Sherlock Holmes y la Lógica en las novelas de Arthur Conan Doyle

La Lógica es un elemento muy importante en el corpus sherlockiano. Pero, ¿cómo la entiende Conan Doyle a través de su personaje Holmes y su discípulo Watson? Dos son las obras de Sherlock Holmes  en las que se plantea la Ciencia de la Deducción. Son justamente las dos primeras novelas que escribió Conan Doyle sobre este personaje: Estudio en Escarlata y El Signo de los Cuatro.
Otras obras que complementan con otros detalles de su proceder lógico son  El Sabueso de los Baskerville y El Valle del Miedo.
Estudio en Escarlata es la primera novela de Holmes.  Es importantísima para la saga de Holmes, porque en ella se muestra el encuentro por primera vez entre Holmes y Watson dado la necesidad de ambos de tener un compañero de habitación para posteriormente famosísimo domicilio de Baker Street 221B. El Signo de los Cuatro es la segunda novela de Sir Arthur Conan Doyle. Primero, fue publicada en febrero de 1890 en la Lipincott’s Magazine, y después, como libro lo fue en octubre de ese mismo año con Spencer Blackett. Esta novela consta de doce capítulos. El primero se llama La Ciencia de la Deducción. Curiosamente ese capítulo coincide con el título del capitulo II de la primera parte de la primerísima novela sobre Sherlock Holmes, Estudio en Escarlata, la cual consta de catorce capítulos distribuidos equitativamente en dos partes y fue publicada en 1887 en el Beaton´s Christmas Annual, junto con dos obras de teatro, una de R. André, Food for Powder y otra de C.J. Hamilton, The Four Leaved Shamrock. El formato de libro de este texto, fue publicado en julio de 1888 por Ward, Lock & Company.  Ahora bien, El Sabueso de los Baskerville fue publicado en 1901 en la Strand Magazine de agosto de ese año hasta abril de 1902.  En ese mismo año, esa obra fue publicada como libro por George Newnes en Gran Bretaña y por MacClure, Phillips & Company en 1902.[1] Finalmente, El Valle del Miedo, su última novela, fue publicado por capítulos desde septiembre de 1914 hasta mayo de 1915 en el Strand Magazine y posteriormente fue publicada en junio  por Smith, Elder & Company en Gran Bretaña y en Estados Unidos en febrero de 1915 (sí antes) fue publicada por Georg H. Doran Company de Nueva York.[2] 
 Ambos capítulos homónimos  de  Estudio en Escarlata y El Signo de los Cuatro presentan al misterioso detective. Al parecer, Conan Doyle, aunque ya había presentado a su personaje estelar Sherlock Holmes en Estudio en Escarlata, se tomó la libertad de volverlo a presentar en el Signo de los Cuatro, posiblemente porque su obra estaba gozando de éxito, pero sin que todavía fuera lo suficientemente popular para ser fácilmente identificado por las audiencias, como empezó a serlo en 1891.  
Sherlock Holmes es un personaje basado en un profesor de Sir Arthur Conan Doyle, el mítico Dr.  Joseph Bell, quien impactó profundamente al primero con su capacidad de intuición en el consultorio, frente a sus pacientes. [3]
En Estudio en Escarlata inmediatamente se dibuja a un personaje delgado, alto,  de ojos penetrantes,  nariz aguileña, actitud atenta, fumador, posiblemente adicto a un narcótico, depresivo,  silencioso, aficionado al violín, que duerme temprano y se levanta igualmente temprano, que realizaba ocasionalmente prolongadas actividades que consumían su día, ya sea en el laboratorio experimentando, haciendo disecciones en una sala o bien realizando caminatas por la ciudad.
Según  el Doctor James Mortimer  -en el Sabueso de los Baskerville-, el cráneo dolicocéfalo de Holmes, junto con desarrollo  del marco supra orbital y  sus fisuras parietales, mostraban a un hombre interesante para la ciencia médica y para la frenología, como si la cabeza de Holmes ya fuera algo enigmático y denotara una especial capacidad racional.[4]
 No es de extrañar, pues, que Holmes se caracterice por ser un científico peculiar, cuya obsesión por la ciencia raya en la sangre fría y en la excentricidad. Hace experimentos tales como golpear cadáveres y sin ningún problema podría probar un alcaloide nuevo con su compañero de cuarto.[5]  La ciencia, pues, es su vínculo con la lógica.  Pero su ciencia, no es ninguna de las clásicas. La suya implica conocimientos profundos de química, anatomía y  de historias criminales que le permite, lo mismo diseñar pruebas forenses, que resolver crímenes. El propio Holmes se muestra como un problema difícil de  descifrar, según el Stamford (el amigo de Holmes que presenta a Watson con él) ya que resulta enigmática la manera en que saca conclusiones acertadas sobre la gente.  Ante los ojos de Watson se tornó en un fascinante objeto de estudio, al grado que dice: “el hombre es la forma correcta de estudiar a la humanidad”, con la salvedad de que muy posiblemente él  (Watson) descifre menos de Holmes, que lo que éste de él.[6]  El científico que usa poderosamente la lógica se convierte en un enigma lógico viviente. Su operar es misterioso. Su lógica, además distaba mucho de estar en contacto con la Lógica Clásica de Aristóteles o la naciente Lógica Simbólica de Boole y Frege, ya que, como Watson observó, prácticamente era un ignorante  de la Filosofía y las Letras Contemporáneas.[7]
                Por el otro lado, El Signo de los Cuatro, presenta a un Sherlock Holmes adicto a las drogas. Atribuye, además, a la cocaína una cualidad clarificadora de la mente.[8] Su capacidad mental y el ejercicio de su ciencia deductiva están ligadas a una sustancia estimulante que le permite pensar mejor, aunque finalmente reconoce de manera tácita  el argumento de su inquilino y amigo John Watson que su talento natural puede ser afectado por los efectos nocivos de la cocaína. Holmes es la encarnación de una mente  altamente curiosa  y revolucionada que demanda de problemas (criptogramas, análisis, etc.) y que con esos estímulos, señala el propio Holmes, puede prescindir del estímulo de las drogas.[9] Identifica la existencia con monotonía, y por eso, se enorgullece de haber inventado una profesión particular: la de detective no oficial de consultas, es decir, un asesor.[10]  Su posición es interesante, es un detective que da orientación a detectives  gubernamentales, como privados, y que al escuchar sus historias y ver sus evidencias los encauza hacia la solución de su problema, cobrando así sus honorarios. Se da el derecho de hacer la investigación a su manera y revelar sus conclusiones cuando lo considere pertinente, cuando ya esté acabada y no inconclusa su indagación.[11] Eso no lo eximía de guardar lealtad a sus clientes (la policía y otros detectives) a los cuales jamás les ocultaría algo que pudiera conducir a un criminal ante la justicia.[12] Pero, su trabajo era tan solitario, tan propio y sofisticado que muchas veces la única cooperación que solicitaba era la de dejarlo trabajar solo.
Su ciencia detectivesca es una ciencia exacta.[13]  Holmes cuando habla de exactitud, se refiere  a tres aspectos: 1) amplitud de conocimientos, 2)  el poder de observación, y 3) el poder de deducción.[14]
La amplitud de conocimientos de Holmes implicaba conocimientos históricos de crímenes cometidos, lo mismo que conocimientos científicos  de carácter forense (tipos de ceniza de tabacos, pelusas diminutas, preservación de huellas de pisadas,  grafología, etcétera), conocimientos botánicos variados, conocimientos prácticos de geología,  conocimientos buenos y prácticos de las leyes británicas, profundos conocimientos de química, conocimientos precisos de anatomía y el conocimiento del box y la esgrima. También dominaba con mucha profundidad, como se muestra en El Sabueso de los Baskerville, la tipografía. Sin embargo, excluía conocimientos de Literatura, Filosofía, Astronomía y escasamente sabía de Política.[15] Los detalles que dominaba eran peculiares, pero muy útiles para su profesión, ya que, como señala Watson en Estudio en Escarlata, “Ningún hombre llena su mente de temas insignificantes a menos que tenga buenas razones para hacerlo”.[16]  Sin embargo, Holmes no está cerrado a ningún tipo de conocimiento sí este sirve para resolver un crimen o elaborar el perfil de un criminal, como la noticia de la venta de una pintura de Greuze vendida en más de un millón de francos y que estaba sospechosamente en la oficina de su archienemigo el profesor Moriarty, según cuenta El Valle del Miedo.[17]Admite que todo tipo de conocimiento es útil para el detective.
La sentencia anterior no implica saberlo todo. Para el propio Holmes hay un límite en la memoria y uno debe ser selectivo con sus contenidos:
Considero que el cerebro humano es, en sus comienzos, como un pequeño desván vacío y que uno debe elegir con qué amueblarlo. Un tonto recoge todos los trastos viejos que encuentra y, de esa forma, el conocimiento que puede serle útil queda excluido o, en el mejor de los casos, queda mezclado con muchas otras cosas, de forma que resulta difícil de encontrar. Por el contrario, el hombre laborioso y hábil tiene mucho cuidado con lo que lleva en su cerebro-desván. Sólo tendrá las herramientas que le ayuden a completar su trabajo, pero de estas poseerá una gran colección en perfecto orden.  Es erróneo pensar que esa pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede expandirse ilimitadamente. Créalo, siempre llega un punto en el que, por cada conocimiento nuevo que una persona recoge, se olvida de algo que ya sabía. En consecuencia, es de vital importancia no poseer información inútil acaparando el lugar de la útil.[18]
La extensión de su saber era limitada y humana, colgando de la cuerda floja del olvido si su acervo se modificara.  Debido a lo dicho anteriormente, el domicilio de Baker Street, con su laboratorio, experimentos y función de oficina, se vuelve una especie de materialización del cerebro de Sherlock Holmes bajo la metáfora arquitectónica que él usó.
Ahora bien, la observación y el poder de deducción para Holmes se implican mutuamente.[19] La primera tiene que ver con la captación de detalles que sugieren datos, actos o comportamientos, la segunda, tiene que ver con el razonamiento haciendo uso de las observaciones para descartar o eliminar posibilidades o factores.[20]
La idealización de la observación es tan poderosa en Holmes, que  éste opina que es difícil que un hombre use un objeto cotidianamente y no deje impresa su individualidad en él. Por su puesto, que Holmes no cree que las observaciones en torno a  los objetos transmitan certezas, sino solamente posibilidades, que no son conjeturas al estilo de adivinanzas, sino hipótesis lógicas.[21] Contundente es la frase que el propio Holmes lanzó a Watson: “¿Cuántas veces le he dicho que una vez eliminado lo imposible, la verdad está en lo que queda, sin importar cuán improbable parezca?”.[22] En Estudio en Escarlata, Watson señala un artículo que leía Holmes, denominado “El libro de la vida” y que tenía por tema cuánto podía aprender un hombre observador a través de un preciso y sistemático examen de todo lo que se cruzara por su camino. De tal forma que el autor del artículo aseveraba que se podía descubrir prácticamente de manera infalible, a través de la expresión del rostro o de la mirada los pensamientos más íntimos de un hombre.[23]  Así que con la información derivada de las observaciones, se pueden sacar inferencias muy poderosas: “<Un lógico>, decía el autor,  <es capaz de inferir el origen del atlántico o del Niágara de una gota de agua sin haber visto u oído hablar de ninguno de esos lugares”.[24] Otra metáfora similar es la de que el poder de la observación es tan grande, que para el artículo de Holmes, la vida misma es una cadena cuya naturaleza se puede conocer al observar uno sólo de sus eslabones.[25] Ya, concretamente en Holmes, la observación se vuelve parte de su ser y así lo señala.[26]
Claro que para Watson tal enfoque, aunque llena de intensos razonamientos y sagacidad, finalmente era forzado, exagerado, y por ende, constituía una mezcla de agudeza y de  estupidez.[27] Sin embargo, según cuenta Watson, esas reglas son inestimables en la práctica de su trabajo.[28]
Ahora bien, pasemos al asunto de la deducción. Basándose en Goethe y Rochefoucauld, Holmes concluye que la buena deducción es tan importante, que si no se hace inteligentemente, es problemática, ya que hace a la persona despreciar lo que no comprende.[29] A quien no sabe deducir lo llama tonto. La ciencia de la deducción es un arte que se aprende con mucha paciencia y tiempo de sobra. Incluso, una vida no sería suficiente para un mortal para poder alcanzar la más alta perfección en dicho campo.[30]  El que aprende esta ciencia debe comenzar con los problemas más simples, para luego entrar a los de mayor dificultad. Y lo primero que debe hacer el investigador es aprender a observar en el otro su oficio o profesión atendiendo a los detalles de su persona.[31] La demostración, llena de orgullo y soberbia, de esta metodología la ejerce Holmes con el propio Watson al explicarle como infirió en su primer encuentro entre ambos que Watson venía de un viaje de Afganistán a partir del análisis de su persona como un caballero con aspecto médico, aire militar, un brazo rígido, con un bronceado de tez y facciones que denotaban haber pasado por el sol, la privación, la enfermedad y una herida en el brazo que  por el origen del sujeto sólo podrían explicarse en la guerra de Afganistán, que en ese entonces  era noticia.[32]  
Pareciera que cada dato observado se convirtiera en una premisa de un poli silogismo que llevara a la conclusión, que cada dato observado, analizado, al sintetizarse, arrojara sólo el escenario correcto dentro de las posibles especulaciones que se pudieran realizar. A Holmes le gustaba manejar la metáfora que señala que él desprende hilos de una enmarañada madeja.[33]  Así que sus cadenas de poli silogismo, son como hilos que va sacando de una gran posibilidad de argumentos enredados todos entre sí.
Si el lector al leer esto duda de que los datos observados por Holmes, alcancen para deducir lo que dedujo, la duda es legítima, ya que en aquella época también estaba la guerra de los ingleses contra los zulúes (1879-1880) y pudo haber deducido también esa conclusión. El estudioso de Holmes Samuel F. Howard concluye que Holmes le escondió más observaciones a Watson o simplemente adivinó entre ambas posibilidades.[34] 
Para no dar margen a suponer que fue una accidental verdad a la que se llegó por una afortunada, pero falible coincidencia, Conan Doyle, verifica la eficacia del modelo investigativo de Holmes al hacer que Watson le pregunte la Holmes sobre un hombre que encuentran en la calle, y de quien nuestro detective también adivinó su profesión: sargento retirado de la marina.[35]  Definitivamente, la mayor prueba de la infalibilidad de su método estaría en la solución del misterio del asesinato de Lauriston Garden.
No obstante lo anterior, el  propio Sherlock Holmes se cura en salud, al  considerar que algunas de sus deducciones no abarcan una sola forma de resolver un problema, sino varias.[36] Además, los individuos se presentan como enigmas sin solución, pero como un conjunto, los seres humanos responden a la certeza matemática: “Los individuos varían, pero los porcentajes se mantienen constantes. Esto nos dice la probabilidad”.[37] La frialdad y el temor  con el que a la vez se enfrenta nuestro detective a la esfera de la subjetividad,  es tal, que le permite a Holmes declarar con cinismo: “todo lo que es emoción se opone a la fría y verdadera razón, que yo valoro más que cualquier otra cosa. Nunca me casaré por miedo a que mediatice mi juicio”.[38]
En fin, la mezcla de estas tres competencias da como resultado el perfil ideal del detective. No obstante, se suma un elemento más a la fórmula del investigador: la frialdad.  El detective no debe dejarse influir por el cliente que lo contrate, ni por las cualidades personales de la gente, ya que los atributos emocionales son enemigos del razonamiento claro.[39] Es decir, el cliente es un factor más del problema a resolver. No obstante, aunque el método es frío, no carece de la pasión, ni del esfuerzo tremendo que el investigador debe realizar, como denota la escena en la que Holmes en el carruaje que va con su cliente, decide recostarse y ensimismarse en sus meditaciones sobre la nueva evidencia ofrecida por la srita. Morsten en el intento de localizar el paradero de su padre.[40] Las meditaciones de Holmes iban acompañadas de un cuaderno de apuntes y una linterna de bolsillo, para poder anotar ideas, números a cualquier hora del día.[41] Pero también sus investigaciones requerían de otros materiales como una lupa o una cintra métrica que llevar con él.[42] Hace uso de artimañas como el uso de disfraces, o la  manipulación de los agentes de Scotland Yard. Incluso, llega a echar mano de otros instrumentos de investigación que están vivos: como un perro rastreador (Toby), el mensajero Wiggins o bien las fuerzas Irregulares de Baker Street (un conjunto de niños vagabundos, a quien les paga ocasionalmente por sus servicios de información o búsqueda).[43] Hasta echaba mano un poco del azar, pese a la cientificidad de su metodología, lanzando anuncios en el periódico ofreciendo recompensas o pidiendo información.[44]
Cuando sus investigaciones se estancaban o sugerían que iban a fracasar, llegaba a tomar un descanso y hallaba una solución: “Bueno, le di un buen descanso a mi mente sumergiéndome en un análisis químico. Uno de nuestros mejores estadistas dijo que un cambio de trabajo es el mejor descanso. Es la pura verdad”.[45] El sargento Altheney Jones de la policía de Londres describe a sus métodos como irregulares pero infalibles.[46]  No obstante, el propio Holmes no se concibe como infalible. Se ve dispuesto a aceptar los errores de sus deducciones, como lo hace en El Sabueso de los Baskerville cuando, al interrogar al Dr. Mortimer, se da cuenta que su inferencia de que dicho personaje se había retirado del hospital donde trabajaba para poner su propia consulta, era parcialmente errónea, ya que la razón de su renuncia fue su boda, y consecuentemente, vino después su propio consultorio, para tener mejores ingresos.  También el propio Holmes admite haberse equivocado (de joven) al confundir la tipografía del Leeds Mercury con la Western Morning News. [47] Holmes se equivoca, pero sus errores son mínimos.
Pero regreso al asunto del peculiar método investigativo de Holmes. Un ejemplo de su irregularidad y exotismo es que el propio Sherlock Holmes, después de cierto tiempo de convivir con Watson -y esto ya aparece especificado en su novela del Sabueso de los Baskerville-, lo incorpora indirectamente a su metodología de investigación. Watson mismo posee una gran capacidad para estimular las deducciones de Holmes y así llegar a la verdad;  no es un genio que ilumina, sino un conductor muy eficaz de la luz. Gracias a los errores deductivos que el propio galeno cometía al observar algo frente a su amigo detective, Holmes podía avanzar con sus indagaciones.[48]
Ahora bien, otro aspecto muy  particular de Holmes es su escepticismo radical, cuando fue contratado por el Doctor Mortimer para resolver el asunto de la maldición del Sabueso de los Baskerville, consideró su leyenda como un cuento de hadas.[49] Si hay alguna intervención sobrenatural que afecte en una investigación, primero se debe de agotar el orden natural.
En realidad, el único  gran rival de Sherlock Holmes no viene de ningún orden paranormal, sino del mundo común y corriente.  Hay un único enemigo digno de la astucia de Sherlock Holmes, es el profesor Moriarty. También éste representa la capacidad de la razón humana potencializada.  Para Holmes es el maquinador más grande de todos los tiempos,  el cerebro que controla todo el mundo criminal, que pudo cumplir o destruir el destino de las naciones. Moriarty, a diferencia de Holmes, es un hombre de  ciencia, de las ciencias que no le importan a ese detective, como la astronomía. Había sido autor de un libro Sobre la Dinámica de un Asteroide. [50]
Si en esto puede tener una “superioridad” sobre Holmes, parece ser que éste reconoce la supremacía de su némesis al no poderlo atrapar. Por ende, se ve incapacitado para desarticular al crimen organizado. Al parecer la inteligencia y lógica de Holmes se topan con un límite.
Así que a pesar de que la Lógica es la Ciencia de la Deducción que permite con las piezas adecuadas llegar a la conclusión correcta por más disparatada que ésta sea a través de la observación, el conocimiento y deducción, ciertamente no está exenta de la falibilidad y de la limitación.

Bibliografía


Leslie S. Klinger, Sherlock Holmes. Las Novelas, Edit. Akal, Madrid, 2009.




[1] Leslie S. Klinger, Sherlock Holmes. Las Novelas, Edit. Akal, Madrid, 2009, p. 383.
[2] Ibíd., p.  629.
[3] Ibíd., 4.
[4] Ibid. p. 396-396.
[5] Ibid. p. 19.
[6] Ibid. p.27.
[7] Ibid. p. 32.
[8] Ibid. p. 214.
[9] Ibid, p. 216-217.
[10] Ibid. p. 217.
[11] Ibíd. 674.
[12] Ibíd. p. 702.
[13] Ibidem.
[14] Ibid. p. 219.
[15] Ibid. p. 34.
[16] Ibid. p. 32.
[17] Ibíd., p. 650.
[18] Ibid. 32-34.
[19] Ibíd., p. 220,
[20] Esto lo hace Sherlock Holmes explicando a Watson que ésta acababa de regresar de enviar un telegrama. Dicha afirmación era acertada, y la justificó mediante la observación de cierto tipo de barro que estaba en frente de la estación de correos, siendo el único lugar, que se conociese que pudiera mostrar ese tipo de lodo. Por el otro lado, la deducción de que había ido a enviar un correo tenía que ver con que Sherlock había estado toda la mañana con Watson, no lo vio escribir una carta, y notó que  tampoco su asistente se había llevado una postal o timbres postales. Por lo tanto, la única posibilidad viable era la de enviar un telegrama.
[21] Ibid. p. 224.
[22] Ibid, p. 274.
[23] Ibid. p. 39.
[24] Ibid. p. 39-40.
[25] Ibid. p. 40.
[26] Ibid. p. 42.
[27] Ibid. p. 39.
[28] Ibid. p. 42.
[29] Ibid. p.  280 y 282.
[30] Ibíd., p. 40.
[31] Ibídem.
[32] Ibíd., p. 42.
[33] Ibíd., p. 507.
[34] Ibíd., p- 42-43.
[35] Ibíd. p. 43 y ss.
[36] Ibíd., p. 290.
[37] Ibid. p. 330.
[38] Ibid. p. 379.
[39] Ibid. p. 235.
[40] Ibid, p. 240.
[41] Ibid. p. 241.
[42] Ibid. p. 277.
[43] Ibid. p. 303.
[44] Ibid. P. 315.
[45] Ibid. p. 326.
[46] Ibid. p. 317.
[47]Ibid-, p. 435.
[48] Ibid, p. 389.
[49] Ibid. p. 406.
[50] Ibíd., p. 636.

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