¿Qué es la virtud?


La virtud puede referirse a muchas cosas. Es un término que se utiliza para referirse a la fuerza, vigor o el valor. Pero también puede aludir a la bondad de vida y a la integridad de la persona. También se refiere al recto modo de proceder o a la disposición de una persona para obrar conforme a ciertos proyectos ideales. Ya en su sentido moral, la RAE la entiende como “hábito de obrar bien, independientemente de los preceptos de la ley, por la sola bondad de la operación y conformidad con la razón natural”.[1] Etimológicamente viene del latín virtus, que significa justamente “fuerza”. De ahí que la vir, era hombría, que a su vez en indoeuropeo emparentaba von wiros, que significaba hombre y también aludía a la fuerza vital (wei).[2] En el sentido latino, la virtud era la cualidad a la actividad y cualidad del hombre (como varón en oposición a la mujer) y que implicaba el valor en primera instancia, pero que también suponía la mejora del hombre en segunda.[3] Para Cicerón el ejemplo del hombre virtuoso era el romano Catón. Era un hombre sabio llamado a la acción política.  El vínculo social se privilegiaba sobre el conocimiento, justo de manera inversa –y con mayor tino según Cicerón- a los griegos. La felicidad individual no es separable del bien público. Por cierto, el término equivalente a virtus en griego era areté, el cual designaba a un objeto que era bueno en relación a una función, tarea o capacidad.[4]Se dice que la areté era una excelencia. Era un poder o eficacia. Se suele decir que el concepto de virtud tiene un origen griego, pero hay quien también encuentra su origen en la filosofía china.  De cualquier forma, la virtud se convirtió después en esa capacidad específica como hombre para ser hombre. Para los sofistas la virtud era más bien una práctica de kalakogathía, de ser bueno y bello en un modelo social.  Para Sócrates, en cambio, fue un conocimiento.  Esa misma línea siguió Platón.
Aristóteles, suele decirse,  fue el primer hombre en sistematizar la reflexión en torno a la virtud en un primer tratado. Al parecer se planteaba la pregunta de cuál es el mejor modo de vida. Con él, ésta fue asociada a la felicidad, la cual, estaba asociada a su vez a la buena disposición de la facultad de la razón. Aristóteles creía que había dos tipos de virtudes: las éticas (de corte moral y psicológico) y las dianoéticas (propias del entendimiento).  Con las primeras los deseos y aspiraciones se dan en concordancia con la razón, con las segundas se conoce la verdad. La justicia, la moderación, la valentía solían ser consideradas virtudes morales, mientras que las virtudes intelectuales podían ser especulativas o prácticas. Virtudes especulativas, por lo regular eran la ciencia, la sabiduría o el hábito de los primeros principios. Virtudes prácticas solían ser el arte (techné) y la prudencia. De ahí que Aristóteles nunca hizo una distinción tajante entre virtudes éticas y dianoéticas. La prudencia, por ejemplo, era una virtud que resultaba ser tanto ética, como dianoética. Era tanto sabiduría práctica, como moral.[5]  
Aunque se puede dividir las virtudes en distintos tipos, la filosofía neoscolástica suele entender a todas las virtudes en general como perfecciones del hombre en cuanto tal.[6] La virtud también se piensa analógicamente: con semejanzas y diferencias. Según Nicola Abbagnano tres son los principales sentidos de la virtud: “1) capacidad o potencia en general, 2) capacidad o potencia propia del hombre; 3) potencia propia del hombre de naturaleza moral”.[7]
Es el tercer sentido el que interesa a este texto. En términos sencillos las virtudes morales se refiere a cualidades de carácter que son admirables y loables.[8] Poseer una virtud, es pues, tener un bien que puede ser obtenido o preservado por la acción humana. La posesión de una virtud armoniza e integra muchos aspectos de la persona humana. Las personas buenas tienden a hacer progresar el bienestar humano. Los virtuosos generan efectos buenos porque sus principios los obligan a respetar los derechos elementales del hombre o a lastimar a terceros. La gente virtuosa colabora a la construcción del bien en general.  Ya de manera más concreta también la virtud en el individuo genera beneficios. La paciencia, por ejemplo, permite tolerar más los fracasos y las decepciones. La amistad como virtud permite mirar a los demás con los ojos del amor y es una de las finalidades gratas de la existencia humana. En los estados virtuosos se pueden realizar las condiciones humanas que intrínsecamente son dignas de ser realizadas. Ahora bien, la virtud desde cierta perspectiva, va más allá del deber, de las reglas y prohibiciones impuestas. Conlleva ser sensible y atento a la realidad humaba de los demás de una manera flexible y libre. En fin, la ventaja fundamental de una ética de la virtud es que permite plantearse la pregunta de: ¿qué tipo de persona deseo llegar a ser?”.  Privilegia eso frente la imposición de los deberes (ética formal), de los resultados óptimos que un acto debe de producir (utilitarismo). Es una propuesta ética que llaman los especialistas ética de las virtudes y que supone el compromiso creador de la persona virtuosa con sus deseos, auto-respeto y compromiso con la vida y permite a su vez comprender y enriquecer la herencia de una historia que da una tradición moral.
Ahora bien, independientemente de las ventajas de una ética de las virtudes en Filosofía Moral, es también necesario pensar qué son las virtudes y cómo han sido entendidas.
Las virtudes crean hábitos. El hábito hace que las acciones se realicen de modo fácil, seguro y natural.[9] Uno se hace virtuoso por habituación. Ésta supone una reacción emocional adecuada ubicada en el justo medio entre el demasiado y el demasiado poco. Sin embargo, también el vicio se hace de manera fácil, segura y natural. Éste se da con acciones consideradas como malas.  El vicio es un hábito perverso que esclaviza al que lo practica y le impide el comportamiento adecuado y el autocontrol.  Como decía San Pablo: “veo lo mejor y lo apruebo, pero hago lo peor”.[10]
Así es, regularmente la  virtud se opone al vicio. [11] A lo largo de la historia de la humanidad se han ofrecido catálogos de virtudes distintos que proponen cómo se debe vivir una vida bien lograda.  Tal vez el primero de éstos fue el que propuso Platón a través de cuatro virtudes: la justicia, templanza, fortaleza y prudencia. El cristianismo se apropió de éste. En general la virtud era tanto un atributo divino (Antiguo Testamento) como la observancia de la actitud evangélica y el restablecimiento de la relación personal con Dios (Nuevo Testamento). Ella era representada como una joven vestida de blanco con una actitud de moderación y frecuentemente coronada con un laurel.  También era una joven armada en actitud victoriosa en contra de alguna alegoría del mal.[12] En la Edad Media lo contrario a la virtud no fue el vicio, sino el pecado, que era un acto de elección contra la ley divina. El pecado venial es leve, se puede reparar la falta fácilmente; pero el pecado mortal rompe la relación con  lo divino, quitando al sujeto de la salvación y llevándolo al castigo eterno.[13] Eso explica ese tipo de imágenes. En la iconografía de la Edad Media se encontraron representaciones de las virtudes cardinales: la prudencia se simbolizaba con un libro,  la justicia con una espada, la fortaleza con un escudo  y la templanza con unas riendas.  En la Escolástica la prudencia solía ser entendida como la recta razón de lo que debe de hacerse, la justicia la correcta disposición a dar a cada quién lo suyo, la valentía era la virtud que permitía encarar dificultades y peligros para realizar el deber y la templanza era la moderación de los apetitos humanos para que no nos arrastrasen a lo indebido (de ahí que Santo Tomás de Aquino asociara a esta virtud la abstinencia, la sobriedad  y la castidad en el comer, el beber y el sexo).   
San Ambrosio designó a ese cuarteto como “virtudes cardinales” y añadió tres virtudes teologales: fe, esperanza y amor.  En la visión ambrosiana la moderación era la más bella de las virtudes, porque permitía el progreso de la mayoría. Según San Agustín las virtudes cardinales encaminaban a las teologales, ya que las virtudes eran entrega total a Dios, sufrimiento por amor a él, servicio a  Dios y discernimiento entre lo que liga a Dios y lo que separa de él. No es de extrañar entonces que San Agustín postulara que la virtud era “el orden del amor” en su libro la Ciudad de Dios. De ahí que sentenciara “Ama y haz lo que quieras”, porque si se ama, se posee la virtud. La voluntad recta de la razón era un amor bien dirigido, la voluntad torcida, es uno mal guiado. No obstante, las virtudes teologales, son infusas, son dadas por Dios al alma y no son adquiridas. Plotino, el neoplatónico, dividió las virtudes en civiles (que nos permiten ser mejores ciudadanos) y catárticas (que nos permiten hacernos semejantes con los dioses).  Otros neoplatónicos añadieron otras categorías a su división, como las virtudes orientadas hacia el nous, las virtudes paradigmáticas, y las virtudes hieráticas.
En la Modernidad la virtud se siguió relacionando con el hábito y se llevó al ámbito del valor humano. Se discutió mucho sobre si la virtud era una cuestión relativa al carácter individual del sujeto o era algo social.  Hubo tal vez dos visiones relativamente innovadora la de Maquiavelo y la kantiana. Maquiavelo creía que la virtud era una prudencia sagaz y valentía, propia de aquel ser humano que vive en un mundo político. Era una vuelta al concepto latino de virtud, en el que privilegió la libertad y el bien del Estado. La virtud es contraria a la suerte. Demanda apoderarse lo que haga falta para tener lo necesario cuando haga falta. Luego la tradición kantiana subordinó la virtud al deber, entendiéndola como la fortaleza moral en el seguimiento de su deber que no debe de convertirse en costumbre, sino que siempre debe ser nueva y originaria en cuanto forma de pensar. Para Kant la virtud exige principios firmes y sometidos a la reflexión de tal manera que dirijan las decisiones relevantes de la vida. Sin embargo, también hubo otras visiones de la virtud tal vez menos influyentes, como la reflexión utilitarista que entendió a la virtud como un cálculo utilitario para producir la felicidad, o como la postura de los analistas ingleses del siglo XVIII que propusieron que la virtud era un sentimiento o tendencia natural. También hubo pensadores como Rousseau que comprendieron a la virtud como una característica de los seres débiles de naturaleza, pero fuertes de voluntad.
Nietzsche criticó la tradición occidental de las virtudes. Criticó esa imposición moral que muchas veces hace publicidad hipócrita de su bondad mientras prohíbe y genera culpas. La virtud para este filósofo alemán justo es contraria a eso.  La única fuente legítima del actuar está en le superhombre. Quizá en consonancia con este pensador fue que el Diccionario del Diablo definió que las virtudes eran “ciertas abstenciones”.[14]
Más tarde la reflexión de la virtud cayó en una discusión de carácter legal  regida por principios abstractos y universales que habían sido codificados para su aplicación legal.  Posiblemente la causa de esto estuviera en la atención que pusieron los filósofos renacentistas e ilustrados en la virtud como virtud política. Para Montesquieu, por ejemplo, la virtud era el principio de la democracia. Esto implica amor a las leyes y a la patria.  
La democracia por supuesto, puede basarse en el comercio en ocasiones. Eso conlleva a una  serie de nuevas virtudes como la frugalidad, el ahorro, el trabajo. En consecuencia, la Pedagogía Contemporánea aterrizó el tema de las virtudes en la cuestión de las virtudes del trabajo, es decir, en actitudes o modos de comportamiento útiles para la producción económica de bienes y servicios. Así, pues virtudes laborales son la fiabilidad, la puntualidad, la precisión, la limpieza y la diligencia. Eso implica responsabilidad hacia la empresa, los colegas y los clientes.[15]
Curiosamente el asunto de la ética de las virtudes fue retomado por Elizabeth Anscome en su artículo Modern Moral Philosophy de 1958. Más tarde Alasdair MacIntyre, dijo que debíamos recuperar esas narrativas del pasado que dieron origen al concepto griego de virtud. Para MacIntyre las virtudes son prácticas sociales  coherentes con normas que persiguen ciertos bienes internos en su ejercicio, logrando así la perfección humana. Entonces las virtudes permiten saber lo permitido, lo prohibido y el deber. Las virtudes pues, responden más a bienes humanos que a leyes. En ese sentido, Michael Slote propone que las virtudes responden en sus motivaciones a modelos o tipos mentales admirables, tales como el cuidado, la compasión y la benevolencia. La virtud busca el bienestar, que consiste en la posesión de ciertos bienes que son de carácter objetivo.
Un tema perene de discusión de la virtud es si ésta es un bien en sí mismo o si ella conduce al bien.  Otro tema clásico de la discusión de las virtudes es si ellas son independientes entre sí o, si están conectadas de tal forma  que si se falla en una virtud, se afecta al resto de las virtudes e integridad del hombre; o no. Un tercer tema clásico es si las virtudes se adquieren por repetición hasta que se convierten en una segunda naturaleza, la cual, se puede perder por desuso o la práctica de actos que las contradigan. También es clásica la discusión de la enseñabilidad de la virtud. Para algunos autores como Platón es enseñable.

Bibliografía


Ángel Luis González, Diccionario de Filosofía, edit. EUNSA, Pamplona, 2010, entrada: virtud.
Federico Revilla, Diccionario de Iconografía y Simbología, edit. Cátedra, Madrid, 2007, entrada: virtud.
Giuseppe Flores d’Arcais, Diccionario de Ciencias de la Educación, Ediciones Paulinas, Madrid, 1990, entrada: virtud.
Horst Schaub y Karl G. Zenke, Diccionario Akal de Pedagogía, edit. Akal,Madrid, 1995, entrada: virtudes del trabajo.
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, tomo IV, edit. Ariel, Barcelona, 2001, entrada: virtud.
Monique Canto-Sperber, Diccionario de Ética y Filosofía Moral, tomo II, edit. FCE, México,2001, entrada:virtud.
Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía, edit. FCE, México, 2012, entrada: virtud.
Phillippe Raynaud y Stéphane Rials, Diccionario Akal de Filosofía Política, edit. Akal, Madrid, 1996, entrada: virtud.
Rafael Gil Colomer, Filosofía de la Educación Hoy. Diccionario filosófico-pedagógico,  edit. Dykinson, Madrid, 1997, entrada: virtud.
Walter Brugger, Diccionario de Filosofía, edit. Herder, España, 204, entrada: virtud.



[1] http://dle.rae.es/?id=buFPjrR (consultado el 17 de enero de 2019).
[2] Guido Gómez de Silva, Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, edit. FCE, México, 2009, entrada: virtud.
[3] Phillippe Raynaud y Stéphane Rials, Diccionario Akal de Filosofía Política, edit. Akal, Madrid, 1996, entrada: virtud.
[4] Walter Brugger, Diccionario de Filosofía, edit. Herder, España, 204, entrada: virtud.
[5] José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, tomo IV, edit. Ariel, Barcelona, 2001, entrada: virtud.
[6] Ángel Luis González, Diccionario de Filosofía, edit. EUNSA, Pamplona, 2010, entrada: virtud.
[7] Nicola Abbagnano, Diccionario de Filosofía, edit. FCE, México, 2012, entrada: virtud.
[8] Monique Canto-Sperber, Diccionario de Ética y Filosofía Moral, tomo II, edit. FCE, México,2001, entrada:virtud.
[9] Rafael Gil Colomer, Filosofía de la Educación Hoy. Diccionario filosófico-pedagógico,  edit. Dykinson, Madrid, 1997, entrada: virtud.
[10] Ibídem.
[11] https://es.wikipedia.org/wiki/Virtud (consultado el 17 de enero de 2019).
[12] Federico Revilla, Diccionario de Iconografía y Simbología, edit. Cátedra, Madrid, 2007, entrada: virtud.
[13] Giuseppe Flores d’Arcais, Diccionario de Ciencias de la Educación, Ediciones Paulinas, Madrid, 1990, entrada: virtud.
[14] Ambrose Bierce, El Diccionario del Diablo, edit. Edimat, España, 2007, entrada: virtudes.
[15] Horst Schaub y Karl G. Zenke, Diccionario Akal de Pedagogía, edit. Akal,Madrid, 1995, entrada: virtudes del trabajo.

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