Infancia


Es un día cualquiera.   Mi abuela, me lleva como siempre, agarrado de la mano, dando tirones que  me jalan  a la velocidad  de su enorme estatura.  Apenas si logro alcanzar su paso.  Además  camina chueco, porque me desvía hacia la derecha mientras avanzamos. Eso no pasa con mi mamá, ni con doña Licha.  Veo  cómo se mueve su chal. Miro sus enormes lentes desde abajo,  también me gusta ver sus canas y los pelos que le salen en la barbilla. Me lleva a la Estancia. Está arrugada.  Se parece al perro que llevó el otro día Manolito en su cumpleaños.  Hubo piñata. Llevó a su mascota. Está arrugado también. Le pregunté si estaba viejito.  Me dijo que era un cachorro. Supongo que mi abuela y ese animal son del mismo lugar, porque es la única de la familia que está así.  Le pregunto, mientras me arrastra, dónde nació. Me dice: -En Iguala-. No sé dónde queda. Pero seguro ahí hay perros arrugados.
Atravesamos los andadores.  Se escuchan ladridos. Sí, me gustan los perros. Pero nunca me dejan tocarlos, ni tener uno. Manolo tampoco me dejó acariciar al suyo. Dijo que era de él. En la guardería no prestan nada mis compañeros: ni sus juguetes, ni sus colores.  Me molestan mucho. No me gusta ir. Sólo le hablo un poco a Manolo y mucho más a la Latosa. Es una niña que parece niño. Me defiende de todos, les pega cuando me agreden. A  veces juega conmigo.  Disfruto estar con ella en el recreo. Pero como es mayor, luego me deja sólo y se va a jugar con los niños grandes. Una vez, no estaba ella. Se acercaron tres de mi salón. Querían que jugáramos al Salón de la Justicia. Me dijeron que yo era Superman, que les ordenara atacar a Lex Luthor. Lo hice. Fueron y golpearon a un niño que les caía mal. Cuando los detuvo la directora, dijeron que yo lo mandé. Me castigaron una semana entera. Citaron a mi mamá. Le dijeron que era un líder negativo, que manipulaba a mi grupo.  Nadie me habló mientras estuve castigado. La maestra tampoco me agrada. Grita más que mi mamá, que mi abuela o Licha. Bueno, tal vez, Licha grita más. Cuando me lava las manos quiere que me apure. Las talla fuerte, me duelen. Si me quejo, me pega en la boca o me da un grito. Me reza que tiene que hacer la comida, el quehacer, que le pagan muy poco, que encima de todo, tiene que cuidar a un escuincle mugroso.  No sé qué es “escuincle”, sospecho que se trata de mí.
Ahora cruzamos el parque, es enorme. No alcanzo a ver a dónde las puntas de los árboles inician. Sólo las miro  desde mi ventana o cuando me cargan. Pero cuando estoy en el piso, por más que trato, no puedo.  Atravesamos los módulos. La Bubulita, así le decimos mis primas y yo a mi abuela,  me dice que mi mamá me va a recoger en la tarde. Saluda  a doña Licha. Sí, es otra Licha. No la de la casa, sino la peluquera. Me gusta ir con ella, porque  no me hacen cosquilla las tijeras cuando me corta el cabello. El otro peluquero, don Beto, me pone nervioso, me da mucha risa. Usa una maquinita que hace mucho ruido. Se desespera conmigo. Doña Licha es muy paciente.
Seguimos adelante. Me dice la Bubulita que mi mamá me va a recoger a la salida.  Estamos a punto de llegar. Veo la reja del patio de recreo, la paredes blancas de la guardería. Ahí está la escultura de una pareja. Me gusta que me siente ahí, mi abuela me levanta. Me sienta. Estoy  un ratito.  Se siente un poco caliente por el sol. Pero no me quema.  Abrazo a la señora. Al señor no me puedo subir porque está resbaloso.  Me agarra mi abuela, me baja y deja en la entrada. Voy corriendo a mi salón. Tomo asiento en la banquita de siempre. Ahora vamos a ver los colores, vamos dibujar. Ya  sé el azul, el naranja, el verde, el blanco, el rojo y el negro.  ¿Qué más nos pueden enseñar?
La educadora de este año me desagrada, es como Licha. Todo le molesta.  También nos talla muy duro las manos cuando las lava. No me sé su nombre. Ni quiero aprendérmelo. Yo le digo “Mandibulín”, porque una vez la escuché reír. Se ríe como él.  Cuando llegue a la casa, veré las caricaturas. Es mi momento favorito del día. Pero tengo que ganarle la televisión a mi abuela. Ella siempre quiere ver las novelas. Son feas, aburridas. Además, me espanta porque siempre  se pelea solita frente al televisor e insulta a los malos.
Empieza la clase. La Maestra Mandibulìn nos dice que ya está harta de llevar niños todo el tiempo al baño, que el que le pida ir, lo va a castigar y le va a dar una nalgada. Me consta que las da  re duras.  Esta vez no iré al baño. Nos dan nuestro desayuno. Evito la leche para que no me ande del uno.  Vemos los colores. Los repetimos. Nos da unas hojas y crayolas.  Veo que la Latosa va por el pasillo. Va al baño solita porque es grande. Me saca la lengua. Le sonrío. Mi mamá y su mamá son amigas. Me gusta cuando se quedan platicando en la salida, porque juego con la Latosa. En fin, la maestra me pega un grito por ver hacia el pasillo. Me dice que debo de prestar atención, como nos lo dijo a todos. A su lado tiene un pizarrón y un papelote gigante pegado en él. Nos va indicando de qué color pintar cada parte. Me choca hacer eso. Yo prefiero pintar las cosas como yo quiero. El otro día, antes de que viéramos  los colores, me dijo que estaba mal por pintar de azul a la tortuga de papel. Pero no entiendo por qué. Se veía bonita así. Recuerdo que en el Canal Cinco, cuando era la hora del tío Gamboín, él mostró  una tortuga de ese azul de su colección. ¡Ahora resulta que el tío Gamboín también está equivocado! Por cierto, èl me divierte más que Rogelio Moreno. Tiene muchos juguetes y tiene cara de que no se enoja.  Le voy a decir a mi mamá que quiero ser  uno de sus sobrinos. Pero no sé escribir. Le voy a pedir que ella le mande una carta.
Siento movimiento en mi pancita. Veo a la maestra a los ojos. Me mira más feo que Licha. Luego se pone como el Señor Granito, el jefe de Pedro Picapiedra. Mejor aguanto. Sigo dibujando. Es una mariposa, estamos pintando sus alas. Me cuesta trabajo no pasarme de las rayitas negras. Tengo que iluminar como me dijo ella. Se me sale un gas.  Pero nadie lo escucha. Creo que tampoco lo huelen.  Me anda del dos. Ahorita que recuerdo, ayer no fui en la noche. No tenía ganas. Tenía mucho sueño.  A veces me pasa eso.  Siento que me gruñen las tripas, pero no quiero que la Mandibulín me regañe o me pegue.  No aguanto. Se me sale. Me aprieto en la banca. 
Juanito, que está a mi izquierda, dice: -Fuchi. Huele re gacho-.  Le digo que a mí no me llega nada. La maestra como a los cinco minutos, exclama: -Parece que se murió un zorrillo en el salón-. Me acuerdo de Pepe le Pew. Saca un spray. Lo rocía por todas partes. Busca de dónde proviene el olor. No pienso moverme ni decir nada. No quiero que me pegue. Se para en frente de mí. Es más alta que mi abuelita, como lo doble. Su delantal es larguísimo. Me pregunto cuántos ositos tendrá dibujados. Ella con el gesto de Gárgamel cuando capturó a Pitufina, exclama: -¿fuiste tú, verdad?-. Me están viendo todos. Están en silencio, como cuando jugamos al candadito. Mandibulín está bien enojada.
-Lo primero que les digo que no hagan y ahí van. ¿Qué no entienden? Parece que trabajo con retrasados. 
Mi mamá, el otro día que me desperté, se despidió rápido. Me dijo que estaba retrasada. Algo malo debe de tener el estar retrasado. Mejor no pregunto. Siento un jalón, me está arrastrando al baño. Es más rápida que mi abuela.  Paso por el salón de la Latosa, me vuelve a sacar la lengua.  Ya en el W.C., me baja el pantalón muy fuerte. Yo creo que ella aprendió a limpiar las colitas con Licha. No para de regañarme. No puedo  hablar, estoy sollozando,  no aguanto, comienzo a llorar. Me regaña más. Me calla. Me suelta cuatro nalgadas. Me arden muchísimo. Dice que eso me lo gané porque ahora va a tener que lavar mis calzones y mi pantalón como vil criada. También me  dice que si le digo algo a mis padres, se las voy a pagar con creces. La maestra no sabe que no tengo papá y yo no  sé qué son “creces”, pero han de costar muy caras.
Pienso que si le digo a mi mamá, me va a regañar porque me hice del baño, que hice del baño. Me va a volver a pegar, me va a prohibir la tele y no va a comprar magicuentos. Hoy toca que salga el siguiente número. La ropa que me quitó la lava, la cuelga junto a la ventana. Me deja en el baño, me ordena no salir. Pasa mucho tiempo, no sé cuánto, así que me pongo a jugar a que era un doctor. Ella regresa.  Me pongo serio. Me pone la ropa. Se siente todavía mojada.
            Regresamos al salón. Estoy castigado en un rincón, no puedo hacer nada, ni hablar. Se vuelve doloroso el tiempo, como cuando discuten mi mamá y mi abuelita, me siento triste, mal.  Por fin, es la salida.  Está mi mamá. Me da mucho gusto verla. Trae un magicuento.
-Hijito, ¿cómo te fue hoy?
-Bien, mami.

Sé que no. No me gusta la guardería, sólo la Latosa. Tampoco me agradan los adultos. Prefiero ver las caricaturas por la tarde en la sala cuando la Bubulita está leyendo su Lágrimas y Risas y le gano la televisión, cuando ya se fue Licha, cuando estamos solamente el tío Gamboín y yo. 

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