El Calendario Galván y la identidad mexicana.

Apenas culminada la guerra de Independencia, los habitantes de la antigua Nueva España se enfrentaron a la problemática de fundar un país, el cual no tenía una unidad. Aunque en la Colonia se habían generado ciertas estructuras sociales, dichos elementos eran muy disímbolos y poco semejantes. Existía una nación muy basta con una geografía enorme que abarcaba del Norte de América hasta Nicaragua; con una población muy diversa, heredera de las castas novohispanas que lo mismo se componía de indígenas, negros,  blancos y mezclas varias de grupos raciales y sociales. No había ya un  rey o un reino que le diera unidad a ese territorio. La separación de España, iniciada en 1810, al final había sido obra de la clase alta española, que se apoyaba en Agustín Iturbide para lograr su empresa y, en parte también de los mestizos de influencia francmasónica que se apoyaron en varios miembros de la clase baja. Cuando surgió este país, no fue por un movimiento uniforme de toda la población, ni por una misma intención. Unos querían una monarquía, otros una república; unos querían continuidad en el modelo social, otros reformas. Se  requería por lo tanto un principio de unidad que el Estado y la gente ilustrada buscaban con curiosidad e imperiosa necesidad.
                Una forma no oficial de búsqueda y creación de la nueva identidad mexicana se encuentra en los almanaques. Esta palabra dominguera tiene su origen en el árabe almanáh que significa calendario.  Al parecer, esa etimología alude al “alto a las caravanas” que realizaban los nómadas semitas para ubicar a través de los astros su posición y ruta en el desierto. Ya según la RAE un almanaque es un “registro o catálogo que comprende todos los días del año, distribuidos por meses, con datos astronómicos, astrológicos y noticias relativas a celebraciones y festividades religiosas y civiles”. [1] Tales tipos de calendarios sui géneris, expresaban los conocimientos que compartía la gente, según cuenta el historiador  William H. Beezley.[2] Si había un factor de unidad sería en tal tipo de obras, que databan de la Colonia y que en un principio tenían el objetivo de informar acerca de los días santos y de guardar, los días de ayuno y de asistencia a misa, al igual que brindaban indicaciones especiales para indios y no indios sobre las festividades. Esa costumbre de diferenciar a los grupos sociales se mantuvo hasta los años ochenta del siglo XIX en los calendarios del México Independiente, a pesar de la abolición de la esclavitud y de las castas.  En esos antiguos librillos se contenían los relatos de la vida de los santos y los mártires, regularmente acompañados de sus rostros grabados, se contaba la historia de la Virgen de Guadalupe, incluyendo una ilustración suya; pero también traían información de eventos astronómicos y datos políticos que no podían omitir las imágenes de los reyes Fernando VII y María Isabel. Esto, en parte, explica por qué México en un origen se concibió como católico, guadalupano, e incluso,  permite entender  el porqué la sublevación de indios promovida por Miguel Hidalgo  fue convocada bajo el pretexto de que los gachupines se había sublevado contra el rey, quien era, bien que mal, factor de unidad.
Sin embargo, es curioso señalar que ya en los propios almanaques circulaba la leyenda de una profetisa novohispana que había pronosticado la Independencia. Se trataba de la madre Matiana misteriosa mujer que era una trabajadora doméstica en varios conventos jerónimos. Según se cuenta, tenía visiones de la Virgen María, quien le hacía revelaciones e, incluso, la había llevado a visitar el mismísimo infierno para  que conociera la causa de la ira divina, ya que el Diablo había creado constituciones y códigos legales para distribuirlos en la Tierra, generando así, nuevos gobiernos. Bueno, fue tan popular  dicha profeta, que  sus profecías no sólo circulaban en los almanaques, sino también lo hacían en folletos con las supuestas predicciones originales de tan peculiar señora, que por cierto,  había también atinado en predecir una invasión extranjera a México, como castigo al republicanismo y a la presencia masónica en México.
Lo cierto es que los almanaques cambiaron a partir del México Independencia. Se incorporó en ellos imágenes e historias de los héroes que participaron en la guerra que dio origen a la nueva nación.  José Joaquín Fernández de Lizardi y  José Mariano Ramírez Hermosa, quienes eran dos editores muy prestigiosos, incorporaron ese elemento político a sus almanaques.  En 1822, Ramírez Hermosa a la cronología religiosa, le sumó una cronología cívica e histórica que arrancaba con los aztecas y terminaba en la Independencia. Surgieron también almanaques para sectores específicos de la sociedad o centrados en ciertas temáticas. Así pues circularon el Calendario de las señoritas mexicanas, el Calendario mágico de suertes, el Calendario de las profecías de la Madre Matiana y el Calendario de rústica Bertoldo (héroe literario y bufón del siglo XVII, proveniente de la literatura italiana).  Ahora bien,  la publicación más popular de todas ellas fue el Calendario Galván, editado Mariano Galván Rivera a partir de 1826, cinco años después de la separación de España. Dicho librito rápidamente aventajó a sus competidores y se distribuyó en regiones muy remotas del país.  La forma de su distribución variaba. Se podía conseguir en alguna tienda, en ferias como las de San Juan de los Lagos, en sitios de peregrinación o hasta con vendedores ambulantes de misceláneos.
El calendario Galván  era de publicación de muy bajo costo, de edición anual. Tenía secciones de efemérides, política, iglesia, milicia y empresa con temas de literatura, religión, ciencia, cultura, geografía e historia. Desde 1829 incorporó estadísticas sobre datos relativos a la nación. Eso coincidió con la preocupación gubernamental por comprender a México desde un punto de vista científico-matemático, y que en 1833 derivó en la creación del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (el cual estuvo funcionando hasta 1848).  Vaya, era un instrumento de civismo y educación en torno al  folklor, la historia y la identidad mexicana.  La divulgación de este tipo de textos colaboró en la Independencia en un relato que, ya no sólo se transmitía de boca en boca, sino también a través de la palabra escrita. Este relato se transmitió y siguió transmitiendo a generaciones, cuyo acceso a la lectura fue cada vez mayor. Es decir, de una sociedad que era analfabeta en un 98% hacia 1821 y que fue decreciendo hasta llegar a un 8.4% en 2005.[3] Por muchas décadas dicho calendario gozó de popularidad y mayor cantidad de lectores. Recuerdo que mi abuela, quien había nacido en 1910, en su juventud y hasta su muerte, religiosamente año con año lo compraba y consultaba con frecuencia. Como ella, muchas otras personas seguían una tradición que se había instaurado desde el siglo XIX y que tenía antecedentes novohispanos.
En fin, los almanaques evolucionaron. Se adaptaron a las nuevas técnicas de reproducción. Añadieron a sus impresiones litografías (1843) y caricaturas políticas (1852). Por supuesto, en algún momento necesariamente tuvieron que entrar en declive, pues otros medios de comunicación más llamativos y sofisticados  -que también podían llegar a auditorios analfabetas-, le restaron fuerza; específicamente, me refiero a la radio y la televisión. Ahora bien, es sorprendente cómo a pesar de la incursión de dichos monstruos tecnológicos y en plena época de virtualidad y comunicación vía internet, el más popular de los almanaques, el de Galván, haya sobrevivido todavía hasta el bicentenario. Es un humilde e ignorado anciano, que la fecha tiene 184 años de existir. Actualmente es editado por Librería y Ediciones Murguía, cuya sede está en el Centro Histórico. La edición de este año, por supuesto tiene por motivo el centenario de la Revolución y el Bicentenario de la Independencia. En sus 256 páginas sigue dando datos astronómicos, zodiacales, geográficos, meteorológicos, religiosos y cívicos. Pero, además, rinde homenaje y contribuye al mito de la Independencia con su propio estilo retórico de imágenes y relatos. Así pues, incluye en su edición del 2010  la versión corta del Himno Nacional autorizada por la SEP en 1942, un facsimilar del acta de independencia del Imperio Mexicano y un listado de los 38 miembros de la junta gubernativa que elaboró y firmó dicho documento;  una breve semblanza hecha por el catedrático del Claustro de Sor Juana Michael Peter-Egon Roth, del México Independiente, Revolucionario y Moderno, que va del siglo XVII al año 2009;  una reflexión del doctor en derecho de la UNAM, Jorge Mario Magallón Ibarra sobre los festejos del doble centenario (como él dice), la cual valora la importancia simbólica e histórica de la doble conmemoración de un evento que implica la ruptura contra la servidumbre y la esclavitud; y, por último, sobre este asunto, Galván nos obsequia un relato de cómo fueron los festejos hace 100 años de la Independencia.
                Para los abuelitos y abuelitas amantes de la nostalgia, para los maduros y jóvenes enamorados de los fetiches de estas fiestas patrias, y para cualquier mexicano con cierta curiosidad por su historia, esta edición es digna de revisarse.  Además, es un testimonio de primera mano del carácter mítico e icónico que tiene el bicentenario para los mexicanos a través de un librito que fue testigo y colaborador en ese proceso de narración y divulgación de la guerra de Independencia y su celebración, prácticamente desde su origen; de una obra que es casi tan vieja como el país mismo al que ayudó a configurar. El calendario Galván merece existir y ser leído en 2010, en un México doliente, al que ayudó a nacer.




[2] William H. Beezley. La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX., edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán. México, 2008.

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