¿Qué es la cultura? Una reflexión a partir de Protágoras.


Si entendemos, como Luis Astey, que la cultura[1] es la organización y operación de la realidad, bien podemos decir, que la estructura del homo mensura es cultural. Es, decir, es ya una estructura que realiza dichas acciones a partir de los mecanismos mismos de la percepción y de la doxa protagóricas (esto es la mitopóyesis).
Finalmente, lo que entra por los sentidos y que se convierte en doxa (o bien, aquello que es doxa  por lo doxa misma y se transmite perceptualmente), es logos. Pero el logos no es algo que se dé por una mera relación sujeto-objeto a la manera de una tábula rasa, sino que trae toda una historia detrás.
El actuar de las narraciones en el homo mensura, es el objeto de la presente tesis.  La visión de la filosofía de la cultura de Jesús Mosterín, en tanto que se acerca a una interpretación naturalística e informacional, puede sernos útil, para concatenarnos a un Protágoras que creía en la phúsis, la percepción, el nómos, la doxa y el logos.[2] Además, Mosterín estudia cómo la cultura es un producto de la naturaleza, que no rompe del todo consigo misma, como igual sostenía el Abderita. Tal visión será complementada con las reflexiones gadamerianas en torno a la cultura y su hermenéutica, las cuales, tienen siempre presente al  mundo de la Antigüedad Clásico y la lingüísticidad del comprender. Partamos pues de esta heterodoxa amalgama, pero no arbitraria, ni ingenuamente.
Hemos de decir que  “cultura” es el término que los latinos tempranamente usaron –desde antes de Plutarco-  para traducir la palabra griega paideia, bajo una clara intención de compararla con la agricultura (cultura de la tierra)[3], abrigada por la metáfora de la cultura animi (cultivo del alma), metáfora que según Jaeger era inherente a la sofística.[4]  No obstante, de acuerdo con Bolívar Echeverría, no fue sino el ethos  (modo de vida, hábito, costumbre, morada, refugio)  la palabra que reflejó la percepción de la dimensión cultural entre los griegos, siendo el noûs su eje.[5]
Lo cierto es que la palabra paideia, comúnmente ha sido aceptada bajo la denominación de cultura y coincide con el sentido propuesto por Astey.[6] Werner Jaeger estudió dicha acepción y comentó lo siguiente:
Resulta así naturalísimo que los sofistas vincularan la idea de la educación a las antiguas creaciones del espíritu griego y las consideraran como su contenido propio. La fuerza educadora de la obra de los poetas era para el pueblo griego algo que se daba por supuesto. Su íntima compenetración con el contenido entero de la educación debía forzosamente realizarse en el momento en que la acción educadora (paideueien) no se limitó ya exclusivamente a la niñez (paiz), sino que se aplicó  con especial  vigor al hombre adulto y no halló ya límite fijo en la vida del hombre. Entonces se dio por primera vez una paideia del hombre adulto. El concepto, que designaba originariamente sólo el proceso de la educación como tal, extendió la esfera de su significación al aspecto objetivo y de contenido, exactamente del mismo modo que nuestra palabra formación (Bildung) o la equivalente latina cultura pasó de significar el proceso de formación a designar el ser formado y el contenido mismo de la cultura y abrazó en fin el mundo de la cultura espiritual en su totalidad, el mundo en que nace el hombre individual por el solo hecho de pertenecer a su pueblo o a un círculo social determinado. La construcción histórica de este mundo de la cultura alcanza su culminación en el momento en que se llega a la idea consciente de la educación. Así, resulta claro y natural el hecho de que los griegos, a partir del siglo IV, en que este concepto halló su definitiva cristalización, denominaran paideia a todas  las formas y creaciones espirituales y al tesoro entero de su tradición, del mismo modo que nosotros lo denominamos Bildung o, con la palabra latina, cultura.[7]

     La cultura para los griegos implicaba tanto al proceso educativo, como al contenido de ese proceso. Ahora bien, si la cultura es una construcción, ciertamente coincide también con el nómos, ya que éste término alude a lo que el hombre se da a sí mismo, construye para sí. En consecuencia, no hay mucha diferencia entre ambos nombres. Podemos atrevernos a decir que son sinónimos relativos.
Javier Vilchis, siguiendo a Leonardo Polo, considera que la cultura en el hombre implica un dominio sobre el medio ambiente y tal dominio se ejercita mediante el trabajo, es decir, un esfuerzo que se realiza por medio de las facultades instintivas, la cooperación y la técnica.[8]
La estructura corporal del hombre es propicia para semejante labor. Pensemos en la mano como instrumento universal, la  fragilidad humana para sobrevivir frente a la especialización de los otros seres vivos, su cerebro con la capacidad de crear instrumentos, de aprender y comunicar lo aprendido a través del lenguaje.[9] Así, pues, el hombre (y los seres vivos en general), es un sistema capaz de autoconservarse y reproducirse detectando, procesando y almacenando información, sea gracias al genoma, sea gracias al cerebro (si se trata de un animal superior).[10] Consecuentemente, la phýsis en el hombre sería lo genéticamente aprendido y la cultura es la información que se transmite entre cerebros, es decir, la información transmitida por aprendizaje social.[11]
Hans Georg Gadamer, hace énfasis en la dimensión  lingüística de la cultura, seguramente porque dicha información adquiere forma ahí. En el lenguaje dice Gadamer, está el secreto de la transmisión de la cultura humana.[12]  Los orígenes de la cultura – nuevamente pensando en el ser humano[13]- se rastrean en los hechos básicos  de la palabra y el lenguaje ya que desde que somos humanidad, somos conversación, historia, palabra.[14] Pero el ser palabra implica una disposición de la unidad de fragmentos (morfemas, gramemas, palabras, etc) para la unidad del sentido de un discurso, cuyo límite está en el enmudecer para así llegar al sentido de lo dicho; pero también  la palabra se extiende en la alteridad, pues es la palabra lo que nos dice al otro y a lo cual contestamos.[15]  
La información que conforma la cultura, no se da en soledad, sino en la comunidad de la palabra, ya que la propia cultura también es el ámbito de todo aquello que es más cuando lo compartimos.[16] 
La información transmitida se  compone de tres niveles: uno sintáctico (es una estructura relativa a un alfabeto, marco o código que puede ser o no gramatical), otro semántico (relativo a una correlación entre una señal con una  forma y un emisor o evento) y finalmente uno pragmático (que apunta a una transformación del receptor de un mensaje, según se afecten sus creencias, habilidades o preferencias).
La información filtrada, detectada, y almacenada en forma de mensajes de DNA se convierten en información a priori sobre el mundo que precede a la cultura.[17] Esta última es transmitida por el aprendizaje social[18] de información descriptiva, práctica y valorativa; en otras palabras: creencias, habilidades y actitudes.[19]
El aprendizaje social consta de los siguientes mecanismos: imitación[20], enseñanza[21], comunicación[22]. Sin embargo, no es simplistamente mecánica la transmisión de la información cultural,  sino que el aprendizaje social, ya va a denotar que “la cultura vive como una forma de entendimiento, como un juego, cuyos participantes no adoptan los respectivos papeles de sujeto y objeto”[23], sino que se entregan al vaivén propio del juego, como un algo que los trasciende pues, todo jugar es ser jugado e implica posibilidades o planes para el jugador, un “otro” u “otros” (no necesariamente otro jugador), una libertad de decisión (que atañe riesgos), un comportamiento del jugador respecto a los planes del juego, la representación (o autorepresentación del juego en el jugador y que además es una representación para alguien).[24] 
En este sentido, no es una mera coincidencia que en la palabra misma de paideia resuene algo de la ligereza e inocencia del juego infantil.[25]
Protágoras entendía que su labor era educar a los hombres (paideueien)[26]  y es presentado como un especialista en la paideia en contraste con Pericles, quien no supo educar a sus hijos.[27] Protágoras es un transmisor de la cultura. Recordemos que educa mediante el cuidado, el ejercicio y la enseñanza.[28]
La enseñanza, pues, es una actividad que coincide claramente tanto en  Mosterín como en el Abderita. Restan el cuidado y el ejercicio, siendo compatibles éstos con la imitación (pensemos específicamente en el ejercicio, como una estrategia propia de la imitación) y la comunicación (ella no está peleada con el uso de medios artificiales extraescolares para el aprendizaje, en otras palabras, no es opuesta la comunicación al cuidado). Ahora bien, Protágoras afirmó que el ejercicio no es nada sin el arte (techné). Esto parece denotar una preferencia hacia la educación formal en vez de la informal.
La educación en cualquiera de sus formas es cultura, pues todos enseñamos y aprendemos elementos culturales tales como las leyes o la virtud de muy diversas maneras.[29] Pérez Tapias lo dice de otro modo:
La cultura así entendida, acompaña siempre al hombre -los los hombres tienen, en este caso, cultura, puesto que cada uno no puede sino nacer y vivir en un marco cultural determinado-; es algo específicamente humano, a la vez producto global de la praxis humana y condicionante de ella como medio que constituye el peculiar habitat de los hombres de cualquier sociedad. La cultura es, pues, propia del hombre y mediadora de todas sus manifestaciones y si quizá sea excesivo decir que la cultura sea coextensiva a la realidad del hombre, lo que sin duda resulta adecuado es afirmar que la realidad de la cultura es coextensiva a la realidad social: cada sociedad tiene su cultura, cada cultura responde a una sociedad [...] No hay pues, hombre sin cultura –la cultura es constituyente de lo humano-.[30] 

Todo lo que aprendemos socialmente, pues podemos designarlo bajo términos omniabarcantes como cultura o tradición, pero también hemos de decir que éstas están compuestas de rasgos culturales, es decir unidades heterodoxas(creencias, prácticas, actitudes, etc) de información –delimitadas arbitrariamente- que en conjunto conforman un complejo. Y si aceptamos que la cultura material –por ejemplo un cuchillo-, es un rasgo, esto vale sabiendo que no es la cosa en sí, sino en relación con el sujeto lo que la vuelve rasgo.[31]
Los rasgos culturales han sido denominados por Richard Dawkins con el mote de memes, pues apelan a la memoria y a la mímesis.[32] Ellos se pueden organizar en submemes y macromemes (estos últimos también llamados dimensiones culturales o instituciones abstractas).[33]
A partir de lo dicho por Protágoras, las dimensiones culturales del hombre serían: la polis (322 c-d)[34], la religión,[35] la technê,[36] la tecnología (vestido, morada, calzado, y alimento de la tierra -¿la agricultura?-),[37] el lenguaje,[38] el oikos,[39] la areté,[40] y la educación.[41] 
¿Cómo opera la cultura en el homo mensura y en la mitopóyesis? Si el sujeto según Protágoras conoce la realidad por sus percepciones y opiniones, también es cierto que éstas son adquiridas en un marco social-histórico, es decir, son permeadas por la tradición y no sólo por la relación que ellas tienen con su objeto de conocimiento.
Lo que aprendemos por imitación, enseñanza o comunicación y que constituye nuestros memes y dimensiones culturales, está rodeado de la narración, de relatos, de conversaciones que a su vez son parte de historias individuales y colectivas y que entran en un juego.




[1] José Antonio Pérez Tapias, dice que se puede entender a la cultura dentro de dos campos semánticos: 1)uno que alude a la erudición, nivel educativo,  formación; 2) otro que alude a un complejo total de conocimiento, creencia, arte, moral, ley, costumbre y otras aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de una sociedad.  De acuerdo con Pérez Tapias, este segundo campo, muestra a la cultura como:  algo humano, que es producto, medio, hábitat y mediadora de las manifestaciones humanas. El concepto de Astey está en este segundo nivel de significación, que además incluye y supera al primero (José Antonio Pérez, Filosofía y crítica de la cultura, Trotta,  Madrid, 1995, p. 19-21).  
[2] Obviamente que no estamos queriendo convertir a Protágoras en un autor cercano teóricamente al  estructuralismo o a la filosofía analítica, sino acaso más cercano a la hermenéutica, y aunque Gadamer habla de una oposición entre ciencias de la naturaleza y las del espíritu, ésta es a nivel metodológico y no en el sentido de una ruptura ontológica, pues el propio Gadamer acepta tácitamente la existencia de la naturaleza cuando refiere que desde el embrión quizá el recordar empiece, como una articulación de las experiencias que preceden al sujeto; más bien, parece que reconoce que por naturaleza el hombre es un animal, hermenéutico. Y explícitamente reconoce tal relación cuando dice:  “No es sólo cuando dice que la tradición histórica y el orden de vida natural formen la unidad del mundo en que vivimos como hombres; el modo como nos experimentamos unos a otros y como experimentamos las tradiciones históricas y las condiciones naturales de nuestra existenciaforma un auténtico universo hermenéutico con respecto al cual nosotros no estamos encerrados entre barreras insuperables sino abiertos a él (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, t. 1, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 26; -El inicio de la filosofía occidental, trad. del alemán de Joan Josen Musarra,  2ª ed., Paidós, Barcelona, 1999 (Paidós Studio), p.  36).  Por lo tanto, es posible acercar a Protágoras a la hermenéutica y conciliar el enfoque de Mosterín que ve estructuras con un enfoque gadameriano que también acepta estructuras, pues ya el cículo de la comprensión es un momento estructural ontológico de la propia comprensión (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, t. 1, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 363). Su estructura  supone no la prioridad de una de las partes sobre el todo, ya que ve a la estructura misma como un juego combinado de efectos que están en relación (El inicio de la filosofía occidental, p. 29).
[3] El verbo colere significa cultivar. La forma de supino de este verbo es cultum y de ahí proviene la palabra cultura, que en latín significaba agricultura. Sin embargo, no se debe confundir con la frase agri culturae, la cual aludía a las diversas formas de cultivar el campo, como vitium culturae señalaba a las diversas maneras de cultivar la viña. Cultus, pues era la cualidad de un campo de estar cultivado y esto implica un cuidado constante, por eso es que cultus (culto), también adquirió la significación de cuidado en los contextos sacro (recordemos el culto religioso) y lingüístico (culto es quien habla o escribe con un estilo especialmente cultivado, como sucedió con el culteranismo del s. XVII).  Así pues, según Javier Vilchis, cultura hace referencia a los valores que son los frutos de lo cultivado por la humanidad y que constituyen los bienes que en la actualidad gozamos y que facilitan nuestras vidas. Tal metáfora, muestra la fuerza con la que la cultura se convierte en un concepto relevante, al menos para la modernidad, tiene su inicio con la Ilustración y la idea de una oposición entre el estado de naturaleza y la civilización, pero que tiene un precedente en la cultura animi de Cicerón. (Javier Vilchis, Persona, educación y destino, Plaza y Valdés, México, 2003, p. 17; Jesús Mosterín, Filosofía de la cultura, Alianza, Madrid, 1994, p. 16-17; Hans Georg Gadamer, Elogio de la teoría, trad. de Anna Poca Casanova, Península, Barcelona, 2000, p. 7, 16).
[4] Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, trad. de Joaquín Xirau, FCE, México, 1987, p.  286
[5] Bolivar Echeverría, Definición de la cultura, UNAM/FFyL/Itaca, México, 2001, p. 30, n. 2. Quizá esta afirmación de Echeverría descanse en que además el ethos esté relacionado con la idea de areté y la areté con un modelo de hombre transmitido por la educación. De ese modelo dependerá la cultura, pues el ethos es el nombre que Aristóteles designó para el estar socialmente formados sin que seamos considerados como objetos (Javier Vilchis, Op. Cit., p. 22; Hans Georg Gadamer, El inicio de la sabiduría, trad. de Anna Poca Casanova, Paidós, Barcelona, 2001, p. 129).
[6] Francisco Rodríguez, Palabras e ideas, Ediciones Clásicas, Madrid, 1992, p.  16.
[7] Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, trad. del alemán de Joaquín Xirau, FCE, México, 1987,  p. .277-278.
[8] Javier Vilchis, Op. Cit., p. 18.
[9] Ibidem, p. 19. Hemos de señalar que para Vilchis y Polo el lenguaje tiene una función instruccional y es un medio para apropiarse de la naturaleza. Nosotros aceptamos esto, pero señalamos que hay otras intenciones además de éstas en él, pues el lenguaje está tan compenetrado en el pensamiento, que poseen una unidad interna, de tal manera que el lenguaje lleva siempre una continua formación de conceptos y discursos que acompañan a otras intenciones (Hans Georg Gadamer,  Verdad y Método, t.1, trad. de Ana Agud y Rafael de Agapito,  7ª ed.,  Sígueme,  Salamanca, 1997, p. 484). 
[10] Jesús Mosterín, Filosofía de la cultura, Alianza, Madrid, 1994., p. 15.
[11] Ibidem, p. 16 y 32.
[12] Hans Georg Gadamer, Elogio de la teoría. Discursos y artículos, trad. del alemán  de Anna Poca Casanova, Península, Barcelona, 2000, p. 17.
[13] Mosterín y Gadamer divergen en un punto esencial. Mientras el primero considera que hay culturas animales, el segundo piensa que la cultura es exclusivamente humana, ya que los animales en  viven en lo momentáneo, expresión de la circunstancia, de lo conveniente y de lo perjudicial; mientras en que el hombre mediante la palabra  se hace posible un verdadero esfuerzo por la comunicación. Eso le lleva a sostener que en el ethos o costumbre de los animales no hay logos, pues sólo hay en ellos costumbres fijas y en los seres humanos el comportarse se resuelve en el discurso y ahí en la elección que el hombre hace de sí. Hans Georg Gadamer, Elogio de la teoría. Discursos y artículos, trad. del alemán de Anna Poca Casanova, Península, Barcelona, 2000, p. 12 y 14). No obstante, hemos de admitir que las pruebas proporcionadas por Mosterín y su acepción de cultura son coherentes. Hay animales superiores que aprenden socialmente, como es el caso del pájaro camachueloque fue criado por investigadores en la jaula de un canario. Ahí, éste aprendió el canto del canario y lo reproducía en la primavera y época de apareamiento. Más aún, se logro aparear este animal y transmitió  dicho canto a sus hijos. Algo similar sucedió con el pájaro herrillero, que en Gran Bretaña, uno de sus especímenes con su pico perforó una botella de leche tapada con una fina capa de aluminio, luego, empezó a ser imitado por sus congéneres. Por último cabe citar que los elefantes africanos normalmente son mansos y confiados en los lugares donde no han sido cazados por el hombre y especialmente los sobrevivientes de una comunidad de estos paquidermos que fueron rescatados de una cacería  adoptaron y han conservado hábitos nocturnos y una hostilidad hacia los seres humanos que se ha transmitido generacionalmente. Esto pone en duda la inmediatez a la que alude este Gadamer y que  hace pensar que si hay costumbres fijas, éstas no necesariamente son el producto de la transmisión genética. Y cabe señalar que cuenta Mosterín que los animales  mejor dotados para la cultura son los primates. Sin embargo, hemos de conceder que Gadamer tiene razón al apuntar a la singularidad de la cultura humana (Jesús Mosterín, Filosofía de la cultura, Alianza, Madrid, 1994, p. 36, 40-41).
[14]Hans Georg Gadamer, Elogio de la teoría. Discursos y artículos, trad. del alemán de Anna Poca Casanova, Península,  Barcelona, 2000, p.  9-10.
[15] Ibidem, 10-11.
[16] Ibidem, p. 12.
[17] Jesús Mosterín, Filosofía de la cultura, Alianza, Madrid, 1994, p.   25.
[18] Ibidem, p. 26. Según Mosterín el aprendizaje es “el proceso mediante el cual información (no hereditaria) es adquirida por el organismo y almacenada en su memoria a largo plazo, de tal modo que pueda ser recuperada” (p. 26). Así pues, ella permite la adaptación del organismo al medio. Dicho aprendizaje puede ser individual o social. El primero involucra sólo al organismo y el social a otros organismos que comunican una información. Nosotros hemos de decir, que en el caso del hombre, el aprendizaje individual se ve permeado por el contexto social, así pues, mecánicas tales como el ensayo y error o el condicionamiento no se dan aisladas, sino en el contexto de una narración que es aprendida paulatinamente. Vaya, el límite entre el aprendizaje individual y social no es preciso, sino difuso.
[19]“La información descriptiva informa de cómo es el mundo, la valorativa informa sobre qué hacer y la práctica, sobre cómo hacerlo” Ibidem, p.  26.
[20] La imitación es un aprendizaje por observación de la conducta de otro animal de la misma especie o, en el caso del hombre, por modelos sociales también. Si a esto le añadimos, a través de Gadamer –quien a su vez sigue a Aristóteles-, que la imitación hace que aparezca lo que el imitador conoce y  tal como lo conoce, la imitación, pues ya de suyo es una representación en la que se conoce algo más que lo ya conocido, pues la imitación no sólo es repetir copiando, sino que un poner de relieve para el espectador, resaltando unos aspectos y relegando otros, pero también revela algo del imitador, en tanto que la imitación ya es un juego (por eso los niños aprenden jugando) de autorepresentación  (Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, t. 1., trad. del almeán de Ana Agud y Rafael de Agapito 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p.  154-160).
[21] Es un aprendizaje por observación donde la conducta apropiada es reforzada positivamente mediante un incentivo o recompensa y la inapropiada mediante la desincentivación o castigo por miembros de una especie. Esto permite hacer una distinción del amaestramiento. Esto se da en un contexto familiar (informal) o  en uno escolar (formal).
[22] Es el aprendizaje por la asimilación de información a través de mecanismos espacio-temporales con un soporte artificial por un emisor a varios receptores.
[23] Hans Georg Gadamer, El inicio de la filosofía occidental, trad. de Joan Josep Musarra,  2ª ed., Paidós, Barcelona, 1999 (Paidós Studio), p. 38.
[24]Hans Georg Gadamer,  Verdad y Método, t. 1, trad. del alemán de Ana Agud y Rafael de Agapito, 7ª ed., Sígueme, Salamanca, 1997, p. 143-157.
[25] Hans Georg Gadamer, Elogio de la teoría. Discursos y artículos, trad. del alemán de Anna Poca Casanova, Península,  Barcelona, 2000,  p. 15.
[26] Prot. 317 b.
[27] Prot. 319 e ss y Francisco Rodríguez, Palabras e ideas, Ediciones Clásicas, Madrid, 1992, p. 160-161.
[28] Prot. 323 d-e.
[29] Protágoras  327 a – 328 a
[30] José Antonio Pérez, Op. Cit., p. 20.
[31] Jesús Mosterín, Op. Cit., p.  73-74.
[32] Ibidem, p. 74. Rasgo cultural es una acepción muy usada en la antropología cultural, al igual que otras acepciones como cultural instruction, acuñada por F.T. Cloak o culturgens, creada por Lumsden y  Wilson.  No obstante, ante tal variedad de nomenclaturas, adoptamos esta por seguir a Mosterín, quien la adopta de Dawson, pero que no es el único, ya que W. Duham también lo hizo.
[33]Ibidem., p. 88.En otras palabras una institución abstracta es un sistema de convenciones desde el que miramos instituciones concretas. La relación de pareja, vaya el matrimonio entre Pedro y María sería una institución concreta y el matrimonio sería la institución abstracta.  A veces el ideal que nos transmiten de algo, no checa con un caso particular. Por otro lado, la cantidad y tipos de dimensiones o instituciones sociales varía según cada estudioso de este tema. Acaso sólo aparecen repetidos en las listas asequibles el lenguaje y  las relaciones de parentesco (p. 82).
[34] Es curioso que aquí participan aidós y diké,  la ley y también la guerra como submemes.
[35] Protágoras 322 a.
[36] Protágoras 316 d; 318 d-e. Según vemos para Protágoras artes eran la sofística (y con ella el arte política),  cálculo,  astronomía,  música, geometría, gimnasia y las actividades adivinatorias de los misterios y los oráculos. 
[37] Protágoras 322 a.
[38] Protágoras 322 a.
[39] Protágoras 325 c-d.
[40] Protágoras 323 b-c.
[41]  Protágoras 324 d y 325 d – 326 c.

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