La felicidad
¿Es la felicidad
una utopía o existe verdaderamente? En el caso de existir, ¿dura hasta la
muerte o es pasajera? ¿Qué podemos
esperar en nuestras vidas? Primero que nada debemos aclarar a qué nos referimos
con semejante palabrita. Propongamos una
definición: la felicidad consiste en
hacer lo que uno quiere. Eso suena interesante. Sin embargo, habría que aclarar
que la felicidad más que un hacer, es su consecuencia; por lo tanto, sería el efecto de una sensación de satisfacción, obviamente
ocasionada por una acción o suceso dewterminado. Un pintor es feliz cuando hace
un cuadro, un deportista cuando gana,
etc. Ahora bien, si no siempre estamos
haciendo lo que queremos, no siempre somos felices y, a veces, vivenciamos
dicho sentimiento no tanto por realizar algo, sino por contemplarlo. Entonces
resulta que la felicidad se da en instantes y no sólo se explica mejor cuando
consideramos que ella se logra al gozar de una cosa que resulta benéfica
para un individuo. Una madre se pone feliz cuando su hijito sale de San José en
una pastorela[1], pero seguramente se acaba su felicidad
cuando dicho santo le enseña su boleta llena de cincos después de la puesta en
escena. Así pues, podríamos concluir
que la felicidad está dada por la consecución, el alcance de un bien y es tan
perecedera como éste. Ratos hay de infelicidad y de felicidad, según nos vaya
bien o mal. Mas ¿no cabrá también la
posibilidad de que la felicidad, a pesar de sus fugaces momentos, esté siempre
presente en nosotros? ¿Cómo podría sucede esto? De que ella, en vez de un
efecto, sea la causa de nuestras acciones.
Esta posibilidad implica que todo lo que hacemos (desde masticar un
chicle hasta sacrificar la vida en una
guerra), lo hacemos motivados por el deseo de
la felicidad. Quizá el hombre por naturaleza la añore. Así pues,
pareciera que algunos acontecimientos poco placenteros, paradójicamente los
realizaríamos con la intención de conseguir un bien y su consecuente placer.
Desde tal perspectiva, el bien y la felicidad se relacionaran estrechamente,
como Platón y muchos otros pensadores han postulado. En un segundo nivel, la
felicidad es una añoranza, un estado de plenitud al que se anhela arribar y que
algunos afirman haber llegado. Por eso Boecio la consideró como la posesión de
todo bien.
Por
desgracia la felicidad efectiva y la intención de poseerla distan mucho de
garantizarnos una vida gozosa. Mayormente feliz o infelices serán las personas
de acuerdo con la manera en que les vaya en la feria. Si su situación es muy
adversa y prácticamente no alcanza sus bienes, será un desdichado. No así quien
su situación sea más favorable. Una persona pobre podríamos pensar que es más
infeliz que un rico. Sin embargo, no siempre es así. Los ricos también se
suicidan, se deprimen y padecen de alcoholismo[2],
drogadicción y otros malestares. Resulta que muchos de los famosos –pensemos en
Marilyn Monroe- han tenido vidas muy atormentadas. Ingenuamente no podemos creer que la felicidad esté
garantizada por la posesión de bienes materiales. Eso nos hace sospechar que
son varios tipos de bienes y no sólo la prosperidad económica, los que nos
conducen a la felicidad. ¿De qué sirve el dinero sin salud? ¿De qué sirve la
salud sin amor? Los bienes espirituales pudieran acercarnos un poco más a la
felicidad. En parte si, pero igualmente debemos tener acceso a los materiales,
si no, consideremos ¿de qué sirve el ser amado si se está muriendo de hambre en
condiciones de poca higiene y con el maltrato de algunos sectores de la
sociedad? La felicidad absoluta nadie la tiene. Ligera o profundamente somos
infelices. Cierto que un niño no se
amarga porque no le compran una paleta o un hombre no se frustra porque una
mujer no le hace caso. Mucho de nuestra felicidad o infelicidad se debe más a
nuestra autoestima que a la consecución o pérdida de un bien. La madre que se
enojó con el niño que sacó cinco está enojada, no está feliz, pero tampoco eso
la conduce a la infelicidad, a menos que ella lo piense así. Otro aspecto pues,
para ser más felices es conocernos a nosotros mismos para no caer en trampas
mentales propias, pues ya bastantes trampas fuera de nuestra mente dificultan
la felicidad. Por esa razón algunos han postulado que justamente lo contrario
al conocimiento, sépase la ignorancia y la falta de deseos, es la verdadera
generadora de vidas felices. La postura de la llamada generación X –bautizada
así por el escritor canadiense Douglas Coupland- en buena medida refleja tal reacción: la renuncia a la
felicidad frente a una sociedad que nos
exige el éxito bajo condiciones que, de antemano, lo imposibilitan. Es mejor no
añorar mucho, desconocer los problemas, así no nos acongojará la imposibilidad
de adquirir los bienes deseados. Pero los “chavos” de la generación X renuncian
a la felicidad para ser felices, porque
la inquietud de saciar nuestras necesidades siempre estará presente y
justamente no todos los bienes que perseguimos como el objetivo máximo de
nuestras vidas, las satisfarán. Aunque la felicidad desde luego responde a
proyectos sumamente personales, también es cierto que todas las personas no
somos tan distintas (por eso es que mutuamente nos identificamos como
congéneres) ya que en algunos aspectos somos irremediablemente iguales por
naturaleza. Porque en el hombre la naturaleza es lo que desde nuestro
nacimiento nos determina, deviene de
nuestra programación genética[3].
Luego, habrá algunos bienes y necesidades comunes, indispensables para entender
mejor nuestro anhelo de la felicidad.
[1] Ella no está “haciendo”, sino “mirando”; o bien si nos ponemos
quisquillosos podemos decir que efectivamente ella hace lo que quiere, pero
solo en el sentido de que está “viendo” (y por eso haciendo) un bien para si.
[2] En enero del 2004, radio Monitor presentó una nota informativa en la
cual se anunciaba que en México 32 millones de personas padecen de alcoholismo.
[3] Cfr. MOSTER´ÍN, Jesús. Filosofía de la Cultura. Edit. Alianza. España, 1994. Pág.
18.
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