La utopía del progreso
Las utopías por
definición, no tienen lugar. Su
etimología y la acepción de la Real Academia de la Lengua Española coinciden.
Paradójicamente, en la historia siempre han tenido uno. Antes de que Moro
creara su libro llamado Utopía, éstas ya existían. Las utopías no son el nombre de un solo
libro, ni tan sólo un género literario. Algunos dicen que la primera Utopía de
la historia fue creada por Platón en su República. Tal vez ésta sea la más
antigua conservada, pero no necesariamente la primera. Según la RAE ellas son
un plan, proyecto, doctrina o sistema optimista (irrealizable en el momento
de su creación). Podemos decir, que se presenten como se presenten, las utopías
son un modelo ideal que ha movido a los
hombres desde tiempos seguramente inmemorables y aparecen lo mismo en las
religiones, que en la literatura, la mitología, la filosofía o los movimientos
políticos.
Ese modelo ideal, parece buscar la perfección. Quiere una sociedad feliz,
la describe y diseña. Platón estableció una sociedad de clases (artesanos,
militares, gobernantes) con la distribución clara del trabajo y una educación
hecha para que el gobernante pudiera administrar y dirigir sin problemas una
ciudad sin excesos, ni injusticias, guiado por el conocimiento de una realidad
superior: el mundo de las ideas. Moro también creó una sociedad igualitaria con
una monarquía electoral y senatorial, sin propiedad privada, con una
distribución homogénea de actividades y de recursos. Platón creía que la
igualdad creaba tensión, pues somos distintos en vocaciones y capacidades por
naturaleza. Moro creía que la desigualdad generaba conflicto y que la igualdad
lo resolvía. Ambos modelos utópicos se centraban en postulados distintos.
Posiblemente ambos tengan algo de razón. Los seres humanos somos distintos e
iguales a la vez. Como vemos las utopías
pueden ser antagónicas en sus creencias. Sólo comparten la intención de
bienestar y perfección, que las separa de otro tipo de de artificios que son
las distopías, modelos ficticios de una sociedad ideal que resultan ser
perversamente fallidos y enajenantes, como el Mundo Feliz de Aldous Huxley,
aquel que diseñó una aparente sociedad perfecta controlada genéticamente y que
anulaba la libertad. Podríamos decir que las distopías son utopías por
reducción al absurdo, es decir, nos dicen de manera indirecta cómo debe ser una
sociedad perfecta al decir cómo no debe de ser. Y estos modelos, también han
abundando en la historia. Es verdad que también podríamos considerar que
algunas utopías pueden ser consideradas como distópicas. Algunos pensadores
como Karl Popper han criticado la cerrazón platónica que no permite una
sociedad abierta. O pensemos en una utopía bastante contemporánea: el marxismo.
Algunos la consideran una de las máximas utopías de la humanidad, cuyo núcleo
sigue intocado; otros lo consideran una perversión que en su intento de
materialización derivó en un terrible sistema dictatorial que se
internacionalizó y condujo a la guerra fría. También el intento platónico de
alcanzar una sociedad perfecta en Siracusa se topó con la indisposición de los
tiranos Dionisio I y II, su cautiverio y una supuesta esclavitud de Platón. O
bien, el intento de Vasco de Quiroga de realizar en Michoacán el proyecto
utópico de Moro, se topó con las ambiciones e intereses novohispanos sobre las
aspiraciones cristianas y utópicas de algunos misioneros, que derivó en la
marginación de los grupos indígenas y su reducción a una clase artesana. A
veces las utopías pueden colindar y fusionarse con las distopías. Aún así, la
intención de perfección y bienestar perdura.
Ahora bien, si las utopías son irrealizables, si el hombre no es perfecto
de suyo y parece pervertir tales proyectos, ya que vive en eterna tensión consigo mismo, ¿por qué
entonces se afana en crear y tratar de alcanzar utopías? ¿Habrá algún momento en el que se dejen de
soñar? Las utopías pareciera que van en contra de lo más esencial de la
naturaleza humana: suponen igualdad, justicia, amor, felicidad.
Paradójicamente, el ser humano, anhela todo eso. ¿Por qué? No lo sé, pero
siempre ha habido utopías. Ahora, ¿han tenido alguna utilidad? Una podría ser
muy ideológica, en el sentido de que dichos modelos sociales se constituyen en
una válvula de escape ante la realidad de una vida comunitaria defectuosa que
crea las utopías para seguir igual. Otra, es que la propia utopía se constituye
en motor de cambios sociales, que sirven para cuestionar a la autoridad. En
este punto hace énfasis el filósofo de la historia Paul Ricoeur en su libro Ideología y utopía. Ahí se da cuenta que
la utopía puede ser esclavizante o liberadora.
Ahora bien, las utopías como motor del cambio histórico han llevado a
cambios importantes. La utopía cristiana acabó con la estructura imperial y
esclavista del Imperio Romano; la utopía de la democracia acabó con los
gobiernos monárquicos y despóticos; la utopía socialista mostró las grandes
deficiencias del capitalismo. Es verdad que en cada uno de estos ejemplos la
propuesta original se pervirtió y el Imperio Romano se reconfiguró, las
aristocracias asimilaron en sus huestes a la “voluntad popular” y que el
socialismo se convirtió en un régimen dictatorial. Sin embargo, hoy en día,
tenemos que la esclavitud es inconcebible como institución en las sociedades,
que la fantasía neoliberal ha sido desenmascarada y que podemos saber de
imperfección de la democracia y capitalismo actuales, los cuales, aunque siguen
siendo injustos, al menos no proponen la idea de esclavitud. Algún cambio se ha
logrado, sólo que el hombre es bastante problemático y lento para re-crear su
moral. No obstante, la utopía de la Ilustración, nos hace pensar que la
educación lentamente nos hará progresar…
El progreso
¿El progreso? Otro factor utópico
que nos hace pensar que la historia puede avanzar hacia un camino mejor. Si
bien, no es necesario que la humanidad esté en retroceso, tampoco está claro
que esté en avance, al menos, no en un avance homogéneo. El progreso es un proceso, es un movimiento
principiado con un fin y ciertos valores que hacen pensar un avance hacia algo
mejor. Dicho más sencillamente el progreso es una especie de movimiento de
mejora. La idea de progreso fue promovida por los ilustrados en el siglo XVIII
y por el filósofo Herbert Spencer en el siglo XIX. Este pensador hizo del evolucionismo de
Darwin un principio metafísico en el que la existencia pasa de lo simple a lo
complejo, de lo homogéneo a lo heterogéneo. Según Spencer este cambio, este
proceso es lento, pero continuo en la naturaleza, el mundo animal, el mundo
humano y, por ende, la historia. La idea
de progreso, como la de utopía despierta las esperanzas humanas. Igualmente
podemos decir que la idea de progreso la asociamos con teorías, temas,
ideologías, la existencia y cualquier proceso. En consecuencia es una idea que
puede ser vaga, general, asociada a cualquier proceso, y por ende utópica, al
ser esperanzadora.
En la concepción del progreso, el paso del tiempo es un valor que permite
realizar las mejoras. El tiempo es visto como un movimiento lineal con un
destino, o bien, como un movimiento espiral con un objetivo y un destino final
mejor.
La visión cientificista que
entiende al mundo como un aparato mecánico que puede ser sujeto de manipulación
técnica, reforzó la idea de progreso, y permite trasladarla de un Dios que
tiene un plan salvífico progresivo a un a mundo
natural que es conocido por el hombre, quien al manipularlo, tiene en sus manos
su propio destino. Igualmente, en esta
dimensión gnoseológica de progreso, y con un claro componente de utopía, está una
actitud epistemológica que Ortega y Gasset llamó utopismo intelectual, que es
la fe en que el pensamiento puede penetrar cualquier “lugar” de la realidad y
hacerlo racionalmente comprensible.[1]
También la idea de progreso es pensada como si fuera una idea democrática
y democratizadora y que sus efectos fueran homogéneos en la humanidad. El
progreso generaría la igualdad entre los hombres e instituciones políticas que
le permitieran construir sociedades más justas. Es decir, la idea de progreso también tiene
una dimensión política. Nietzsche criticó esto. Se puede hablar de progreso,
pero eso no significa que en África y en Europa, que en Norteamérica y
Latinoamérica, que en Asia y en Oceanía se viva igual, con la misma calidad de
vida.
En consecuencia, el progreso se ha asociado a la evolución, a la ciencia a la tecnología y a la generalización
de la humanidad. Claro, ha habido progreso, Sin embargo, ha tenido como efecto también la sobrepoblación, desigualdad
económica, la contaminación y el desequilibrio ecológico.
Desde la perspectiva biológica la evolución no es una máquina perfecta
con soluciones éticas, rápidas y definitivas. Más bien es una máquina salvaje
de cambios graduales y continuos que de repente presenta grandes revoluciones
que conlleva grandes eliminaciones de especies que más que seguir una especie
de teleología divina, se rige por criterios de contingencia y casualidad,
ofrece caminos extraños y oportunistas. Por ende no es previsible el futuro de
la evolución.
Nunca como antes nos habíamos topado con males ancestrales que podrían
ser resueltos con la ciencia, pero que no se han resuelto debido a la moral.
Tampoco nos habíamos topado con el gran problema que nuestra manera de crear
tecnología y prosperidad, también crea enfermedades, destrucción y
desigualdad. La humanidad tal vez
requiera de una utopía que combine las tradicionales pretensiones de siempre
con las urgentes necesidades de ahora. Faltaría una ficción humanista con sabor
ecologista, una que sepa que la casa del hombre está en su hábitat… Sin
embargo, todavía no ha habido el genio que la proponga con la maestría de Moro
o Marx. Tal vez el caos y la tragedia vayan a ser mejores maestros de
humanismo.
Mientras tanto, podemos decir que nuestras concepciones de la historia,
de la humanidad, de la vida misma están plagadas de elementos utópicos de
diversas épocas que buscan un mundo más
digno para la especie dominante del planeta. Me atrevo a decir que si los
humanos no llegamos a estar un poco más a la altura de nuestros anhelos más
nobles, no seremos merecedores de continuar existiendo en un universo que por
mucho es más viejo que el más viejo vestigio de
presencia humana. Y es que tal vez, la utopía consiste en pensar que la
humanidad debe de sobrevivir… Y ¿a quién no le gustaría que esto fuera verdad?
Cuestionario
1.
¿Qué es una utopía?
2.
¿Qué es el progreso?
3.
¿Qué conceptos se relacionan con el de progreso?
4.
¿Qué relación hay entre utopía y progreso?
Bibliografía.
José Ortega y Gasset, ¿Qué es Filosofía? edit.
Espasa-Calpe, México, 2019.
Philippe Raynaud y Stéphane Rials (editores), Diccionario Akal de Filosofía Política,
Edit. Akal, Madrid, 2001, entrada: progreso.
Rafael Gil Colomer (editor),
Filosofía de la educación hoy.
Diccionario filosófico-pedagógico, Edit. Dykinson, Madrid, 1997.
Varios, Atlas Universal de Filosofía, Barcelona, 2004, entrada: progreso.
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