lo que actualmente nos significa, pues se halla metamorfoseado en una mezcla de ignorancia y fragmentación, hace una metamorfosis efectivamente con la reanimación del pasado. Eso deviene en cultura. La cultura es en una extensión de la vida individual. También es conexión con los otros, es una unidad especialmente observable en la relación de docilidad o rebeldía que hay entre padres e hijos, y fundamentalmente es transmitida a través de la palabra.[28]  Mas esto no significa que el lenguaje sea mera convención o hábito. Él está vertido sobre sí, sobre sus palabras, las nos remiten a la presencia del otro.  Por eso es que la palabra construye lo universal con lo singular.[29] El lenguaje se metamorfosea, y esa metamorfosis lo vuelve misterioso y simultáneamente es, mediante la palabra, el vehículo de nuestro movimiento hacia la verdad.[30]
El mito, en cuanto lenguaje, es metamorfosis y encierra también verdad en las  imágenes que en la conciencia generan sus palabras.




[1] José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, t.  II, Edit. Ariel, Barcelona, 2001, entrada: imagen.
[2] Martín Alonso,  Enciclopedia del Lenguaje, t. II, Edit. Aguilar, Madrid, 1982, entrada: imagen.
[3] José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, t.  II, Edit. Ariel, Barcelona, 2001, entrada: imagen.
[4] Federico Carlos Sainz de Robles, Diccionario  de literatura, t. II,  Edit. Aguilar, Madrid, 1982, entrada: imagen.
[5] Daryl Sharp, Lexicon Jungiano, Editorial Cuatro Vientos, trad. del inglés de Elena Olivos V., 2º ed, Santiago de Chile, 1997, entrada: arquetipo.
[6] P.B. Medawar y J.S. Medawar, De Aristóteles a Zoológicos. Un diccionario filosófico de biología, Edit. FCE, México, 1996, entrada instinto. 
[7] Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la Percepción, trad. del francés de Jem Cabanes, Península, Barcelona, 1975, p.10.
[8] Ibid., p. 12.
[9] Ibid., p. 16.
[10] Respecto a la frase anterior haré mención de dos cosas: 1) como lo señaló la Dra. Illescas, la anterior tesis muestra una radicalización de la noción husserliana de la intencionalidad de la conciencia; 2) la fe perceptiva y el ser salvaje son dos conceptos que se establecen en Lo visible y lo invisible. (Pablo Sebastián García, “Simetría y asimetría en la noción de reversibilidad de Merleau-Ponty”, en Revista de Filosofía, no. 84, UIA, México, 1995, p. 272). Hemos de decir que el ser salvaje se refiere al mundo preobjetivo, como mundo originario y fuente primordial de sentido, según nos cuenta Felipe Boburg.
[11] Maurice Merleau-Ponty, Fenomenología de la Percepción, trad. del francés de Jem Cabanes, Península, Barcelona, 1975,   p. 20.
[12] Ibid.,p. 27.
[13] Dice Alicia G. Pochelú que la idea de campo en Merleau Ponty refiere a los horizontes prepersonales que se le abren al sujeto mediante una analogía con el espacio físico, pero que trasciende la significación puramente espacial y estática, pues el campo es una totalidad organizada que tiene una historia, una genealogía y que cambia. (Alicia G. Pochelú, “La descentración vivida como instancia decisiva en la estructura de la conciencia según Maurice Merleau-Ponty”, en Logos.Revista de Filosofía, no. 62, ULSA, México, 1993, p. 111). Hemos de señalar que en esta metáfora, los objetos no son constituidos por la conciencia del todo, pues, aunque son esquemas intersensoriales, fisionomías que significan algo en parte moldeadas por la consciencia, a su vez, ellos  (los objetos) son percibidos en una apertura y consonancia entre nuestro cuerpo y la cosa.
[14] M.L. Pintos Peñaranda, “La tesis merleau-pontyana del a priori histórico como lo absoluto” en Revista de Filosofía, no. 79, UIA, México, 1994, p. 134-136. No obstante,  lo más absoluto es que somos relativos, ya que somos seres situados en un cuerpo. Absoluta es la fundación y absoluta es la intersubjetividad. Tampoco hay una libertad, ni responsabilidad absolutas.
[15] José Rubén Sanabria, “¿Fenomenología de la perpceción? ¿ontología de la percepción?” en Revista de Filosofía, no. 84, UIA, México, 1995, p. 371. Esta pregunta, por supuesto, implica el sentido de vivencia.
[16] Ibid., p. 395.
[17]Alicia G. Pochelú, “El lenguaje en Merleau-Ponty: un nuevo estatuto de la visibilidad”, en  Logos.Revista de Filosofía, no. 91, ULSA, México, 2003, p. 121. En lo Visible y lo Invisible muestra cómo el mito de Narciso nos revela a la subjetividad perceptora: “un verse a sí mismo como otro, y un reconocerse en lo otro, un verse a través de lo otro”. La percepción es un acto narcisista. Y dicho mito sirve para representarlo.(Felipe Boburg, Encarnación y fenómeno,  UIA, 1996, p. 146).
[18] La prosa del mundo fue hallado en un texto mecanografiado en hojas sueltas constituyendo 170 hojas, la mayoría escritas de una sola cara. El texto tenía cuatro partes sin titular, pero sus editores (al menos en la edición que nos presenta Taurus) hallaron otras dos, de acuerdo a su estructura lógica, y las titularon: 1) El fantasma de un lenguaje puro; 2) La ciencia y la experiencia de la expresión; 3) El lenguaje indirecto; 4) El algoritmo y el misterio del lenguaje; 5)La percepción del otro y el díalogo; 6)La expresión y el dibujo infantil.
[19] Maurice Merleau-Ponty, La prosa del mundo, trad. del francés de Francisco Pérez Gutiérrez, Edit. Taurus, Madrid, 1971, p. 25.
[20] Ibid., p. 28.
[21] Ibid., p. 34.
[22] Ibid., p.  38. Cabe mencionar que si es posible la comunicación entre las lenguas y dentro de una misma lengua, no se debe a una lengua universal suspendida en la historia que está presente en todos los seres humanos, sino a un habla viva, presente viviente que suponee que el hablar y el comprender son momentos de un único sistema yo-otro (p.45 y 53).
[23] Ibid., p. 74.
[24] Ibid., p. 101.
[25] Ibid., p. 110.
[26] María Dolores Illescas, Algunas notas sobre el tiempo en la filosofía de Maurice Merleau-Ponty (fotocopias).
[27] Carlos Belvedere, Ontología y política en la obra de Merleau-Ponty, en http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/merleau01.pdf, consultada el 4 de noviembre del 2006.
[28]Maurice Merleau-Ponty, La prosa del mundo, p. 112 y ss. Merleau-Ponty reconoce una primacía de la palabra en la transmisión y recuperación  cultural. Lo refleja en el siguiente argumento: “Las estatuas de Olimpia, que hacen tanto o más para acercarnos a ella, lo que hacen en el estado en que nos han llegado –lavadas, rotas, desprendidas de la obra total- es alimentar un mito fraudulento de Grecia, no pueden resistir al tiempo como lo hace un escrito. En cambio unos manuscritos desgarrados, casi ilegibles y reducidos a unas cuantas frases, arrojan sobre nosotros unos fulgores que ninguna estatua fragmentada puede conseguir, porque en ellos la significación se halla depositada de otro modo, de otra manera concentrada en aquellas, porque no hay nada que iguale la ductilidad de la palabra” (p. 156). Esto se reafirma cuando dice: “El hombre se siente en su casa en el lenguaje de un modo como no se sentirá nunca en la pintura” (p.166).
[29] Ibid., p. 172 y 210.
[30] Ibid., p. 189.

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