¿Qué es la mitopóyesis?

Hemos dicho que la vida del hombre está rodeada y hecha de narraciones: “el hombre, tanto en sus acciones y prácticas, como en sus ficciones, es esencialmente un animal que cuenta historias”.[1] Al contarlas, se pone fines, da cuenta y pide cuenta de ellas,[2] pues el “relato de la vida de cualquiera es parte de un conjunto de relatos interconectados”.[3] Ahí están en buena medida sus directrices, ya que:
Entramos en la sociedad humana con uno o más papeles-personajes asignados, y tenemos que aprender en qué consisten para poder entender las respuestas que los demás nos dan y cómo construir las nuestras. Escuchando narraciones sobre madrastras malvadas, niños abandonados, reyes buenos pero mal aconsejados, lobas que amamantan gemelos, hijos menores que no reciben herencia y tienen que encontrar su propio camino en la vida e hijos promogénitos que despilfarran su herencia en vidas licenciosas y marchan al destierro a vivir con los cerdos, los niños aprenden o no lo que son un niño y un padre, el tipo de personajes que pueden existir en el drama en que han nacido y cuáles son los derroteros del mundo. Prívese a los niños de las narraciones y se les dejará sin guión, tartamudos angustiados en sus acciones y en sus palabras. No hay modo de entender ninguna sociedad, incluyendo la nuestra, que no pase por el cúmulo de narraciones que constituyen sus recursos dramáticos básicos. La mitología, en su sentido originario, está en el corazón de las cosas.[4]

Los mitos pues, en su sentido laxo de narraciones, constituyen una cosmovisión. A este proceso le hemos llamado mitopóyesis[5], considerando que lo mito-poético es una expresión e interpretación del mundo[6] y no sólo el sistema creador de cierto tipo de relatos que servía a las culturas orales para memorizar la experiencia y expectativas de su realidad.[7] 
La mitopóyesis es expresión porque “mito” en sus acepciones contemporáneas alude, expresa las creencias falsas o bien de corte religioso, así como a aquello que es ejemplar, fabuloso, extraordinario, increíble.[8] ¿Qué hay detrás de esto? En los relatos religiosos, el creyente, cree. En los mitos que son las figuras de cine y de la canción ¨-en cuanto prestigiosos-, sus fans creen. A pesar de ser creencias falsas los mitos, no dejan de ser creencias. Los mitos, pues, hoy por hoy son vehículos lingüísticos que expresan el creer en algo del mundo. Creer, en su sentido más amplio, es aceptar la verdad y realidad de algo sin dar a entender que las pruebas que se posean de ello sean o no suficientes.[9]
Ahora bien, lo  mito-poético es interpretación del mundo en tanto que la poesía es una re-creación en donde se da con indistinción  la mezcla -mediada por la comprensión de una tradición (lo mítico)- entre la intención del creador y la del re-creador.[10] Más aún, todo discurso humano en este sentido es poético y todo discurso poético es mito en cuanto que se valida a si mismo en su ser dicho, instalándose ahí el creer[11]  y el principio de reversión (es decir: que lo presentado como acciones y sufrimientos de los otros, es  también un padecer propio).[12]
Así pues, la reversión mitopoética implica que el mundo de nuestro propio corazón es, para el decir poético, objetivado en un mundo mítico, o sea, un mundo de seres activos.[13]  La vasta extensión de la experiencia en el corazón humano es liberada como la actividad de la mismísima experiencia personal obviamente mediada por la traducción hermenéutica del discurso del creador, así incluso éste discurso sea de otra época y ya haya sido retraducido.[14]
Efectivamente, como ya mencionamos, en Grecia había un contexto mitológico que educaba a su población y que podemos definir como mitopoyético, pero esto también responde a la visión protagórica del mito de Prometeo, donde el hombre es plenamente hombre hasta que vive en sociedad (aidós y díkê), mas, no le sea ajena, tardía e impostada la sociabilidad a la naturaleza humana, sino porque
la historia humana, antes que cualquier otra cosa es la historia natural de una especie animal más y que siempre puede ser necesario, y con frecuencia lo es, ponerla en comparación con la historia de algunas otras especies animales.[15]  

     Entonces, ¿cómo funciona el proceso mitopoyético? A partir de lo que hemos investigado con la siguiente mecánica: 1) herencia de lo narrado; 2) repetición y 3) recreación. Y es un contexto mitológico, el que permite que cada uno de estos pasos se dé.
Es verdad que este mecanismo se obtuvo a partir del estudio de la transmisión de las narraciones míticas, pero su validez para la explicación de la transmisión de cualquier otro tipo de narración no parece menguar, ya que, “la unidad de la vida humana es la unidad de un relato de búsqueda”[16] y una búsqueda es “una educación tanto del personaje al que se aspira, como educación en el autoconocimiento”.[17]
En otras palabras, el hombre se moldea a sí mismo en un mar de narraciones, que aunque tiene sus propias corrientes, todas ellas se entrelazan, produciendo una tradición, de la cual, el individuo es heredero y soporte.[18]
La tradición, es entonces, una discusión históricamente desarrollada, pero inacabada que, de cara al futuro, en una sociedad se realiza respecto a algo.[19] Las historias de nuestras vidas encajan en las historias de las tradiciones.[20]
 Las cosmovisiones, surgen de la discusión de las tradiciones. La mitopóyesis es tradicional. Que los sofistas y, en particular Protágoras, hayan dado gran importancia didáctica a los mitos, con sutileza revela la dimensión mitopoyética del homo mensura.  





[1] Ibidem, p. 266.
[2] Ibidem, p. 269.  Al parecer también Solón consideraba esto (I, 32), ya que según Hartog, la idea soloniana de que uno debe estudiar el fin de un acto antes de evaluarlo en aras la felicidad o infelicidad, supone que, en la vida cotidiana y en la narración acabada, uno puede saber perfectamente dónde está el fin (Richard Buxton, El imaginario griego. Los contextos de la mitología, trad. del inglés de César Palma, Cambridge University Press, Madrid, 2000, p 24, n. 3).
[3]Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, trad. del inglés de Amelia Valcarcel, Crítica, Barcelona, 1987, p. 269.
[4] Ibidem, p. 266-267.
[5] Después de haber buscado una historia de semejante término, hemos encontrado que la mitopóyesis tiene  como antecedente a Sexto Empírico, quien registra su uso (Sext. Emp., M. 9, 192) y como adjetivo (mitopoiois) lo usaron tanto Platón, como Luciano (Plat., Rep., 377 B; Luc. Hermot., 73) y con un sustantivo análogo (mitopoiia) que retomó Tolkien, encontramos a Diódoro y Plutarco (Diod I, 96 y Plut. 2, 348 A). Entonces, al parecer la “mitopóyesis” surje con el poema de J.R.R. Tolkien, Mitopoeia. Este texto fue escrito para rebatir la opinión de su amigo C. S. Lewis de que los mitos son sólo mentiras para engañar a los niños y las mentes débiles. Bajo la voz de Filomito, quien se dirige a Misomito escribe un poema que trata de refutar postura, aludiendo a que los mitos responden a la necesidad humana de reconocer al mundo, a Dios como creador de éste y  reconocerse como criatura predilecta de esta creación, aunque caída por su propia culpa y debilidad.  (http://www.anarda.net/tolkien/mitopoeia.html y Miguel Ángel Reséndiz, Mythopoeia: una aproximación fenomenológica al asunto del mito a partir de J.R.R. Tolkien, tesis de licenciatura en filosofía, ULSA, México, 1997, p. 6.
[6] Ibid.
[7] Santiago Echandi, La fábula de Aquiles y Quelone. Ensayos sobre Zenón de Elea, edit. Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1993, p. 16.
[8] G.S. Kirk, El mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990, p. 39; Carlos García, La Mitología, 2ª ed., Montesinos, Barcelona, 1989, p. 10.
[9]Luis Villoro, Creer, saber, conocer, 8ª ed., Siglo Veintiuno, México, 1994, p15.
[10]Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, t. I, trad.del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p.162 y ss.
[11] Hans Georg Gadamer, Literature and Philosophy in Dialogue. Essays in German Literary Theory, trad. del alemán de Robert H. Paslick, State University of New York Press,  Albany, 1994, p. 158.
[12] Ibidem, p. 159.
[13] Ibid.
[14] Ibidem, p. 159-160. De esta manera, la reversión no es unívoca, ni equívoca, sino que refleja unidad en un orden polimorfo gracias al uso de la analogía (Santiago Echandi, La fábula de Aquiles y Quelone. Ensayos sobre Zenón de Elea, edit. Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1993, p. 17, n. 9; p. 18).
[15] Alasdair MacIntyre, Animales racionales y dependientes. Por qué los seres humanos necesitamos las virtudes, trad. del inglés de Beatriz Martínez de Murguía, Paidós, Barcelona, 2001, p. 26.
[16]Alasdair MacIntyre, Tras la virtud,  trad. del  inglés de Amelia Valcarcel, Crítica, Barcelona, 1987, p. 270.
[17] Ibidem, p 270.
[18] Ibidem, p. 272-273 y 275.
[19] Ibidem, p. 274. Esta discusión viva es un término más restringido para entender a la tradición, pues algunos pensadores lo homologan con cultura, ya que viene de tradere, transmitir y la cultura es toda la información transmitida por aprendizaje social, también en un sentido amplio, un complejo de entidades. Nosotros creemos que aunque la tradición tiene esa función ética de lo mejor para, también implica todo lo que nos es transmitido, y es aquí donde divergimos de MacIntyre. La tradición está constituída por los prejuicios del individuo y de alguna manera ella es un acto de la razón que apela a la autoridad que implica para poder comprender el mundo (Jesús Mosterín, Filosofía de la Cultura, Alianza, Madrid, 1994, p. 32;  Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, t. I, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, 7ª ed., Sígueme, Barcelona, 1997, p. 344-352). 
[20] Ibid.  Cabe mencionar que no estamos identificando, y así también lo hace MacIntyre, tradición con conservadurismo político.

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