¿Qué es una figura retórica?


En Filosofía el término figura puede tener varios significados, puede aludir al contorno de un objeto, a la estructura de éste, al aspecto externo de algo en contraposición a su aspecto interno (la forma), o a un esquema.[1] En el caso de la teoría de la argumentación la figura se refiere a una manera de hablar, escribir o pensar.
Una figura retórica es un procedimiento expresivo fuera de lo común que sirve para lograr un efecto impactante en el estilo de la escritura o en la persuasión de un oyente.  Para Todorov son desviaciones o fenómenos lingüísticos que no alteran la gramática pese a que constituyen una infracción al uso habitual. No obstante, hay figuras que no se oponen al uso regular del idioma, ni constituyen transgresión a ninguna regla. Aún así siguen siendo herramientas estilísticas o persuasivas.[2]  El señalamiento de la figura retórica como una desviación de la norma es ya un concepto un poco obsoleto, pues se ha demostrado que las figuras son abundantísimas en el lenguaje usual. Por ende, hoy es mejor señalar que las figuras retóricas son una distancia existente entre el signo y el destino, o bien como un espacio interno del lenguaje que se vale de la polisemia,  de la connotación conscientemente.  En síntesis se puede decir que una figura es una forma de expresión connotativa, que sea común o no común, es de carácter estilístico y/o persuasorio.
Se les atribuyen las siguientes características a las figuras: 1) no son expresiones necesarias (únicas e inevitables en el lenguaje); 2) pueden ser sustituidas por otras expresiones más sencillas; 3) dan al lenguaje y al pensamiento energía, belleza y elegancia.[3]
Las figuras se pueden usar para varios fines como el enriquecimiento de una idea, la ornamentación de un discurso, la ampliación del lenguaje, para disfrazar una idea, para generar novedad. Algunas figuras responden a usos viciosos de la lengua, como el manejo de barbarismos o modalidades vulgares o viciosas (como el pleonasmo), que cuando son usadas voluntariamente llaman la atención, individualizan un estilo gracias a una licencia poética que se toma el orador.
La Retórica es un código que realiza un inventario de las figuras y les asigna un valor específico de connotación. No le importa la novedad  u originalidad de la figura, sino su eficacia.
Las figuras retóricas como tal, no han sido inventadas por la Retórica, sino que son un producto natural del lenguaje que también se puede hallar en los usos lingüísticos de gente ordinaria que en las expresiones de los literatos y filósofos.[4] Incluso, desde una perspectiva lingüística, las lenguas son en primera instancia sistemas de figuras que pueden ser usadas para construir signos.[5]
Las figuras retóricas se emplean durante la ejecución de un discurso. Obviamente pueden estar planeadas con antelación. Ellas son constituidas por un conjunto amplio cuya clasificación plantea serios problemas, por lo que se pueden encontrar varios criterios clasificatorios en torno a las figuras.[6]  
Angelo Marchese señala que hay  seis rubros generales en los que se pueden enmarcar todas las figuras: de pensamiento, de significación, de dicción, de elocución, de construcción y de ritmo y armonía. Las de pensamiento conciernen al manejo creativo e imaginativo de un enunciado completo, las de significación (tropos) se limitan a cambiar el sentido de las palabras, las de dicción cambian la forma de las palabras, las de elocución son relativas a la elección y variación de las palabras, las de construcción modifican el orden de las palabras en un enunciado y las de ritmo y melodía se concentran en efectos fónicos.[7]
 Ahora bien, una división muy tradicional es la que separa a las figuras en las de dicción y las de pensamiento. Las primeras estarían más concentradas en el uso elegante del lenguaje, mientras que las segundas en los argumentos.  Las figuras de dicción apoyan sus procedimientos en el significante de las palabras, afectan la forma de éstas y regularmente no tienen traducción de un idioma a otro.  Las figuras de pensamiento apoyan sus procedimientos en el significado de las palabras. No desaparecen al ser traducidos de un idioma a otro.  Hoy en día esta dicotomía llega a ser cuestionada, pues el lenguaje y el pensamiento están incrustados el uno en el otro.
Las figuras de dicción suelen ser divididas en cuatro rubros: adición, repetición,  supresión y permutación. Las de pensamiento se suelen agrupar en los grupos de: adición, supresión, alteración y sustitución; pero también se suelen dividir en descriptivas, lógicas, patéticas e indirectas. Para Perelman las figuras retóricas se pueden agrupar en tres grandes funciones: elección de un dato, imposición de la presencia y la comunión (entre el orador y el auditorio).
Regularmente son definidas como figuras de dicción las siguientes: adjunción o zeugma, alegoría, anacoluto, anadiplosis, anáfora, anástrofe, antanaclasis, anti metátesis, antistrofa, antonomasia, asíndeton o conjunción, catacresis, complexión,  diáfora, disyunción, elipsis, enálage, homeoptote, hipálage, hipérbaton, inversión, metábola, metáfora, metalepsis, metaplasmo, metonimia, onomatopeya, paranomasia, pleonasmo, polipote, polisíndeton, reduplicación, repetición, silepsis, sinéqdoque.  
El listado de figuras de pensamiento abarca a las siguientes: acumulación o atroísmo, alusión, anacefaleosis,  anteocupación (anticipación u ocupación), anticlímax, antífrasis o ironía, antítesis, aplicación, aposiopesis o reticencia, apóstrofe, clímax, comunicación, comparación, compensación, concesión, conminación, descripción (hipotiposis), distribución, dubitación, enumeración, epanortosis, epifonema, epítrope (o permisión), etopeya, eufemismo, exclamación, gradación, hipérbole, imprecación, interrogación, licencia, litote, obsecración, paradiástole, paroxismo, perífrasis, , preterición, prosopografía, reticencia, subyección, suspensión, topografía.
Muy recientemente hubo un intento clasificatorio de las figuras retóricas en la Lingüística  de los años 70 con el grupo m, el cual consideró a las figuras como un efecto de transformación del lenguaje que las agrupó en cuatro sectores: 1)metaplasmos (modificación de las palabras sin alterar su significado), 2) metataxis (transformaciones formales de la estructura de la frase), 3) metasemas (modificación de las palabras con sus significados), 4) metalogismos (modificaciones de valor lógico de las frases).
Estos listados no son contundentes, ya que: “el acervo de las figuras se inició (para nosotros, porque no quedan documentos anteriores) en el siglo I a.C., y desde entonces ha sufrido vicisitudes y variantes, debido  tanto a su tránsito de idioma a idioma, como a las contribuciones de los creadores individuales y la labor reclasificatoria de los retóricos que ha producido un vértigo de clasificaciones y definiciones”.[8]  Por ejemplo, a veces los tropos son opuestos a figuras; es decir, a veces se oponen recursos literarios a recursos estrictamente oratorios, a veces no. Un tropo es una licencia que anula una regla mediante el uso de una palabra inapropiada para referirse a un concepto al que le corresponde una palabra apropiada; mientras que la figura hace un uso apropiado de una palabra respecto al concepto al que se refiere, pero con peculiaridades fónicas, gramaticales o  semánticas.[9]
La metáfora es un tropo.  Otras formas de tropos son la alegoría y la metonimia.  Ejemplo de figuras son la aliteración y la onomatopeya. Sin embargo, en realidad, no hay una separación nítida entre tropos y figuras como expresiones del lenguaje estilístico-persuasorias.   Algunos consideran a la hipérbole tanto como tropo, como figura. Así que ninguna clasificación de figuras hoy en día es contundente. De hecho, Lamy –que es un lingüista- señaló que el número de figuras que hay es infinito.

Bibliografía


Angelo Marchese y Joaquín Forradellas, Diccionario de Retórica, Crítica y Terminología Literaria, edit. Ariel, Barcelona, 2013.
Antonio Azaustre y Juan Casas, Manual de retórica española, edit. Ariel,  Barcelona, 2011.
Federico Carlos Sainz de Robles, Diccionario de la Literatura, t. 1, Edit. Aguilar, Madrid, 1982.
Fernando Lázaro Carreter, Diccionario de Términos Filológicos, edit. Gredos, Madrid, 1998.
Helena Beristáin, Diccionario de Retórica y Poética, Editorial Porrúa, 9ª  ed., México, 2006.
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, t. II, Edit. Ariel, 2ª ed., Barcelona, 2001.
Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez, Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica, Editorial Trotta, 2ª ed., Madrid, 2013.


[1] José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, t. II, Edit. Ariel, 2ª ed., Barcelona, 2001, entrada: figura.
[2]  Helena Beristáin, Diccionario de Retórica y Poética, Editorial Porrúa, 9ª  ed., México, 2006, entrada: figuras retóricas.
[3] Federico Carlos Sainz de Robles, Diccionario de la Literatura, t. 1, Edit. Aguilar, Madrid, 1982, entrada: figuras.
[4] Ibídem.
[5] Fernando Lázaro Carreter, Diccionario de Términos Filológicos, edit. Gredos, Madrid, 1998, entrada: figura.
[6] Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez, Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica, Editorial Trotta, 2ª ed., Madrid, 2013, entrada: figuras retóricas.
[7] Angelo Marchese y Joaquín Forradellas, Diccionario de Retórica, Crítica y Terminología Literaria, edit. Ariel, Barcelona, 2013, entrada: figura.
[8] Federico Carlos Sainz de Robles, Diccionario de la Literatura, t. 1, Edit. Aguilar, Madrid, 1982, entrada: figuras.
[9]  Antonio Azaustre y Juan Casas, Manual de retórica española, edit. Ariel,  Barcelona, 2011, p. 83 y 90.

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