La cultura como hermenéutica en Protágoras.

El logos es un modo de exposición discursiva que muestra la relación del hombre consigo mismo, con su psique (y ahí el lenguaje) y con el cosmos. Se entiende que hay una estructura en él (sintaxis) a partir de la cual se crean discursos (semántica y pragmática) y, hasta esa misma estructura, es moldeada por esos relatos.[1]
Los memes, en cuanto información, se pueden expresar en logos. La información, según Mosterín, es algo inmaterial sustentado por un soporte material: una señal o conjunto de señales.[2] Sin embargo, es inmaterial en el sentido de que no es una cosa extramental; pero, no es etérea, amorfa. De hecho, el que tenga una forma, permite entenderla bajo un formato lingüístico. El logos lo mismo abarca una palabra, un enunciado o un discurso y denota detrás de él hay un homo loquens.[3]
El logos equivale a lo que Luis Duch llama a secas “palabra” ya que ésta “abarca la totalidad de las expresividades de que dispone el ser humano para conocer y conocerse”. [4] Consecuentemente los términos “mito” y logos son dos caras de la misma moneda y acaso sólo revelan por detrás una diferencia de tematización de la palabra  y con ella la valoración de la tradición (es decir de lo que se transmite a través de la palabra).
Mito y logos denotan dos dimensiones de lo humano que apuntan hacia  “el hombre como un ser polifónico que precisa de una amplia gama de expresiones para poder decir y comunicar su humanidad que es, en el sentido más amplio de la expresión, una complexio oppositorum”.[5] Duch observa que bajo estas dos facetas, la palabra constituye el centro neurálgico de las relaciones humanas dado que el apalabramiento de las relaciones del hombre con la realidad, es una cuestión fundamental para la existencia humana.[6] Relación, pues implica comunicación y alteridad.[7]
Lo que podemos saber está estrechamente ligado a lo que podemos decir y no existe nada fuera del lenguaje (ni sentimientos, ni conocimientos, ni deseo o imágenes), pues todo es nombrado en un acto creativo de (re)construcción de la realidad, es decir, del mundo de la alteridad.
Hasta una “realidad desconocida” cuando es descubierta, inmediatamente es nombrada. La verdadera ignorancia es de lo innombrable, de lo que se escapa tanto a la percepción, como a la doxa, hecho que ya Protágoras había esbozado con su homo mensura.[8]  Más aún esta relación de conocimiento, que es una relación de alteridad, no sólo es con las cosas, sino con los otros hombres. Así pues, si el hombre es cambiante, también lo son sus palabras y sus relaciones. Recordemos a la phúsis fluyente y el kairos de los que nos habló Protágoras. Más aún, la cultura, en cuanto información apalabrada, es dinámica, como lo son también sus memes e instituciones abstractas.
La dinámica cultural es sumamente compleja. El objeto de esta tesis no es explicarla a plenitud, sino mostrar que ella existe en concreto en un ser humano[9] y que sus contenidos -entendidos como narraciones- pueden ser explicados bajo una teoría mitopoyética de la cultura.   

3.4.1. Herencia de los mitos



El hombre recibe sus narraciones gracias a la enseñanza y la comunicación.[10] Ahora bien, unas sociedades y otras se pueden transferir elementos culturales o bien aislarse. Al primer proceso se le llama difusión, y puede realizarse pacíficamente en la covivencia y el contagio cultural, o bien por la violencia del colonialismo.[11] Pero también se puede aislar por condiciones políticas o geográficas y llegar así a una diferenciación por deriva cultural.[12]
Cabe mencionar que todo el contexto griego comunicaba y enseñaba narraciones en un ámbito de difusión, salvo un cierto aislacionismo de Esparta. “Desde relatos sobre los orígenes del mundo hasta chismes sobre la mujer del vecino de al lado, la sociedad griega se distinguía por el intercambio de narraciones, cuentos y relatos”.[13]  Existían lo mismo narraciones públicas y formalizadas, que privadas en informales que transmitían tanto relatos de viajeros,[14] versiones sobre el pasado político griego,[15] crónicas históricas, testimonios ante tribunales, chismes,[16] calumnias, anécdotas contadas típicamente en las barberías, gestas sobre héroes y divinidades, etc.[17]
Las narraciones, pues, eran transmitidas por todos, pero especialmente por las instituciones concretas, soportes materiales (papiros, pinturas, etc) y las instituciones abstractas. Así, pues, las familias, las festividades familiares y locales, los coros musicales, los simposios, poesía (lírica, trágica, épica), etc., legaban las narraciones y constituían un contexto mitológico que una comunidad lingüística también heredaba.
Tales narraciones heredadas podían ser aceptadas o rechazadas. Si eran rechazadas, podían serlo quizá de manera anónima y pasiva, o bien de manera activa y contracultural[18].   Si eran aceptadas se convertían en creencias conscientes o inconscientes, que no siempre estaban en acto, sino que potencialmente emergían cuando ciertas circunstancias las detonaban, ya que una creencia es un estado disposicional cognitivo –que considera algo como verdadero o falso-  que es inferible en los actos (creencia real) y confirmable en el cotejo con una serie de comportamientos, más que observable y verificable en lo dicho (creencia profesada).[19]
Las creencias pueden incorporarse en nosotros, ser “aceptadas”, por varias vías: 1) la asunción de  antecedentes que no son cuestionados (concepto muy cercano a la precomprensión gadameriana), motivos[20] o razones (justificaciones).[21] 
El primer mecanismo claramente es abrumado por la tradición, pero los otros dos, aunque son influenciados fuertemente por ella, no se reducen a aquella, implican una inventiva y vivencias irreducibles a la tradición.
Las creencias van acompañadas de actitudes, es decir estados afectivo-evaluativos. Personas con una misma creencia, pueden tener actitudes distintas (de atracción o repulsión hacia lo creído); así pues, las creencias van hacia las propiedades predicadas del objeto y las actitudes hacia las pulsiones (toda clase de quereres, deseos e intenciones) del sujeto.[22]

3.4.2. Repetición y recreación de  lo heredado



La  repetición -en cuanto transmisión- de lo heredado en los mitos puede hacerse de manera vertical (de los padres a los hijos, de una generación a otra), horizontal (entre miembros de una misma generación) y oblicua (entre miembros de distinta generación que no están ligados por el parentesco a través de medios tan disímiles como la moda, los medios de comunicación, los amigos).[23]
Sin embargo, la cultura no se replica como un gen, sino que su transmisión no es ni pasiva, ni precisa. En ella hay mutaciones por invención o innovación en la información, por un error en la transmisión o bien por selección cultural, es decir, la elección realizada por los agentes de la cultura.[24]
Una cultura en sí misma es una selección hecha por una colectividad y el individuo al interior de esta selección selecciona lingüística, ética, gastronómica, profesionalmente, etc.[25]
El homo mensura, efectivamente es medida. El hombre se elige a sí mismo eligiendo entre memes, convertidas en discurso, las cuales son heredadas, repetidas y recreadas en un ámbito relacional (que es el juego). He ahí el sentido profundo del kairos protagórico.
La selección es una relación, como ya lo es la cultura misma. Dentro de la relación hay separación y la necesidad de una traducción que efectúa la incorporación del o de lo otro en mi[26] en una situación en la cual se altera o dificulta el ponerse de acuerdo.[27] La traducción es mediación y tensión.[28]
 El traductor tiene que trasladar el sentido  que se quiere comprender, a sabiendas de la distancia  entre el espíritu de la literalidad originaria y el de su reproducción, pero arrojando una nueva luz para el lector, en  un mundo de comprensión compartida.[29]
En este sentido la traducción es interpretación en la que se escoge resaltar ciertos aspectos y se renuncia a otros del original sin renunciar a un espíritu de adecuación.[30] Parte de una conciencia, la cual, desde sus prejuicios[31] y opiniones previas[32], tiene una precomprensión del texto (en este caso meme) que afecta al horizonte[33] con que se enfrenta para ejecutar un acto de comprensión[34] moldeado por la conversación[35] lúdica bajo la cual se realiza.[36]
El acto de comprender, ya es una experiencia, y en Protágoras podemos hallar una teoría primitiva de esto si tomamos en cuenta que su mito prometéico consta de dos antecedentes que al mismo tiempo son ingredientes: 1) que Anaxágoras refirió que el hombre se distinguía de los animales por empeirí, menme, sophía  y techné; 2) que Esquilo en su Prometeo (461) destaca  también el papel de la mnêmê.[37]
 Los problemas de la sofística orbitaban en torno a la formación del hombre y la organización que este hizo de la naturaleza, y que derivó en una contraposición entre el hombre y el animal.[38] La mnêmê es sentido del pasado y del tiempo y los animales que la poseen, se acercan al ser humano.[39] 
La mneme no está para nada distante del kairos, ese momento oportuno para actuar, requiere de la experiencia para poder hacerlo.  El hombre no puede salir de sus experiencias: tanto de las que se incorporan en él, como las que éste se hace corrigiendo a las “cosas”; el ser humano, amplía su horizonte por medio de otras experiencias y, de paso, se hace consciente de su experiencia al experimentar.[40]
En la experiencia hay expectativas y, muchas de ellas son defraudadas, causando dolor y decepción (hecho presente en el mito prometéico de Esquilo), pero también preguntas y respuestas satisfactorias,[41] pues la historicidad interna de la experiencia se traduce en un aprender del padecer (patei  mathos)[42] y, que en su versión protagónica, se puede deducir de la obtención del aidós y dikê, tras la experiencia del caos sin el arte político y frente a la finitud de la previsión humana.[43]
Toda experiencia, entonces, es experiencia de la finitud humana[44] y cuando se experimenta la tradición en la experiencia, la experiencia  es hermenéutica, volviéndose así lenguaje[45] ya que  éste es el medio en el que se realiza la comprensión misma[46] y éste medio es interpersonal.[47] Ahí (en el lenguaje) pensar y hablar[48] gozan de intimidad:
La relación esencial entre lingüisticidad y comprensión se muestra para empezar en el hecho de que la esencia de la tradición consiste en existir en el medio del lenguaje, de manera que el objeto preferente de la interpretación es de naturaleza lingüística.[49]

Por lo tanto el logos es el medio mismo de la comprensión hermenéutica, que en la primitiva teoría de la experiencia, Protágoras la entendía (a la comprensión y junto con ella al logos) como Homo Mensura; es decir, como un factor estructurador y organizador de la realidad, vaya,  un configurador mitopoyético de la cultura.  

Hacia el final de la investigación   


La palabra logos se puede entender en dos sentidos: 1) al que se refiere a modos de exposición narrativa; 2) como una energeia, es decir, como lo que se comunica en el lenguaje porque eso mismo es lenguaje, es decir, una presencia, un fluir inobjetivable, o en otras palabras, un proceso estructurado y estructurante que se distingue en el hablar, ya que su estructura no está peleado con su auto-olvido y inobjetivabilidad. Ya un modo de exposición narrativa supone una estructura y ya en el hablar del mundo se estructura éste (el mundo).
El logos está en relación consigo mismo, con el hombre y con el mundo y en Protágoras cobra el matiz de  referirse a los discursos o argumentos, estados-opuestos y una conexión estrecha con la realidad que apunta al carácter psicofísico de su ser, es decir, es psíquico y material, es sensible y dóxico, es individual y colectivo.
Protágoras estudió el logos sea bajo la lupa retórica, gramática, lingüística o poética, pero siempre bajo el tamiz de la hermenéutica en tanto que toda experiencia expresada lingüísticamente, está sujeta a un intérprete que se enfrenta a discursos (textualizados) con un sinnúmero de relaciones gramaticales, semánticas y pragmáticas (donde radican intenciones multívocas). Ya la experiencia misma es una relación y consciencia oportuna del tiempo (kairos). Denota el carácter relacional del logos y la universalidad de su posesión. Ahora bien, la experiencia es experimentada por la consciencia y ésta es un discurrir sobre el pasado, presente y futuro. Por ende la historia le es intrínseca y da un doble cariz al lenguaje que por un lado hereda una cosmovisión y por el otro organiza y opera el mundo. 
Luego, el hombre es un animal que cuenta historias y éstas constituyen la carne de su cosmovisión que justamente encarna gracias a un proceso que hemos denominado mitopoyético y que implica: 1)la herencia de lo narrado -en un contexto de difusión o de deriva- a través de las instituciones concretas, abstractas y soportes materiales que convierten en creencia lo narrado gracias a justificaciones, motivos y antecedentes; 2)su repetición vertical, horizontal u oblicua, y; 3)su recreación irremediablemente acompañada de innovaciones y elecciones realizadas por los agentes culturales gracias a la traducción y por ende interpretación que éstos hacen de su ámbito relacional.
Toda cosmovisión tiene soporte en una cultura. Por cosmovisión, entendemos concepción del mundo, que en última instancia es individual (pero no solipsista); y por cultura, la estructura que da origen (si no del todo, al menos en buena parte) a la cosmovisión. Esta estructura tiene una doble falange: 1) es la información tradicionalmente transmitida por miembros de una misma especie –en sentido amplio- o bien en solo en el hombre –en sentido restringido-, y 2) es el proceso de formación que organiza y estructura la realidad. En este organizar y estructurar el mundo, se ve implícito un dominio (nómos) de la naturaleza (phýsis), es decir, lo que se da a si el hombre a partir de lo que le es dado. Y si consideramos que en un mundo natural el hombre es un sistema que se autoconserva y reproduce detectando, procesando y asimilando información descriptiva, práctica y valorativa, la cultura es ya información transmitida por aprendizaje social en un juego en el que ella se vuelve lenguaje (logos) y expresa rasgos culturales (memes). Protágoras se concibió a sí mismo como un transmisor de la cultura y de alguna manera se refirió a sus instituciones (macromemes) y a la experiencia de la memoria en el mito prometéico que aparece en el Protágoras.
La cultura se transmite mediante el lenguaje porque el hombre es un homo loquens, el cual, mediante el mito y  logos expresa su propia polifonía discursiva, así como la estructuración que ésta hace de la realidad.



[1] Aquí queremos resaltar que las reglas gramaticales van cambiando y que no  necesariamente son estructuras fijas a  priori, aunque se puede reconocer cierto núcleo apriorístico del lógos, como lo puede ser la capacidad natural para hablar.
[2] Jesús Mosterín, Op. Cit., p. 21.
[3] Lluis Duch, Mito, interpretación y cultura, Herder, Barcelona, 1998, p. 456. Este homo loquens es un animal que articula palabras. No me parece que dicha acepción diverga de la propuesta por MacIntyre como animal que cuenta historias, ni tampoco que proponga algo nuevo, pues ya Hesíodo en Teogonía (584) había propuesto que es la palabra la línea que divide al hombre del animal, idea que también fue tomada por Artistóteles y Platón en el Cratilo (como bien observa Duch).
[4] Ibidem, p. 458, n.6. Y añade Duch -siguiendo a Walter Ong-, que hasta en contextos de comunicación no verbal, es la palabra, con su modelo sonoro y universo oral su medio existencial y supremo, a pesar de que la palabra no se reduzca a oralidad.
[5] Ibidem, p. 78. Tal oposición se muestra en que el hombre oscila entre lo unívoco y lo equívoco, como Beuchot ha retratado y que coincide con lo que Duch ve en el hombre a partir de Philip Wheelwright: estenosignificados y lenguaje tensivo. Los primeros no requieren de interpretaciones o traducciones complicadas, más bien sus interpretaciones son casi cerradas, estáticas, cercanas a la univocidad; los segundos sí requieren de complejidad y son cercanos a la equivocidad. Los estenosignificados son palabras tales como árbol y el lenguaje tensivo son símbolos tales como la metáfora (p. 468).
[6] Ibidem, p. 458.
[7] Ibidem, p. 463.
[8] Ibidem, p. 463-464.
[9] Con esto queremos resaltar lo siguiente: “La cultura actual  es información almacenada en (al menos) un cerebro. Pero sólo los individuos –no los grupos- poseen cerebro. Por tanto, en sentido estricto la cultura reside en los individuos” (Jesús Mosterín, Op. Cit., p. 83).  Con esto no se niega que haya un acervo cultural o una cultura compartida, sino que se entiende al primero como la suma de la totalidad de la información cultural que se pueda encontrar entre los miembros de un grupo que se puedan conocer o estudiar; y a la segunda como una a una información cultural mayoritariamente compartida y que siempre tendrá excepciones en un grupo.
[10] Omitimos aquí la imitación porque parece que hacia el aprendizaje de habilidades y actitudes que al de creencias.
[11] Jesús Mosterín, Op. Cit., p. 96-98.
[12] Ibidem, p98-99.
[13] Richard Buxton, Op. Cit., p. 23.
[14] Heródoto IV, 105; III, 12.
[15] Heródoto VII, 150.
[16] ar. Au. 1438-1445, Pl. 337-339, Eupolis, fr. 194PCG.
[17] Richard Buxton, Op. Cit., p. 23-25.
[18] Dice Luis Antonio de Villena que la contracultura no es un fenómeno reciente, sino una constante histórica y puede ser definida como un movimiento cultural enfrentado con el sistema establecido y con los valores sociales dominantes de ese mundo. Así, pues, un ejemplo de lo heterodoxo –y por ende contracultural- en el mundo griego, sería según Fernando Savater la figura mítica de Hermes, un dios que era un anti-héroe, patrono de los asaltantes y de los timadores. (Fernando Savater y  Luis Antonio de Villena, Heterodoxias y contraculturas, 2ª ed., Montesinos., Barcelona, 1989, p. 90). 
[19] Luis Villoro, Creer, saber, conocer, 8ª ed.,  Siglo Veintiuno, México, 1994, p. 31 y ss.
[20] Los motivos son fines orientados a la acción o bien a la creencia que conllevan una intención o si se prefieres un interés (particular o de grupo) que no tiene una pretensión cognitiva, aunque permiten explicar el porqué de las justificaciones. Por ejemplo, Villoro, siguiendo a B. Lasker cita un caso en el que una trabajadora social encontró a un niño llorando en un parque. Éste dijo que le había pegado un chico polaco. En realidad no era tal, sino que en el contexto familiar del niño agredido, éste convivía con una familia polaca y su madre discutía mucho con ella; de tal manera que había enseñado a su hijo que polaco y malo eran sinónimos. El motivo para tal creencia, no está en una relación de adecuación a la realidad, no en una justificación, sino en que sería angustiante no creerle a la madre (Ibidem,  p. 107).
[21] Ibidem, p. 74.  Una razón es el fundamento de una creencia y supone un nexo causal. Las razones pueden ser implícitas, explícitas o básicas. Una razón implícita es aquella no que es hecha consciente sea porque  creemos en ella automáticamente por su proceso causal de percepción, recuerdo o asociación; sea porque hemos olvidado las razones que nos hicieron adoptar una creencia, sea porque estén basadas en principios generales que confusamente aceptamos. Las razones son explícitas cuando somos conscientes de ellas, que responden a un proceso de inferencia consciente, pero que podemos poner en duda.; y son básicas cuando una creencia u alguna justificación no se pone en duda para justificar a ciertas creencias o de las cuales ya no podemos dar razón (p. 82 y ss). Si el proceso de justificación de una creencia se da antes de ésta o la par de la adopción de ésta, será causa de su adopción, si es posterior, puede ser causa de su mantenimiento y confirmación, o bien de su debilitamiento si en dicho proceso conlleva otras creencias que puedan cambiar el grado de certeza de lo que se sabe (p. 101).
[22] Ibidem, p. 53-54; 59-60. Por lo tanto, si no queremos aceptar una distinción entre creencias y actitudes, ya que todo estado disposicional  implica a ambas. Podemos decir que una  actitud es una creencia que afecta a otra creencia.   De esta manera tenemos que se sostiene el que personas que comparten una misma creencia (respecto a la verdad de algo), sostengan creencias distintas (actitudes) respecto al valor de ese algo.
[23] Jesús Mosterín, Op. Cit., p. 93-94.
[24] Ibidem, p. 99.
[25] Lluis Duch, Op. Cit., p.  467, n. 32.
[26] Ibidem, p.  467 y  468.
[27] Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, t. 1, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 462.
[28] Lluis Duch, Op. Cit., p. 469.
[29] Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 462, 464. Aunque la traducción Gadamer la refiere a lenguas extrañas y la cultura podríamos decir nos es propia, igualmente podemos decir que la lengua extraña al traductor también le es propia, al grado que la puede traducir. La cultura en esta relación metafórica también nos es propia e igualmente extraña, pues su aceptación no nos es del todo pasiva en su asimilación, pues aunque se convierte en mucho de nuestros prejuicios, también existen siempre memes que van contra nuestras expectativas, por un lado, y cuando las vamos a incorporar en nosotros, nos resultan extrañas. Y ya incorporadas como información nos pueden seguir resultando extrañas ante nuestra valoración o bien apropiadas. Por eso Mosterín, siguiendo a Cavalli-Sforza, Feldman, Pulliam y Dunford distingue entre la consciencia (awareness) de la cultura y la aceptación o adopción de ese rasgo cultural (Jesús Mosterín, Op. Cit., p. 135).  
[30] Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p  464-465. Que Protágoras haya interpretado a Homero y Simónides, muestran que si no estuvo consciente de ella, al menos practico la traducción, como un proceso que lo llevó a la selección dentro de la cultura.
[31] Los prejuicios son el arraigo de una tradición, aunque el sujeto no es consciente de todos ellos y paradójicamente, son esos prejuicios no percibidos, los no justificados de la tradición, los que nos vuelven sordos frente a ella. No obstante, son  mayores nuestros prejuicios que nuestros juicios, ellos constituyen la realidad histórica del ser del hombre (Hans Georg Gadamer, El inicio de la filosofía occidental, trad. del alemán de Joan Josep Musarra, 2ª ed., Paidós, Barcelona, 1999 (Paidós Studio), p. 57; - Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 336, 344).
[32] Las opiniones implican un hábito lingüístico, es decir, el supuesto que tiene el intérprete de que el uso que tienen las palabras para uno y el uso que tienen en el texto deberían ser iguales;  sin embargo, el intérprete parte de que lo que le comunica el interlocutor es su opinión. No obstante, una actitud hermenéutica requiere de estar dispuesto a abrirse a la opinión del otro, pues si la opinión ajena no es acabada, tampoco lo debe ser la propia. Habría que señalar que esta actitud hermenéutica (que Gadamer llama disposición a dejarse decir por el texto) no es un requisito necesario en todo acto lingüístico (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 334-335).
[33] Dice Gadamer: “El horizonte es más bien algo en lo que hacemos nuestro camino y que hace el camino con nosotros. El horizonte se desplaza al paso de quien se mueve. También el horizonte del pasado, del que vive toda vida humana y que está ahí bajo la forma de la tradición, se encuentra en un perpetuo movimiento. No es la conciencia histórica la que pone en movimiento al horizonte limitador; sino que en la conciencia histórica este movimiento tan sólo se hace consciente de sí mismo” (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 375). Los horizontes son panorámicas que tiene el sujeto para comprender, las cuales son dinámicas, cambiantes en tanto que siempre estamos confrontando nuestros prejuicios. 
[34] Siguiendo la línea gadameriana diremos que la comprensión es el modo de ser propio del estar ahí en su movilidad, finitud y especificidad, de tal manera que abarca la experiencia de su mundo y que en relación con lo comprendido,  nos muestra su ser, es decir, su historia efectual, concepto ambiguo que conjuga tanto lo producido por el curso de la historia, como la concencia determinada por ella  y la conciencia de este haberse producido. En otras palabras, la comprensión es un desplazarse uno mismo hacia un acontecer de la tradición a  partir de un interlocutor o texto, implicando siempre un acuerdo  -que no se reduce a un criterio de verdad consensualista-. La comprensión denota una pertenencia a la tradición y a la vez es tensión con la objetividad de la distancia histórica  que hace que el texto siempre supere en sentido al  autor (y hasta el intérprete), pues siempre se puede comprender de manera diferente (no mejor), pero que fltra los prejuicios verdaderos de los falsos permitida por la muerte de unos y el nacimiento de otros sin negar el propio horizonte histórico del texto y acompañada por la suspensión de los prejuicios del intérprete a través de la pregunta desde su propio horizonte. En este sentido comprender es fusionar horizontes (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 12-16; 360; 365-369; 373; 377).
[35] Toda conversación  en su forma, en su autenticidad, no se sabe a dónde conduce, a donde se dirige, pero al mismo tiempo es un proceso en el que se quiere llegar a un acuerdo (o en su defecto se quiere imponer una opinión). Ahora bien, el acuerdo, no reduce al consenso el criterio de verdad, sino más bien que se parte de una coincidencia de corte analógico para establecer verdades. Ibidem, p. 463 y  II: 23).
[36] Ibidem, p. 17.
[37] Ibidem, p. 426.
[38] Ibidem, p. 427
[39] Ibidem, p. 426.
[40] Ibidem, p. 428-429.
[41] La dinámica o dialéctica de la pregunta y respuesta que se da en la experiencia no sólo se da entre sujetos, sino que también los objetos mismos provocan preguntas en el intérprete (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p 14).
[42] Ibidem, p.  432.
[43] Cabe mencionar que el sentido sofístico de la historia rompe con el sentido generalizado de la historia como un mero ciclo cósmico al estilo del eterno retorno. Es verdad que los sofistas no sostuvieron –no al menos en los fragmentos que nos legan- un concepto explicito de la historicidad, pero si hay uno implícito. Francois Châtelet esboza una sofística que se inquieta sólo por la actualidad y que no concibe una unidad y sentido del devenir. Vaya, entiende que la sofística ostenta una antehistoria. Sin embargo, este estudioso reconoce, que en algunos pensadores como Critias, la historia es entendida como un devenir  que es afectado por acciones, eventos que marcan, condicionan el futuro. En el caso de Protágoras, lo ubica como un pensador moderado, cuyos discípulos exageraron sus tesis. Así pues, respecto a la continuidad de una tradición histórica vista desde la religión, el conocimiento y la política, él  un agnóstico, relativista y defensor al individuo frente a la procedencia familiar o social. Entre líneas Châtelet  confirma  que el abderita dio continuidad, aunque críticamente, a la asunción de la historicidad, al mismo tiempo que la replantea al creer que “el conocimiento y la acción del hombre determinan los valores y no existe ninguna trascedencia que se pueda invocar para medir la verdad, la utilidad o la justicia”. (Francois Châtelet, El nacimiento de la historia. La formación del pensamiento historiador en Grecia, trad. del francés de César Suárez Bacelar, 5ª ed., Siglo XXI, México, 1999, p. 293 y el resto de la  introducción y capítulo IV). Más aún, Gadamer, con su análisis del mito del Protágoras y su relación con el kairos –esbozada por Alejo Sisón- muestran que el sofista efectivamente creyó en la historicidad del hombre. Incluso, desde la perspectiva gadameriana, la actitud anti-histórica sería el producto de la historia efectual de los sofistas. Ahora bien, lo que estaría en debate no es esto, sino el hecho de que los sofistas concibieran que se puede aprender del pasado. Châtelet niega esto argumentando que se sigue la necesidad del más fuerte, pero olvida que los propios sofistas interpretaron y comentaron los mitos antiguos y fue porque en ellos veían enseñanzas para el presente. 
[44] Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 433.
[45] Ibidem, p. 434.
[46] Ibidem, p. 467.
[47] Ibidem, p. 477. Dice Gadamer: “Gracias a su carácter lingüístico, toda interpretación contiene también una posible referencia a otros. No hay hablar que no involucre simuntáneamente al que habla y a su interlocutor” (P. 477).
[48] Ahora bien, para Gadamer la comprensión experimenta una abstracción lingüística, de tal manera que el lenguaje es el lenguaje de la razón misma y la diferencia entre lenguas, no es un obstáculo, ya que el esfuerzo por comprender e interpretar siempre tiene sentido, al igual que la lengua (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, t. 1, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 482-483). En conclusión dice Gadamer: “El lenguaje que vive en el hablar , que comprende toda comprensión, incluida la del intérprete de los textos, está tan involucrado en la realización del pensar y del interpretar que verdaderamente nos quedaríamos con muy poco si apartáramos la vista del contenido que nos transmiten las lenguas y quiséramos pensar éstas, sólo como forma. La inconsciencia longuïsitica no ha dejado de ser la auténtica forma de ser del hablar. Por eso nos volveremos preferentemente hacia los griegos, que no tenían ningún término para lo que nosotros llamamos <<lenguaje>> en el momento en que empezó a serles problemática y digna de reflexión la unidad de palabra y cosa” (p. 485-486).
[49] Ibidem, p. 468. La tradición lingüística pues, mantiene una primacía sobre otras formas de tradición, como la que transmiten las artes plásticas. Pero si recordamos a Mosterín –y hasta el propio Gadamer lo reconoce-, las producciones plásticas por sí mismas, no transmiten nada, sino sólo los memes que las acompañan y esto ya es lingüísticidad en un sentido laxo, porque en un sentido estricto, la tradición lingüística es aquella que se transmite a manera de relato directo (mitos, leyendas, usos y costumbres) y por escrito (p. 468-469). Esto que se transmite, si se encuentra presente en el cerebro del hombre, se llama cultura actual, si se encuentra en fuentes de información, a las cuales puede tener acceso el individuo, entonces se llama cultura virtual (Jesús Mosterín,  Filosofía de la Cultura, Alianza, Madrid, 1994, p. 95-96).   

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