El perdón



¿Qué es el perdón? Es una palabra inserta en nuestro lenguaje cotidiano que parecería no tener mucho problema. Perdonar es disculpar a alguien de algo ciertamente. Pero el usar un sinónimo no termina de aclarar el problema de su naturaleza. Incluso podría complicarlo si nos cuestionamos si son lo mismo perdonar que disculpar, perdonar o excusar. En el Diccionario de Ética y Filosofía Moral es definido como la “acción de considerar por nula y sin razón una falta u ofensa, de no guardar rencor al culpable y de no tenerle resentimiento”.[1] Dicho diccionario sigue la acepción de Tesoro de la lengua francesa. Si atendemos a la RAE, ésta entiende al perdón como la acción de  perdonar, como la remisión de la pena merecida, de la ofensa recibida, de una deuda u obligación pendiente; también es concebido como una indulgencia.[2]
El perdón es una categoría que se usa en los ámbitos moral, político y religioso. Desde la Antigüedad se habla del perdón. Al menos ya en Platón este figuraba en  su Filosofía. El Ateniense creía que nadie actuaba mal voluntariamente, filosóficamente no había culpables. Sin embargo, los actos malos eran expiados con el justo castigo. Aristóteles, por su cuenta, propone perdonar las faltas a través de la magnanimidad y la equidad. Los estoicos proponen la piedad como medio para perdonar, esto implica abandonar el resentimiento, tener paciencia, tolerancia, amor, etc. Ya en el Cristianismo el perdón se volvió una idea central. Dios perdona, y quien no perdona, no será perdonado, el perdón es una forma de amar al prójimo y a Dios, es una forma de remisión de los pecados, etc. Esta religión influyó en las ideas modernas sobre el perdón de pensadores como Spinoza y Hobbes.
En la actualidad algunos pensadores como Rawls, Derridá, Ricoeur, Levinas o Arendt hablan del perdón. Rawls  aborda al perdón en término jurídicos. Derrida y   Levinas habla del perdón en términos más psicológicos y personalistas. Ricoeur habla en términos más históricos. Arendt en términos políticos.
Rawls entiende que en un marco legal de justicia el perdón opera como una acción supererogatoria. Es un acto permitido, aunque no es obligatorio. No siempre se ve claro qué pierde o gana quien decide perdonar. En algunos casos el perdón, sería un deber bajo ciertos casos ideales en los que ciertas condiciones fueran satisfechas. Claro que este nivel legal es muy básico. El fenómeno del perdón va mucho más allá.
Para Derrida el perdón solo es de lo imperdonable, de aquello que no tiene atenuante, ni excusa, ni esperanza, ni razón. El perdón en este sentido es parecido a la fe religiosa. Es gratuita. Se perdona más fácilmente a quien se ama, que a quien no. En realidad si hay razones para perdonar, entonces eso no es perdón puro, sino impuro, es decir, una excusa. En este tipo de perdón se perdona por un cálculo intelectual que puede tener 3 razones distintas: 1) que el culpable no es tan malo, que tiene un grado de inocencia, de bondad, o incluso que cabe la posibilidad de que sea inocente y esté siendo acusado injustamente, es una especie de “culpable-inocente”; 2) que el culpable al ser perdonado va a mejorar; es creer que el tendrá acceso a una nueva vida, de salvar un alma inmortal, tiene una intención purificadora y pedagógica; 3) casos en los que se mezclan las excusas la gratuidad del perdón otorgado con las razones aducidas para perdonar.
En la práctica, cree Derrida que en la historia de la humanidad no se ha dado ningún perdón puro, no obstante, éste constituye un límite psicológico. Está en el horizonte como un punto que se alcanza sólo en un instante. El hombre que perdona sinceramente, experimenta las “delicias” de una conciencia contenta, aunque queda una cierta dosis de resentimiento,  pero también con una dosis de amor. Hay una semejanza entre el amor puro sincero y el perdón. El recuerdo y la retrospección se dan en este acto. En consecuencia, el perdón es alcanzable, aunque sea intangible. Hay una negatividad objetiva de su pureza, que aun así se torna en positividad vivida. Ahora bien, algo de milagroso puede advenir del instante en el que se perdona cuando se funda una nueva vida, cuando se instauran nuevas relaciones interpersonales.  El perdón, es silencioso, no es hablador. El perdón hablador es sospechoso, porque ese perdón está más interesado por  sí mismo (por el sujeto que perdona) que por el “pecador”. Este perdón no renuncia a la continuación de su ser propio, ni  a su futuro vital. El perdón te lleva a la renuncia de la hosquedad, de la agresión y de la venganza. En ese sentido es desinteresado y no desesperado. Pero también es reactivo y secundario. Esta secundaridad se da acompañada de piedad (como una especie de caridad despertada por la miseria del otro), la gratitud (como la memoria cordial del beneficio otorgado) que lucha contra el resentimiento para llevar al olvido, y el arrepentimiento. A pesar de ser reactivo, es un don total que no da nada, y salva los obstáculos. Es un acto que es desproporcionado a la falta recibida.
Luego Derrida habla de un perdón límite, que en realidad, me parece se identifica con todas las características del perdón puro, porque es un perdón que se da sin razones, es hiperbólico. En otras palabras, el perdón puro es perdón límite.
Ricoeur, en cambio, contextualiza el perdón en la memoria, como un imperativo de justicia que hace que la deuda hacia las víctimas no sea olvidada por quienes suceden a ellas. Dentro de este marco el perdón es reconciliación con el pasado. El perdón reintegra  la identidad al devolverle su capacidad de actuar. El perdón es la solución a los límites de la realidad y problemas del pensamiento contemporáneo. El perdón es amor. El perdón es un acto de locura de lo imposible y sin medida. La falta cometida es el horizonte común entre la memoria, la historia y el olvido. La falta es, además, el presupuesto existencial del perdón. Ella es el mal moral y  no se puede disociar del concepto de pecado. Se vive desde los sentimientos; pero al final, es una experiencia que nos lleva a reflexionar. La falta, en su profundidad, remite a lo imperdonable de hecho y de derecho. Eso es la culpabilidad. Ahora bien la culpabilidad radical del hombre es inherente a la condición humana. La culpabilidad es resultado de la libertad. Una vez realizada la acción que causa el mal, ésta no se puede deshacer. Entonces es que surge una deuda. Mientras que en el contexto ético la culpa es individual, en el contexto político la culpa es colectiva. En el contexto de la geopolítica es deuda se traduce  en el crimen contra la humanidad. El perdón en la política permite a las sociedades continuar sin venganzas, liberando del pasado y comprometiéndose con el futuro como promesa, el perdón ve en el sujeto culpable algo más que un culpable, ve un agente  que se disocia de su acto. Se condena a la acción, no a la persona. El perdón implica olvidar la deuda, pero no el pasado, cuida el presente y espera del futuro. Aun así, hay algo de olvido en el perdón si se quiere aspirar a un futuro.
En el ámbito de la relatoría de justicia, la filosofía de Levinas sirve como una herramienta para transitar del sufrimiento inútil al útil. Parte de la idea de que el sufrimiento no es comprensible para la conciencia, es insoportable y pasivo. Se  escapa a la conciencia intencional para anclarse en el sinsentido, en el absurdo. Se reclama una respuesta que le dé sentido al sinsentido. Paradójicamente, el sufrimiento por el sufrimiento alguien más es  un principio ético supremo. El deseo de  bondad o de justicia, no se desprenden de la contemplación de una verdad, sino de la revelación del Otro. El otro se revela como infinito. El deseo de bondad, se desprende de ahí. El deseo de justicia es un deseo absolutamente no egoísta. No obstante, la verdad participa de este principio ético, como el fundamento que asegura la justicia. Ya establecido –y solamente cuando está establecido- este principio, la injusticia brotaría de la ignorancia o de la falta de un juicio recto. Es decir, la bondad antecede a la buena voluntad cuando se habla de justicia. Pero cuando no se opera bajo el principio ético supremo, el esquema anterior no opera.
El sufrimiento individual alerta de un daño fisiológico y también templa el carácter. En el caso del sufrimiento social constituye un llamado de atención para mejorar el cuerpo colectivo. En el caso de Levinas este sufrimiento va con la búsqueda de un sentido, y éste la entiende como Teodicea. El dolor tiene sentido solo por la fe o por la creencia en el progreso. Este sentido busca un orden justo que comprenda el sufrimiento en orden a un bien, pero no en términos de iguales, sino de desiguales, que yo soy yo y el otro es el otro. Pero hay una gratuidad surgida de su alteridad, la cual debería regir las relaciones ético-políticas. Esa gratuidad posiblemente esté ligada al perdón.
Ahora paso a Arendt. Para ella el perdón es un medio para alcanzar un fin determinado y predecible. Dicho fin, de antemano es la perseveración del mundo, hacer del mundo un mundo común. Considera, que el rol del valor en la humanidad fue descubierto por Jesús de Nazareth. Es icónico su “Señor, perdónalos, no saben lo que hacen”. Pero el perdón no es una cosa exclusiva de Dios, sino que los seres humanos son los que se tienen que perdonar mutuamente. Ella seculariza este concepto religioso, lo entiende como una experiencia humana que surge de la pluralidad humana. La pluralidad humana, que debe ser entendida no cuantitativamente, sino cualitativamente como diversidad.   Por ende, es una facultad política. El que sea una facultad no significa que ésta se ejerza. Dicha facultad para ser ejercida se tiene que convertir en una capacidad.  La actualización de esa facultad es lo que se convierte en la capacidad de perdonar.  Esta capacidad se ejerce en la vida activa, es decir, la labor, el trabajo y la acción. En este sentido es una reacción que sucede a una acción que es primera en el tiempo. El perdón da por finalizado algo que no tendría fin, que conduciría a la venganza. El perdón hace reversible lo irreversible, trata de deshacer las consecuencias impredecibles del actuar humano. El perdón es un remedio. Libera al pasado rehabilitando la capacidad de actuar, da continuidad a la acción sin que se olvide lo cometido.  El perdón perdona acciones cometidas por la libertad. No actúa sobre el mal radical, pues éste es de suyo inacción.  El perdón no se fundamenta en el amor, ni la compasión, sino en el respeto que se tiene a la persona.  Lo que se perdona es a la persona, no a la acción cometida. Para perdonar a dicha persona interviene la comprensión, la comprensión permite a su vez reconciliar. Sin embargo, la comprensión por sí misma no significa perdón, ni tampoco reconciliación; pero sí es la base.
En fin, estas son algunas de las muchas propuestas ligadas al perdón.




[1] Monique Canto –Sperber (editor), Diccionario de Ética y Filosofía Moral, t.2 México, 2001, entrada: perdón.
[2] http://dle.rae.es/?w=perd%C3%B3n (consultado el 16 de abril del 2016).




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