Discurso de despedida generación 2009-2012 de la Escuela Sierra Nevada
Muchos de
ustedes terminan un ciclo que inició desde el prescolar: más de 12 años llegan
a un punto final. Para otros, los menos,
dos o tres años de escuela culminan. Sin embargo, la importancia de este
momento es la misma para unos y otros. Pareciera que una eternidad estuviera a
punto de desaparecer, ya que una nueva vida les espera: la universidad, nuevos
compañeros, nuevas amistades, responsabilidades antes no contempladas, un nivel
de estudios de mayor exigencia, incluso, hasta un país o cuidad nueva, etcétera.
Pero además, ustedes viven ese tránsito en un contexto de un sinnúmero de
transformaciones: la economía mundial
de Europa se tambalea, amenazando con arrastrar al resto del mundo; la transición de un sexenio a otro se ha
vuelto ríspida e incierta, en un ambiente enrarecido y sumamente politizado
entre la juventud universitaria; el
narcotráfico ha crecido terriblemente en la República y augura tiempos más
sombríos, con la terrible posibilidad de expandir su hegemonía al corazón mismo
de nuestro país; hasta la naturaleza nos ha gritado que se mueve, y no es
estática: amenazas de erupción volcánica, temblores, hasta torbellinos en dónde
nunca lo hubiéramos pensado, hemos padecido en un paranoico 2012, que gracias a
los mitos milenaristas que periódicamente se resucitan, a muchos los hace temer
el fin del mundo, o al menos, los hace creer en grandes tribulaciones propias
de un suceso especial dentro del cosmos. Yo no creo en esos relatos. En el año
70 d.C., en los años mil y dos mil se
han hecho predicciones fatalistas, basadas en meras especulaciones calendáricas,
y seguimos aquí; pero sí creo que ustedes están inmersos hasta el tuétano en tiempos
históricos importantes, pero delicados, nunca antes vistos en la Humanidad, en
lo relativo a la economía con la globalización, en la ecología con el cambio climático y el
deterioro ambiental, en lo sociocultural
con la incursión del internet, las redes sociales y el crecimiento del disgusto
de los excluidos de todas las latitudes,
y en lo político, en el caso de
nuestro territorio, con el intento de la consolidación de una democracia en las lamentables condiciones de un Estado Fallido.
Tal vez no se den cuenta de la trascendencia de este momento, no
obstante, en este contexto se gradúan.
Decía
el Eclesiastés -que es una sección de la novela favorita de Enrique Peña Nieto
(La Biblia), la cual fue escrita por
Enrique Krauze- que “no hay nada nuevo bajo el Sol” (Eclesiastés 1,9). Sin
embargo, esta idea es polémica y
paradójica, pues aunque la Tierra es la misma y las leyes naturales no varíen,
aunque el marxismo de Isabel Sánchez sea igual de intenso y el bigote de Rubén
sea idéntico al primer día que lo vieron, aunque las generaciones de jóvenes
perenemente amen y sufran por los mismos anhelos y temores de antaño, cada día,
cada hora, cada instante es distinto. Ustedes y sus padres comparten y no
comparten el mismo mundo. Ustedes son y no son en un mundo que es y deja de
ser. Estimados estudiantes, ya no son los mismos, no sólo porque terminan la
preparatoria, sino porque gradual, discreta pero constantemente, sus cuerpos,
sus mentes, sus vidas han ido transmutando. “Nadie se baña dos veces en el
mismo río”, decía Heráclito. Así es la vida.
Conforme pasen los años, lo irán constatando. No serán los mismos de la
preparatoria. Sus ideales y prioridades darán giros de timón, algunos suaves,
algunos drásticos. Terminarán sus
estudios universitarios; posiblemente poco tiempo después se casarán y tendrán
hijos; algunos de ustedes se divorciarán y volverán a casar, teniendo más
hijos, y junto con ellos, su juventud se irá borrando, empezarán a salirles
arrugas, canas, lonjas, calvicie, descubrirán que no aguantan la fiesta igual
que antes, y se horrorizarán cuando tomen un libro de la escuela de su prole y
descubran que su lectura es interesante. Envejecerán más, vendrán las
enfermedades crónico-degenerativas, ya
no podrán comer las mismas cosas, ni sus sentidos serán igual de agudos, aunque
es posible, que su sentido común esté más desarrollado. En fin, irónicamente,
cuando sean más sabios y estén mejor preparados para vivir, morirán. Pero tengan cuidado, porque la fatalidad los
puede agarrar desprevenidos, sin que se cumpla este pronóstico.
La muerte, es la realidad más contundente que tenemos. Y a su generación escolar
le ha recordado lo inminente de su acecho.
Nadie se esperaba lo de Coque, no obstante, desde que nacemos, somos lo
suficientemente viejos para morir. Ni la juventud, la salud, ni la riqueza nos
evitan que pueda ocurrir. Tarde o temprano,
nos sucederá a todos. Mas esta tragedia, encierra dentro de sí un tesoro, como una flor puede crecer dentro de la inmundicia de un
pantano. El fallecimiento de Jorge Villareal es una llamada de atención, que
nos brinda una enseñanza: “Carpe diem quam minimum credula postero” (decía
Horacio), aprovecha el día y no lo fíes al mañana.[1]
Porque sólo existe con seguridad el hoy, porque sólo existimos en el ahora,
porque ya no somos lo que fuimos y no
sabemos si viviremos después. Pero la sociedad, con tanta expectativa y
nuestras historias, con tanto pasado, a veces, nos impiden ver con claridad y gozar esta realidad. La vida es bastante
corta para no hacer lo que queremos. Atrévanse a estudiar, realizar, creer,
cuestionar y proyectar lo que quieren ser. No importa que las costumbres o
deseos ajenos vayan en contra. No es
cuestión de rebeldía, sino de autenticidad.
Hagamos un experimento. Imagínense, que viniera un ángel o un demonio (o
el personaje predilecto de su imaginación), y les dijera sólo les resta una
semana de vida. No más, no menos. Es inevitable, hagas lo que hagas. Sólo
puedes decidir qué hacer en ese lapso. ¿Qué harías?, ¿qué cosas juzgarías que
has hecho bien?, ¿qué cosas resolverías antes de partir?, ¿con quién
hablarías?, ¿a quién le pedirías perdón o con quién sientes que te gustaría
reconciliar?, ¿qué te gustaría dejar de hacer, abandonar definitivamente?, ¿qué
te atreverías a realizar?, ¿qué te gustaría culminar o, incluso, iniciar?, ¿cómo
te gustaría pasar tus últimas horas?
Vivimos tontamente sometidos a
rutinas, miedos, rencores, esperanzas vacuas, mientras es en nosotros
mismos donde está la clave para vivir mejor y hacer de cada instante, EL
INSTANTE. Cada semana debería de ser la última. Pensemos la muerte, para pensar
la vida. Apreciemos la joya que Coque nos regaló.
Hoy les deseo que disfruten este instante, que lo vivan a plenitud y lo
hagan eterno en su caducidad. Hoy vivamos como sugiere ese demonio nietzscheano
que nos reta a que tomemos a la vida como si fuéramos a vivirlas eternamente,
repitiéndola sin cesar en un eterno retorno. Quizá el secreto de la felicidad
esté en la eternidad del instante en un mundo tan efímero, cambiante e
incierto. Hoy, en este, instante, se gradúan para la eternidad. Jamás se
repetirá esta vivencia, durará muy poco,
mas siempre estará ahí, hasta su muerte, como cada momento de su vida. ¿Por qué?
Porque no hay nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, Ustedes hacen nuevo cada segundo de lo igual. ¡Muchas felicidades!
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