Heidegger de Arturo Leyte

El presente texto es presenta un resumen del libro de Arturo Leyte, así como una reflexión en la cual se problematiza un asunto que me llamó la atención durante el curso que él impartió: la relación habla-historia. Reconozco mi incapacidad de hacer correcciones u observaciones agudas a Leyte, más bien, lo que con humildad y realismo puedo construir es una  síntesis de su pensamiento y un esbozo de una problemática heideggeriana que compete a mi investigación de tesis respecto al asunto de la mitopóyesis. Sin más preámbulos, ofrezco aquí ambos puntos.

Resumen

 

Para Arturo Leyte,[1] la idea clave para comprender a Heidegger es que no existen tesis en su filosofía, que no hay en este sentido –de un sistema articulado de tesis positivas- una doctrina, sino una hermenéutica de la historia de la filosofía.[2]  Es más, para Leyte quizá no haya una filosofía estrictamente de Heidegger, ya que el no tener una filosofía justamente es un modo de hacer filosofía. En el estudio de este proceso o proyecto,  considera que si hay una originalidad consiste en la repetición del pasado filosófico con la intención de mostrar lo no pensado –que pertenece al ámbito de lo pensado-[3] quizá vinculado algo prenominal que definió el origen mismo de la filosofía[4] y que también supone el reconocimiento
[…] de que no hay nada más nuevo y operativo  que lo ya constituido, aquello que ya siempre se da por supuesto, en definitiva, el pasado filosófico. Un pasado filosófico que no funciona a modo de resto fósil que se puede descubrir o dejar cubierto sin que interfiera, sino que más bien opera constituyendo y dirigiendo cada uno de los modos de mirar, hacer, pensar y nombrar: la realidad constituida y actual procede del modo en que, en primer lugar, fue posible hablar, por ejemplo de <<la realidad>> como de un todo.[5]

            Leyte asume una división cronológica de la obra de Heidegger:
Así, la primera parte se centraría en Ser y tiempo, publicado en 1927; la segunda llegaría hasta 1947, fecha de la publicación de la Carta sobre el humanismo, y la tercera tendría en cuenta, sobre todo, los escritos posteriores a esa fecha, los últimos escritos. Si bien es cierto que la segunda parte, no obstante, tienen en cuenta escritos posteriores a 1947 (algunos referidos a la técnica) y la tercera, en cambio, el escrito sobre el origen de la obra de arte, de la mitad de los años treinta, el trayecto parece tener su equivalente cronológico en esos tres períodos: hasta 1927, desde 1929 hasta 1947 y a partir de esta fecha.[6]

Así, Leyte bajo este tenor, divide su libro en tres capítulos (acompañados de una introducción y un epílogo): 1)  El ser y el tiempo; 2) La metafísica; 3) La finitud.

El Ser y el tiempo

 

De Ser y tiempo, una obra que plantea el sentido de la pregunta por el ser (es decir una ontología fundamental),[7] dice Leyte que su valor aparece desdoblado en dos significados: “en el original, como <<historia de la filosofía>>, o historia de lo no-pensado, y en el derivado, como esa historia de la filosofía organizada de forma tópica precisamente como historia del pensamiento, que debe ser cuestionada y hasta desmontada”.[8] La pregunta por el sentido del ser se ve opacada por una gramática que no le permite aflorar al ser como fenómeno, pero que es hecha por un ente que plantea esta pregunta y que se define por ella (ese ente es el Dasein) en una relación preontológica con el ser mismo, pues está abierto a él.[9] Por eso una ontología fundamental sería “[…] la reconstrucción de un posible decir (lógos) sobre el ser, pero a partir de la única señal que se ha encontrado sin presuponer nada; a partir del Dasein”.[10] Entonces es la existencia el único fenómeno que aparece de entrada en el camino hacia el sentido del ser, y es que la existencia remite al ser[11] Queda claro que con existencia, se está refiriendo a la existencia humana, la cual tiene tres formas de existir (en el límite mismo del mundo):[12] 1) encontrarse (Befindlichkeit) ante una situación o estado de ánimo (Stimmung); 2) comprender (Verstehen), como entender algo , que a la vez es una poder ser (es decir una posibilidad existencial que se elige entre la tensión de lo propio e impropio, que en su estar abierto a, es un proyecto); y 3) habla (Rede), ya que “[…] el Dasein existe ya en un mundo interpretado y sólo posteriormente, a partir de esta situación, puede en su caso conceptualizar esa interpretación suya y articularla en enunciados.”[13]  También la existencia humana tiene un límite: la muerte (por eso el Dasein es un ser-para-la-muerte):
Si, además aquello que define la posibilidad, es decir, la posibilidad extrema, el límite, es la muerte, la voz de la conciencia llama a la existencia a <<ser-para-la muerte>>, que es como decir: llama a ser sí mismo, a ser propio. La voz de la conciencia llama a un tránsito: pasar de la caía a la existencia, de la impropiedad a la propiedad. Y la única propiedad esencial es la muerte, porque sólo desde ella se define el camino de la finitud. Y a sea propiedad llama la conciencia.[14]

Cuando Heidegger habla de existencias no-humanas, usa los términos “cosas”  o “mundo”.[15] Así pues, la relación existencia-mundo sustituye la relación sujeto-objeto, entendiendo que no es una dicotomía, ya que se resuelve en la unidad del ser-en-el-mundo, base misma del conocimiento y  que experimenta la angustia ante la totalidad del mundo, como una inconceptualizable presencia (la nada).[16] Por eso para Heidegger “ […] la angustia arranca al Dasein de su caída porque lo despoja de esa segura habitación lanzándolo fuera. En la angustia, el Dasein sale de casa para sumergirse directamente en la inhospitabilidad (Unheimlichkeit) vacía y desnuda donde no cabe protección”.[17]  Ahora bien, el asumir la caída como caída, y el contemplar la unidad estructural del Dasein entre la existencialidad (anticiparse a si mismo), la facticidad (estar ya en el mundo), y la caída (encontrarse en medio de los entes) llevan a la cura (entendida como la unidad de esa trama).[18]
Con las cosas del mundo hay dos maneras de relacionarse: “Zuhandenheit” y “Vorhandenheit”. La primera es traducida como “ser a mano”, y apela a la inmediata relación con las cosas antes de que se les mire; mientras que la segunda se refiere al mirarlas, contemplarlas y es traducida como “ser-ante-los-ojos” o “ser presente”.[19]
 Al realizarse esta ontología, eso no lleva a crear nuevas ontologías temáticas, sino que el ser, al cobrar relevancia en su discurso, se pierde (en tanto que no se puede tematizar contundentemente, ya que es atemático, intraducible).[20] Ahora bien, este ámbito preontológico del Dasein no significa que haya en el ser una esfera anterior a los entes: “No hay tal esfera del ser a diferencia de la de los entes porque <<ser>> significa siempre <<ser de los entes>>”.[21] Entonces el ser es la diferencia por múltiples razones: porque no hay un ser aparte o ajeno a lo ente; 2) que el juego ente – ser se da en el seno del Dasein; 3) que el Dasein ya en cuanto existencia es la diferencia (alteridad) respecto a otras existencias.[22]

La metafísica


La “metafísica” es un concepto tan importante para Heidegger, como lo es el del “ser”. Metafísica es un término ambiguo: implica una esfera que diferencia entre apariencia y verdad, lo físico y lo metafísico; como también se refiere a un ámbito que alude a la diferencia ontológica entre lo ente y el ser (que tiene su correlato entre lo dicho y el decir).[23] Incluso la metafísica sería el nombre que decididamente asignaría Heidegger a la filosofía a partir ¿Qué es metafísica? y Kant y el problema de la metafísica.[24] Vaya, si bien en Ser y Tiempo se propuso una destrucción de la historia de la metafísica, en realidad Heidegger reconoce –según cuenta Leyte- que ese proyecto fuera ya resultado de una revisión de la metafísica y tal destrucción era un tomar distancia  con vistas a tal revisión, ya que se hizo evidente que “[…] de la metafísica no se sale como resultado de una decisión, en primer lugar, porque la metafísica es el lugar que se habita y el horizonte desde el que se piensa todo, en el que se inscribe todo”.[25]
Respecto cómo entiende la metafísica, es decir a la acción filosofíca, este Heidegger, Leyte nos dice: “La metafísica, así entendida, como cruce y a la vez lucha entre cierto insistir de la cosa y la desinsistencia del ser (es decir, la nada), es también el Dasein visto como fenómeno, o lo que es lo mismo, como ya se anunció en Ser y tiempo: como algo cuya esencia consiste en ocultarse”.[26]  Hacia este camino ya apuntaba Aristóteles y Kant,  según interpreta Heidegger.[27] Ahora bien, desde esta perspectiva, ¿qué es la verdad? Es un juego lingüístico, que no por ser juego deja de ser relevante. Además, la verdad es un algo originario (metafísicamente), al cual es consustancial el error, como su propia historia en cuanto onto-teología –que corresponde a identificación del discurso sobre lo ente y el ente supremo, a la confusión de la esencia con la existencia-, lo demuestra.[28]  
Y es que el ser es finito y tienen una historia (por eso Grecia y la Modernidad son ya metafísica, y la expresión más encumbrada de la metafísica moderna está en Nietzsche).[29]  Y la historia
[…] es el acontecimiento de ese <<entre>>, de ese Da, también de ese cruce articulado en el que se revela la finitud, el lugar donde la abertura –y por eso el cierre- es posible. Por eso, donde es posible también la relación entre el ser del hombre y el ser. Ciertamente, así, ese Da no es sólo el nombre para cada posible lugar, para cada <<donde>>, cada <<aquí>> y <<allí>>, sino también para cada <<entonces>> y cada <<cuando>> no sea meras coordenadas formales para situar algo, sino lo que surge del algo mismo  tal como acontece; tal como acontece da. [30]

Por ende, la metafísica “no es el acontecimiento, no es el Dasein (die Geschicthe), sino la tematización del ser y su correspondiente historia (Historie)”.[31]
Más aún, la metafísica no sólo es la gran idea de “teoría”, sino es el modelo de razón y de la ciencia, y por si fuera poco, modelo de la vida humana (en los órdenes natural, estético,  personal, social), que en su manera actual de presentarse encarna en la técnica[32] Digamos que la metafísica y la técnica comparten la misma esencia, es decier producen la verdad como tránsito del ocultamiento al desocultamiento.[33]Y es que en la historia de la metafísica la técnica convierte todo en tema (Ge-stell)[34] y conlleva la imposición de una representación y que clama para sí –para su desarrollo- la aplicación de las ciencias físico-matemáticas y su método.[35]  Con la técnica la naturaleza deja de ser phúsis y se convierte en objeto, en lo más real de todo, como producción y provocación –para que produzca algo de determinada manera y cantidad- y así todo es como una reserva de la cual la industria puede disponer, y cuyos  sólo son reconocidos en una contabilidad.[36] Y esta crítica, que parece tener matices morales, nos lleva a mostrar la posición respecto a la ética que tuvo Heidegger:
La única ética posible es, como consecuencia de lo dicho,  pensar la verdad del ser y, por eso mismo, pensar el permanente desequilibrio y el fatal (trágico) desencuentro original que ocurre cada vez que el ser se cruza con la esencia del hombre, es decir, en esa exposición a la luz que se llama la ex – sistencia. […] La ética en ese caso, es el pensar, que ahora puede garantizarse una medida: la finitud […] La ética no es posible como discurso separado, porque como discurso separado, porque como discurso separado nos encontramos de nuevo en la metafísica, que en definitiva acabó con el éthos, es decir, con la casa humana, sustituyendo el umbral por un refugio infinito al que llamó universo y planeta. Pensar, en cambio, es trabajar en la construcción de la casa del ser, que fundamentalmente significa, en hacer manifiesta la conjunción de la esencia del hombre (la ex- sistencia) y la verdad del ser, el tiempo del ser, que no es ningún transcurrir, sino más bien un ocurrir.[37]

La finitud


Leyte centra la interpretación del Heidegger tardío en torno al concepto de finitud, a pesar de que trató una diversidad de cuestiones sobre filosofía griega, estética, la técnica, el lenguaje etc. Sin embargo, Leyte señala que en realidad todos esos estudios tan diversos son reiteraciones sobre la cuestión misma de la finitud y no meros temas autónomos.
Respecto a la finitud señala dos aspectos: 1) que engloba a varias ideas (Lichtung, Ereignis, existencia); 2) delimita a la finitud, como una quiebra del sentido vulgar del tiempo, ya que a la finitud del tiempo se opone la infinitud, el tiempo no es transcurrir, sino ocurrir y el futuro antecede al pasado, vaya, el tiempo es un acontecer.[38]
Consecuentemente encontrará la finitud en sus reflexiones sobre la obra de arte, Hölderlin y Grecia.[39]

La relación habla – historicidad


   Ciertamente que el habla es un modo de ser del Dasein, a su vez, podemos decir que para Heidegger, es importante también la historia entendida en sus dos acepciones: como, acontecimiento y como Historia. Arturo Leyte sugiere que el habla apunta a la intraducibilidad del ser, ya que para nuestro filósofo alemán la cuestión del ser es la cuestión de la intraducibilidad.[40] Más aún, Leyte, nos recuerda que el lenguaje es ya algo multiforme y heteróclito en última instancia, incluso para Ferdinand de Saussure, quien era contemporáneo de Heidegger.[41] De alguna manera Saussure entiende por lenguaje lo que Heidegger por habla. Ahora bien, esto que es intraducible, en la operación del preguntar se vuelve “transparente”, dándose en el seno mismo del Dasein.[42] Entonces en este preguntar se haya el origen existencial del lenguaje, en cuanto aperturidad que muestra al habla con momentos constitutivos, que hacen antológicamente posible al lenguaje: 1) el sobre qué del habla, 2) lo dicho en cuanto tal; 3) la comunicación;  4) la notificación.[43] Según Michael Inwood, la postura de Heidegger respecto al habla –y en relación con el lenguaje-, pasa por tres etapas: 1) en la primera está en función de Husserl, conllevando un significado esencialmente extralingüístico de los estados psicológicos de los hablantes y oyentes; 2) la segunda que hace la distinción entre factualidad y validez, y en la cual el lenguaje libera la gramática de la lógica y se convierte en una actividad humana del ser-en el-mundo “fundada” en el habla  (entendida como la articulación de la inteligibilidad) y que implica, además, la escucha, el oyente, el silencio; 3) una tercera etapa, en la cual el lenguaje no está impostado, sino que es la original esencia de la verdad como “ahí” y que entonces se vincula con su concepto de mundo, que es por supuesto histórico.[44] 
            “Historia” en alemán es concepto que indistintamente es representado por los términos “Geschichte” y “Historie”, pero que en la filosofía de Heidegger, significan dos cosas distintas en el contexto de Ser y tiempo: el primero evoca la historia como acontecimiento y la segunda al estudio de los eventos del pasado.[45] Leyte en su libro se explaya suficientemente sobre la relación entre Historie y el habla con sutileza cuando los habla de la Metafísica. Detrás de esto se esconde la historicidad (Geschichtlichkeit). Así pues lo que nos interesa más bien aquí es la relación entre historicidad  y el habla.  Así pues, la historicidad del Dasein depende de lo que sucede o historiza, de la manera peculiar en la cual extiende el Dasein entre el nacimiento y la muerte, y que se proyecta como pasado y futuro,[46] pero no sólo individual, sino también de la comunidad, de tal manera que hereda una intepretación del Dasein respecto a como se entiende él mismo y sus posibilidades. Por ende, el Dasein ejecuta una repetición de las posibilidades que la tradición le provee. Consecuentemente, el filósofo requiere realizar una inspección crítica (destrucción) de la tradición.
Ahora bien, como Leyte dijo en su seminario, esta historia (entendida como historicidad), no es una historia cerrada, acabada que apunta a un fin, sino que es una historia abierta, en construcción, sin centro a pesar de que se cierre con la muerte. En su ponencia Silencio y olvido como constituyentes de la filosofía, nos muestra una concepción tiempo –el cual es modificado por el Dasein y a la vez desarticulado de una concepción substancialista de la conciencia-[47] entendida como sucesión y actualidad, pero no en el sentido de una conciencia que lo abarque todo, sino en el de una que constitutivamente se reconoce como defectuosa, finita.[48]  Es decir, la conciencia en Heidegger es vacía y fundamentalmente fuente del error, la sombra y la nada. Vaya, la conciencia antes que un infalible contenedor de ideas, ella misma es interpretación, tanto en el sentido de que realizo juicios que pretenden comprender la realidad, como en el sentido de un constante precomprender y de la posibilidad misma del habla.[49] Este sentido de la interpretación supone al olvido –y junto con él al silencio- como un factor que antes que al recuerdo y su elaboración, se convierte en  la base de la existencia y de la gramática (del lenguaje).[50]  En torno a este asunto de la existencia, tenemos entonces el tiempo entendido como temporalidad, “y en consecuencia, como un recurrente ‘no-estar’, que es justamente lo que revela el carácter de estructural incompletitud y defecto inherente al instante, que no es presente, sino articulación, o mejor, atravesamiento de esos tres modos del tiempo reconocidos según sucesión (pasado-presente-futuro)”.[51] 
Esto pues leva a replantear, no necesariamente a romper con las antropologías narrativas al estilo de Alasdair McIntyre, las cuales deben de recordar la concepción de historicidad del Dasein, a la hora de hacer reflexiones antropológicas y éticas del hombre como una animal de narraciones que construye sus modelos de virtud a partir de lo contado. En concreto, si el hombre elabora narrativamente su mundo, estas narraciones no son perfectas, llevan errores, llevan fragmentos que se hilan entre sí, más que continuidades absolutas que se descubran en la propia historia y en las otras historias, que lo que recordamos en las narraciones es mucho menos de lo que olvidamos y que lo que no decimos rebasa a lo que podemos decir.  Enhorabuena a Heidegger, que nos permite elaborar teorías críticas de la narratividad.

Bibliografía


INWOOD, Michael, A Heidegger Dictionary, Blackwell Publishing, Oxford, 2004.

LEYTE, Arturo, Heidegger, Alianza, Madrid, 2005.




[1] Arturo Leyte es catedrático de filosofía en la Universidad de Vigo en Santiago de Compostela. También es investigador asociado de la Comisión Schelling de la Academia de Ciencias de Baviera. Ha editado libros de Schelling y Holderlin y es traductor e intérprete de Heidegger. Según Vicente Luis Mora, quizá el texto de Leyte sea la mejor introducción a Heidegger que existe (Cfr. http://vicenteluismora.bitacoras.com/archivos/2006/01/20/heidegger-segun-leyte , consultada el 15 de abril del 2006).
[2] Arturo Leyte, Heidegger, Alianza, Madrid, 2005, p. 9-11.
[3] Ibid., p. 58.
[4] Ibid., p.22 y 23.
[5] Ibid., p. 24.
[6] Ibid., p. 20.
[7] Ibid., p. 62.
[8] Ibid., p. 58.
[9] Ibid., p. 70.
[10] Ibid., p. 73.
[11] Ibid., p. 74.
[12] Ibid., p. 107 y ss.
[13] Ibid., p. 111. Aquí parece que la interpretación es anterior al lenguaje en el sentido de una interpretación original previa a una formulación lingüística. Eso articulable que hay de la interpretación y que es previo al lenguaje es el habla y es la base que permite el lenguaje mismo. Vaya, el Dasein no elige el habla, sino el habla constituye existencialmente al Dasein. El habla se entienda así como el decir –incluso no verbalmente- las posibilidades existenciales que derivan de la facticidad, el habla es así la posibilidad de articulación de sentido, que puede ser impropio (como marco defectuoso  en el que el Dasein encuentra o vislumbra sus posibilidades. En otras palabras, toma una opción –articulada impropiamente- por lo óntico, un estar entre los entes (la caída). Las formas impropias del habla son: 1) la habladuría; 2) la curiosidad; 3) la ambigüedad.  (p. 114 y ss).
[14] Ibid., p. 136. La conciencia  es conciencia de la temporalidad (articulación de pasado, presente, futuro) y que en la existencia del Dasein, se transforma en historicidad.
 [15] Ibid., p. 94.
[16] Ibid., p. 95 y 122.
[17] Ibid., p. 123.
[18] Ibid., p. 125.
[19] Ibid., p. 103.
[20] Ibidem
[21] Ibid., p. 78.
[22] Ibid., p. 83.
[23] Ibid., p. 155 y ss.
[24] Ibid., p. 179.
[25] Ibid., p. 201.
[26] Ibid., p. 170.
[27] Ibid., p. 172.
[28] Ibid., p. 201-207.
[29] Ibid., p. 189.  Nietzsche no solo es final cronológico de la metafísica. Sino que además, es un principio hermenéutico, ya que él marca el nihilismo como el destino de la metafísica y hace una filosofía a partir de la interpretación de los otros filósofos (igual que hace Heidegger). Así pues, la metafísica nietzschiana se centra en las nociones de “voluntad de poder” y “eterno retorno”.
[30] Ibid., p. 197-198.
[31] Ibid., p. 198.
[32] Ibid., p. 210.
[33] Ibid., p. 232.
[34] La Ge-stell no es tema, sino la tematización absoluta que se hace de las cosas en y con la técnica.
[35] Ibid., p. 222 y ss.
[36] Ibid., p. 228 y ss.
[37] Ibid., p. 244-245.
[38] Ibid., p. 249-250.
[39] Ibid., p. 258 y ss.
[40] Arturo Leyte, El intraducible ser, ponencia leída en Lisboa por este filósofo y releída en el curso intensivo que dio en la UIA del 17 al 28 de abril, p. 2.
[41] Ibid., p. 2.
[42] Ibid., p. 6.
[43] Ibid., p. 7-8.
[44] Michael Inwood, A Heidegger Dictionary, Blackwell Publishing, Oxford, 2004, p.207-209.
[45] Ibid., p. 90. No obstante en las conferencias de 1920 distinguió en realidad seis sentidos del Geschichte: 1) la ciencia o sujeto de la historia, 2) las realizaciones actuadle de un trabajo; 3) tradición (incluso de pueblos sin historia, que se consideran sin tradición), 4) como maestra de la vida; 5) como una frase ambigua respecto al propio pasado; 6) un suceso acontecido de la vida de alguien o de un grupo.
[46] En realidad rodas las decisiones del Dasein son de cara al futuro.
[47] Cabe mencionar que conciencia y Dasein no son lo mismo, la primera es ente, el segundo es no ente. Ahora bien, si en este juego nos podemos ver radicales y decir que la distinción en realidad en teórica y no práctica, podemos decir que la conciencia, sin mediaciones teóricas para comprenderla originalmente es tiempo.
[48] Arturo Leyte, Silencio y olvido como constituyentes de la filosofía, p. 3 y ss.
[49] Ibid., p. 8.
[50] Ibidem.
[51] Ibid., p. 13. 

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