El paso del mito al logos. La invención del logos.

Autor: Ricardo Mazón Fonseca.

Lo discursivo ocupa un lugar importante en la paideia sofística.[1] Su método lo muestra con claridad.  En griego ésto (lo discursivo) es el logos y su riqueza semántica es mucho mayor de la que solemos imaginar. Cuenta Kerferd que logos tiene  3 áreas de aplicación distintas: 1)el lenguaje y la formulación lingüística (discurso, sentencia, descripción, etc); 2) el pensamiento y procesos mentales (razonamiento, explicación, etc) y; 3) el mundo (principios estructurales, fórmulas, leyes naturales).[2] Havelock dice que logos se refería al discurso hablado, como al escrito y a la operación mental requerida para elabolarlo (la facultad del raciocinio).[3] Pero después este término se opuso a epos y se constituyó en un discurso prosáico y alfabetizado.[4] Asi pues, Kerferd y Havelock  con estas acepciones están dando por supuesto que el logos es un término asociado a cierta forma de pensamiento que modernamente llamamos “lógica”.[5] Los sofistas, pues, con la retórica, participaron de la invención del logos o pensamiento racional[6] que implicó el aislamiento  de un sector del lenguaje relativo a la ambigüedad del pensamiento (apaté, doxa, alethes, pseudé) y la secularización de la memoria.[7]
Éste (el logos)  sigue un modelo de análisis silogístico de los discursos que la difusión de la escritura había permitido, pues facilitaba la comparación de las expresiones y frases con mayor precisión que la oralidad practicada anteriormente.[8] De acuerdo con Francisco Javier González, quien sintetiza el pensamiento de E.A. Havelock, la nueva sintaxis lógica  producida por la escritura, las proposiciones y los términos, todos estos podían ser asociados en relaciones atemporales y establecerse un sujeto y un predicado impersonales, vinculado por una cópula. Así pues, las estructuras lógicas se vuelven atemporales, aespaciales, acircunstanciales (en cuanto dependen más de la indagación mental que de la experiencia sensible), inmutables e idénticas a si mismas.[9]  Desde otra perspectiva Jean Pierre Vernant entiende al logos como un pensamiento que se caracteriza por ser secular, racional (es decir que entiende que hay un orden cósmico dado por una ley inmanente al universo)[10] y geométrico (que ve relaciones recíprocas, simétricas y reversibles)[11]  el cual tuvo un origen estrechamente ligado al nacimiento de la polis[12] (s. VIII y VII a.C):
Entre la política y el logos hay, así, una realización estrecha, una trabazón recíproca. El arte político es, en lo esencial, un ejercicio del lenguaje; y el logos, en su origen, adquiere conciencia de si mismo, de sus reglas, de su eficacia a través de su función política.[13] 

Esas nuevas reglas de la razón son la argumentación, la discusión y la polémica.[14] El logos es públicamente debatido y sometido al juicio de un auditorio que valora la fuerza de persuasión de los discursos en pugna.[15]
Así pues, mientras que uno asocia al logos con el nacimiento de la escritura (Havelock), el otro lo hermana con el inicio de la polis (Vernant). Ambos aspectos sin duda se complementan. No obstante, pareciera que la concepción de la geometrización del pensamiento y de la racionalización es opuesta a la inespacial e intemporal acircunstancialidad observada por Havelock  (expuesta por González), ya que la concepción de Vernant supone espacialidad y temporalidad.  Sin embargo,  en realidad la inespacialidad  y la atemporalidad mencionadas por Havelock se refieren a una ausencia teóricamente concebida de un contexto social (espacial) e histórico (temporal) que influyera en las reglas de la razón, es decir, que éstas  dependieran  de un lugar y tiempo determinados. Eso pues, no significaba que en el paradigma del logos no estuvieran contempladas las relaciones simétricas (espacialidad) y el orden universal (que implica la temporalidad) aludidos y detectados por Vernant.
El logos mencionado por Kerferd, Haveolck y Vernant no es sino la reconstrucción de un uso de la razón, una forma de racionalidad[16] que responde más a la lectura moderna de los estudiosos de los procesos históricos antiguos, que a la concepción griega que descansaba detrás del vocablo logos, pues en aquella época  este término significaba muchas más cosas: palabra, dicho, expresión, proposición, definición, explicación, aserto, afirmación, dicho común, proverbio, máxima, sentencia, orden, mandato, intimación, palabra dada, promesa, condición, decisión, pretexto, revelación divina,  rumor, fama,  mención, discurso, conversación, coloquio, discusión, trato, negociación, argumento, razonamiento, relato, narración, fábula, historia, tradición histórica, prosa, razón, inteligencia, motivo, concepto, estimación, apreciación,  pensamiento, etc.[17] Ahora, ¿cómo es posible que el logos abarque tantos significados?  ¿No tenían los griegos la suficiente inventiva para crear un vocabulario más amplio? ¿O será que probablemente los helenos reflejaron en su lengua que el hombre es un animal narrador,[18] siendo el logos una expresión de tal condición? Logos aludía a modos de exposición narrativa[19] e implicaba tanto a sus productos, como a su productor (y eso conlleva la idea de la razón).
 Mejor aún, en  la Grecia Arcaica no había una gran diferencia entre los valores semánticos de los términos “mito” y logos.[20] Para Homero, mythos era un discurso, proclamación, notificación, “dar a conocer noticia” sin que esto implicara necesariamente la idea de falsedad o de divinidad.[21] Vemos que en la Ilíada (XVIII, 252[22] y IX 440 ss[23]) se muestra el término mito bajo la condicionante de dos aspectos: 1) como elocuencia para emplear las palabras justas en el momento preciso; 2) capacidad de utilizar solemnemente  un repertorio de historias preexistentes que confieren al disertante y a sus argumentos la autoridad de un pasado consagrado.[24] Aparentemente el mito se encuentra en un contexto racional e “irracional”.[25] Ahora bien, es cierto que podríamos pensar que la elocuencia y el recurso al pasado remiten a los sentimientos y no a la razón; pero también sucede lo mismo cuando: 1) Tucídices (I, 11) utiliza logos para designar a las palabras de los poetas, 2) Hesíodo habla del logos de las cuatro razas (Los Trabajos y los días, 106) y; 3) Heródoto llama al fabulista Esopo un logopoios, es decir un fabricante de relatos (Historias II, 134). Peor aún, en la Odisea (II, 412 y IV, 676) mythos significa plan, proyecto; y en Odisea (XXII, 287-289) tiene la connotación “palaba apropiada” o “verdadera elocuencia”, según dice Jesi.[26] Ese significado, al menos con seguridad  el de “plan-proyecto”, es muy racional. En otras palabras, a partir del uso griego de las palabras, podemos inferir que no había una oposición tajante entre mito y logos, a pesar de que a veces se llegaran a oponer.[27]  Así pues, constatamos que el mito en Grecia era un término que se refería a algo más amplio de lo que usualmente pensamos, tan amplio como logos. Por ende, no abarcaba a cierto tipo de narración específica  -sea tradicional, religiosa o con el apellido que se le quiera poner-, sino más bien abarcaba a muchísimos tipos de narraciones o acciones que implicaban la narración.[28] Así, pues mito significaba: palabra, discurso, razón, dicho; discurso público; relato, comunicación, noticia; conversación, plática; deliberación consigo mismo, reflexión, pensamiento, opinión, resolución, proyecto, designio; plan, consejo, propuesta, mandato, encargo; rumor, hablilla, relato imaginado, invención, leyenda, mito, fábula, cuento; objeto de la conversación, asunto, historia.[29] Con admirable flexibilidad abarcaba modos de narración -los arriba citados- tan dispares como el dicho, el discurso público, o, la reflexión, el rumor y la conversación.
Mythos y logos no era muy distintos, pero ¿había alguna unidad dentro de tanta diversidad de significaciones?[30]   Mythos y logos, podemos decir que no eran palabras  equívocas, como en principio se podría pensar, sino más bien análogas, cuyo analogado principal sería el lenguaje,[31] que se concretiza en una serie de actividades y acciones relacionadas con el acto de narrar (modos de exposición narrativa), las cuales a su vez constituyen los analogados secundarios de tal término. O bien, cabría decirlo de otra manera, apoyándonos en Leticia Flores (y suponiendo la identidad entre mito y logos): “Como Proteo, el mito es multiforme, designa realidades diversas: teogonías y cosmogonías, leyendas, genealogías, cuentos infantiles, proverbios, moralejas, sentencias tradicionales, es decir, todos los <<se dice>> que pasan de boca en boca”.[32]
En este sentido el mito y logos eran términos que reflejaban la politropía del lenguaje (politropía lógou), es decir, la multiplicidad de modos en el discurso, o como diría Flores, la plasticidad del mito.[33]
Consecuentemente, la escisión entre mito y logos, no fue algo que originalmente se dio, sino que responde a una construcción histórica –una narración, dice Leticia Flores- que los opuso.[34]
 Esta narración que los opuso, sostiene  la premisa de que hubo un momento de transición del mito al logos que, en un principio -entre algunos pensadores- se entendió como el desencantamiento de la realidad en cuanto  línea de evolución de la Historia y de la razón humana, y ésta última (la razón), justamente desencantada de la realidad, se poseyó a si misma.[35] Sin embargo, actualmente más bien dicho proceso se entiende, no como una evolución en el sentido de una mutación de la razón, sino como la oposición entre dos formas de racionalidad, al menos en Grecia. Aunque, es necesario señalar que todavía hoy G.S. Kirk se atreve a especular que cabe la posibilidad de la existencia de un estadio meramente mítico, pero que éste se remonte hasta el Neolítico.[36] No obstante, no tenemos pruebas de una mentalidad irracional que haya mutado y se haya vuelto racional.
 El mito, en cuanto primera instancia del pensamiento griego, era el vehículo del que se sirvieron los primeros  helenos para transmitir una tradición (paradédotai, cataleleimména[37]) de manera oral –por la boca y el oído[38], como diría Detienne- antes (desde el siglo XII a.C., al menos[39]) y también después del nacimiento de la escritura en el siglo VIII a.C.[40] Así, la épica homérica se convierte en el eje de esta tradición (aunque observa atinadamente Detienne que estrictamente la épica no sería la única fuente de la oralidad[41]). Como observa, Havelock  “las sociedades orales asignaban comúnmente la responsabilidad del habla conservada a una asociación entre poesía (épica o no), música y danza”,[42] pues el pensamiento transformado en un ritmo acústico (habla rítmica) se transmite más fácilmente y Havelock le da un matiz biologicista al decir que para el cerebro resulta más sencillo hacerlo así. Los poetas, pues tenían que ver con este fenómeno, pero los especialistas, encargados de esta transmisión, eran los rapsodas,[43] quienes formaban patrones temáticos y sonoramente equilibrados[44] mediante fórmulas aprendidas, es decir, grupos de palabras construidos con antelación y a partir de los cuales creaban versos para generar hexámetros dactílicos.[45]    Eran grupos de hombres privilegiados, casi conformando hermandades, quienes monopolizaban la transmisión de la memoria de un pueblo, memoria que valía como un saber del pasado, presente y futuro, omnisciencia de carácter adivinatorio, según reporta Detienne.[46]
Ahora bien, la memoria oral-auditiva de una sociedad, cuya base está en la aceptación de lo narrado,[47] en su repetición y en su re-creación, transforma las narraciones en un lapso que abarca unas cuantas generaciones, además de que depende mucho de la selectividad de quienes escogen los hechos que pretenden narrar, como es en el caso del relato de una guerra. 
Así, pues, Gadamer constata la aceptación de la memoria y afirma que “El mito es lo dicho, la leyenda [oral], pero de modo que lo dicho en esa leyenda no admite ninguna otra posibilidad de ser experimentado que justo  la del recibir lo dicho”.[48]
Efectivamente los mitos rodeaban la vida en Grecia,  imponiéndose como lo aceptado. Su presencia no sólo se manifestaba en situaciones especiales como la adivinación, la profecía[49] o las actividades mistéricas, sino también cotidianas, pues se narraban en la familia a través de  las nodrizas, de los ritos familiares explicados a los niños; se contaban en la escuela[50] y recreaban en las festividades públicas.   Hasta en los sueños aparecían los mitos, como le sucedió a Píndaro en Olímpicas (13, 65 ss), quien narró un sueño donde aparece Belerofonte. Así pues, como apunta E.R. Dodds,
hay ciertos tipos de estructura onírica que dependen de un esquema de creencias socialmente transmitido, y que dejan de darse cuando dejan de ser vigentes dichas creencias [...]Es evidente que tales sueños están íntimamente relacionados con el mito, de que se ha dicho que es el pensar onírico del pueblo, así como el sueño es el mito del individuo.[51]

Los mitos además se expresaban en imágenes plasmadas en monedas, telas, cerámica, esculturas y pinturas públicas, vasos, las orlas de los escudos y hasta en los banquetes.
Incluso la religión misma daba mayor importancia a los mitos que las religiones reveladas, pues, para los griegos:
no consiste en enseñanzas reveladas y sólo en medida limitada conciliables con un pensar racional; brota, antes bien, de una copiosa profusión de imágenes míticas del mundo cuyas características varían constantemente y se revisan a cada nuevo cambio de perspectiva.[52] 

Pero, finalmente, también los mitos se fijaron por escrito, aprovechando la escritura, pues ella provee “[...]una memoria artificial en forma de documentos conservados, cuando originalmente teníamos que formarnos nuestra memoria nosotros mismos a partir del lenguaje hablado”.[53] Pareciera que el contexto mitológico precedía a todos los individuos[54], a pesar de que solamente Hesíodo, unos cuantos escolios tardíos fueron los legados escritos de su tradición mítica, según Detienne”.[55] 
Sin embargo, G.S. Kirk[56] acota que dicha aceptación no era pasiva e, históricamente, sitúa una actitud crítica hacia el mito  justamente a partir del propio Hesíodo, para quien los mitos posiblemente hubieran sido vistos como alegorías y por ende se hubieran tornado en objeto de interpretación. Luego, los oyentes y los narradores[57] de mitos, además de recibir lo dicho,  interpretaban y ordenaban el bagaje de la tradición (que Kirk lo entiende como un despliegue cuasirracionalizador) incluso mucho tiempo antes de la crítica de Jenófanes del mito surgiera.
¿Hace cuánto tiempo? No es fácil de fijar, pero parece que la racionalización del mito, entendida como una aceptación no meramente pasiva y asociada con su respectiva interpretación,  pudo haber siempre estado presente desde que existe el fenómeno mitopoyético.  
 La decadencia del mito[58] y el auge del pensamiento racional, según Vernant, se inició en el siglo VI a.C.[59] con los físicos jonios derivando en una oposición consolidada por el racionalismo de la sofística[60] en el siglo V a.C., oposición que no es la de dos estructuras de la razón,  sino la de dos discursos: uno fundamentado y otro sin fundamentación[61], o si se prefiere dos sistemas de pensamiento.[62]
En otras palabras, de acuerdo con Vernant, la razón no es un valor absoluto o una estructura dada a priori, sino un fenómeno histórico que surgió bajo las condiciones sociales  de libre argumentación, de debate público propias de la polis y que refleja que “La razón griega se expresaba esencialmente en los discursos; era una razón retórica, inmanente al lenguaje; los pensadores griegos habían deducido sus principios a partir de un análisis de la argumentación oral y de reglas que presiden el manejo del lenguaje”.[63] 
Así pues, en el caso de los filósofos, la historia del cosmos con los milesios se vuelve una teoría sobre lo que antes eran discursos míticos no sólo griegos, sino también egipcios y asiáticos.[64] Todo es naturaleza y la phúsis es una, regular, observable y explicable. Dicha  explicación no es misteriosa y es públicamente debatible.[65]
Ahora bien, cabe acotar -como ya lo había hecho Farrington-, que ciertamente ciencia[66] hubo antes de los milesios y que ella siempre procedió con fundamentaciones. El surgimiento del logos, no es el surgimiento del conocimiento científico, sino la ampliación de la exigencia de fundamentación presente tanto en la ciencia pre-milesia, como en el debate público, y su traslado a la reflexión sobre la phýsis.[67]
El logos no es algo que pertenezca a una casta sacerdotal, sino a cualquiera que desee cultivarlo; ya que en cierta manera persigue “[...]la correspondencia interna de la conciencia con el orden racional del ente”.[68] También es verdad que el logos inventado por los presocráticos tuvo puntos en común con el mito, como bien lo señala Francis Macdonald Cornford.  Por ejemplo, la filosofía heredó del pensamiento religioso-mítico las nociones de Dios, alma y de un orden natural considerado como el dominio del Destino,[69] la Justicia o la Ley y que revela un trasfondo moral (también simbolizado antes en las representaciones religiosas).[70]
Como lo sugiere Protágoras (316 d-e), los filósofos, en cuanto representantes del logos, fueron los herederos de una función sapiencial que en un principio ostentaba el chamán, personaje híbrido entre profeta, poeta y sabio,  representante de la tradición mítica bajo el ropaje de una sabiduría excepcional derivada de un inspirado contacto con el mundo de los dioses o espíritus.[71] Así pues, apoyándose en elementos como la poesía, la música, la danza y la actuación, el chamán preservaba un conocimiento revelado (transmitido por otro chamán) que abarcaba la totalidad de la conciencia y experiencias humanas históricas y “científicas” del pasado, presente y futuro.[72]
Sin embargo, el filósofo, pese a poseer un rol profético conferido por su capacidad de pronóstico y un rol poético validado por su potencial para narrar e interpretar lo real, aún así,  dudaba de los alcances de la adivinación y conocimiento de lo divino (sea porque duda o sea porque en una actitud teísta sus juicios al respecto son distintos de los del vulgo) de los profetas y,  compitiendo al mismo tiempo con los poetas en este rubro, ofrece críticas  a los mitos que éstos  trataban en sus obras, ya que “La actuación del filósofo consiste en disipar el velo del mito y penetrar en la <<naturaleza de las cosas>>, una realidad que satisface las demandas del pensamiento abstracto”.[73] Más aún, el nuevo sabio ni siquiera tiene que remitirse a la tradición mítica para filosofar:
El filósofo es libre de ignorar las aventuras míticas de los dioses humanizados y no se ocupa de los cultos de la religión organizada. Su Dios es, en primer término la fuerza inmortal e imperecedera del nacimiento y de la conciencia que anima a la totalidad del cuerpo del mundo.[74] 

Como podemos ver, hay una ruptura dentro de la continuidad entre el mito y el logos; sólo que la hay, en el sentido de que cuando surge la filosofía[75] suceden dos transformaciones mentales (que ni siquiera fueron homogéneamente asumidas por todos los filósofos y personas):
[1] un pensamiento positivo, que excluye toda forma sobrenatural y que rechaza la asimilación implícita establecida por el mito entre fenómenos físicos y agentes divinos; [2] un pensamiento abstracto, que despoja a la realidad de este poder de mutación que le presentaba el mito, y que rehúsa la vieja imagen de la unión de los contrarios en provecho de una formulación categórica del principio de identidad.[76] 

No obstante, en la Historia hay una continuidad en los acontecimientos, como también lo constataron Ritter y Zeller cuando criticaron la ingenuidad en que se puede caer al dividir la Historia en períodos, pues hay un principio de continuidad en los procesos históricos[77]
Ahora bien, no es que el logos sea estrictamente arreligioso, pues la filosofía griega, siguió dos líneas –de acuerdo con Cornford-: una científica (de corte secular) y otra mística (de corte religioso).[78] En este aspecto diferimos de Vernant, al igual que lo hace Gadamer cuando afirma que la Ilustración Griega, o sea, la crítica del mito, no es ninguna oposición real a la tradición religiosa.[79] Tampoco podemos decir que el logos se identifique estrictamente con la escritura y el mythos con el contar, ya que, con el surgimiento de la escritura, los relatos míticos también fueron plasmados gráficamente y leo escrito generalmente era públicamente leído ante un auditorio, como si se recitara. Tampoco podemos decir que lo escrito se identifica con la fidelidad a lo dicho y lo  oral con su degeneración, ya que lo escrito no garantiza la certeza de lo testimoniado pues el autor y/o lector lo pueden desvirtuar, transformarlo, como también sucede con la tradición oral. Acaso lo nuevo sería la “mitología”, en cuanto que los mitos fueron revisados con el rigor propio que implicó no la escritura por si sola, sino una nueva actitud crítica frente al lenguaje a sabiendas que tales relatos míticos eran tan viejos como la tradición y la memoria. El logos, pues, incorporó dentro de sí, el contar y el mythos ahí halló cabida transformándose en un rumor que se somete a revisión:
Las figuras del <<mito>> son innúmeras; escapan a todo intento  de denominación o clasificación. Se las remita a las prácticas de la tradición memorial: prácticas mudas, inconscientes, obstinadas, que Platón trata de descubrir sobre el terreno, de escuchar con extremada atención. El murmullo más ligero, el menor rumor, puede transformarse en una de esas historias <<que no dejamos de repetir y que obtienen el asentimiento de todos>>. Como si una de las propiedades fundamentales del país de la mitología fuese que todo rumor encontrara allí su metamorfosis en <<mito>> como misteriosa consecuencia de la repetición.[80] 

Y no es que esto empezara a suceder a partir de Platón. La semántica del mythos denota que desde antes que él lo dijera, sucedía así. Lo que pasa que es el discípulo de Sócrates fue quien se dio cuenta de  dicho fenómeno -según sugiere Detienne-  del rumor (phêmê), ya que  es un elemento sutil del ambiente, pero también fundamental de la tradición.[81]  Detienne cuando asegura que el rumor debe de asegurar la unanimidad de los ciudadanos, parece que sin duda se refiere a una fuerza que se esconde detrás de un ambiguo elemento narrativo -entendido como signo, voz puntual-, y que determina creencias y pautas de conducta; en otras palabras persuade[82] y lo hace eficazmente gracias al anonimato de su fuente (o sea, quien lo contó primero), pero también de la transformación que, colectiva e inconsciente que realizan todos[83], a través una imaginación legendaria (tradicional) y no personal, la cual consecuentemente produce una serie de versiones míticas que en su conjunto constituyen un “espacio semántico”.[84] Luego, el rumor es el lugar donde se aloja la mitología[85], pero al estar empapado del logos, hace que su producción no sea enteramente anónima, ni puramente colectiva e inconsciente. También de ella participan individuos o grupos[86] –religioso,  por ejemplo- que se apegan a la tradición,  y al  mismo  que tratan de ofrecer una nueva versión nacida de una intención interpretativa[87]:
el trabajo de invención narrativa se efectúa sacando partido tanto de las fuerzas que impone, como de las compatibilidades que autoriza y explorando la gama de direcciones abiertas; es por la reelaboración continua de la tradición, como un pensamiento mítico permanece vivo en una civilización.[88] 

Ahora bien, ¿qué es lo que distingue a un mito de las leyendas y de los cuentos populares[89], los cuales igualmente pueden estar fundamentados en el rumor y la imaginación? Supuestamente que las leyendas tienen un trasfondo histórico y los cuentos populares carecen de alusiones sobrenaturales, pero son ingeniosos y tienen un climax (especialmente cuando tratan de héroes). No obstante, se ha demostrado que muchos cuentos populares, también contienen una gran dosis de fantasía, como los cuentos de hadas, por ejemplo. La frontera entre unos y otros no está tan clara. G.S. Kirk ha mostrado que igualmente hay mitos que se identifican con las leyendas, como en el caso de la legendaria y a la vez mítica narración homérica de la Ilíada (que supone la invasión real de Troya) y con los cuentos populares, como el relato de Perseo y Medusa o las andazas de Belerofonte.[90] Pero además esto se hace más complicado ya que lo que para unos es unos es una verdad narrada en un mito, para otros es simplemente una leyenda.
Tampoco podemos decir que la definición del diccionario de la Real Academia, que identifica a los mitos con narraciones religiosas, sea adecuada, pues hay algunos de ellos que no tenían esa connotación, como la seducción de Helena por Paris o la muerte de Héctor por Aquiles.[91] Por eso dice Leticia Flores: “El mito no se refiere a una categoría precisa de narraciones sagradas relativas a los dioses o a los héroes; conjunta una gran cantidad de experiencias heterogéneas por lo que es difícil apegarlo a una definición”.[92] Y desde luego que el mito es escurridizo frente al reto de una definición. No obstante, metodológicamente también parece inevitable definirlo. 
Acaso sea más afortunado decir -como Vernant-, que son relatos de agentes sobrenaturales (en un sentido amplio) y así se abarcan a los dioses, los héroes (pues sus proezas no son naturales),y un sinnúmero de personajes del imaginario que podrían caer aquí, en este contexto. Pero, como “relato de agentes sobrenaturales”, es una categoría demasiado amplia y lo mismo puede incluir a una novela de ciencia-ficción que  al guión de uno de los capítulos de los Expedientes X, y excluir a quizá algunos seres humanos no heróicos de los mitos. Por lo tanto, cabría modificar nuestra definición y decir que los mitos son narraciones tradicionales (que son importantes para un grupo o grupos sociales específicos, sean centrales o marginales), a diferencia de muchos otros relatos también fantásticos.[93]  
Pero continuemos con la exploración del mito.  Si el rumor es un signo, parece que éste cuando se trata del mito tiene que ver mucho con los nombres, ya que el nombrar tiene que ver con lo que las cosas son para nosotros, pero siempre señalando hacia ellas.[94] Como diría Gadamer “La forma de la narración  que es propia del mito  tiene su lógica propia. El nombre y el nombrar desempeñan un papel peculiar en ella. En el misterio de los nombres míticos se encierra algo de invocación y de enigmática presencia[...]”.[95] Es una presencia que está ahí en el espacio semántico antes aludido. Luego, al ser el mito una narración que invoca algo y que lo proyecta en un espacio semántico, la pregunta inminente sería: ¿qué es ese algo? Pareciera que hay en los mitos un contenido cognitivo y consecuentemente una función epistemológica.[96]
Los mitos en cuanto que son narraciones, son construcciones lingüísticas. Están hechas de signos. Y el signo es una unidad entre una representación y un significado. Ahora bien, el proceso del conocimiento es el de una totalización referencial intimativa[97], es decir, es un proceso de generación de significados[98]:
No son las cosas reales las que dan significado a las palabras, sino exactamente a la inversa: las cosas reales vienen a ser tales cosas reales gracias al sistema del lenguaje, en el que las palabras adquieren sus significados, que invisten de realidad (significacional, pero realidad en sentido fuerte) las cosas. Dicho en forma de boutade: no existe la palabra silla porque existen las sillas para sentarse, sino que éstas existen, es decir, cobran relieve real ante los sujetos, porque previamente éstos manejan la palabra silla (o rosa, o diamante, o inflación, o cirrosis hepática).[99]

Ahora bien, los mitos se encuandran en un tipo peculiar de signos: los símbolos.[100] Pero seamos más específicos, los símbolos de los mitos (que Gadamer llama “nombres de los mitos”), son símbolos mitologemáticos, y éstos se concatenan en una narración también simbólica, por supuesto.[101] Pero, vayámonos más despacio. Los símbolos mitologemáticos se caracterizan por: 1) ser una representación mental que se expresa en un sistema de signos multivalentes; 2) las realidades “objetivas” generadas por el proceso de conocimiento son tomadas como presencias reales y no como representaciones convencionales.[102]
Cabe aclarar que, mientras la primera característica del mito es inherente a todos los relatos míticos, la segunda característica no está presente de suyo en todos los casos, ya que la credibilidad que obtiene un mismo relato mítico se debe en última instancia al oyente, más que al relato por si sólo (como un agente extrahumano). En otras palabras, determinados símbolos mitologemáticos para unos pueden ser presencias reales y, para otros, simples quimeras.
Esa presencia –real o quimérica-, esa invocación de los nombres de los mitos no sólo se concreta en una personalidad divina o heróica, sino que detrás de ellas, detrás de los símbolos míticos se encuentran representados haces de fuerzas, como la persuasión detrás de Peitho o la inteligencia detrás del fuego de Prometeo.[103]
Mejor aún, si el mito, en cuanto relato, invoca una manera de ver ciertas realidades, esto lo vuelve una experiencia primigenia de la realidad,[104] y conlleva una dimensión ontológica del hombre. ¿En qué sentido? Leticia Flores, siguiendo a  Andrés Ortiz-Osés, aclara este punto al decir que las palabras y las cosas coexisten en una implicación ontosimbólica: “La palabra que nombra es palabra que real-iza [sic], fuerza que al significar configura los límites y contornos del Mundo y sus objetos [...]El nacimiento de la palabra se engarza sin fractura con el nacimiento del hombre y del sentido”.[105]
Hemos de decir que la dimensión profunda del mito trasciende el ámbito de una narración tradicional, y nos sitúa en la  “Palabra” en cuanto fundadora de la realidad. No es curioso, pues que pensadores como Mardones reconozcan al horizonte mítico como el configurador de las cosmovisiones, del horizonte de comprensión de las personas.[106]  




[1] También en la actualidad lo discursivo es muy importante. Por eso es que abundan estudios sobre esta dimensión del hombre griego. Erick A. Havelock comenta que el interés contemporáneo sobre lo discursivo en su modalidad de oralidad  cobró gran fuerza desde finales de la Primera Guerra Mundial en buena medida ocasionado por el entusiasmo y sorpresa que generaron los recién inventados medios acústicos de comunicación (radio, televisión, discos y cintas magnetofónicas) y como resultado derivó en los años de 1962-63 en la publicación de 5 obras clave al respecto en Francia, Gan Bretaña y Estados Unidos que se percataron de la importancia de dicho fenómeno desde disciplinas distintas con: El Pensamiento Salvaje de Claudé Levi Strauss; The Consequences of Literacy de Jack Goody y de Watt, La Galaxia Gutemberg de Marshall Mc Luhan, Animal Species and Evolution de Mayr (quien pone al lenguaje como el distintivo esencial del hombre)  y el Prefacio a Platón del propio Havelock. Claro que su nexo con el giro lingüístico de la filosofía está claramente manifiesto como un paralelo que se retroalimentó mutuamente con los avances de otras disciplinas y, fue a través de la Gramatología de Derrida, que Havelock constató su importancia y supo que la conciencia moderna sobre la importancia del problema de la oralidad y la escritura tuvo como punto de partida el buen salvaje de Rousseau, pues el descubrimiento de América había mostrado pautas de comunicación que Europa consideraba olvidadas (los mitos, la oralidad) (Erick Alfred Havelock, La musa aprende a escribir: reflexiones de oralidad y escritura desde la antigüedad hasta el presente, trad. Antonio Alegre, Paidós,  Barcelona, 1996 (Paidós Studio), Capítulos 1, 3 y 4).
[2] George Briscoe Kerferd, Op. Cit., p. 83.
[3] Erick Alfred Havelock, Op. Cit. p. 151.
[4] Rof Carballo en este sentido distingue al logos como un discurso asociado al legein, y por lo tanto, al cosechar, seleccionar y preparar a un auditorio para surtir cierto efecto. En cambio el epos sería palabra, en cuando sonido que se profiere como voz y el mito palabra en cuanto realidad, autorrevelación del ser a través de lo que fue, es y será, entonces el mito sería una experiencia primigenia de la realidad. No obstante, hemos de decir, que el uso de estos términos en los textos antiguos desmiente tal separación, pues, no siempre significaron eso, como lo muestran los diccionarios de griego antiguo. (Leticia Flores y Blanca Solares, Mitogramas, UNAM/CRIM/UAEM, P. 45).     
[5] Javier González García, un historiador de la Antigüedad, igualmente sostiene que hay dos actuaciones de la razón, el pensamiento salvaje y el pensamiento civilizado. Siguiendo esta línea, podríamos decir que el primero (oral y concreto)  equivale al  mythos, mientras que el segundo (abstracto y gráfico) al logos.  (Francisco Javier González, A través de Homero. La cultural oral de la Grecia Antigua, Universidad de Santiago  de Compostela, Santiago de Compostela, 1991, p. 28).
[6] Dice al respecto Jean Pierre Vernant: “históricamente son la retórica y la sofística, las que mediante el análisis que llevan a cabo de las formas del discurso como instrumento de victoria en las luchas de la asamblea y del tribunal, abren el camino a las  investigaciones de Aristóteles y definen, al lado de una técnica de la persuasión, las reglas de la demostración, sientan una lógica de lo verdadero, propia del saber teórico, frente a la lógica de lo verosímil o de lo probable, que preside los azarosos debates de la práctica”  (Jean Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego, trad. Marino Ayerra, Paidós, Barcelona, 1992 (Paidós Studio), p. 62).
[7] Aquí estamos siguiendo a Detienne, pero nos deslindamos de la idea que él sostiene que también la sofística asume una desvalorización de la alétheia. Por otro lado aclaramos que dicha ambigüedad fue resuelta a través del kairos (Marcel Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia Arcaica, trad. Juan José Herrera, Taurus, España, 1982, p. 126. 
[8]Francisco Javier González, Op. Cit., p. 20.
[9] Ibidem, p., 108-109.
[10] José María de Alejandro hace énfasis en este aspecto y considera que son los prearistotélicos quienes identifican al logos con el decir y es el decir de las estructuras de lo real. Más aún: “La cosmología-lógica descubre que no persigue el descubrimiento, que el logos no es la simple cosa o naturaleza; es visión de las cosas y por eso la mente afirma y niega: las cosas son o no son, con lo que aparece la cópula como esencial a la lógica. Todo estaba ya en el logos, como epos” (José María de Alejandro, La lógica y el hombre, B.A.C., Madrid, 1970,  p. 5 y-6). Así pues, De Alejandro hace una acotación importante a la racionalidad de la lógica: que ella ya es interpretación, es cosmovisión y está mediada por el lenguaje.
[11] Jean Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego, trad. Marino Ayerra, Paidós, Barcelona, 1992 (Paidós Studio), p. 9-22.
[12] La polis para Vernant se caracteriza por la existencia de un interés general o común de la gente, la realización de prácticas abiertas y el prestigio de la  palabra.
[13] Ibidem, p. 62.
[14] Ibidem., p. 63.
[15] Ibidem. p. 62. Hemos de señalar que Giorgio Colli le da gran importancia a este punto. Considera que el sabio valora mucho su palabra y capacidad de resolver enigmas a través de una lucha con otros seres humanos para demostrar su superioridad intelectual (agonismo). Tal lucha, implica la invención de la dialéctica, entendida en el sentido amplio de arte de la discusión entre personas vivas en una confrontación real. Colli partiendo de que Parménides muestra en su obra contenidos los principios aristotélicos de identidad y tercero excluso y ante la duda de que el eleata haya construido su dialéctica solo, plantea la hipótesis de que ésta fue creada antes, durante la época arcaica. La discusión, pues, fue la cuna de la dialéctica y  la razón y muestra que la dimensión política de la palabra es anterior al surgimiento de la democracia, pues ya con la práctica de la adivinación en la vida pública, se puede ver la importancia del logos, pero bajo un paradigma de corte divino y enigmático (Giorgio Colli, Op. Cit., Capítulo. Misticismo y Dialéctica). 
[16] Distinguimos entre racionalidad y  razón. La primera es una manera de concebir y justificar las creencias de la razón, vaya, un criterio para establecer juicios. En cambio, la segunda es entendida –al menos en este contexto- como una facultad.
[17] José María Pabón, Diccionario Manual Griego-Español, 17ª ed., Biblograf, Barcelona, 1996,  p. 371-372.
[18] Esta idea la rescata Alasdair MacIntyre en su libro: After Virtue, University of Notre Dame Press, 2ª ed. Notre Dame, 1984.   Dicho libro fue traducido al español por editorial Crítica.
[19] La frase “modos de exposición narrativa” la hemos copiado de Gadamer cuando hacía este referencia a al uso del término mito en el siglo V a.C.  Nosotros creemos que dichos modos no fueron exclusivos de esa época y que  no solamente aplica al término “mythos”, sino también al de “logos”. Cfr. Hans Georg Gadamer, Mito y Razón, trad. de alemán de José Francisco Zúñiga Martínez, Paidós, Barcelona, 1997 (Paidós Studio), p. 26. Esta sospecha se constata  cuando dice Gadamer  que el múthos “está más cerca  del <<logos>> que de la fábula; <<mythos>> significa todo aquello que puedo narrar, y hace pensar simplemente en una dilatada narración” (Hans Georg Gadamer, El inicio de la filosofía occidental, trad. del alemán de Joan Joep Musarra, 2ª ed., Paidós, Barcelona, 1999, p. 139).
[20] Marcel Detienne, La invención de la Mitología, trad. Marco Aurelio Galmarini, Península, Barcelona, 1985, p. 64.
[21] Hans Georg Gadamer. Mito y Razón, trad. José Francisco Zúñiga Martínez, Paidós, Barcelona, 1997 (Paidós Studio), p. 25.
[22] En este fragmento habla de que en la asamblea hecha entre los troyanos después de que Aquiles dejara de luchar. Así pues, Polidamante,  quien veía lo que había por delante y por detrás, y quien destacaba por sus opiniones (mythoiai), habló. 
[23] Aquí se menciona a Fénix, quien al educar a Aquiles se esforzó en hacerlo un buen orador (muython te rhéter) y hacedor de obras (ergon). Así pues, señala Furio Jesi, estos son los dos aspectos que hacen completa la formación de un hombre en el modelo homérico (Furio Jesi, Mito, trad. del italiano de J.M. García de la Mora, Labor, Barcelona, 1976, p. 15).
[24] Furio Jesi,  Op.Cit., p. 16.
[25] Quizá sea más irracional para nosotros ese contexto que para los griegos, pues ellos circunscribían lo irracional a aquello que se impusiera de fuera al yo del sujeto y afectara a su conducta o mente, como  la intuición repentina de algo, un sueño, ideas brillantes o perversas,  impulsos violentos provenientes del “thymos” (órgano del sentimiento o voz interior) o  el “menos”  (energía vital, coraje), o bien por padecer una pena debido a la moira (sino, hado) a las Erinias (venganza de los espíritus o muertos) por decreto de Zeus, envidia de los dioses (phthonos) o incluso la irrupción repentina de la “ate”, que en griego aludía a un estado mental de anublamiento o perpejlidad, de una locura pasajera causadas por un agente externo de corte demoníaco o bien físico –aquí diferimos de Dodds, quien sólo acepta para los helenos una causa divina-, como el alcohol.  Igualmente irracionales eran las locuras divina (la posesión que experimentaban las pitonisas de Delfos o la actividad chamánica de personajes como Epiménides o Hermótimo), ritual (por ejemplo, la euforia de las celebraciones dionisiacas), poética (inspirada por las musas) o erótica (provocada por Eros o Afrodita). Sólo si un mito, apareciera de pronto a la conciencia como extraño al sujeto, entonces sería irracional. Acaso había mitos cuya temática era lo irracional, pero que la narración por si misma era muy racional. No obstante, si hacemos caso de las reflexiones de Giorgio Colli sobre la adivinación y su conexión con el origen de la filosofía, cabe la posibilidad de mostrar que en un principio (en la época arcaica o bien en contextos no ilustrados), la palabra revelada a los hombres a través de los oráculos, además de hostil, era misteriosa, pues provenía del designio de los dioses y en ese sentido, la narración era irracional.  Claro que Colli coincide con Dodds en advertir que la sabiduría fue formulada de acuerdo con los términos de la aclaración de enigmas y humanización y no ya de la interpretación de mensajes divinos. Sin embargo, nunca se logró evitar del todo la irracionalidad, ni las formulaciones enigmáticas dentro de los círculos filosóficos, como notamos con Heráclito. Más aún, los enigmas se volvieron un reto para los sabios, quienes se veían obligados a resolverlos para seguirse considerando como tales (E.R. Dodds, Los griegos y lo irracional, trad. del inglés de María Araujo, 8ª reimp., Alianza,  Madrid, 1997, Capítulos 1, 3- 5; Giorgio Colli, Op. Cit. Capítulos 3 y 4: El dios de la adivinación y El desafío del enigma). 
[26] Así, el pastor Filecio, tras herir le dice a Ctesipo y ser insultado por éste le dice que no se entregue a locuras, ni hable arrogancias, sino que le deje la palabra (mithón) a los dioses que todo lo pueden.
[27] Tal oposición se da en el Protágoras de Platón y se da en otros textos: 1) en la Olímpica I de Píndaro que refiere a los mitos como relatos aduladores (haimyloi) opuestos al  alethes logos; 2) Las Avispas de Aristófanes 1179-1180, donde Filocleón, trata de distinguir entre narraciones humanas y míticas. 
[28] Claro que los griegos se daban cuenta que a veces con el término “mito” desginaban a ciertas historias relativas a los dioses, los héroes o personajes tradicionalmente importantes, como se atestigua en República (392 a), y a veces aunque no aparezca el término “mitos”, si reflejan un concepto de narración mítica semejante al nuestro, como sucede en Las Avispas 1179-1180. Iliada IX, 189. y Teogonía  99-101.
[29]. José Ma. Pabón, Op. Cit.
[30]En este sentido dice Luis Cencillo:  “A pesar de que el mito es <<palabra>>, la Palabra por excelencia, como pensaron los griegos arcaicos, nadie le ha dejado todavía decir lo que está diciendo[...]”.   Luis Cencillo,  Mito. Semántica y realidad, BAC, Madrid, 1970, p. 6.
[31]  Martín Alonso, Enciclopedia del Idioma, Tomo II, Aguilar,  Madrid, 1982, p. 2538. Como vemos el lenguaje tiene muchos otros sentidos también expresados por  la Enciclopedia del Idioma de Martín Alonso: 1)conjunto de sonidos articulados con que el hombre manifiesta lo que piensa o siente; 2)idioma hablado por un pueblo, una nación o parte de ella (esto equivale al significado de lengua); 3)estilo y modo de hablar y escribir de cada uno en particular (de alguna manera esto se adecua  concepto de habla, que es el ejercicio de la lengua); 4) conjunto de señales que dan a entender una cosa (equivale a código); 5)Uso del habla o de la facultad de hablar; 6) Manera de expresarse. Con cierta sencillez, pero mayor completud que el diccionario, Jesús Mosterín entiende al lenguaje como un sistema convencional de comunicación ( Jesús Mosterín, Filosofía de la cultura, 1ª reimp., Alianza, Madrid, 1994 <Alianza Universidad>, p.25). De una manera más compleja, Luis Cencillo define al lenguaje como la combinatoria potencial de la totalidad de las cadenas sémicas de la comprensión humana. Aquí hace énfasis en que el lenguaje, a pesar de que es un sistema, nunca se reduce a lo concreto, a pesar de  que únicamente se concreta en la lengua,  ya que el primero (el lenguaje) es base de la segunda (la lengua) y proporciona las claves de identificación y localización progresiva de lo real, posible e imposible en el contexto  potencialmente total del universo del habla (Luis Cencillo, Los mitos. Sus mundos y su verdad,  B.A.C. Madrid, 1998, p. 68). En otras palabras inferimos  que el lenguaje puede ser entendido como un código de comunicación, como la capacidad de comunicación (fundamentalmente oral-escrita) y como el ejercicio de esa capacidad.  
[32] Leticia Flores,  “La plasticidad mítica” en  Blanca Solares (coord), Los lenguajes del símbolo. Investigaciones de hermenéutica simbólica, Anthropos/CRIM/UNAM, Barcelona, 2001, p. 108. Nosotros añadiríamos que el logos-mythos también son los “se dice” que se pasan de texto en texto.
[33] Esta idea de plasticidad no es exclusiva de Flores. También la ostenta este Lluis Duch, quien añade: “La plasticidad de la palabra pone de manifiesto, en el seno de las <<historias>> de los individuos y de las colectividades, loa no-fijación del ser humano” (Lluis Duch, Mito, interpretación y cultura. Aproximación a la logomítica, traducción del catalán de Francesca Babí Poca y  Domingo Cía Lamana, Herder, Barcelona, 1998, p. 479).
[34] “La plasticidad mítica” en Blanca Solares (coord.), Los lenguajes del símbolo. Investigaciones de hermenéutica simbólica, Anthropos/CRIM/UNAM, Barcelona, 2001, p. 98-99.  Armando R. Poratti observa que es verdad, que hubo en algunos autores, como Aristóteles, Platón Tucídides y Píndaro una oposición entre los términos “Mythos” y “logos”, pero ésta no fue el común denominador de sus significados, sino hasta  más tarde (Armando R. Poratti, El pensamiento antiguo y su sombra, Eudeba, Buenos Aires, 2000, p. 14-15).
[35] Hans Georg Gadamer, Mito y Razón, trad. del alemán de José Francisco Zúñiga Martínez, Paidós, Barcelona, 1997 (Paidós Studio), p. 20.
[36] Geofrey Sthepen Kirk,  El Mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. del inglés de Teófilo de Loyola, 2ª reimp., Paidós,  Barcelona, 1990,  p. 249.
[37] Bajo estas denominaciones Bonitz encuentra un equivalente al término moderno de “tradición”. En algunos casos, incluso la propia palabra  “mito” era sinónimo de tradición, como hizo Aristóteles ( Jean Bollack, La Grecia de Nadie.Las palabras dentro del mito,  trad. del francés de Glenn Gallardo Jordán, Siglo XXI, México, 1999, p. 169-170). 
[38] Obviamente que esta transmisión oral y aural tiene que encarnar en alguna fórmula institucional. Basándonos en Havelock, aclaramos que ella radicaba fundamentalmente entre los griegos en el constructo de la sinousía, pues ella era la garantizaba la supervivencia generacional de la tradición en una sociedad oral que fomentó la íntima “asociación diaria entre adolescentes y hombres mayores que les servían de <<guías, filósofos y amigos”>> (Erick Alfred Havelock, La musa aprende a escribir. Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, trad. del inglés de Antonio Alegre, Paidós,  Barcelona, 1996 (Paidós Studio), p. 22.
[39] Jean Pierre Vernant, Mito y pensamiento en la Grecia Antigua, trad. del francés de  J.D.  López Bonillo, Ariel, España, 1973, p.  90.
[40] Incluso el propio Rodolfo Mondolfo sugiere que ya el mito era una reflexión y no una transmisión, como podríamos pensar. Esta reflexión consistía en divinizar  y por lo tanto antropomorfizar las grandes fuerzas y mayores seres de la naturaleza (Rodolfo Mondolfo, Breve historia del pensamiento antiguo, 5ª ed, Losada,  Buenos Aires,  1979, p.,  8). A esto, nosotros debemos señalar que tal reflexión en vez de crítica, fue tácita. Esto lo trataremos de mostrar más adelante.
[41] Marcel Detienne, La invención de la mitología,  trad. del francés de Marco Aurelio Galmarini, Península,  Barcelona, 1985, p. 41.
[42] Erick Alfred Havelock, Op. Cit., p. 105.
[43] Poco se sabe como se iniciaba en la técnica que le permitía a los bardos o aedos recitar grandes poemas. Quizá la preparación durara largos años, como sucedía con los bardos celtas. Quizá se sometían a ejercicios nemotécnicos repitiendo largos fragmentos, aprendiendo las formulas poéticas de recitación y las tradiciones históricas, genealógicas y topográficas de la región, constituyendo “catálogos”.  De cualquier manera, una vez, ya constituidos en bardos, estos hombres, vagaban por la Hélade y,  a partir de la fundación de las fiestas Panateneas,  se establecieron concursos públicos de aedos, los cuales,  continuaban el poema a partir de donde se quedaba su colega.  Esta recitación de carácter eminentemente oral, parece que se plasmó por escrito a partir del siglo VI a.C.  y los aedos empezaron a recitar un corpus ya plasmado por escrito (Rudolf  Pfeiffer, Historia de la Filología Clásica I. Desde los comienzos hasta el final de la época helenística,  trad. del alemán de Justo Vicuña y María Ros Lafuente, Gredos, Madrid, 1981, p. 34).  
[44] HAVELOCK, Erick A. Op. Cit.  P. 105.
[45] Cfr. Marcel Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia Arcaica, trad. del francés de Juan José Herrera, Taurus, Madrid, 1982.  Milman Parry y J. Labarbe han estudiado estos temas.
[46] Ibidem. P. 26.
[47] Parece que esta aceptación de los mitos a la que alude Detienne definitivamente excluye, -al menos, antes de Jenófanes- la distancia crítica.  La interpretación pues de los mitos, requiere de dicha distancia y eso implica discutir la tradición. Havelock coincide con Detienne al afirmar que el lenguaje que se requiere para la transmisión oral de los mitos debe ser de acción y no de reflexión. El primer tipo de lenguaje posee juicios de acción, donde el sujeto es un alguien y el predicado un acto realizado (el hombre honrado prospera) y en el segundo los juicios son de esencia y existencia (La honradez es la mejor política). Así pues, la reflexión crítica no tiene cabida, sino en una instancia posterior a la memorización y presentación de los mitos.   (Marcel Derienne, La invención de la mitología,  trad. del francés de Marco Aurelio Galmarini, Península,  Barcelona, 1985.  p. 89 y Erick Alfred Havelock, Op. Cit., p. 110-111). Además, Sergio Pérez nos informa dos cosas: 1) que la memoria en la sociedad griega implicaba la memorización de topoi (esquemas en los cuales se ordenaban los argumentos y no se requería de de precisión textual); 2) que no se recordaban descripciones de paisajes en reposo, sino de acciones o transformaciones acompañadas por fórmulas tales como “yo recuerdo que” (Sergio Pérez, Palabras de filósofos. Oralidad, escritura y memoria en la filosofía antigua, Siglo XXI, México, 1999, p. 30-31).
[48]Hans Georg Gadamer, Mito y Razón, trad. José Francisco Zúñiga Martínez, Paidós, Barcelona, 1997 (Paidós Studio), p.  17 y 29.  Ciertamente que para Gadamer los mitos son eso formalmente, pero además, materialmente, son  historias de los dioses y su acción sobre los hombres que remiten a un tiempo originario en el cual  el trato entre unos y otros (dioses y hombres) era más manifiesto. La leyenda oral, de acuerdo con Gadamer, es una historia que se transmite de boca en boca y de generación en generación.
[49] La palabra de corte divino era pronunciada en santuarios como Delfos, eran pronunciados por el dios Apolo y no propiamente por la Pitia, según la creencia popular. También hubo, independientemente de los santuarios, hombres y mujeres, síbilas y báquidas profetizando y revelando el futuro a lo largo de Grecia.  Muchos de ellos reinterpretaban las predicciones hechas en un pasado (como Onomácrito, quien además se decía podía volar por los aires) y otros hacía novedosas y nuevas predicciones (como Anfilito de Arcanania).  Parece que las primeras sibilas datan de los siglos  VIII y VII a.C. La más famosa, quizá fue Herófile de Eritras. Luego durante los siglos VI y V a.C. vinieron los decidores de oráculos a partir de lo ya dicho por los primeros profetas. Sin embargo, algunos de ellos, además ostentaban realizar purificaciones (liberar a los hombres de la influencia de espíritus),  milagros (como Bakis, Cidas,Aletes -no se sabe- báquida de Arcadia, que en Esparta sanó a un grupo de mujeres), conjurar a almas errantes e incluso a la diosa Hecaté, o ser videntes de sucesos normalmente imperceptibles, como la separación del alma del cuerpo. Ejemplos de esto son Epiménides, Hermótimo, Ferédides de Siro, Abráis (que libro a Esparta de una plaga), Arsiteas de Proconeso (quien realizaba viajes astrales y rescucitó después de morir). Todas estas figuras, pues, giran en torno del chamanismo, cuyos principales símbolos son Orfeo y Museo.  (Erwin Rohde, Psique. El culto de las almas y la creencia en la inmortalidad entre los griegos,  trad. del alemán de Salvador Fernández Ramírez, Ágora. Granada, 1995, capítulo IX). 
[50] Incluso hay un testimonio en una pintura que refleja una escena escolar en la cual el alumno al parecer está leyendo un libro de texto de mitología (P.E. Easterling y M.W. y Knox,  Op. Cit.,  p.  19-20).
[51] E.R. Dodds, Op. Cit., p.  194-105.
[52] Werner Jaeger, La teología de los primeros filósofos griegos, trad. del alemán de José Gaos, 6ª reimp., FCE, México, 2003, p. 173-174.
[53] Havelock, Op. Cit., p. 104.
[54] Richard Buxton, El imaginario griego. Los contextos de la mitología, trad. del inglés de César Palma, Cambridge University Press, Madrid, 2000, capítulo 2.
[55] En este sentido dice este filólogo: “nadie ignora que, comparada con las civilizaciones arcaicas estudiadas por los americanistas o los africanistas, Grecia, es pobre en <<pensamiento mítico>>.  Marcel  Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia Arcáica, trad. de Juan José Herrera, Taurus, Madrid, 1982,  p. 18, n. 9.
G. S. Kirk,  El Mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. del inglés de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990, p. 249 y 256.
[57] Como vemos los narradores de los mitos eran muy variados: tenemos a las nodrizas, pero profesionalmente también a los rapsodas, los citaristas, los oradores y los poetas (épicos, líricos y dramáticos).  Plásticamente los escultores, los pintores y los artesanos colaboraban en su transmisión. 
[58] Desde Vernant es un relato con agentes sobrenaturales donde dramáticamente éstos luchan y realizan proezas. En el caso de los mitos de origen narran la aparición del mundo y su orden bajo la tónica de que en el mundo hay  una jerarquía de poderes dramáticamente instituido por un agente que se hegemoniza y  se entrona sobre los demás de tal suerte que los mitos de los orígenes son mitos de soberanía.  También en el mito hay una espacialidad, pero que gira en torno a la circularidad y el centro. Eso no permite la simetría.  Jean Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego, trad. del francés de  Marino Ayerra, Paidos, Barcelona, 1992, capítulo VII “Cosmogonías y mitos de soberanía” y p. 141, n. 9.
[59] Detienne remonta el inicio de esta transición al siglo VII a.C y lo culmina en el VI. Marcel Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia Arcaica, trad. del francés de Juan José Herrera, Taurus, Madrid, 1982, p. 104.
[60] Esto último (la oposición consolidada del mito con el logos) lo afirma Kirk. Aunque como estamos viendo, los sofistas no desprestigiaron al mito, sino que hasta lo usaron como un recurso pedagógico y un motivo de reflexión que lo mismo conducía a la condena de las creencias divinas, que al agnosticismo o a la alegoría. G.S. Kirk, El Mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. del inglés de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990, p. 259.
[61]Jean Pierre Vernant, Los orígenes del pensamiento griego, trad. del francés de Marino Ayerra, Paidos, Barcelona, 1992, p. 17 y 115. La fundamentación y no fundamentación de los discursos implica muchos aspectos. Si nos concentramos en el dato de que la difusión de la escritura (nacida en Cnossos y Micenas –bajo un esquema de 80 signos silábicos- entre los siglos XV y XII y resucitada bajo el esquema fenicio en a fines del siglo IX o principios del VIII a.C. posiblemente en la costa meridional del Asia Menor, como sugiere el mito que dice que Cadmo navegó desde Fenicia hasta Grecia, según Pfeiffer)  fue lenta y que las primeras escuelas fueron construidas alrededor del 490 y que éstas fungieron un papel alfabetizador importante a manos de la iniciativa privada, podemos entender que el proceso de tránsito del mito al logos no fue rápido, sino paulatino. Tan es así que William Harris ha calculado que en la época de Platón, tan sólo el 15% de Atenas estaba alfabetizada y la cifra no varió mucho si nos trasladamos a la época de Séneca (ca. 4- 65), en la cual 25% de la población sabía leer y escribir. A esto le podemos añadir que la primera noticia de la comercialización de un libro data del 400 o 399 a.C, a pesar de que Pfeiffer, considera que los libros ya se comercializaban desde la época de la sofística y sus contemporáneos: Aristófanes y Sócrates.  Ahora bien, Ken Morrison igualmente ha mostrado que cuando la escritura en Grecia surgió, las condiciones en las que se dio definitivamente no ayudaban mucho -aunque en algo lo hacían al presentar fijado lo dicho- a la formalización del lenguaje y la crítica de significados. Sin embargo, no tenía principios textuales que derivaran en una organización estructural de lo escrito, pues no se separaban unas palabras de otras, ni unas oraciones de otras; ni había signos de puntuación y, en el caso de los textos filosóficos, el nombre del autor se indicaba hasta el final del rollo de papiro (importado de Egipto por mercenarios según se ve escrito en la pierna de Ramsés II en Abu Simbel y reforzado por el establecimiento del puerto de Naucatris), lo cual implicaba desenrollarlo todo y eso de alguna manera desalentaba la práctica de las citas textuales. Así pues, los textos, mas bien son un reflejo de un patrón oral, tan es así que muchas veces era el producto del dictado del autor a unos escribas y sus apuntes carecían del formato de un texto, es decir el orden escrito, el cual se obtuvo hasta el siglo III d.C. con los filólogos alejandrinos y una cultura propiamente libresca. Además la mayoría de los libros estaban escritos en verso, siguiendo la costumbre de la oralidad y Pfeiffer cree que la escritura surgió como un sistema de notación del esquema oral de enseñanza de los poemas homéricos. Acaso las primeras excepciones de libros en prosa fueron  los textos de Ferécides de Siro, Hecateo de Mileto, Anaxágoras de Clazomene, Protágoras, Heródoto, Ión de Quios y Ferécides de Atenas. Finalmente si de los textos saltamos al uso de los archivos, veremos que a pesar del Metroon, el gran archivo de Atenas, muchos de los documentos generados rápidamente se destruían y su valor no estaba por encima del testimonio oral en un tribunal, aunque desde luego se cree que hubo un aumento y fomento de la escritura no muy cuantioso, pero si significativo  a partir del siglo V a.C., tan es así que Solón constaba de unos tablones de anuncios llamados “axones”;  pero, de ninguna manera reflejó el poder escrito que una burocracia estatal moderna, da a la escritura, mas en cambio, posibilitó el desarrollo de técnicas administrativas, especialmente de corte contable. Por ende la escritura, aunque ayudó no fue tan contundente, ni infalible en el paso del mito al logos. No obstante, es digno destacar que es curioso que bajo el arcontado de Euclides (403-2), se adoptara el alfabeto jónico por encima del ático para la elaboración de documentos oficiales, fenómeno que delataba la influencia de la sofística (cuyos autores eran mayoritariamente jonios) en la alfabetización de Atenas.
Por otro lado, consideremos que el núcleo del logos no estuvo en la alfabetización de la sociedad, sino en la práctica de la filosofía y ciencia griegas, cuya importancia social era restringida, ya que estaban reducidas a su práctica en círculos sociales estrechos y cerrados sobre si mismos en muchos casos (pensemos en los órficos y los pitagóricos) y circunscribiéndose generalmente a los grupos de poder. Más aún, entre los filósofos, se pueden distinguir tres tendencias respecto a la escritura: 1) aquellos que no quisieron escribir nunca; 2) aquellos que escribieron poco en comparación con su obra a nivel oral, o bien, que a pesar de haber escrito, tenían sus dudas respecto al carácter de la escritura; 3) aquellos que confiaron plenamente en la escritura. Por lo tanto, ni siquiera todos los filósofos participaron de este movimiento de la literalidad, ni los que participaron, lo hicieron con igual intensidad.
Así pues, los campesinos siguieron viviendo el paradigma del mito por mucho tiempo. Y los “alfabetizados” usaban tan poco la escritura y la lectura,  pues, a veces, el logos gráfico se reducía a un papel ornamental, como en el siglo V a.C., cuando los canteros y los alfareros lo utilizaron fundamentalmente para hacer dedicatorias y cosas similares, que no amenazaban la tradición oral.  
Con más realismo que Vernant, G.S. Kirk sitúa el triunfo del logos más tarde (entre los siglos V y IV a.C) y lo circunscribe a los poetas, dramaturgos y filósofos. No obstante, estos datos pues, nos hacen pensar que incluso tales centurias.,  se quedan cortas quedarse cortas para referirse del paso del mito al logos, al menos en los ámbitos distintos a la medicina, la filosofía,  la historia y la literatura (Marcel Detienne, La invención de la mitología, trad. del francés de Marco Aurelio Galmarini, Península, Barcelona, 1985, p. 44 y ss; Ken Morrison, “Fijación del texto: la institucionalización del conocimiento en formas históricas y filosóficas de la argumentación” en  Jean Bottero y otros, Cultura, pensamiento, escritura, Gedisa, Barcelona, 1995; y ROSALIND. “Cultura escrita y ciudad-estado en la Grecia arcaica y en la Grecia Clásica.” en  Alan Bowman y Greg Wolf, Cultura escrita y poder en el Mundo Antiguo,  Gedisa, Barcelona, 2000 ; G.S.  Kirk, El Mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas,  trad. del inglés de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990, p. 258; José Luis Bermejo, Introducción a la sociología del mito griego, Akal, Madrid, 2ª ed. España, 1994. p. 193; Erick A Havelock, La musa aprende a escribir. Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente, trad. de inglés de Luis Bredlow, Paidos, Barcelona, 1996. p. 128;  Rudolf Pfeiffer, Historia de la Filología Clásica I. Desde los comienzos hasta el final de la época helenística, Gredos, trad. de Justo Vicuña y María Rosa Lafuente, Madrid, 1981, p. 53 y ss);  P.E.  Easterling y  M.W. Knox,  Historia de la literatura clásica, Gredos, Madrid, 1990,  Capítulo I; Sergio Pérez, Palabras de filósofos. Oralidad, escritura y memoria en la filosofía antigua, Siglo XXI, México, 2004, capítulo 1).
[62] Esta visión del paso del mito al logos como dos sistemas de pensamiento, la refleja Detienne cuando dice: “Los griegos al parecer, aseguraron tan eficazmente el triunfo de la razón, del logos, que arruinaron el antiguo sistema de pensamiento hasta el punto de no dejar subsistir otra cosa que pequeños fragmentos, frases ininteligibles. Entre la palabra vivida del mito y la tradición escrita hay una distancia infranqueable” (Marcel Detienne, La invención de la mitología, trad. del francés de Marco Antonio Galmarini, Península, Barcelona, 1985, p. 154). Con esto no queremos decir que el mito se hubiera extinto, sino que se transformó y que su papel paulatinamente  se vio muy desminuido en los círculos donde la tradición escrita cobró importancia.
[63] Jean Pierre Vernant, Entre mito y política, trad. de Hugo Francisco Bauzá, FCE, México, 2002, capítulo II: Razón, racionalidades griegas. Más aún, Fernando Savater, trasciende lo dicho por Vernant, y designa tal dimensión a toda razón y no sólo a la griega: “Razonar no es algo que se aprende en soledad sino que se inventa al comunicarse y confrontarse con los semejantes: toda razón es fundamentalmente conversación” (Fernando Savater, Las preguntas de la Vida, Ariel, México, 2002, p.  65).
[64] Aunque este dato del mito, no lo da Vernant, complementa el cuadro.  Quien propone tal tesis es G.S. Kirk alude que quizá el nacimiento de la filosofía jonia, no sólo se produce al surgimiento de la escritura, sino también quizá a la percepción de diferencias y semejanzas entre los mitos egipcios, asiáticos y griegos. Claro que habría que respaldar tal sentencia con datos históricos, pero tampoco debe ser descartada. Cfr. G.S. Kirk,  El Mito. Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. del inglés de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990,  p. 256.
[65] Marcel Detienne, La invención de la mitología, Península, Barcelona, 1985, p. 115 y ss.
[66] Coincidimos con Vernant que la ciencia griega no era la ciencia moderna. Ambas son metódicas desde luego, pero la primera no parte de un ideal de dominio del hombre sobre la naturaleza y el hombre mismo, la segunda sí. Por ende, la primera es teórica y  no produjo  un avance tecnológico rápido, mientras que la segunda es además fue práctica y tecnológica.  Obviamente que la ciencia griega transformó el medio ambiente (por eso Farrington la considera práctica), pero con un impacto mucho menor que en la Modernidad.   En este sentido, la ciencia helena tuvo una correspondencia con el modelo social de isonomía con el que surgió el logos.  Sin decirlo, homologa Vernant al logos con la ciencia milesia.   Ibidem. Págs. 143-145. Por otro lado, es justo comentar que la ciencia no permeó en toda la sociedad y según Farrington se evitó su difusión para tener controlada a la sociedad. (José Luis Bermejo, Introducción a la sociología del mito griego, Akal, 2ª ed, Madrid, 1994, p. 194). Ahora bien, si la ciencia no es un concepto que surja de recordar la idea platónica de ciencia, pues lo que hemos hecho es proyectar un concepto moderno de ciencia a los griegos. Sin embargo podemos dar un concepto general de ciencia que nos permita abordarla tanto en la antigüedad como en la actualidad. Tomemos dos: uno de José Rubén Sanabria y otro de J.G. Crowther. El primero dice que la un ciencia es “conjunto de conocimientos relativos a un mismo objeto y unidos en conexión de fundamentación” (José Rubén Sanabria, Lógica, 21ª ed., Porrúa, México, 1999, p. 191). Da una definición desde el punto de vista de la lógica especial. En cambio, J.G. Crowther estudiando la ciencia en la Antigüedad, llegó a la siguiente definición que también puede coincidir con la actual: es un sistema de conducta mediante el cual el hombre adquiere y dominio de su medio ambiente. (Benjamín Farrington, Ciencia Griega, s.t., Hachette, Buenos Aires, 1957, p. 28). Y si bien es verdad que Farrington admitió la existencia de ciencias prácticas sin una elaboración teórica complicada, efectivamente también ellas tenían un objeto de estudio y una fundamentación, como lo era la metalurgia del bronce, que pretendían la mezcla de cobre y estaño en las proporciones adecuadas, pero nada más allá. Sin embargo, a diferencia de Farrington, Rodríguez Adradós piensa que el científico griego era una persona comprometida con el conocimiento por el conocimiento, que no se limitaba a un sector, o una especialidad, sino que gracias a un acto libérrimo estudiaba todo bajo un unitarismo de la concepción de la ciencia y hasta cercano a una forma de culto en recintos tales como la Academia, el Liceo y el Museo de Alejandría, pues la ciencia podría ser una forma de acercamiento a lo divino y de perfeccionamiento moral (Francisco Rodríguez, Palabras e ideas, Ediciones Clásicas, Madrid, 1992,  p.483-486).
[67] Cabe acotar junto con Cornford, Burnet y Heidel, que la exigencia de fundamentación entre los filósofos no era estrictamente científico-experimental, sino meramente especulativa, ya que las aseveraciones de los fisiólogos rara vez eran sometidas a la experimentación. Fue en el ámbito de la medicina, donde efectivamente se usó un primitivo método científico, que como intención fundamental tenía la curación y no tanto la elucidación de una causa. Así pues, en aras de la curación, se conocían las causas siguiendo un modelo de observación, inferencia, experimentación y generalización. Tenemos pues, como ejemplos a Empédocles  -el único presocrático que en calidad de médico experimentó- y de un médico contemporáneo a Hipócrates. El primero, estudió presencia del aire a través de la clepsidra en aras de comprender la respiración, y el segundo registró las sintomatología y evolución de una plaga en Atenas, para que fuera detectable en otra ocasión si volviera a aparecer. Ahora bien, Farrington cree que las condiciones que permitieron a los científicos antiguos la posible elaboración de un método científico, inició con los milesios cuando se rompe la distancia las esferas del saber (tecnología y mitología), y por lo tanto, los conocimientos técnicos de la alfarería la forja, la labra pudieron ser aplicados a los fenómenos de la naturaleza y así desacralizarse las explicaciones mitológicas y hacerse uso de las matemáticas. Entre las causas sociales de este cambio en Mileto, se debe a: 1) su condición mestiza con frigios, lidios, licios, carios, fenicios; 2) el surgimiento de la escritura; 3) la fundición del hierro; 4)la civilización progresista, constructiva y activa presente en toda Jonia, como lo ejemplifican Tales, siendo ingeniero, Anacarsis de Escitia (mejoró el ancla, el fuelle, la rueda de alfarero), Glauco de Quíos, quien inventó la técnica de soldadura de hierro, Quesifrón y su hijo Metagenes de Cnosos, grandes transportistas y constructores de columnas y arquitrabes; Eupalino de Mégara, quien perforó el monte Kastro, Reco de Samos, quien construyó una gran escollera en el mar para proteger su puerto y su hijo Teodoro de Samos, inventor del nivel, la escuadra, la regla, quizá el torno, la llabe, el método de pulición de piedras preciosas, compactación de suelos pantanosos, etc.  (Francis MacDonald Cornford, Principium Sapientiae. Los orígenes del pensamiento filosófico griego, s.t., Visor, Madrid, 1987, p. 17-24;  Benjamin Farrington, Mano y cerebro en la antigua Grecia, trad. de E. M. de V., Ayuso, España, 1974, p.  23-61). 
[68]Hans Georg Gadamer, Mito y Razón, Paidos, trad. del alemán de José Francisco Zúñiga García, Barcelona, 1997, (Paidós Studio), p. 18.
[69] Al respecto dice Cornford: “Thus in Homer and in Ionian thought generally, we find a profound belief in destiny (Moira) as an ordinance which limits all  powers, whether human or divine; and we see, moreover that this ordinance is even more a decree of moral obligation, than a barrier of sheer physical impossibility” (Francis MacDonald Cornford,  From religion to Philosophy,  Princeton University Press, Princeton, 1991, p. 14). Ahora bien, dice Cornford que en un inicio este concepto tenía un sentido espacial y no temporal. Se refería a una porción  de la naturaleza o de actividad que estaba en vínculo con las demás porciones. Así pues en Hesíodo la moira se dividió en 3 provincias: Tierra (Gea), Cielo (Urano) y Mar (Ponto). Este carácter espacial, supuestamente influyó en los primeros filósofos griegos  pues estuvo muy ligada a la idea de los elementos y de una disposición impersonal de la naturaleza, como una ley natural (Ibidem. Págs. 15 y ss).
[70]  Ibidem. Págs. 5 y 11.
[71] Francis MacDonald Cornford, Principium sapientiae. Los orígenes del pensamiento filosófico griego, s.t. Visor, Madrid, 1987, p.  115 y 136.
[72] Ibidem. Pág. 121-123.
[73] Ibidem. Pág. 178.
[74] Ibidem. Pág. 188.
[75] Aquí surgen dos elementos que nos pueden sorprender: 1)si la filosofía es una creación única en la Antigüedad; 2) qué es la filosofía como elaboración del logos. Tratémoslo en dos incisos por separado:
1)  Cabe mencionar junto con Benjamín Farrington y el historiador de las religiones Félix Sartiaux que incluso la metafísica griega no es una novedad única en la Historia de los pueblos antiguos, ya que es muy semejante a otros sistemas de pensamiento, como la filosofía hindú, la cual, por cierto, es muy similar al idealismo platónico según Sartiaux.  En este tenor, aunque la filosofía surge con el paso del mito al logos, no es una creación al cien por ciento original de los griegos  (Benjamín Farrington, Mano y cerebro en la antigua Grecia, trad. del inglés de  E..M. de V., Ayuso, Madrid, 1974, p.  25).  Pese a las diferencias de una filosofía griega secularizada y politizada, versus a una filosofía india religiosa y apolítica, encontramos por ejemplo puntos en común:  se buscaba unidad debajo de la aparente multiplicidad con soluciones monistas y dualistas (Atma-Brhama , alma-Prakrti, materia), así como se habla de los elementos entre los presocráticos, también  en el Brhad-Aranyaka y en los Upanishad se encuentra múltiples elementos (agua, fuego, aire, el Uno, el Ser). Más aún, el propio Rodríguez Adradós no ve tanta diferencia entre la filosofía religiosa hindú y la griega, pues a los pitagóricos, Parménides y Empédocles se le puede considerar  inspirados que no se distinguen de la Gita.   Incluso, también se puede considerar como una labor intelectual, el producto de las discusiones entre los brahamanes y sus discípulos (los Upanishad), quienes además era protegidos por los reyes.  Por otro lado en Platón vemos coincidencias con los orientales, tales, como el salvacionismo, la transmigración de las almas y el karma.  Ahora bien, si consideramos vagas algunas ideas orientales como la de Brama, que no se sabe si es un principio o un dios, pues hemos de decir que esa misma ambigüedad se puede hallar en el Uno de Heráclito, en el logos estóico. Y aunque es verdad que en la época helénica hubo un contacto entre griegos y latinos, parece que muchas de sus semejanzas son previas a tal (Francisco Rodríguez, Palabras e ideas, Ediciones Clásicas, Madrid, 1992, p. 15-25).
2)  La filosofía griega en cuanto producto de logos, es decir, de un modelo de racionalidad y de sabiduría implica las siguientes características: 1) se refiere a un sistema de pensamiento del mundo y la vida humana 2)que algunas personas consideran completos; no todos los que consideramos filósofos se concibieron bajo ese mote (de raíz pitagórica, pero de popularizado entre los círculos socráticos); 3)que en los círculos socráticos la filosofía fue consideraa un género prosaico, dialógico o expresado en tratados, salvo algunos arcaísmos (como el poema filosófico o los aforismos); 4) fue considerado como filosofía toda aquella producción que no embonaba en un género determinado (lírica, épica, tragedia); 5) los filósofos eran personas que se confrontaban con su sociedad y se sentían como un grupo distinto a la sociedad sea en la línea de la tradición (Empédolces) o de su ruptura (sofistas) (Francisco Rodríguez, Palabras e ideas, Ediciones Clásicas, Madrid, 1992, p. 1-14).
[76] Jean Pierre Vernant, Mito y pensamiento en la Grecia Antigua, trad. del  francés de J.D. López Bonillo, Ariel, Barcelona, 1973, p. 345.
[77] Rodolfo Mondolfo, La comprensión del sujeto humano en la cultura antigua, EUDEBA, Buenos Aires, 1968, p. 3. Mientras Ritter cree que no deben hacerse divisiones históricas en períodos, Zeller, está a favor de ella y aún así no deja de afirmar la continuidad de este principio de continuidad.  A nosotros nos parece más acertado lo posición de Zeller y asumimos que dicho principio histórico más que un constructo etereo, es un principio ontológico constituido por el acto de la narración en el hombre.
[78] En este sentido coincide Detienne, pero prefiere hablar de una línea de la retórica y la sofística, en vez de una escuela científica.  Por lo que respecta a la tradición de las sectas filosófico –religiosas, dice este helenista francés:  “En el pensamiento de las sectas filosófico-religiosas, la aletheia está en el centro de una configuración de potencias y de nociones perfectamente homólogas a las que la cortejan en el pensamiento religioso: inserta en la Memoria, como función religiosa, Alétheia es asociada a Diké, que señala su identidad en el orden de las cosas” (Marcel Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia Arcaica, trad. del inglés de Juan José Herrera, Taurus, Madrid, 1982, p. 132).  La diferencia pues, entre una línea de investigación y la otra, es que una acepta la ambigüedad y la otra no. Claro que esto es muy debatible, pues si creemos que sofistas de la estatura de Protágoras fueron influidos por los pitagóricos y aceptaron la existencia de los contrarios, vemos una aceptación de la ambigüedad. Tendría que aclarar con mayor detalle Detienne a lo que se refiere. Pues de golpe, su afirmación no parece sostenerse.
[79] Hans Georg Gadamer, Mito y Razón, trad. del alemán de José Francisco Zúñiga García, Paidos, Barcelona,  1997, Paidós Studio, p.  17-18.
[80] Marcel  Detienne, La invención de la mitología, trad. del francés de Marco Aurelio Galmarini, Península, Barcelona, 1985, p. 115.
[81] Ibidem. Pág. 117.
[82] Ibid.
[83] Marcel Detienne, La escritura de Orfeo, trad. del francés de Marco Aurelio Galmarini, Península, Barcelona, 1990,  p. 112 y ss.
[84] En otras palabras, el rumor no sólo persuade, sino también crea imaginativamente. Y este segundo aspecto se deriva de una observación hecha respecto a los mitos por Louis Gernet. Cfr. Jean Pierre Vernant, Mito y religión en la Grecia Antigua, trad. del francés de Salvador María del Carril, Ariel, Barcelona, 2001, p. 25.
[85] Marcel  Detienne, La escritura de Orfeo, trad. del francés de Marco Aurelio Galmarini, Península, Barcelona, 1990, p. 118.
[86] Vernant da algunos ejemplos, como Calímaco o los órficos que tratan de abrir nuevos cauces dentro de la tradición mítica.  Otros que reinterpretaron y recontaron mitos fueron Apolonio, Propercio y Ovidio. Incluso,  si no tenemos la certeza, hay testimonios de algunos autores que acusaron o señalaron a ciertos individuos como los autores de ciertas versiones míticas. Así pues, Pausanias dijo que Onomácrito inventó la parte relativa a los titanes del siguiente mito: “Todo empezó con los malvados Titanes, que cogieron en una trampa al niño Dioniso, lo hicieron pedazos, , lo cocieron, lo asaron, se lo comieron y fueron ellos a su vez inmediatamente consumidos por un rayo de Zeus; del humo de sus restots surgió la raza humana, que heredó así las horribles tendencias de los Titanes, moderadas por una diminuta porción de materia anímica divina, que es la sustancia del dios Dionisio, que sigue obrando  en los hombres como un yo oculto” (E.R. Dodds, Los griegos y lo irracional, trad. del inglés de María Araujo, Alianza, Madrid, 1996, Alianza Universidad, p. 151-152;  G.S. Kirk, The Nature of Greek Myths, Penguin, Harmonsworth, 1990, p. 14).
[87] Jean PierreVernant, Mito y religión en la Grecia antigua, trad. del francés de Salvador María del Carril, Ariel, Barcelona, 2001, p. 25; -Entre mito y política, trad. del francés de Hugo Francisco Bauzá, FCE., México, 2002. p. 104. 
[88] Jean Pierre Vernant, Entre mito y política, trad. del francés de Hugo Francisco Bauzá, FCE, México, 2002, p. 104.
[89] Omitimos a las sagas, pues estas son las narraciones en prosa de Islandia.
[90] G.S. Kirk,  El Mito.  Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. del inglés de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990, p. 47 a 51; - The Nature of Greek Myths, Penguin, Harmonsworth, 1990, p.  35. Belerofonte es  exiliado porque la reina se enamora de él y falsamente lo acusa de tratar seducirla. Luego realiza este héroe tres proezas: 1) mata a la monstruosa Quimera; 2) derrota a la tribu de Solimia; 3) se expone frente a las peligrosas amazonas.  Igualmente en la Odisea se han detectado cuentos populares  (los Cíclopes, los Lestigrones, las  historias de aeolus, Circe, las Sirenas y el ganado del Sol, según han detectado Page y Meuli gracias a la comparación con otros cuentos populares existentes en otros lugares y épocas ( Juan Carlos Bermejo, Introducción a la sociología del mito griego, 2ª ed., Akal, Madrid, 1994, p. 164).
[91]G.S. Kirk, El Mito.  Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, Paidos, Barcelona, 1990, p. 24-25.
[92] Leticia Flores, “La plasticidad mítica” en Solares Blanca (coord.), Los lenguajes del símbolo. Investigaciones de hermenéutica simbólica, Anthropos/CRIM/UNAM,  Barcelona, 2001, p. 108. Ahora,  si bien es cierto que el mito puede ser sagrado y aún así distanciarlo de la religión (pues sacralidad y religión no se implican necesariamente), entender a lo sagrado como algo que irrumpe  intempestivamente, trágicamente y que conlleva una evocación de un momento fundacional traducido en la instauración de un orden, es algo que aunque muchas veces sucede, parece que no siempre se da en todos los mitos. Los mitos fundan, pero habría que demostrar que fundan de la misma manera sin descontextualizarlos. El propio Kirk testifica que hay mitos que son de entretenimiento entre los navajos. Luego, si contienen dramatismo y fundación, éstos tienen carácter lúdico y no necesariamente sacro; o bien lo sacro se redefine lúdicamente. Más aún, Kirk comenta que algunos mitos tratan de temas que provocan emociones fuertes y otros tratan aspectos menos emotivos. Así pues, si todavía hay cabida para la instancia dramática y fundacional –que la hay- esta no es homogénea, sino plural, con grados de emotividad.  Cabe pues citar la crítica que hace también Luis Cencillo a este tipo de visiones de tiempos fundacionales, puesto que su defecto consiste en que de antemano se sabe lo que los mitos dicen (actualizar el Gran Tiempo) y aglutinan con analogías más o menos intuitivas y arbitrarias los significados supuestos por el autor, sin tomar en cuenta la contextualización de cada mito, ni que la búsqueda de significados universales o transhistóricos en los mitos, es inverificable, como Richard Buxton apuntó. Así pues, aquí se peca de lo mismo que en el estructuralismo: se supone la existencia de un mensaje impersonal y mecánicamente producido por la historia, cuando los mitos en realidad son el producto de seres humanos. Y si añadimos la crítica de Furio Jesi hace de que el mito se vuelve así un antes metafísico que salva lo real y fácilmente puede ser usado como instrumento de interpretación mística de la historia que vuelve al mito un instrumento político en el sentido peyorativo de la política. Así pues, no es el tiempo del mito un tiempo cíclico anclado en un pasado originario, aunque a veces así es configurado. Sin embargo, “algunas de las indagaciones y reflexiones sobre esta relación nos indican que debemos huir de la confrontación entre tiempo cíclico y tiempo linear. Casi todas las civilizaciones pueden ofrecer mitos con dicho trasfondo. A primera vista pareciera que el tiempo del mito es cíclico. Pero no es exacto. Tampoco es linear. Mejor sería decir que es tridimensional: posee un pasado que no está ausente (el mito sucedió “in illo tempore”, pero es real y efectivo hoy); apunta a un futuro que no ha llegado pero que ya ha comenzado; y está en un presente liberado que, sin embargo, depende del pasado y el futuro. La cuestión radica más bien, por tanto, en cómo trabaja y elabora el tiempo el trasfondo mítico dominante en cada cultura (José María Mardones, El retorno del mito, Síntesis, Madrid, 2000, p. 57- 58)”.
(G.S. Kirk,  El Mito.  Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. del inglés de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990.  Págs. 37, 44 y 266; Luis Cencillo, Los Mitos. Sus Mundos y su verdad., BAC, Madrid, 1998,  p. 507 y 513; Furio Jesi, Mito, trad. del italiano de J.M. García de la Mora, Labor, Barcelona, 1976, p. 90; Richard Buxton, El imaginario griego. Los contextos de la mitología, trad. del inglés de César Palma, Cambridge University Press. Madrid, 2000. P.18).   
[93] G.S. Kirk, The Nature of Greek Myths, Penguin, U.S.A., 1990, p. 27 y Richard Buxton, El imaginario griego. Los contextos de la mitología, trad. del inglés de César Palma, Cambridge University Press, Madrid, 2000, p. 28. Cabe realizar dos acotaciones:
1)  Solamente unos cuantos autores niegan que los mitos no sean relatos. Luis Cencillo, por ejemplo, considera que los primeros mitos de la humanidad eran dramáticos y dramatizados cuando todavía no surgía el lenguaje. Luego, se volvieron orales. También tenemos que para Moret los mitos fundamentalmente eran transmitidos por el arte, y éste no se expresa necesariamente a través de la palabra. No obstante, ha sido entendida dicha expresión como una forma no verbal de narración y lo mismo podríamos decir de los mitos dramáticos de Cencillo. También Walter Burkert, sostuvo una idea semejante a la de Cencillo.
2)  Todo relato que heredamos en la actualidad y que no es segura que su transmisión lo haya vuelto tradicional, pues, por ejemplo sólo se posee noticia de él en un solo testimonio, no se puede saber si es mítico o no. Así que por prudencia debe ser considerado, con la salvedad de que efectivamente haya sido un mito, pues, si no lo fue, al menos fue público.
[94] Hans Georg Gadamer, Mito y Razón,  trad. de José Francisco Zúñiga García, Paidos, Barcelona, 1997, Paidós Studio, p. 81 y  86.
[95] Ibidem. p. 31.
[96] El conocimiento parece que no es la única función del mito. Hay pues algunos pensadores que sostienen la idea de viarias funciones del mito y al parecer fue el Percy S. Cohen, quien en 1970 hizo énfasis en este abordamiento. Al respecto, G.S. Kirk ha sido uno de los estudiosos más exitosos al postular una teoría multi-funcional del mito. Él considera que los mitos poseen 3 funciones que no se dan puras, sino en una mezcla con muchas combinaciones, al grado que tales funciones no son universales a todos los mitos, sino parciales:  1)narrativa y de entretenimiento; 2) una operativa, iterativa y revalidatoria;  3) una especulativa y aclarativa.  Mauricio Beuchot  con su Hermenéutica Analógica, también sostiene varias funciones míticas (pedagógica, social, axiológica, existencial y metafísica), pero al parecer aquí sí todas estas propiedades son universales a los mitos. (G.S. KIRK, El Mito.  Su significado y funciones en la Antigüedad y otras culturas, trad. del inglés de Teófilo de Lozoya, Paidos, Barcelona, 1990, p. 262; -The Nature of Greek Myths. Penguin. U.S.A., 1990, p. 39; y Ricardo Mazón, La Hermenéutica Analógica y el Mito, Primero Editores, México, 2002, p. 50-54). Por otro lado, el carácter cognitivo del mito, estaría en estrecha dependencia del  conocimiento simbólico, que para Durand, tiene como propiedades: 1) como pensamiento siempre indirecto; 2)  como presencia representada de la trascendencia; 3) como comprensión epifánica y que remiten al papel último del símbolo el de la libertad creadora de un sentido vinculado con la mencionada trascendencia (Gilbert Durand, La imaginación simbólica, s.t., Amorrortú Editores, Buenos Aires, 2000, p. 25). 
[97] Luis Cencillo, Los mitos. Sus mundos y su verdad, BAC., Madrid, 1998, p. 29.
[98] Esta generación de significados está motivada por una primera instancia, donde hay un estímulo que provoca en el sujeto  un distanciamiento perspectival de lo que se está conociendo; luego, la información obtenida sobre dicho objeto es integrada en una totalización y finalmente deriva en una intimación comprensiva de tales totalidades que ya se han convertido en “objetos” u “entidades” en el contexto del mundo. Así pues, el conocimiento ya no se define como la pasiva representación mental de un objeto, sino como la construcción de éste o de entidades distintas a las cosas materiales, como el amor, el Estado, etc. Así pues, el sujeto cognoscente tiene  un margen de actuación mayor al concedido por la tradición realista medieval. Ibidem. Pág. 29 y ss., 38  y 59.
[99] Ibidem, p. 31.
[100] Ciertamente que símbolo es un término muy ambiguo. Cuenta José María Mardones que a veces hace referencia a los signos lingüísticos, en cuanto que son convencionales y arbitrarios; en otras ocasiones, hace alusión a todo lo que lleva un significado indirecto y es interpretable; a veces refiere a una experiencia semántica intraducible; o bien, a un conocimiento indirecto. En este análisis lingüístico de los mitos estamos siguiendo a Luis Cencillo. Para él, el símbolo se distingue de la señal (que es ostensiva) y que él define como un signo reabsorbido  en una función  significante (que convierte algo en objeto para la  conciencia)  de algo puntual, directo y práctico, mientras que el símbolo es un signo de diferente nivel y que supera la praxis cotidiana. Así pues, la definición de Cencillo de símbolo es compatible con la que nosotros manejamos basada en Durand, la cual se refiere al símbolo como un signo que remite a un significado inefable e invisible. No obstante, para Durand, el símbolo posee varias funciones: 1)una teofánica, que en la entropía del universo muestra el valor supremo que equilibra al universo con un Ser que no transcurre; 2) una biológica que es una reacción defensiva en contra de la muerte; es decir, una eufemización de dicho acontecimiento con la intención de mejorar la situación del hombre ante el mundo; 3) una función psicosocial que genera equilibrio en la psique del individuo y en la sociedad en la cual cada 36 años una generación se opone a otra; 4) una función humanista que genera un equilibrio en la especie humana, conduce a un humanismo abierto. Por último podemos decir junto con Mardones –quien abarca las posturas de Cencillo y Durand, que con el concepto de símbolo se asocian las siguientes características: 1)está en el ámbito de un conocimiento indirecto; 2)no es arbitrario, sino que tiene cierta similitud con lo significado; 3) la similitud con lo significado no es absoluta, sino inadecuada, inexplicable; 4) es polisémico; 5)es una conjunción de los contrarios (recurre a la paradoja); 6) son regresivos-progresivos, en cuanto que remiten a una infancia arcaica o a la exploración del futuro; 7) el conocimiento ahí presente se orienta hacia la totalidad del proceso que pretende reflejar y no  fragmentado. (Luis Cencillo, Los mitos, sus mundos y su verdad, BAC., Madrid,1998, p. 49; Gilbert Durand, La imaginación simbólica, Amorrortú Editores, Buenos Aires, 2000,  capítulo 5;  José María Mardones, El retorno del mito, Síntesis, Madrid, 2000, p. 28-32). 
[101] En Detienne vemos dos  aspectos similares: 1) cuando habla de potencias mánticas de los mitos, como Aletheia, Mnemosýnê, Lêthê, etc (aunque bien no todos los símbolos mitologemáticos serían estas potencias -de carácter adivinatorio-, es verdad, que todas ellas sí eran de corte mítico, y por ende símbolos mitologemáticos) y 2) la palabra mágico-religiosa, la cual tácitamente es entedida por él, como la palabra mítica. Ésta se caracteriza por ser activa, eficaz y no estar sometida a la temporalidad. (Marcel Detienne, Los maestros de verdad en la Grecia Arcaica, trad. del francés, de Juan José Herrera, Taurus, Madrid, 1982, Capítulo III y IV). Respecto a este aspecto diremos que sólo retóricamente la palabra no está sometida a la temporalidad, pues el propio Detienne ha aceptado que la Memoria (hecha palabra) que nos narran los maestros de verdad era una omnisciencia del pasado, presente y futuro, pero esta omnisicencia es conocimiento del tiempo y desde el tiempo que realizan seres temporales. Esa omnisciencia del pasado, permite explicar la magia (y la palabra mágica), como la define Salvador Rus basándose en Ignacio Falgueras y L. Polo: “la magia  es saber operativo, práctico, cuyo fin es controlar las fuerzas cósmicas o humanas, mediante unos símbolos y ritos que intentan el dominio, la provocación de acontecimientos o conductas futuras”. (Salvador Rus, El problema de la fundamentación del derecho. La aportación de la sofística griega a la polémica entre naturaleza y ley, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1987,  p. 24).
[102] Luis Cencillo, Mito. Semántica y realidad, BAC, Madrid, 1970.  No obstante, es necesario señalar que para algunos autores, como Gilbert Durand, función de todo símbolo (dentro o fuera de un mito) es la de la conducción instaurativa hacia un ser manifiesto en la representación (del símbolo) (Cfr. Gilbert Durand, La imaginación simbólica, s.t., Amorrortú Editores, Buenos Aires, 2000, p. 82).
[103] Ibidem., p. 30. Así lo dice Cencillo: “El mito genuino viene precisamente a reflejar la interacción impulsora de realidad-para-el-hombre del complejo haz de fuerzas de todo tipo [...].  También Cristóbal Avecedo sostiene una postura similar.  Ahora bien este concepto energetista del mito, tiene su equivalente en un fenómeno más amplio que es el lenguaje. Así pues, W. Von Humboldt –y de paso Gadamer-entendió al lenguaje como una enérgeia, pues su esencia consiste en la realización viva del habla, pues hablar es hacer al mundo, en tanto que el hombre se diferencia de otros seres por su libertad frente al entorno y esto implica la constitución lingüística del mundo, pues lo que se habla en el lenguaje son constelaciones objetivas  que no implican la objetivación del mundo (con su respectiva medición y cálculo), sino más bien, que los objetos surgen en el mundo del lenguaje, en el hablar (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, t 1, trad. de Ana Agud Aparicio y Rafael de Agapito, 7ª ed., Ediciones Sígueme, Salamanca, 1997, p. 531 y ss). 
[104] Leticia Flores, “La plasticidad mítica” en Blanca Solares (coord.), Los lenguajes del símbolo. Investigaciones de hermenéutica simbólica,  Antrhopos/CRIM/UNAM,  Barcelona, 2001, p.  97.
[105] Ibidem,  p. 97 y 98.
[106] José María Mardones, El retorno del mito, Síntesis, Madrid, 2000, p. 63, 66.

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