Edea

Cuando camina en las calles, nadie sabe quién realmente es. Su apariencia, su vestimenta muestran  en la cotidianeidad un bajo perfil. Parecería una chica más del montón, sin mucho chiste, que no destaca por su simpatía, por su belleza, por saber cocinar  o por alguna gracia. Casi no habla y cuando lo hace es de vídeo juegos porque es una gamer total y consumada. Estudia psicología. No sé por qué. Supongo que debe de estar loca.  Esa es la razón por la que  se hacen psicólogas las personas. Pero a pesar de todo eso, es una diosa.
      Lo descubres cuando se sube a un escenario. Ahí con su falda, su sostén, sus colguijes, pulseras, plumas, pintura, aretes y peinado anuncia su esencia: la divinidad. Entonces inicia la música.  Cada nota, cada armonía va acompañada de un movimiento corporal poderoso, preciso, sincronizado. El manejo que tiene de cada músculo es superior al que un deportista puede lograr. Ella es dueña de su microcosmos. Al son de la melodía seduce al macrocosmos. El espectador es testigo de la transformación de un lugar profano en un santuario, donde las contorsiones y movimientos de la diosa se vuelven el más grandioso ritual. Las palabras pierden fuerza, su sentido no alcanza para expresar tanta belleza, que los ojos anonadados en silencio quieren gritar; solamente pueden observar. Edea transforma unos minutos en horas, convierte la danza en misticismo y sensualidad.  Realiza un cortejo metafísico que a las almas lleva al éxtasis. Cuando danza no hay sobre la faz de la Tierra criatura más hermosa porque no es una bailarina, ella es la danza. Porque detrás de su persona no hay un más allá. Hiptoniza al auditorio con la cinemática de una cobra, lo conduce a un nirvana celestial.

     Cuando deja enajenada y sorprendida a la masa, ella baja de del escenario, se cambia, desmaquilla, se viste como una chica más. Deja de hablar con el cuerpo y con las palabras. En silencio se vuelve a transformar. No le importa arrebatar miradas en las aceras, en la escuela, en el día a día. Tal vez porque sabe que en su ser está inserto con secrecía el poder de Shiva, de Terpíscore y Hathor.  Porque el disco solar, el canto de las sirenas y la apolínea lira se fusionan en cada paso, en cada contoneo que da. Porque al contemplar a Edea en el escenario, una cosa nueva e inefable emerge y  se destruye algo más.  Con su danza el universo ha cambiado. El que la vio ya no puede ver el mundo igual. Mientras ella, como una buena  y  traviesa diosa, aparenta humanidad.

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