La ética empresarial (o ética de negocios).
La ética
empresarial o ética de los negocios es una disciplina relativamente nueva. Es una rama de la filosofía moral aplicada,
que ha tenido auge desde finales del siglo XX.
Su auge se ha dado principalmente en Estados Unidos. La relación que ésta disciplina tiene con las
empresas y con el mundo de la filosofía es tensa y compleja. Las empresas
regularmente tienden a violar esta normatividad si el interés económico lo
requiere, así como los filósofos ven con malos los ojos las metas de las
empresas y desconocen en términos generales el mundo de los negocios.
A partir de los años 60 se inició el discurso sobre la responsabilidad
social de estas instituciones. Milton
Friedman en su libro Capitalismo y
Libertad había señalado que las empresas no tienen responsabilidad alguna,
que ellas sólo están orientadas por el dinero, que pueden en ocasiones asumir una actitud benevolente,
pero que esto suele afectarlas a ellas y al mercado. No obstante, lo que se le critica a Friedman
es que no hay una oposición real entre la rentabilidad, la prosperidad y la
mayor obtención de rendimientos con el bienestar de la sociedad y del entorno.
Este supuesto dilema se resuelve
al aceptar que aunque el fin de las empresas es la obtención del dinero, no es
el único fin y que el que las empresas
tengan un interés económico no necesariamente vuelve a todos sus actos
inmorales. Con más puntualidad, Manuel
G. Velasquez critica el argumento de Friedman. Señala que su argumento supone:
un mercado de libre competencia cuando muchas de las empresas en realidad no
tienen competencia real alguna; también supone que todos los pasos que den las
empresas para incrementar sus ganancias
necesariamente darán resultados socialmente benéficos, cuando muchas de esas
acciones lesionan a la comunidad; por
último supone que produciendo lo que el
público comprador quiere, las empresas están produciendo lo que todos los
miembros de la sociedad quieren, cuando pocos de ellos se ven beneficiados y
alcanzados por ellos ya que participan marginalmente del mercado (los pobres y
los desprotegidos).
En los actos morales de las
empresas hay responsabilidad cuando hay conocimiento de lo que se hace, cuando
hay acciones u omisiones libremente tomadas en detrimento de un empleado, el
consumidor o la sociedad en su conjunto.
Sólo la ignorancia del hecho o la incapacidad de discernimiento eximen
de dicha responsabilidad.
En fin, esta disciplina se centra en el conflicto que hay entre el
egoísmo ético y el altruismo, entre el bienestar personal y el de los
demás. Una forma de encontrarle solución
es a través de la idea del “contrato social”, del pensar el bienestar en
función de un “nosotros”. Un segundo
problema moral de los negocios está en
la relación entre teoría y práctica, es decir,
entre lo que el discurso teórico dice sobre lo que se debe de hacer y lo
que los profesionales de los negocios hacen, no es fácil convencer a los
empresarios de tomar las decisiones que más convendrían a un nosotros. Su
capacidad de persuasión argumentativa tiene un reto.
En concreto, la ética de los negocios se relaciona con la protección medioambiental,
por el impacto que tienen las acciones empresariales; también está vinculada
con los mercados nacionales y el mundial y sus responsabilidad dentro de éstos
en torno a la distribución equitativa de la riqueza; con la producción para el
consumidor –que lo tome como destinatario y centro del bien o servicio que le
ofrece-; y finalmente, con el marketing, que persuada sin engañar al
consumidor.
Ahora bien, ¿qué es una empresa? Es “una asociación de personas
constituida con el propósito de lograr transacciones comerciales rentables”.[1]
Desde otra perspectiva, Manuel G.
Velasquez define a las empresas como “las instituciones económicas primarias a
través de las cuales los miembros de las sociedades modernas se ocupan de las tareas de producir y distribuir bienes y
servicios”.[2] En
consecuencia, la ética empresarial sería
un
estudio de normas morales y de cómo éstas se aplican a los sistemas y
organizaciones a través de los cuales las sociedades modernas produces y
distribuyen bienes y servicios, y a la gente que trabaja dentro de esas
organizaciones. La ética de los negocios, en otras palabras, es una forma de
ética aplicada, y comprende no sólo el análisis de normas y valores morales,
sino que también trata de aplicar las conclusiones de ese análisis a la serie de instituciones, tecnologías,
transacciones, actividades y procedimientos que llamamos “negocios”.[3]
En Filosofía hay tres discursos que se han vinculado con la ética
empresarial: el kantismo, el utilitarismo y el neoaristotelismo.
El kantismo concibe a la
actividad empresarial como negativa, ya
que hay formas inmorales, por degradantes, humillantes y manipuladoras que no
respetan a la persona. Los actos de los
empresarios se sirven de los demás para sus propios intereses. Sólo cabría una
ética empresarial cuando los empleados de un negocio son concebidos y tratados
como persona en sus condiciones laborales, el respeto a su salud, la
facturación honrada, la contabilidad exacta, la transacción justa con el
cliente.
El utilitarismo busca el acto moral con el que se genere el
mayor bienestar. Concibe que el interés egoísta de la empresa se puede vincular
con la ética propiamente. Obviamente esta teoría cree que se suele dar un
conflicto de interés entre los intereses de las empresas y el bienestar de la
sociedad. Cuando esto suceda, recomienda que se opte por el bienestar mayor.
Desde esta perspectiva, el Estado podría disponer en situaciones de emergencia
de los recursos de las empresas, o igual, podría rescatarlas a ellas para
evitar un daño a la economía y un gran desempleo. Las decisiones siempre serán
prácticas, contextualizadas y en función de lo mejor.
El neoaristotelismo sostiene
que se deben fomentar prácticas que consoliden la expansión o realización
humana: las virtudes. Recomienda la moderación, la valentía y la justicia. Los
bienes económicos participan de una vida buena, aunque es verdad que para
Aristóteles una vida consagrada a la acumulación de riquezas no es la mejor de
todas las vidas. En el neoaristotelismo se
asume que la gente busca la prosperidad y que se debe de limitar el afán
de riquezas, placeres y honores cuando surge un conflicto entre los intereses
comerciales y el bienestar general.
Los tres enfoques filosóficos tienen aportaciones interesantes que no
deben ser descartadas, sino articuladas en una reflexión unitaria, que muestre
y obligue a las empresas a la búsqueda del bien. No obstante, esto se antoja
como una utopía que sólo se realizará cuando el desarrollo económico y el
egoísmo ético pongan al hombre al borde de la extinción.
Bibliografía.
Monique
Canto-Sperber, Diccionario de Ética y
Filosofía Moral, tomo II, edit. Fondo de Cultura Económica, México, 2001.
Manuel G. Velasquez, Ética
en los negocios, edit. Prentice Hall, México, 2000.
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