Los argumentos cuasi-lógicos
Los argumentos
cuasi-lógicos son aquellos que tienen la apariencia de un razonamiento
demostrativo, ya que consta de un esquema formal y de una reducción de datos a dicho esquema. Un razonamiento
formal sólo es válido en un sistema aislado y circunscrito a la univocidad, la
ausencia de azar, la proyección al futuro; uno cuasi lógico supera ese límite,
aparenta incuestionabilidad en un contexto de multivocidad, de interpretación,
de contingencia y con prospección hacia el futuro.
Estos argumentos a veces se
enarbolan explícitamente en la bandera del pensamiento lógico, en otras
ocasiones expresan su autoridad tácitamente. Regularmente apelan a estructuras
lógicas (contradicción, identidad, etc.) o relaciones matemáticas (frecuencia,
mayor-menor, etc.). Apuntan a una
supuesta contradicción o incompatibilidad. La contradicción es estrictamente
formal, la incompatibilidad es no-formal, relativa a las circunstancias. La
incompatibilidad se logra generando una oposición sincrónica (al mismo tiempo)
o bien semántica (en un sentido). No
obstante, la incompatibilidad se puede superar dividiendo el tiempo (diacronía)
o bien las características o componentes del objeto.
También surgen incompatibilidades cuando se reglamentan normas que se
excluyen en una misma situación;
generando una regla que ella misma se contradiga a sí misma, que no se
aplique a algo, un acto o situación, sino a sí misma (autofagia); también se
logra la incompatibilidad oponiendo una regla a las consecuencias que parecen
derivarse de ella. En general, estos
tipos de incompatibilidades surgen de la generalización sin excepciones de una
regla (autofagia).
Una incompatibilidad genera ridículo:
una afirmación es ridícula en cuanto entra en
conflicto, sin justificación alguna, con una opinión admitida. De entrada es
ridículo quien peca contra la lógica o se equivoca en el enunciado de los
hechos, con la condición de que no se le considere un alienado o un ser al que
ningún acto amenazaría con descalificarlo porque no disfruta del más mínimo
crédito.[1]
Regularmente se usa como un medio de educación el
miedo al ridículo y la desacreditación que conlleva. El ridículo está hecho para la conservación de
lo admitido, según Pereleman y
Olbretchs-Tyteca.[2] A
mí me parece que no siempre desacredita (véase en el contexto de la comedia y
el humor, en donde a veces el orador de autoridiculiza) y no siempre se conserva el status quo, a veces
se ridiculiza lo establecido, y por ende, lo admitido.
Los argumentos cuasilógicos están relacionados tanto con los principios
lógicos supremos (ya que se asocian a la contradicción, a la identidad), como a
procesos lógicos de pensamiento (análisis, síntesis, reciprocidad).
El tema de la contradicción ya lo esbozamos al hablar de la
incompatibilidad, ahora sigue el turno de la identidad. La identidad es
estrictamente lógica. Se aplica a la vida cotidiana reduciendo elementos similares
de un objeto o situación unos a los otros. El proceso más común de identificación es el
uso de definiciones. Éstas las divide
Perelman bajo un criterio distinto al de la tradición escolástica; sigue a Arne
Naess. Dice que son: normativas,
descriptivas, de condensación o complejas. Las primeras indican la manera en la que se va a usar una
palabra; las segundas dan cuenta del sentido
concedido a una palabra en un
contexto dado; las terceras harían énfasis en los elementos esenciales de una
descripción; las últimas combinan de varias formas las formas de definición anteriores.[3]
La causalidad entra aquí sutilmente, al
relacionarse la identidad de un objeto con sus causas, con aquello que lo hace
ser. La causalidad se traduce en el principio lógico de razón suficiente. Un
último principio que se suele postular es el de tercer excluso. Sin embargo, es
claro que éste se puede reducir al de contradicción. Así que lo que queda es
ver los argumentos cuasi-lógicos relacionados a procesos lógicos y matemáticos.
Perelman y Olbrechts-Tyteca los agrupan en los siguientes: 1) analiticidad,
análisis y tautología, 2) regla de justicia, 3) recipcrocidad, 4)
transitividad, 5) inclusión de la parte en el todo, 6) división del todo en
partes, 7) comparación, 8) sacrificio, 9) probabilidad.
La analiticidad, el análisis y la tautología se dan a partir de las
definiciones y la admisión de la identidad entre algunos elementos. Mientras
que en el rubro anterior la reducción es total, en el siguiente, el de la
justicia es parcial, ya que admite una diferencia pero considera a los
elementos en cuestión como intercambiables. La reciprocidad supone una simetría o una
identidad entre dos situaciones distintas. La transitividad estipula un nexo
entre un elemento A con uno B y de B con C, de tal manera que A conduzca a
concluir C. La transitividad es
cuestionable con el cuestionamiento del contenido de las premisas o los nexos
entre ellas. Luego está una relación de inclusión de las partes en el todo, sea
porque todas las partes son abarcadas por el todo o sea porque aunque sean
distintas las partes del todo guardan una estrecha relación entre sí. Le sigue una relación de partición del todo
en partes siguiendo un criterio de exclusión y no de unidad, que formalmente se
ofrece bajo la forma de un dilema: sucede A o sucede B. La comparación es la
confrontación entre varios objetos para evaluarlos unos en relación a otros.
Criterios de comparación pueden ser la oposición o la ordenación. A la
comparación se suelen asociar los superlativos, las elecciones y los
sacrificios (esto último se refiere a una disposición a sufrir algo para
obtener un resultado). Me detendré en el
sacrificio. Este argumento confiesa un sacrificio, entre más elevado sea su fin
y más grande el sacrificio mayor impresión causará. Por último están los
argumentos que recurren a las estadísticas y al cálculo de probabilidad, los
cuales, finalmente reducen lo real a colecciones de seres. No obstante, no se
debe de subestimar que las meras probabilidades detonan decisiones.
Estos son los argumentos cuasi-lógicos de los que hablaron Perelman y
Olbretchs-Tyteca. Si bien no son meramente formales, no necesariamente son
inútiles o útiles, ni buenos ni malos, su validez más bien es casuística,
contextual.
Bibliografía.
Chäim Perelman y Lucie Olbretchts-Tyteca, Tratado de la Argumentación. La Nueva Retórica, edit. Gredos,
Madrid, 2006.
Me apasiona el pene cuando está bien duro.
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