Heidegger y la caverna de Platón


Es el famoso mito, símil o alegoría de la caverna –de las tres maneras ha sido nombrado, aunque no todos lo consideran un mito- de la República de Platón, uno de los pasajes más populares de la Historia de la Filosofía. El juego entre la luz y la oscuridad, entre la visión y la realidad, entre lo dicho y lo no dicho,  sugiere que tales elementos  sostienen tesis ontológicas y gnoseológicas en la doctrina platónica, al menos la que se esboza en  República VII, 514 a517 a 7. Usualmente se sostiene que ahí esboza la realidad de dos mundos: uno ideal y otro sensible. A uno corresponderían las ideas matemáticas, las superiores y la del bien, al otro corresponderían las cosas materiales y sus sombras. El proceso de ascenso en la caverna estaría implicando a la filosofía (en cuanto ascenso al ser), la liberación de los demás y el ejercicio del poder político del gobernante-filósofo.[1]
Martín Heidegger, estudió en su texto “La doctrina platónica de la verdad” tal pasaje y produjo una valiosa, ingeniosa, y en su momento novedosa, interpretación del famosísimo pasaje del mito o símil de la caverna de Platón.
Como, ya indicamos, tradicionalmente este pasaje había sido interpretado como una alusión a una teoría de dos mundos, que en última instancia se concluyó que uno era material y el otro, espiritual; ambos en interconexión, pero distintos. Quizá debido a las interpretaciones medievales del símbolo de la caverna como el corazón humano en cuanto centro espiritual, es que llegamos a una interpretación así (pues ya se suponía un dualismo antropológico). Además, fue reforzada por muchos estudios anglosajones que tomaron en cuenta la influencia órfica y pitagórica en Platón, seguramente inspirados en la crítica al dogmatismo platónico que realizó el propio Aristóteles.[2]  
Más aún, muchos de los símbolos presentes en dicho símil, como la luz y la oscuridad, respectivamente han sido asociados han sido asociados con el espíritu (entre los hebreos, los egipcios, los neoplatónicos e intérpretes teosóficos, como Ely Star y René Guénon) y la materia. Incluso el ojo, sugiere que el acto de ver “[…] expresa una correspondencia a la acción espiritual y simboliza, en consecuencia, el comprender”.[3]
En cambio, la nueva  interpretación heideggeriana, por cierto, de manufactura propia, estaba inspirada en una lectura filológica heterodoxa y personal, influenciada por la fenomenología de Husserl y la interpretación de Brentano sobre lo ente en Aristóteles.[4]
En fin, esta cuestión tuvo su origen en el curso de Friburgo del semestre de invierno de 1930-31, teniendo por tema “Sobre la esencia de la verdad”.[5]
Su lectura del símil de la caverna, está en loa caminos del desocultamiento. Recordemos que su gran proyecto consistía en rehabilitar la pregunta por el ser en la metafísica, pues ésta, ya se había olvidado de cómo cuestionar su sentido y aterrizaba entonces un una orientación del concepto de ciencia, que como en última instancia se manifiesta en la tecnología universal del presente.[6] La metafísica griega tiene una unidad, que además es histórica, y que, en su propia autocomprensión,  partía del comienzo del pensamiento griego, es decir, los presocráticos, como un proceso abierto, en el cual la aletheia no significaba corrección, y tampoco refería al ser manifiesta de lo ente.[7] Si bien se suele creer que, Heidegger ubicó que la pregunta  metafísica por el ser se inicia con Aristóteles, el propio Heidegger reconoce este inicio ya con Platón:
La <<Filosofía>>, que comienza sólo a partir de Platón, tiene desde ese momento el carácter  de lo que más tarde se llamará <<metafísica>> Es el propio Platón el que caracteriza plásticamente la metafísica en esa historia narrada en el símil de la caverna. En efecto, el propio término <<metafísica>> tiene ya connotaciones previas en la exposición de Platón.[8]

Hans Georg Gadamer,  nos recuerda que la pregunta por el ser ya la había visto Heidegger en Platón en la cita que hizo del Sofista en Ser y tiempo. Sin embargo, Heidegger, al parecer ve ya en el propio Platón una desviación en la pregunta por el ser y una deficiencia respecto a Aristóteles:
 En varios aspectos, Aristóteles no sólo fue su contrincante, sino también su cómplice [de Heidegger]. Lo que Heidegger interpretó de una manera productiva eran sobre todo el rechazo aristotélico de la idea general del bien en Platón, su apelación a la idea de la analogía y su profundización en la esencia de la physis, es decir, sobre todo el libro 6 de la Ética a Nicómaco y el libro 2 de la Física. Ahora bien, está a la vista que justamente estos dos aspectos «positivos» del pensamiento aristotélico constituyen los documentos más duros de la crítica de Aristóteles a Platón: la desvinculación de la pregunta por el bien -tal como la han de plantear los seres humanos con miras a la práctica humana- respecto de la posición teórica de la cuestión del ser; y por el otro lado la crítica aristotélica a la doctrina platónica de las ideas, que privilegia al movimiento poniendo así de relieve el concepto aristotélico de physis, y que aspira a superar la orientación por la matemática de las ideas procedente de la visión pitagórica del mundo. Con ambas críticas se apunta a Platón, y en ambos aspectos, Aristóteles parece casi como un precursor de los pensamientos de Heidegger. La teoría de la phronesis, entendida como saber práctico, se opone a toda tendencia objetivadora de la ciencia, y en la concepción de physis y su primacía ontológica resuena al menos una dimensión del «brotar» que supera cualquier contraposición de objeto y sujeto.[9]

Aunque no tan bien parado como Aristóteles, Platón –para Heidegger- de cualquier forma era muy importante en el camino de la metafísica. Así pues, expondremos y analizaremos su interpretación.

En la caverna con Martín


Concentrándose en el símil de la caverna,  Martin Heidegger, actuó como un buen oftalmólogo -en el sentido más profundo de su etimología- al decir  que: “Los tránsitos de la caverna a la luz del día y de allí nuevamente a la caverna exigen en cada caso una acomodación de los ojos de la oscuridad a la claridad y viceversa. En cada ocasión, y por motivos opuestos, los ojos se encuentran confundidos […]”.[10]
Tales tránsitos son procesos, pero no meramente orgánicos. Si hay una alegoría en el relato de la caverna, también hay una en la interpretación óptica de Heidegger, pues no se trata de un proceso solamente orgánico, sino también anímico: “Y del mismo modo que el ojo de carne y sangre tiene que acomodarse muy lentamente ya sea a la claridad, ya sea a la oscuridad, del mismo modo el alma tiene que acomodarse con paciencia y en adecuada progresión al ámbito de lo ente al que se ve expuesta”.[11] Más aún, dicho cambio, no tanto está en la línea de un dualismo de unión accidental –como el que Platón dicen que sostenía-, sino en sentido ontológico que Heidegger le dio al justificar la lentitud de dicho proceso adaptativo:
Pero, ¿por qué la acomodación tiene que ser lenta y constante en cada respectivo ámbito? Porque el cambio de dirección concierne al ser hombre y por ende se consuma en el fondo de su esencia. Esto quiere decir que la posición que servirá de norma y que debe surgir gracias a un cambio de dirección tiene que desarrollarse y convertirse en una conducta fija a partir de una relación que ya soporta el ser del hombre.[12]

Ahora bien, si no comparte con Platón los mismos supuestos antropológicos, sí coincide con él –según él mismo- en que “Ese cambio y acomodación de la esencia del hombre al ámbito que se le asigna en cada ocasión es la esencia de lo que Platón llama la paideia”.[13]  Vaya, esto conduce a un cambio de dirección del hombre en su esencia; por lo tanto, la paideía es formación.  Así pues, para Heidegger “La fuerza esclarecedora del <<símil de la caverna>> se concentra en el esfuerzo por tratar de hacer visible y cognoscible la esencia de la paideia por medio de la plasticidad de la historia narrada”.[14]
Y si la esencia de la paideia tiene que ver con cambio de dirección de todo el hombre desde “[…] aquello que se presenta primero a otro ámbito en el que se manifiesta lo ente”,[15] entonces, ésta tiene que ver con la verdad. En otras palabras la esencia de la verdad y el modo de su transformación permiten la formación. Lo revelado al hombre y el cómo se le revela, a través de tal mito, nos explica a la paideia como algo que implica un cambio en el desocultamiento (unverbonheit), que en griego se llama alhqeia y que es traducida como verdad. Claro, que la verdad ha sido asociada en Occidente con la adecuación entre la representación y la cosa. Sin embargo, en el símil  se da a entender, gracias a los traslados que ahí se dan y a los grados de ascendencia y descendencia que conllevan, que la verdad tiene una tipología de cuatro niveles:[16]
1) El encadenado que sólo ve sombras, ya que son lo primero que se le presenta;
2)  Aquel que ha roto las cadenas dentro de la caverna, que ve más que sombras, es decir, algo más desocultado (alhqestera);
3) El liberado, que sale de la caverna a un nuevo espacio, el de la vinculación limitadora de lo claro y donde las ideas son vistas como las esencias de los entes, es decir, lo más desocultado (ta alhqesteron, ta alnqestata);
4) El retorno del liberado a la caverna con los prisioneros., momento que expresa la verdad también está conformada por la sustracción de lo no-oculto respecto a sí, es decir, busca sortear lo oculto a través de un ocultamiento de lo oculto.
Para Heidegger entonces, los dos sitios que aparecen en el símil (la caverna y su exterior), son menos importantes que los tránsitos narrados. Dichos tránsitos son los grados del desocultamiento, es decir, de la verdad entendida como un proceso y no como una adecuación estática. En consecuencia, la idea es lo que resplandece y no deja aparecer a ninguna otra cosa tras ella.[17]  Consecuentemente, “la esencia de la idea reside en la posibilidad de resplandecer y de hacer que algo sea visible”[18] y el desocultamiento “[…] significa siempre lo no oculto como lo accesible mediante la capacidad de resplandecer de la idea”.[19] ¿Qué es lo que permite las ideas? Según Heidegger, e interpretando a Platón, es to agaton, aquello que vuelve útil absolutamente; es decir un hacer posible y volver útil a una idea, o en otras palabras, el “hacer posible la manifestación de todo lo presente en toda su capacidad de visión”.[20]
El proceso del desocultamiento, y su fundamento a través del hacer posible la idea apuesta a que la verdad –entendida así- hace libre al hombre: “[…] la esencia de la paideia consiste en conseguir que los hombres lleguen a ser libres y firmes para obtener la clara permanencia de la visión de la esencia”.[21]
Ahora, esto no significa que la verdad sea pura creatividad desligada del ente y arbitrariamente puesta por el sujeto cognoscente, a pesar de que el ente tiene su ser en el aparecer. La propia preminencia de la idea sobre la aletheia implica la noción de ortotnz (corrección de la aprehensión). Creatividad y plasticidad, no están peleadas con la adecuación, y Heidegger consciente de esa oposición, la califica como una ambigüedad entre la alheqeia y la orqothz.[22]. Más aún, la reconoce y acepta cuando dice respecto a la esencia de la verdad: “Como desocultamiento, sigue siendo todavía un rasgo fundamental del ente mismo. Por el contrario, como corrección del <<mirar>>, se convierte en la marca distintiva del comportamiento humano con lo ente”.[23] En otras palabras, la primacía de la idea del bien como aquello que posibilita tanto la corrección del conocer, como el desocultamiento de lo conocido.[24] 
Sin embargo, es verdad que para Heidegger hubo un cambio después de Platón y Aristóteles en la concepción de la verdad, ya que la verdad después de ellos se empezó a concebir exclusivamente como homoiosis. Muy claramente lo reconoce en Santo Tomás y la escolástica, en Descartes y hasta en Nietzsche.[25]  Y aunque podría ser exagerado lo este juicio desde un punto de vista histórico, también es verdad que su valor no tanto radica en que historiográficamente sea correcto, sino en la tesis de que la verdad no solamente es adecuación, sino también  una creación a través de la paideia y del desocultamiento.
En cambio, la verdad en el símil de la caverna no es sólo esa adecuación, ni mera posesión de conocimientos, sino que remite a un cambio en la sofía. Ella es un estar familiarizado con lo no oculto en cuanto permanente, en otras palabras, “significa mantenerse en el interior de un lugar  de estancia que ya tiene previamente y en todas partes su punto de apoyo en lo permanente”.[26]  Así pues, una sofía es la de la caverna (h ekei sofia), la cual es valora lo próximamente presenta, y otra es la filosofía de fuera de la caverna y que valora lo permanente, es decir, tiene una amistad hacia las ideas y, por lo tanto, es filosofia.  Desde entonces, la filosofía es un pensar el ser de lo ente porque es un alzar la mirada sobre las ideas. En consecuencia la filosofía es metafísica. Por ende, “es el propio Platón el que caracteriza plásticamente la metafísica en esa historia narrada en el símil de la caverna”.[27] Para él esto se ilustraría en República 516. Llevando esto al extremo, la metafísica platónica, a su vez, es teológica, ya que si las ideas son lo suprasensible divisado en un mirar no sensible, el ser es inaprensible con herramientas corporales, sino más bien desde el alma a partir de lo supremo en lo suprasensible, es decir, el bien: la idea de todas las ideas, causa de la permanencia y de la aparición de los entes. Luego, si el bien es supremo y primera causa originaria, entonces es lo divino.[28]
Pero esta filosofía metafísico-teológica, paradójicamente, es humanista (antropológica):
La misma interpretación de ser como idea, que debe su primacía a una transformación de la esencia de la alhqeia, exige una distinción de la mirada dirigida a las ideas. A esta distinción corresponde el papel de la paideia, la <<formación>> del hombre. Toda la metafísica está atravesada por los esfuerzos en torno al problema del ser del hombre y de la posición del hombre en medio de lo ente.[29]

Aunque el ser es divino, la metafísica –en cuanto humanista- “se sitúa en el medio de lo ente sin ser ya por ello lo ente supremo”.[30] El humanismo ahí presente, no concibe al ser humano como una simple abstracción, sino que considera tanto a la generalidad, como a la concretud.
Luego,  esto nos conduce a la vigencia del símil de la caverna a partir de la metafísica (que es teológica y humanista), pero que recuerda la esencia inicial de la verdad justamente como inicio oculto, a partir de lo ente como desocultamiento (el cual implica una relación entre el mirar, aprehender, pensar y enunciar):[31]
La historia narrada en el símil de la caverna permite contemplar qué es lo que de verdad sucede todavía en el presente y en el futuro de la historia de la humanidad occidental: en el sentido de la esencia de la verdad en cuanto corrección del representar, el hombre piensa todo lo ente según <<ideas>> y estima todo lo real de acuerdo con <<valores>>.  Lo único de verdad y seriamente decisivo no es qué ideas y qué valores se establecen, sino en general que lo real sea interpretado de acuerdo con <<ideas>> y <<el mundo>> sea estimado según valores.[32]


Arturo Leyte coincide con Heidegger, y por supuesto enriquece con su sapiencia de espciealista la importancia que tiene para este filósofo alemán dicho pasaje de  la República, al mostrarnos como en él concibe implícitamente al humanismo:
En efecto, el símil prepara la interpretación según la cual la diferencia entre el <<aquí>> de lo inmediato (en el símil, las sombras) y el allá (en el símil, las cosas y el sol) se resuelve en la capacidad de dirigir rectamente la mirada a esto último, que míticamente representa a las ideas frente a las cosas, pero de modo que la verdad consiste precisamente no tanto en las ideas mismas, sino en la rectitud de la mirada. Pero también es cierto que el símil describe la situación original de la metafísica: la diferencia entre dos estancias y el proceso de tránsito entre ellas. De cómo se entienda ese tránsito dependerá qué sea la metafísica. Si por tal sólo se entiende el proceso según el cual se pasa de lo oculto de las sombras, y se deja atrás, para acceder a lo  desoculto de la luz, entonces las ideas constituyen a la vez el final del proceso, donde puede manifestarse la cosa en su totalidad, y en su fundamento, sin el cual no es posible verdad alguna. Pero el símil también deja que se interprete de otro modo el asunto: que lo oculto simplemente se refugie en lo desoculto, pero que no desaparezca. Sólo de este modo tiene sentido hablar de des-ocultamiento y por lo tanto de auténtico tránsito. Porque <<tránsito>> presupone un recorrido >>de…a…>>, pero de modo que en ningún caso desaparece el origen (nombrado como el <<de…>>) en el final (nombrado como el <<…a>>).Cuando tal tránsito queda liquidado porque se comprende que la verdad reside en la mirada recto –y por eso correcta- dirigida hacia el final del trayecto, que en el tránsito representa la idea, y en el símil, las cosas, entonces ocurre que la verdad se resuelve en una estancia, en una posición y que, además, esa posición reside principalmente en la mirada humana, en el entendimiento, que pasa así a ser fundamento decisivo de la verdad y simultáneamente instrumento de la disolución de la dualidad inherente a la verdad, porque el entendimiento unifica en un solo procedimiento el <<aquí>> y el <<allá>>. A esto último es a lo que se puede llamar <<humanismo>>: la figura humana como unificación y centro. [33]

La conclusión.


La interpretación heideggeriana de la alegoría de la caverna es ciertamente importante. Simplemente por el hecho de provenir de Heidegger, ya adquiere un gran valor. No es la interpretación más ortodoxa. Sin embargo, el valor que le da a las implicaciones epistemológicas y ontológicas –si se acepta la ontología fundamental heideggeriana- que conlleva, es compartido por otras interpretaciones. Consideremos las de Miguel Lizano Ordovás y Hans Georg Gadamer.
El Dr. Miguel Lizano Ordovás, considera que la intención del mito de la caverna es la de definir la justicia[34] a sabiendas de que el carácter aporético que tiene el bien -en cuanto cognoscible-, es innegable. Por eso es que para Lizano,  Sócrates recurre a la imagen del estar a oscuras (República 506 a 1) y devela una paradoja que se abordará en el citado símil: “la tarea es conocer suficientemente aquello cuya esencia es el no conocerse nunca suficientemente”.[35] Los niveles de conocimiento en los que se mueve la paradoja están en relación con las formas de conocimiento del símil de la línea y con los artefactos usados para conocer en  los estadios segundo y cuarto de la caverna:
En el segundo estadio la aporía se considera desde el punto de vista del saber corriente, como mera puesta al descubierto de su inanidad: al hombre de la pistiz,  esa sofía que es capacidad de predecir hechos pero ignorancia de su valor, en un momento dado se le muestra que las pautas describibles por las que se seguía son ambivalentes: su pistiz se pone en evidencia como eikasia. Pero él [el prisionero de la caverna] ese descubrimiento no puede asumirlo y lo rechaza. El cuarto estadio es ese misma experiencia, pero asumida: es la asunción del no saber y por cierto por el que tiene la capacidad dialéctica. Para el que sabe preguntas <<¿qué es?>> señalando a cada nominon [pauta discernible] y refiriéndolo a auto to fwz, a la luz del bien, para el que sabe descubrir la ambivalencia de cada nominon y es capaz de mantenerse una y otra vez en la ausencia de recursos, en el fracaso de cada una de las pautas, esa ausencia de recursos constituye paradójicamente (para doxan, contra toda doxa) el mayor recurso, el saber en qué momento qué hacer.[36]

En consecuencia, lo nuclear de esta interpretación radica en  la tesis de que la aporía es inevitable en el modelo político platónico si se incorpora a él, el saber dialéctico.[37]
Esta aporía es compatible con la visión heideggeriana respecto a la verdad (aletheia), pues ésta justamente es limitada y renovada por el desocultamiento, nunca por la adecuación o corrección plena. Por ende, la aporía dialéctica surge respecto al conocimiento mismo del bien.
Más aún, si la idea de bien tiene prioridad respecto a otros concepto que pudiéramos considerar eidéticos: Bien lo dice Gadamer:
La idea conductora del conocer, que se deriva del oficio y que se refiere al dominio de contextos materiales, resulta inaplicable cuando se trata de la idea del bien. Está claro que se debe a algo más que al arte del escritor cuando las afirmaciones platónicas sobre el bien mismo se retiran preferentemente y de una manera peculiar en un más allá. En la República resulta muy explícita la posición excepcional de la idea del bien frente a los otros conceptos de arete, y sólo se habla del bien a modo de una analogía sensorial, la del Sol. Un papel decisivo podría desempeñar en ello el hecho de que el Sol aparezca aquí como donante de la luz y que sea la luz la que hace visible el mundo visible al vidente. Es significativo que la idea del bien -según la analogía muchas veces usada-, igual que el Sol, se refleja en todo. En el contexto del pensamiento de la República esto significa que lo Uno, que es el bien, subyace en la disposición del orden del alma, del Estado y -en el Timeo- del mundo, del mismo modo en que el Sol subyace en la luz que lo une todo. Más bien es algo que otorga unidad y no algo que es Uno en sí mismo. Pues se encuentra más allá de todo ser.[38]

Entonces, basándonos en Gadamer, podemos decir que  Platón con ella le apuesta a explicar la justicia y el problema de lo Uno y lo múltiple bajo un fondo común al ser mismo: que es ser y no ser. Así, la idea de bien, según Gadamer, si ponemos atención al Filebo, es figura de lo bello; y lo bello, no es pensado como ente, sino como un desocultamiento del salir a la visibilidad según Fedro ( 250 d ). Así pues, ya las apariencias, ya las meras imágenes, ya detrás de todo lo que surja en la consciencia –incluso la nada, el no, el no ser, la oscuridad-, sea lo que sea lo oculto, es, y pertenece al ámbito mismo del ser. 
Por fin,  podemos decir que si hay una aportación sumamente significativa de Heidegger en su interpretación del mito de la caverna, es la relativa al ocultamiento y desocultamiento del ser en la aletheia. En otras palabras,  la aletheia más que una superación de la relación sujeto objeto, es su radicalización (mostrando en ella la relación ser-en-el-mundo), pues ella devela al ser, pero no puede ser una entidad abstracta que exista por sí sola, sino que existe como un proceso que implica al sujeto en relación con un mundo tan misterioso, que brota, se desoculta y transforma en, a través y por la misma relación. Esto fue lo que nuestro gran oftalmólogo vio.

Bibliografía


CIRLOT, Juan Eduardo,  Diccionario de símbolos, 2º ed., Ediciones Siruela, Madrid, 1997.

GADAMER, Hans Georg, Platón y Heidegger, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/gadamer/platon.htm  consultado el 17 de febrero del 2006, apud.,  Hans Georg Gadamer, Los caminos de Heidegger, Herder, Barcelona, 2002.

HEIDEGGER, Martín,  Hitos, trad. de Helena Cortés y Arturo Leyte, Alianza, Madrid, 2000.

LEYTE, Arturo, Heidegger, Alianza, Madrid, 2005.

LIZANO ORDOVÁS, Miguel,  “Paradoja y aporía en el símil de la caverna”, en Raúl Gutiérrez (editor), Los símiles de la República VI-VII de Platón, Edit. Pontificia Univeridad Católica de Perú, Lima, 2003.





[1] http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiagriega/Platon/MitodelaCaverna.htm, apud.  Javier Echegoyen Olleta, Historia de la filosofía, vol. 1: Filosofía Griega,  Edit. Edinumen.
[2] Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, 2º ed., Ediciones Siruela, Madrid, 1997, p. 129; y Hans Georg Gadamer, Platón y Heidegger, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/gadamer/platon.htm  consultado el 17 de febrero del 2006, apud.,  Hans Georg Gadamer, Los caminos de Heidegger, Herder, Barcelona, 2002, p. 83-94.
[3] Ibid., p. 345-346.
[4] Cfr. Hans Georg Gadamer, Platón y Heidegger, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/gadamer/platon.htm  consultado el 17 de febrero del 2006, apud.,  Hans Georg Gadamer, Los caminos de Heidegger, Herder, Barcelona, 2002, p. 83-94.
[5] Martín Heidegger, Hitos, trad. de Helena Cortés y Arturo Leyte, Alianza, Madrid, 2000, p. 391.
[6]  Hans Georg Gadamer, Platón y Heidegger, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/gadamer/platon.htm  consultado el 17 de febrero del 2006, apud.,  Hans Georg Gadamer, Los caminos de Heidegger, Herder, Barcelona, 2002, p. 83-94.
[7] Ibidem.
[8] Martín Heidegger, Hitos, trad. de Helena Cortés y Arturo Leyte, Alianza, Madrid, 2000, p. 196.
[9] Hans Georg Gadamer, Platón y Heidegger, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/gadamer/platon.htm  consultado el 17 de febrero del 2006, apud.,  Hans Georg Gadamer, Los caminos de Heidegger, Herder, Barcelona, 2002, p. 83-94
[10] Martín Heidegger, Hitos, trad. de Helena Cortés y Arturo Leyte, Alianza, Madrid, 2000, p. 181.
[11] Ibid., p. 182.
[12] Ibidem.
[13] Ibidem.
[14] Ibidem.
[15] Ibid., p. 183.
[16] Ibid., p. 184-186.
[17] Ibid., p. 188.
[18] Ibid.em.
[19] Ibid., p. 189.
[20] Ibid., p.  190.
[21] Ibid., p. 191-192.
[22] Ibid. p. 193.
[23] Ibid., p. 192-193.
[24] Ibid., p. 193.
[25] Ibidem.  De Nietzsche, en esa página dice Heidegger: “En la determinación nietzscheana de la verdad como la no corrección del pensar se esconde una afirmación de la tradicional esencia de la verdad como corrección del enunciado (logoz). El concepto nietzscheano de verdad es el último reflejo de la consecuencia más extrema de aquel cambio o mudanza de la verdad desde el desocultamiento de lo ente a la corrección del mirar”.
[26] Ibid., p. 195.
[27] Ibid., p. 196.
[28] Ibidem.
[29]  Ibidem.
[30] Ibidem.
[31] Ibid., p. 198.
[32] Ibid., p. 197.
[33] Arturo Leyte, Heidegger, Edit. Alianza, Madrid, 2005, p. 237.
[34] Miguel Lizano Ordovás, “Paradoja y aporía en el símil de la caverna”, en Raúl Gutiérrez (editor), Los símiles de la República VI-VII de Platón, Edit. Pontificia Univeridad Católica de Perú, Lima, 2003, p. 37.
[35] Ibid., p. 44.
[36] Ibid. p. 49-50.
[37] Ibid., p. 51.
[38] Hans Georg Gadamer, Platón y Heidegger, en http://personales.ciudad.com.ar/M_Heidegger/gadamer/platon.htm  consultado el 17 de febrero del 2006, apud.,  Hans Georg Gadamer, Los caminos de Heidegger, Herder, Barcelona, 2002, p. 83-94.

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