¿Qué es una falacia?
Pensar no es cosa fácil, a pesar de que lo hacemos
todo el tiempo. Con frecuencia cometemos errores al razonar. Consideramos que
algo es de una manera, cuando en realidad es de otra; llegamos a conclusiones
verdaderas por caminos equivocados, nos precipitamos en emitir juicios que,
muchas veces, ni siquiera sabemos por qué los
pensamos, ni vemos las incoherencias en que incurrimos. A veces, tenemos
fe en razonamientos equivocados.
Predicar frente a tu hermano menor que el
alcohol y el cigarro son malos, mientras simultáneamente participas en el maratón “Guadalupe – Reyes”,
muestra que algo anda mal con tus pensamientos.
Reclamarle a tu novia por ser celosa y encelarte de sus amigos, es una
actitud un poco absurda. Afirmar que la
Luna es cuadrada frente al hecho de su redondez, es realmente
tonto. Alguien puede creer que Dios es varón porque el cielo es azul y si le
preguntan por qué el cielo es azul, responderá: “porque Dios es hombre”. Y
créanme, suceden cosas así... ¿Acaso nunca te pasó que alguna vez copiaste en
un examen y desde entonces tu grupo y el profesor te tachan de copión, aunque jamás hayas repetido ese acto?
Por matar un perro te dicen el mata-perros.
El
hombre es el más lógico e ilógico de todos los seres vivos. Saber pensar
–pensar eficaz y adecuadamente- requiere de esfuerzo y práctica. Por eso es
útil conocer los errores de nuestro
pensamiento, que en Lógica, se llaman falacias.[1] Es
decir, una falacia es un razonamiento incorrecto, inválido.
Tipos de falacias
En
fin, a veces, esas equivocaciones son involuntarias, son producto de la
ignorancia o de una falta de atención; pero, en ocasiones, son voluntarias y
las usamos para engañar a alguien. Las falacias, cuando son cometidas sin
querer, se llaman paralogismos y
cuando son realizadas dolosamente se denominan sofismas.[2]
También
ha falacias que se ajustan a un sistema de formalización lógica (el
aristótelico o el simbólco). A éstas se les llama falacias formales. Pero igualmente hay otras que no se ajustan a
ningún sistema lógico concreto pero se cometen en el contexto del lenguaje
ordinario, natural, cotidiano. A éstas les llamamos falacias informales.
Ahora
bien, las falacias son originadas por premisas falsas o dudosas, o bien son deducidas deficientemente de la verdad.
En el primer caso, se dice que son viciosas por su materia y en el segundo, que lo son por su forma.
En consecuencia, las falacias pueden clasificarse
de acuerdo a las causas de nuestras equivocaciones. Podemos errar porque
hicimos mal uso del lenguaje o, porque, utilizando bien el lenguaje,
relacionamos indebidamente pensamientos. Ricardo García, en su Diccionario de Falacias, sostiene que
son cuatro las principales causas de estos razonamientos fallidos:
1) abandonar la racionalidad;
2) eludir la cuestión en debate;
3) no respaldar lo que se afirma;
4) olvidos y confusiones.
Irónicamente los lógicos han propuesto
diversas clasificaciones de las falacias. Y dichas clasificaciones, en serio,
son numerosas.
Stephen
Barker clasifica las falacias en tres grupos: de inconsistencia, petición de
principio y non sequitur. Las primeras apuntan a la posibilidad lógica de las
premisas de ser verdaderas. Las segundas
hacen resaltar que la veracidad de las premisas es cognoscible sin que
se sepa la verdad de la conclusión. Las terceras indican que las premisas deben
corroborar la conclusión en un grado necesario.[3] Aristóteles realizó una clasificación que fue muy
influyente en su época y en la Edad Media. Desde su enfoque, las falacias se dividen en dos grupos:
falacias de dicción y las falacias fuera
de dicción o de pensamiento.[4]
La falsedad de las primeras tiene su
raíz en el lenguaje; la falsedad de las segundas está en la manera que se piensa algo, independientemente de las
distorsiones del lenguaje.
El estudio de las falacias.
Paradójicamente, no
existe una teoría general paradigmática de las falacias, ni una clasificación
definitiva de éstas. Existen estudios con ciertas líneas de pensamiento o bien
estudios empíricos sobre algunos casos. En la lógica contemporánea no es un tema muy
importante, lo fue más en la lógica medieval.
Aun así, el estudio de
las falacias está monopolizado por lógicos y filósofos. Faltan más aportaciones
de la psicología, la sociología, la antropología, la lingüística, el análisis
del discurso e, incluso, de la teoría de la argumentación sobre las falacias. También falta la articulación de sus aportes. Tampoco
hay hipótesis de contrastación cruciales en los estudios de casos empíricos, ni
hay criterios claros de distinción entre el argumento correcto y el argumento
incorrecto en la lógica informal, en los discursos cotidianos.
Christopher Lumer propone
que una teoría de la falacia debe surgir de una teoría de la buena
argumentación, ya que teniendo los criterios exactos de una buena
argumentación, se puede establecer que una falacia es aquella que no cumple con
tales requisitos, luego se deben de establecer un sistema explicativo a partir
de tales criterios considerando lo ya dicho por la tradición respecto a las
falacias.
El buen argumento, según
Johnson y Blair debe de satisfacer tres condiciones: aceptabilidad, relevancia
y suficiencia. Edward Damer señala que
un buen argumento debe cubrir las siguientes condiciones: estructura
inferencial correcta, pertinencia, aceptabilidad, suficiencia y capacidad de
réplica.
Ahora bien, la cosa se
complica cuando Luis Vega Reñón señala que un mal argumento no necesariamente
es falaz, sino bien puede ser un argumento intrascendente para demostrar una
tesis en un discurso. Igualmente hay argumentos verdaderos que pueden emplearse
en estrategias e intenciones falaces. Por ende, lo que fuera de contexto es una
falacia, en un contexto determinado puede ya no serlo.
Esto llevó a Douglas N. Walton a redefinir la falacia como un
error o fallo decisivo en el empleo de un esquema argumentativo. Puede haber
algún fallo interno, como una contradicción o falta de articulación, o sea
por un fallo externo, como desplazar el
diálogo a otro asunto o contexto,
emplear mal el esquema o usar un
esquema inadecuado. Tal visión tuvo su
base en la influencia de la pragmadialéctica, la cual, también ha abordado el asunto de las falacias
indirectamente a través de su reglamentación de una discusión racional. Tales
reglas, según Luis Vega, se reducen a tres campos: el juego limpio dentro de un
debate, la pertinencia de los argumentos y la suficiencia y efectividad de
éstos. Veamos dicho decálogo:[5]
1. Ningún participante debe impedir a
otro tomar su propia posición positiva o negativa con respecto a los puntos o
tesis en cuestión.
2. Quien sostenga una tesis, está
obligado a defenderla y responder de
ella cunado su interlocutor se lo demande.
3. La crítica de una tesis debe versar
sobre la tesis realmente sostenida por el interlocutor.
4. Una tesis solo puede defenderse con
argumentos referidos justamente a ella.
5. Todo interlocutor puede verse obligado
a reconocer sus supuestos o premisas tácitas y las implicaciones implícitas en
su posición, debidamente explicitadas, así como verse obligado a responder de
ellas.
6. Debe de considerarse que una tesis o
una posición ha sido defendida de modo concluyente si su defensa ha consisto en
argumentos derivados de un punto de partida común.
7. Debe de considerar que una tesis o
una posición ha sido defendida de modo concluyente si su defensa ha consistido
en argumentos correctos o resultantes de la oportuna aplicación de esquemas o
pautas de argumentación comúnmente admitidas.
8. Los argumentos (deductivos)
utilizados en el curso de la discusión deber ser válidados o convalidables
mediante la explicitación de todas las premisas tácitas codeterminantes de la
conclusión.
9. El fracaso en la defensa de una tesis
debe llevar al proponente a retractarse de ella, y por el contrario, el éxito
en su defensa debe llevar al oponente a retirar sus dudas acerca de la tesis en
cuestión.
10. Las proposiciones no deben ser vagas
o incomprensibles, ni los enunciados deben ser confusos o ambiguos, sino ser
objeto de la interpretación más precisa posible.
Por último he de decir
que, basándose en Carlos Pereda y Jürgen Habermas, Luis Vega propone tres
presunciones lingüísticas para la argumentación: 1) presunción de
inteligibilidad (toda intervención discursiva pretende ser inteligible),
2) presunción de fiabilidad (toda
información, lo mismo que su fuente pretende ser fiable, 3) toda acción argumentativa pretende ser
razonable (conforme a reglas de lo que
en un contexto es racional).
Estas presunciones sirven
para sancionar, para delimitar a las falacias.
En conclusión, toda
falacia es un esquema argumentativo en el que se presume inteligibilidad,
fiabilidad y razonabilidad, pero que incurre en fallas importantes de carácter
lógico (inferencial-contradiccional), cognitivo (errores), o procedimental
(método). Puede cometerse voluntaria o involuntariamente. Lo cierto es que sor
argumentos susceptibles de refutación, pero también de corrección. La idea de falacia está ligada a su
contraparte la noción de un buen argumento. El buen argumento es aquel que es
aceptable, relevante y suficiente. La
falacia, en cambio sería inaceptable, irrelevante y/o insuficiente. Así que en consecuencia, también se
transforman en esquemas ininteligibles, desconfiables y no razonables.
Lamentablemente las falacias no siempre son fáciles de detectar, asunto que
complica su análisis y corrección.
Bibliografía
Harry J. Gensler, Historical Dictionary of Logic, The
Scarecrow Press, E.U.A., 2006, entrada: fallacy.
Leoncio Ortíz González,
Diccionario de Lógica, edit. IPN, México, 1995, entrada: falacia.
Luis Vega Reñón, La
fauna de las falacias, edit., Trotta, Madrid, 2013.
Stephen Barker,
Elementos de Lógica, edit. Mc Graw
Hill. México, 1990.
[1] También se les llaman
argumentaciones sofísticas.
[2] Cabe mencionar que ya Platón en el libro sexto de la República utiliza el término sofisma,
con ese sentido de argumento intencionalmente falaz, atribuyéndolo, por
supuesto, a la labor cotidiana de los sofistas.
[3] Cfr.
Stephen Barker, Elementos de
Lógica, Mc Graw Hill. México, 1990,
p. 168-69.
[4] También son
conocidas como sofismas de cosa o dialécticos.
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