La psicología del Homo Mensura de Protágoras

Ya esbozado cierto camino de acercamiento al homo mensura que admite una ontología gradual de contrarios en función de la relación y una epistemología que admite el criterio de verdad a pesar de ser relativista, todavía debemos aclarar este proceso desde el bastión que alberga a la ontología y la epistemología: el alma.  Tenemos noticias de que Protágoras ubicó al alma dentro del pecho,[1] pero no tenemos testimonio directo que diga que el alma solamente conoce o percibe.[2] Sólo contamos con la tardía e indirecta información de  Diógenes Laercio y Plutarco, la cual dice que para nuestro sofista el alma sólo eran sensaciones[3] y que la cultura no brota del alma si no se va muy a fondo.[4]
Si el alma puede generar cultura, es porque es algo más que un receptáculo de sensaciones. La aseveración de Diógenes Laercio denota  la contaminación de una lectura de ascendencia platónica,  pues él mismo se traga la ideas de la negación del principio de contradicción y de la reducción del conocimiento a sensación.
Ciertamente, en Protágoras el pecho corresponde al cuerpo y expresa tácitamente en él la concepción de una dualidad “cuerpo-alma”.
Sin embargo, nuestro famoso maestro nunca se manifestó como partidario de la línea (nuevamente platónica) que afirmaba que el cuerpo percibía y el alma conocía y opinaba, como si uno y otro pertenecieran a niveles distintos. Para Protágoras no había dos tipos de mundo con distintas naturalezas. Más bien mostraba una línea gorgiana al respecto:
In Gorgias’ view the logos was a power that acted directly on the listener’s  psyche and the “psyche exists on a equal level with the physical world and is closely related to it”. Though Protagoras’ extant fragments are too few to show whether he had as fully developed a theory of logos as Gorgias’ Helen reveals, our knowledge of mid-fifth-century thought concerning opposites and the role of medical analogy in Protagoras’ thinking suggests a close parallel.[5]
   
Protágoras es sensista si se entiende por sensismo que las sensaciones son la base del conocimiento, no su culminación. Las ya citadas declaraciones de Sexto Empírico y del Teeteto eso sugieren. Si se les lee a la luz de este nuevo tenor, el fragmento 20 de Protágoras[6], que a continuación citaremos, muestra otro panorama.
Hermias asevera que: “[...], está Protágoras, que me atrae al decir: El hombre es límite y juez de las cosas; las que caen bajo sus sentidos, son; las que no caen bajo ellos, no son entre las formas de ser”.[7] Conocer es primero que nada percibir. Así pues, si Protágoras afirmaba la existencia del alma, era porque ésta era percibida. ¿Cómo?  La experiencia capta aquello que aparentemente es intangible, pero que en realidad es perceptible. Indirectamente, por medio de los sentidos conocemos algo que no es visible, pero que es material.  Entonces ¿sugiere Protágoras que si percibimos el alma,  se debe a que ésta es material y, consecuentemente, tangible? Según el citado fragmento 20, sí, ya que no todo lo material es percibido, pero todo lo percibido es material.[8]  Ahora bien,  el hecho de que sean materiales las cosas percibidas no quiere decir que sean inmutables, que todas sean autosubsistencias, ni que homogéneamente se comporten igual o que las percepciones reproduzcan los objetos tal cual son en si mismos independientemente de la psique del sujeto.[9] Es más, ni siquiera reduce al hombre a la pura actividad de conocer. Más bien, el  hombre, partiendo de sus sensaciones,  es la medida de las cosas.
Expliquemos un poco el mecanismo epistemológico que limita a la percepción y la relaciona con la doxa.
De acuerdo con Sexto Empírico,[10] Protágoras sostenía una doctrina de los efluvios similar a la de Empédocles y los atomistas. Ellos creían que las cosas emiten efluvios  o átomos que son captados por los órganos de los sentidos y el alma. Mas aquí es necesario detenernos para preguntarnos: ¿cómo percibimos  las cosas?
Según Empédocles el cuerpo humano tiene sentidos: gusto, vista, oído, olfato[11]  y tiene en sus respectivos órganos modos de percibir. Respecto a la vista tenemos dos testimonios: uno que indica que los objetos emiten efluvios y se adaptan a los ojos, como imágenes[12] y otro que  dice que la vista en su interior es fuego y en su parte exterior es agua, tierra, y aire, pudiendo ser atravesado este exterior por la luz.[13] Ambos testimonios parecen distintos, sin embargo, no son necesariamente incompatibles, ya que esos efluvios de las cosas pueden ser de la misma naturaleza ígnea del órgano de la vista  y  consecuentemente penetrar en el ojo. Ahora bien, si pensáramos  que el ojo es el que ilumina las cosas, veríamos también en la noche y resulta que no es así. Mejor aún, cuenta Plutarco que para el agrigentino el aire oscuro de la noche hace insensible al ojo.[14] Podemos pensar que el ojo capta los efluvios de las cosas sólo cuando hay luz, que también es ígnea y si admitiéramos que emite una luz, ésta misma no se bastaría para ver cuando no hay luz externa al ojo que le permita a la interna captar el entorno.
Gracias al Teeteto (153 e – 154 a), sabemos que para Protágoras, la luz no es el medio que nos permite captar el color (como un objeto en sí), sino que ya el contenido de una percepción es producido por la misma relación entre el sentido de la vista y el objeto:
Así, el negro y el blanco y cualquier otro color aparecerá como el resultado de la proyección de los ojos a la traslación correspondiente. Y todas las cosas que llamamos color no serán ni el proyectante ni lo proyectado, sino un intermedio que resulta peculiar de cada cosa.[15]  

De acuerdo con Teofrasto,[16] de los otros sentidos Empédocles cree lo siguiente:
El oído se produce por obra de ruidos interiores: cuando, en efecto, el aire es movido por el sonido, retumba dentro del oído; la oreja, por así decirlo, es una sonaja que repite los sonidos de manera igual. El olfato, en cambio, se reproduce con la respiración; por ello, tienen un olfato más desarrollado los seres vivientes en los cuales es más intenso el movimiento de la respiración; el olor emana sobre todo de los cuerpos sutiles y ligeros. Empédocles no da una definición particular del gusto y del tacto, ni explica cómo se producen, sino que se limita a decir que se experimenta placer de las cosas similares y dolor de las cosas contrarias.[17]

Y de hecho, toda percepción, no esa una percepción de la cosa en sí, pues rectamente no existe ninguna, como el propio Sócrates sugiere que sostuvo Protágoras a sus discípulos, pues lo que parece grande aparecerá también pequeño, y lo pesado, liviano.
Obviamente la percepción, en sus múltiples variantes,  no puede ser todo el conocimiento. Lo que denota Empédocles –y subsecuentemente Protágoras-, es acaso el aspecto fisiológico del conocer.
Por eso mismo Teofrasto inmediatamente dijo de Empédocles: “En el mismo sentido [en relación con el tacto y el gusto] se pronuncia del conocimiento y de la ignorancia: el conocimiento es de lo símil y la ignorancia de lo disímil”.[18] Aunque el significado de esta frase es un poco críptico, resulta claro que conocimiento y sensación, según el testimonio de Teofrasto, eran distintos; de lo contrario no haría la distinción, o bien, indicaría explícitamente su identidad. Para Empédocles, la sensación es una vía del conocimiento y éste depende de aquella.
Ahora, si pensamos en los atomistas, es curioso que ellos creyeran, según cuenta Aecio que:

[...] los pensamientos y las sensaciones son modificaciones del cuerpo; más exactamente, ellos (las sensaciones y los pensamientos) se producen mano a mano que penetran en nosotros los ídolos desde lo exterior; ni las unas ni los otros, efectivamente, pueden surgir en alguien independientemente del ídolo que entra en nosotros.[19]

Consecuentemente Demócrito nos muestra que hay un efluvio idílico que penetra en nosotros y da origen a las sensaciones y pensamientos, los cuales (ambos) ya no reflejan cómo son las cosas en sí mismas. El saber (ampliamente considerado) está mediado y contaminado de la subjetividad  de nuestras opiniones e impresiones.[20]  También considera que tenemos cinco sentidos y ellos constituyen una forma oscura del conocimiento.[21] La sensación, pues, es rebasada por la forma genuina de éste (¿la “ciencia”?, ¿la doxa?).[22] Y es que las cualidades sensibles de los objetos, a excepción de la dureza y blandura[23], carecen de realidad objetiva, pues finalmente “[...]son impresiones por las cuales se modifica el sentido,  del cual proviene luego la representación”.[24]
Si, Protágoras tuvo una teoría de los efluvios similar a éstas, como parece que fue, podemos sospechar que estableció la importancia cognitiva de la sensación y la vinculó con el logos en cuanto homo mensura. También podemos lanzar una hipótesis, considerando su contacto con Demócrito y la apología del Teeteto: que Protágoras distinguió entre tres niveles epistémicos que, se llamaran o no impresiones, representaciones y opiniones, definitivamente dan pie a suponer que uno (las impresiones, tal vez) se refería  al impacto del efluvio en los órganos de los sentidos; otro (la representación quizá) al producto de las imágenes construidas por dichos órganos y el último (posiblemente la opinión), a la interpretación que la psique de esa imagen.
Desde esta perspectiva el término sensación requiere replantearse. En él podemos englobar tanto a las impresiones, como a las representaciones, cual si “sensación” fuera un término para referirse al mecanismo de la percepción, implicando en él tanto a sus contenidos como a su operar.
Hay un testimonio de Diógenes Laercio[25] que dice que para Protágoras el alma no es otra cosa que sensaciones.  Creo que debe tomarse con cuidado. José Barrio Gutiérrez cree que el sofista postulaba un funcionalismo o fenomenismo psicológico, donde el alma dejaba de ser una sustancia, para convertirse en la dinámica de los estados de conciencia.[26]
Protágoras seguramente entendía a la psique como algo más complejo. Si el hombre producía poesía, matemáticas, retórica, gramática, leyes, etcétera, éstas no podían pensarse como el azaroso efecto de una mera asociación de percepciones. Decir que el alma nada más es un conjunto de sensaciones, conduce a pensar que las sensaciones siempre llegan al alma y que su asociación en la psique es fundamental.  Pero si Protágoras asignó un lugar al alma en el pecho, tal vez creyó que era tan material, como el cuerpo y que tenía una estructura menos difusa que una etérea asociación de imágenes.
La psique más que un dinamismo hueco, es una entidad conciente de las sensaciones  y que  aprehende y crea (con su voluntad) sin prescindir de la sensibilidad. Por eso dice Sócrates, al parecer, siguiendo a Protágoras:[27]
¿y en cuanto al estado del alma ésta no adquiere saberes y los retiene por el estudio y la aplicación, que son movimientos y el alma resulta mejor, pero en cambio por la inactividad, que es un descuido y una ignorancia, no aprende nada y llega a olvidar lo que sabía?

     Para el Abderita, el alma no sólo es pasiva en relación con la recepción de los efluvios, también es activa, los interpreta y crea tramas de símbolos, en otras palabras, cultura (nómos). 
Difícilmente un sofista estudioso de la poesía, hubiera sido tan inocente para considerar que ella  se reduce a la asociación pasiva de percepciones de las emanaciones de la materia. Si así lo  hubiera sido, la discusión sobre la contradicción poética de Simónides en el Protágoras hubiera tomado otro rumbo.
Consecuentemente, el homo mensura es medida tanto al nivel de las percepciones,  como al nivel de la doxa. ¿Pero exactamente en qué consiste la mecánica este medir en el plano de la opinión? Nadie sabe con claridad y ha sido tema candente de reflexión y debate entre los helenistas.
En fin, se han sugerido cuatro alternativas distintas de interpretación: 1) que cada hombre, en tanto que individuo, tiene sus propias sensaciones y cada ser humano es la medida de su mundo (que en una primera instancia podemos pensar que sea respecto a sus cualidades o respecto a las existencias); 2) que el hombre, en cuanto sociedad -o mejor dicho, sociedades- establece las verdades; 3) que el hombre, en cuanto especie, tiene una manera peculiar de percibir la realidad, y; 4) que Protágoras ignoraba -no hacía caso de- la extensión singular, particular o universal del término “hombre”.
La primera interpretación es individualista, la segunda sociologista,  la tercera universal[28] y la cuarta es neutra.
 Platón en el Teeteto (166 d) y Aristóteles en la Metafísica (I, 1053 a 31) acusaron a Protágoras por sostener un relativismo extremo que perfectamente coincide con la interpretación individualista del homo mensura.
Peor aún, toda la tradición doxográfica, como bien señaló Cappelleti[29], apoya la misma tesis. Incluso, muchos siglos después filólogos de la talla de Zeller, Burnet y Guthrie la han asumido.[30] Los prejuicios platónicos y aristotélicos seguramente permearon hondo en los doxógrafos antiguos y estudiosos contemporáneos, aunque recientemente han generado la suspicacia de algunos helenistas, quienes, ha propuesto la interpretación sociológista (Dupréel, Nestle) y la universal (Theodor Gomperz, Jaeger, etc). Ahora bien, el sociologismo no es del todo original; en el propio Teeteto (166 d y ss) haciendo una “defensa” de Protágoras, Platón escribe:
De igual  manera los buenos y sabios oradores hacen que las cosas convenientes al Estado parezcan justas, frente a las que son perniciosas. Pues lo que a cada Estado le parece justo y bello, efectivamente lo es para él, mientras que tenga el poder de legislar. Y el sabio hace que las normas estatales parezcan y sean convenientes a cada ciudadano en lugar de perniciosas para los mismos.[31]

La cuarta interpretación es defendida por Jöel, Untersteiner, Classen y Cornford[32], pero nos parece que sostenerla orilla a seguir considerando un pensador de poca talla al sofista y además habría que demostrar que Protágoras no consideró tales diferencias.
     José Barrio Gutiérrez[33], creyéndole a los testimonios antiguos afirma que Protágoras sostenía una combinación de las interpretaciones individualista y sociologista en su doctrina.[34] Cappelleti[35] procede de igual manera. Ambos consideran que la interpretación  universal es inadecuada debido a la ausencia de testimonios que la sostengan. No obstante, otros no opinan lo mismo, e incluso, creen que esta postura universal es compatible con la interpretación individualista:
H. Gomperz[36], en su razonamiento de que Protágoras no habría hecho una distinción, defiende que no hay contradicción entre las dos, porque, si lo que le parece a un individuo existe para él, lo que parece a todos los hombres existe para todos los hombres.[37]

     Si ya vimos que Protágoras creía en la dicotomía verdadero-falso y que había una estructura fisiológica de la percepción que no podía ser arbitraria no es descabellado suponer que efectivamente Gomperz andaba tras el rastro adecuado.
No obstante, filólogos de la talla de Guthrie han descalificado a Gomperz al afirmar que eso solamente sería cierto si el sofista hubiera creído en que alguna cosa que apareciese igual frente a todos los hombres.[38]
Nos ofrece Guthrie una disyuntiva irreconciliable entre individualismo y universalismo. Sorprendentemente, este helenista no se da cuenta que Protágoras tampoco postula que una misma cosa aparezca como totalmente distinta entre un individuo y otro. El conocimiento como un acto analógico (entre la particularidad y la universalidad) es más propio de un Protágoras que creía en la verdad y en la diferencia. Es decir, su relativismo era relativo. 
En cambio, solamente un relativismo absoluto es el que supone la defensa de Guthrie,  quien no duda en acusar de relativismo extremo al sofista cuando dicha radicalidad nunca llega a tanto.[39] En cambio, un relativismo moderado es lo que sostuvo Protágoras, como lo sugieren la existencia de su teoría de los efluvios y su creencia en la verdad. Incluso yo añadiría que el homo mensura que Gomperz presenta es compatible implica también a la interpretación sociologista, justamente debido a la mencionada analogicidad del conocimiento.
     Si cada sujeto es medida los hombres compartimos una misma estructura de su mundo, ¿cómo puede la sociedad afectar su  entender el mundo?, o bien, si todos de conocimiento universal, ¿cómo es posible que cada individuo tenga su propia concepción del mundo? ¿Es posible?
 Partamos de lo siguiente: Sexto Empírico declaró que para el Abderita cada ser humano tiene su verdad,[40] pues ella es lo que individualmente se percibe.
Sin embargo, si le hemos creído a Sexto Empírico en esto, también debemos creerle  el testimonio de la teoría protagórica de la percepción de los efluvios.
En otras palabras, hablar de un modo de percibir, parece que se refiere al modo de percibir de la especie, no de un solo individuo.[41] Acaso habrá algunas excepciones o bien pequeñas variantes estructurales, como en el caso del envejecimiento o las disposiciones del cuerpo.[42] Pero si todos los hombres (o casi todos) perciben más o menos igual, no todos opinan lo mismo.
¿Cómo se explica entonces la divergencia de pensamientos? ¿Qué pasa entonces cuando hay dos posturas opuestas en torno a un objeto?  Imaginemos –como sucedió en el Teeteto- el caso de  dos personas que están  experimentando el clima de una región y uno dijera que es frío y el otro, que es caliente. En primera instancia, tenemos de dos sopas: 1) o bien ese “objeto” posee  la temperatura y cada quien percibe lo que su propia naturaleza le permite de su cualidad (debido a las mencionadas excepciones), 2)o el “objeto” es neutral –una especie de noúmeno, como diría Zeppi- y cada sujeto le pone las cualidades que percibe; en otras palabras no hay clima, sino aclimatados y desaclimatados.
La primera posibilidad difícilmente explicaría cómo pequeñas variantes de la percepción ocasionan diferencias tan grandes de opinión. Si las variaciones en la percepción son pequeñas, ¿por qué tendrían que ser tan diferentes las opiniones a veces? Llevemos al extremo la tesis esbozada. Sólo pensando que el sujeto tiene un papel más activo en la percepción se explicaría tanta diferencia. La respuesta sólo sería sostenible si aceptamos que el frío o el calor que se experimenta de un clima es el producto de la relación del sujeto con el objeto y no sólo el impacto del objeto sobre el sujeto prácticamente pasivo. Por ende, también habrá que deslindarse de una ontología en la que hay objetos físicos y aparte sus propiedades físicas o sensibles[43], pues tal ontología presupone una epistemología como la anteriormente criticada.
En consecuencia, pensar la segunda posibilidad (del objeto como un noúmeno incognoscible estrictamente), sería todavía más aberrante, puesto que todas las cosas tienen cualidades, no existen las cosas en sí, sino en relación:
No existe una cosa en sí, según ella misma, y podrías citar rectamente ninguna, cualquiera que fuese: si tu llamas pesada aparecerá también liviana. Y todo es así porque no hay nada que sea uno ni en cualidad ni en determinación. Todo aquello que decimos que es, es por una traslación o por un movimiento o por una mezcla. Y nuestra denominación no resulta correcta pues no hay nada que sea, todo deviene. Respecto a estos concuerda los sabios a excepción de Parménides; me refiero a Protágoras, Heráclito y Empédocles, y de entre ellos los poetas a los más excelsos de ambas poesías, Epicarmo en cuanto a la comedia y en la tragedia a Homero.[44]

De hecho, para avalar la primera interpretación, cabe apoyarnos en la cita anterior y completarla con el testimonio de Diógenes Laercio, que dice: “Fue Protágoras el primero que sostuvo que <<sobre cualquier cosa hay dos proposiciones [logoi] contrarias entre sí>>, aplicando este principio en sus discusiones dialécticas”.[45] Normalmente se ha interpretado ésto al modo de que a todo argumento que demos, con nuestro ingenio retórico, podemos oponerle lo contrario. Sin embargo, el texto tiene más bien matices ontológicos (los del Teeteto).
También Aristóteles lo denota tímidamente en su Metafísica (1062b) al afirmar que para el sofista una misma cosa es y no es, es mala y buena, y que los contenidos de todos los argumentos opuestos son verdaderos. Al principio parece que Aristóteles sugiere que eso que “es y  no es”, está en el plano de existencia y no de la predicación.
Hay una gran afinidad con el Llorón de Efeso y se observa en la Metafísica (1012 a 24-25), donde, el estagirita, se expresa de un modo muy similar de Heráclito al afirmar que para éste todas las cosas son y no son. En consecuencia es justo preguntar si hay algún paralelismo entre Heráclito y Protágoras. La respuesta según la mayoría de los estudiosos apunta a un “si”, donde “si” significa que Protágoras creía que los contrarios existían en la realidad y el logos se relacionaba con ellos de alguna manera.[46] Aunque, tal vez Protágoras, al igual que Demócrito, no creyera en la existencia de las propiedades contrarias  en sí, sino, más bien en su construcción a partir de las modificaciones generadas dentro de la relación entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido.[47] 
Cappelletti[48] niega la existencia de una relación noumeno-fenómeno de corte kantiano en Protágoras, pues sería distorsionar su doctrina. Eso está bien porque nuestro sabio abderita nunca propuso un sujeto trascendental, pero hay admitir una distinción tácita entre objeto de conocimiento y sujeto cognoscente en su obra. Tal división explica en buena medida la relación phúsis-nómos y especialmente la pluralidad de opiniones entre los seres humanos:
La igualdad o equivalencia onto-gnoseológica de todos los sujetos (que es también, por derivación, igualdad ético-política) consiste precisamente en que todos los individuos son finitos por igual y en que son, sin embargo, diferentes entre sí, porque tienen diferentes verdades y diferentes esencias en su conocimiento.[49]

¿A qué grado somos tan distintos? Si a los dos individuos del ejemplo climatológico que dimos, los lleváramos al Polo Norte y los dejáramos desnudos, no creo que expresaran una divergencia de opiniones, así uno fuera mediterráneo y el otro nórdico. La diferencia entre ellos no es absoluta, ni tampoco su percepción está exclusivamente dada por el sujeto. Hay al menos cierto tope para la individualidad de la subjetividad.
Recordemos que para Protágoras el flujo de la materia determina la percepción del individuo, quien también es materia y por lo tanto, un flujo. El hombre que mide las cosas es materia consciente que mide a la materia.
 Si las cosas cambian, su percepción cambiará; si el sujeto cambia, sucederá lo mismo con su percibir, pero  todo dentro de un límite dado por la constitución material de la realidad.
Para explicar la pluralidad de opiniones respecto a un mismo objeto, no basta con proclamar la existencia de diversas cualidades contenidas en la cosa y una diversidad de sujetos distintos que captan unas u otras  propiedades, ya que la individualidad no es diferencia absoluta y las diferencias de percepción, en ocasiones, no son tan contundentes para explicar la divergencia de opiniones. Es decir, no es exclusivamente la estructura del sujeto (o bien la del objeto) el único factor que afecta las opiniones de éste. La materia humana interacciona con el resto de la materia, y por lo tanto, la realidad es interacción entre el sujeto y objeto. Curiosamente Windelband, Ueberweg, Spavena y Zeppi hablan de un “correlativismo”  en Protágoras: “Se basan para ello en la idea de que, según el sofista, el sujeto depende del objeto y es relativo a él tanto como el objeto lo es respecto al sujeto”.[50]
Aunque es cierto que la percepción es la base de los juicios y que sus modificaciones afectan a los juicios, también es verdad que las percepciones no emiten proposiciones, sino que requieren de la doxa y de la cosa percibida. ¿Cuál es entonces el criterio de verdad de acuerdo con nuestro sofista? La propia relación sujeto-objeto. Siguiendo a Luis Astey, diremos que el homo mensura  “[...] es definido en función de su unicidad como creador de cultura- concebida ésta no como una más o menos inconexa colección de habilidades sino como la organización y operación de un mundo”.[51]
Intentaremos explicitarlo profundizando más en la visión que tiene de la subjetividad el sofista a partir de sus estudios del logos, concepto que por cierto, se escapa a una comprensión rápida.





[1] Tertul. Sobre el alma, 15
[2]  Nos obstante, tenemos información que nos puede hacer sospechar que el alma conocía en el contexto griego. Erwin Rohde al reconstruir la historia de la creencia  del alma entre los griegos, muestra que en  un principio (en la época homérica), la psique no encerraba ninguna facultad, sino solamente era un algo que sobrevivía al cuerpo, como una sombra o una imagen. Sin embargo, a la par de esta visión sobrevivieron testimonios antiguos en los textos homéricos de algunas creencias sobre el alma como un segundo yo distinto al cuerpo (testimonio que fue también dado por el misticismo órfico-pitagórico).  Es innegable, por ejemplo, que los funerales de Patroclo denotan un culto antiguo  al alma que, según Rohde, supone que el derramamiento de sangre, el escanciamiento del vino, el sacrificio humano y animal y la realización de un banquete y un certamen, aplacan el rencor, reconfortan la psique del muerto, evitan los daños que ésta pudiera realizar y ganan su influencia bienhechora. Esto pues, supone la  idea de una racionalidad del alma ya desde tiempos remotos.  Así, pues, antiguamente quizá se creyó que el alma del hombre se liberaba del cuerpo, al cerrar los ojos (Babrio 95, 35) o la boca (Plinio, Naturalis historia, XXVIII, 64) del cadáver, o bien al quemar o enterrar su cuerpo -junto con sus pertenencias en ocasiones-, pues de lo contrario sería consciente y rondaría entre los humanos. Por eso es que hubo algunos altares a los muertos en épocas remotas y en las históricas de Grecia. El culto a las almas, pues, no distinguía una diferencia clara entre la vida y la muerte. Por ejemplo, en Atenas, el día del cumpleaños del muerto, éste era festejado (Genesia) y había una fiesta en la que su cólera era invocada (Nemesia) o su retorno al mundo de los vivos en la primavera (Antesterias).  Sin embargo, Rodhe admite que estas creencias, ya en la época homérica, solo cobraron el significado de un adiós para apaciguar el dolor y como una forma de piedad hacia la muerte de alguien cuya psique partía al Hades y jamás volvía. Mas el propio  Homero, cuando se refiere a la psique, la entiende como un concepto abstracto de la vida, pero no puede evitar remitir a actos concretos que realiza ésta y que se manifiestan en otras palabras que remiten a órganos del cuerpo como el diafragma (frén, frénes), el corazón (ètor, cer) para designar la voluntad, el sentimiento, la razón. Así pues, dice Rodhe, que tales conceptos, no son literales, sin referencias a actividades anímicas, como la palabra thymos, hace al no referirse a ningún órgano, sino a una actividad meramente espiritual, ligada a la psique. Por lo tanto, que el alma tenga racionalidad y realice funciones tales como la inteligencia, el sentimiento y la voluntad, no sería una idea nueva para Protágoras, quien estaba muy enterado de la tradición. Más aún, el alma como conciencia moral, tampoco sería una innovación protagórica (eubolía), pues ya también la imágenes de los Campos Elíseos (Menéalo), de la Isla de los Aventurados  (Minos, Eaco y Radamanto) la Isla Blanca (donde vivió inmortalmente Aquiles)  o la isla Eea (donde vivieron Penélope, Telégono, Circe y Telémaco) para las almas de los personajes modelo, conduce a dicha concepción, la cual, además esboza entre los griegos, una línea de pensamiento que conduce a la creencia en una inmortalidad del alma, apoyada también en el mito de las 5 razas de Hesíodo, concibiendo que los espíritus de los humanos de la primera raza, fueron inmortales y se convirtieron en una especie de divinidades, las cuales, junto con los héroes locales, recibían adoración como inmortales. Ahora bien, hay otro sentido para la palabra psiquê que surgió en los bastiones de los fisiólogos griegos y que entiende al alma como una fuerza que mueve a los seres y a lo que ellos es inmóvil y rígido. En este sentido quizá se podría entender la frase de Protágoras que dice que el alma radica en el pecho, pero difícilmente así su concepto de alma como fuente de la cultura. Por lo tanto, quizá para nuestro sofista alma significaba tanto “yo”, como “fuerza”. Erwin Rohde,  Psique. El Culto de las almas y la creencia en la inmortalidad entre los griegos, trad. del alemán de Manuel Crespillo, Ágora, España, 1995, capítulos I-XI).     
[3] D.L. IX, 50 y ss.
[4] Plutarco, Sobre la ejercitación, 178, 25.
[5]“En la visión de Gorgias el logos era un poder que actuaba directamente en la psique de los oyentes y ‘la psique existe en un mismo nivel que el mundo físico y está estrechamente vinculado a él’. A pesar que los fragmentos existentes de Protágoras son muy pocos para mostrar si había desarrollado una teoría del logos, como la esbozada en el Encomio a Helena, nuestro conocimiento del pensamiento de mediados del siglo quinto relativo a los opuestos y  el rol de la analogía médica del Protágoras sugieren un estrecho paralelismo” (la traducción es mía). Edward Schiappa, Protagoras and logos. A study in Greek Philosphy and Rhetoric, University of South Carolina Press,  Columbia, p. 163.
[6] Esto es de acuerdo a los fragmentos recopilados por José Barrio Gutiérrez.
[7] Protágoras y Gorgias, Fragmentos y Testimonios, trad. de José Barrio Gutiérrez,  Orbis,  Buenos Aires, 1984, p. 52.
[8] Únicamente lo anterior no se cumpliría en el caso de que hubieran cosas inmateriales de cualquier forma percibidas, lo cual es un poco difícil de entender desde la postura protagórica.
[9] Si el hombre inventa ficciones, como el pegaso,  no quiere decir que sea una creatura extramental. Peor aún todavía: aunque “etérea”, es material. Si consideramos  su agnosticismo y el escepticismo protagóricos,  una explicación razonable dentro de los líneas que fijó el sofista, es que el pegaso está al nivel de la doxa, y que fue creado por ella. Sin embargo,  tiene un vínculo con la materialidad,  ya que dicho concepto (el cual posiblemente sea material) es transmitido a través de medios materiales (el habla, pinturas, etc) y por eso es captado. Así pues éste es el mismo caso de las virtudes.  Protágoras es un autor que entiende que el logos no sólo tiene una función ostensiva de la realidad (en cuanto objetos extramentales),  sino que también es creador de ella (en cuanto cosmovisión).   La realidad, pues, no se sitúa en las cosas fuera del sujeto, ni lo que hay dentro de él, si no la relación entre ambos. Precisamente por eso Sexto Empírico decía que la materia se mostraba como es en si misma, pero que variaba su representación según las diferencias individuales. Esta más que una contradicción refleja lo anterior.  La cosa en si se “manifiesta” en la conciencia y  se nos escapa  porque nuestro modo de percibir la transforma.
[10] DK 80 A 14.
[11] Para Empédocles  estos tres sentidos (vista oído, gusto) son vehículos del conocimiento, además de admitir que hay otras vías, como el olfato y el tacto. En la doxografía podemos hallar lo anterior en Sexto Empírico, Contra los Matemáticos, VII, 123-31 B3; Teofrastro, De sensu, Doxograhi Graeci,, 7-10 y 22-31 B102 .
[12] Papyri Oxyhyncus, XIII, 94-31.
[13] Teofrastro, De sensu, 7-10 y Teeteto 152 c-d.
[14] Quaestiones conviviales, VIII, 3, 1.
[15] Platón, Teeteto, trad. de Manuel Balasch, Anthropos, Barcelona, 1990, p.  97-98.
[16] De sensu, 7-10.
[17] Angelo Altieri, Los presocráticos, UAP,  México, 1986, p. 149.
[18] Ibidem, p.149.
[19] Ibidem, p. 163. Apud., Doxographi graeci, IV, 8, 5.
[20] Aecio, Doxograpi Graeci, IV, 8, 5.
[21] La explicación de los sentidos dada por Demócrito de la percepción de los efluvios es la siguiente: “Demócrito dice que la visión es producida por la imagen; ésta no se forma directamente en la puila, sino que el aire interpuesto entre el órgano de la visión y el objeto visto, al quedar comprimido, recibe una impresión, puesto que de cada cosa proviene en cada instante cierto efluvio; luego, este aire,  que se ha vuelto consistente y de diversos colores, se refleja en lo húmedo de los ojos. El elemento denso no lo recibe, en tanto que el elemento húmedo lo deja penetrar. Por ello, los ojos húmeros, por capacidad visiva, son mejores que los secos. En cuanto al oído, el aire que penetra en él provoca un gran movimiento, pues atraviesa un amplio espacio sin detenerse. Después que el aire ha llegado a la parte inferior, a causa de su velocidad, se difunde; el sonido es precisamente el efecto del aire que se comprime y penetra con fuerza. Demócrito, de esta manera, explica con el tacto tanto la sensación que se tiene en el exterior, como la que se tiene en el interior[...]” (Ibidem, p. 174-175 apud. Teofrasto, De sensu) 
[22] Sexto Empírico, Contra los matemáticos, VII, 138-68.
[23]  Estas cualidades son objetivas porque dependen directamente de densidad atómica de los objetos, entre más átomos, las cosas son más duras; entre menos, son más blandas.
[24] Angelo Altieri, Op. Cit., p. 176, apud., Teofrasto, De sensu, 513 y ss.
[25] D.L. IX, 50 y ss.
[26] Protágoras y Gorgias, Fragmentos y  testimonios,   Orbis, Buenos Aires, 1984,  p. 82-83.
[27] Teeteto 153 b.
[28] Cappelleti  prefiere etiquetarla como racionalista y Barrio Gutiérrez como idealista. Ambos términos pueden ser un poco confusos, pues nos remiten a las  teorías de la Modernidad. 
[29] Ángel, Cappelletti, Op. Cit., p. 84.
[30] W.K.C.  Guthrie, Historia de la Filosofía Griega. Tomo III . Siglo V. Ilustración, trad. del inglés de Alberto Medina González, Gredos, Madrid,  1988, p. 189.
[31] Protágoras y Gorgias, Fragmentos y Testimonios, trad. de José Barrio Gutiérrez, Orbis.  Buenos Aires, 1984,  p. 53.
[32]W.K.C., Guthrie, Historia de la Filosofía Griega. Tomo III . Siglo V. Ilustración, trad. de Alberto Medina González, Gredos, Madrid,  1988, p. 190.
[33] Protágoras y Gorgias, Fragmentos y Testimonios, trad. de José Barrio Gutiérrez, Orbis, Buenos Aires,  1984, p. 19 y ss.
[34] En otras palabras que cada sociedad pensaba distinto y dentro de cada sociedad, cada hombre pensaba distinto por ser singulares las formas de interpretar al mundo.
[35] Angel Cappelletti, Op. Cit., p. 83 y ss.
[36] Heinrich o Enrique Gomperz fue hijo de Theodor Gomperz. No hay que confundirlos.
[37] W.K.C. Guthrie,  Historia de la Filosofía Griega. Tomo III,  trad. de Alberto Medina, González, Gredos, Barcelona, 1988, p. 190.
[38] Ibid.
[39] El relativismo de Guthrie cae en contradicción, como todo relativismo extremo. El propio Guthrie, al exponer el relativismo moral, no se percata cuando afirma que una cosa o línea de actuación puede ser valorada de modos muy diversos, ya una  línea de actuación o una cosa implican un grado de universalidad cuando se hace referencia a ellas. Dice Guthrie: “Protágoras debe sostener una teoría relativista extrema de los valores, según la cual no sólo la misma cosa o línea de actuación puede ser buena para A y mala para B, sino que además, y de la misma manera que lo que un hombre cree que es verdadero es verdadero para él, así también lo que cree que es bueno, es bueno para él en la medida  en que lo cree así” (Ibidem, p. 262). Si varios hombres llaman a un mismo objeto “piedra”  y a otros objetos similares a ellas “piedras”, difícilmente podemos caer en el relativismo extremo, pues éste, es contrario a la existencia de un lenguaje comúnmente compartido. Ya lo que juzguemos de la piedra eso puede variar muchísimo. En otras palabras, podríamos aceptar un relativismo moral, claro, pero no un relativismo epistemológico absoluto.
[40] Contra matemát., VII, 60.
[41] Esto no lleva forzosamente a postular un sujeto trascendental.
[42] Sexto Empírico. Hipot. Pirron., I 216 y ss.
[43] Rosemary Desjardins, Op. Cit., p. 21.
[44] Platón, Teeteto, trad. de Manuel Balasch, Antrophos, 1990,  p. 93-95. Específicamente: Teeteto 152 d.
[45] Protágoras y Gorgias, Fragmentos y Testimonios,  trad. José Barrio Gutiérrez, Orbis, Buenos Aires, 1984,  p. 43, apud., D.L. IX, 51.
[46]Edward Schiappa, Protagoras and Logos. A Study in Greek Philosophy and Rhetoric, Univesity of South Carolina Press, Columbia, 1991, p.  89-99.
[47] Sexto Empírico, Contra los matemáticos, VII, 135, 68-69; Pyrrhon. Hypotyp. I, 217 ss.
[48]Angel Cappelletti, Op. Cit, p. 84.
[49] Ibidem, p. 95.
[50] Ibidem, p. 94.  Leyendo a Zeppi  observa que sus razones para justificar dicho correlativismo se fincan en el Teeteto 153 e- 154 b, 159 c-160 c, y en Sexto Empírico (P.H.  I  216 ss). En Teeteto 153 e- 154 d, Sócrates  le dice a Teeteto que el color no es tal, sino el producto de una relación entre la cosa vista y los ojos. Ahí la referencia a Protágoras es explícita al final, cuando lo menciona Sócrates.  En  Teeteto 159 b-c  se menciona que el sentido del gusto finalmente depende tanto del estado del sujeto,  pensando en el caso de un enfermo o un sano que pruebe un vino; no obstante la percepción es de algo, pero esa percepción de algo,  ese algo que es en relación al sujeto y por lo tanto  el sujeto se percibe en su percepción, pero no en otra.  Sexto Empírico en el citado fragmento suyo comenta que cada hombre percibe una apariencia según las disposición de sus órganos sensoriales pero que los objetos conservan su identidad a pesar de ello. Esto reconocería la calidad nouménica del objeto percibido frente a su percepción fenoménica. (Stelio Zeppi, Protagora e la filosofía del suo tempo, La Nuova Italia, Florencia, 1961, p. 44 y ss). Claro que más allá de esta distinción, no podemos dar otro paso y hacer kantiano a  Protágoras. Sin embargo,  lo que dice Zeppi, tampoco pretende hacerlo tal.
[51] Luis Astey, Op. Cit., p. 38.

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