La Ciudad del Cielo


La aventura hace mucho más interesante a la vida. El alpinismo siempre sació en mi tal necesidad y no pensé que alguna vez me fuera a llevar a una aventura aún mayor, la del descubrimiento de una cultura milenaria y adelantadísima. Fue por un bendito acci­dente que llegué a ser uno de los precursores de esta nueva ciencia que estudia el desarrollo y los orígenes de la humanidad a partir de sus restos materiales. Los recientes avances en las ciencias de la naturaleza han aportado mucho a la nuestra. Nos han permitido, con el descubrimiento de la radioactividad, calcu­lar mediante el uso de cierto isótopo de carbono la antigüedad del utillaje de nuestros antepasados.
Pero no nos desviemos, volvamos al relato de mi transición de la conquista de las cúspides a la del desciframiento de la historia cuando ésta ha quedado muda. Hace un lustro estaba yo realizando un viejo capricho mío: recorrer el Gran Valle de la Meseta Cen­tral y escalar sus principales picos. Nadie hasta el momento había emprendido una proeza de semejante magnitud, pues la escasez de aire a más de 2000 unidades-metro sobre el nivel del mar, causa en el común de la gente -e incluso de bastantes montañistas- estragos en la salud. El oxígeno es menos abundante que en las zonas costeras, donde habitamos. Para muchos es prácticamente imposible respirar a estas alturas. Tomando esto en cuenta, me preparé e ideé un método para lograr mi fin, basándome en el supuesto de una paulatina adaptación al medio ambiente a través de ascenso lento. Dos meses me llevó subir al Valle. Ahora, con mi técnica perfeccionada, el ascenso dura un mes y la gente puede establecerse por tiempo indefinido en la región sin ningún problema. Así hizo mi equipo de excavadores, así supongo que los antiguos pobladores del Gran Valle hicieron para ingresar en él. Lo que me inquieta es el porqué; parece que estos hombres estaban obsesionados con las alturas, quizá para estar más próximos a su dios principal.
En fin, en mi primera incursión no fui acompañado, nadie se atrevió a ir conmigo, de hecho mis amigos, mi familia y todos los escaladores profesionales a quienes externé mi proyecto, juraban nunca volver a verme. Por lo tanto, durante mi travesía no tendría que cometer errores debido a la ausencia de un acompañante. Afortunadamente no los cometí. Seis meses duró la expedición: dos en el ascenso, dos explorando y dos en el descen­so.
Recuerdo que al cuarto día de haber arribado al Valle, mientras recorría su planicie buscando tanto alimentos y agua, como mues­tras de minerales y vegetación propias de la región, encontré una extraña y estrecha cueva que en realidad resultó ser una obra ingeniería muy adelantada para su época. En ese momento no me imaginaba que tenía ante mí el acceso a una larguísima red de túneles elaborada por una sociedad extinta en su totalidad. Sus dimensiones hasta la fecha se ignoran, ya que apenas creemos terminar las excavaciones, descubrimos que en alguna de sus plazas subterráneas hay accesos a otros túneles. La exploración es lenta, cautelosa. En muchos de sus tramos tenemos que recon­struir estructuras derrumbadas. Precisamente esta situación se convierte en un débil argumento para "demostrar" la teoría de algunos geólogos de renombre que sostienen la hipótesis de un poderosísimo terremoto  que azotó la región, teniendo como epi­centro las costas localizadas al suroeste de la Meseta. Si cree­mos en la teoría del sismo, tenemos elementos para especular acerca de la desaparición del hombre en aquella región. Podemos afirmar que sus antiguos pobladores, creyendo que sus dioses los habían castigado u olvidado, abandonaron la ciudad o tal vez debería decir ciudades, no lo sabemos con certeza.
Probablemente nos enfrentamos con los fragmentos de un gran imperio. Un colega al que estimo mucho, ha maquinado la asombrosa hipótesis de una sola ciudad conectada por dichos túneles  calculando a ésta una extensión de 1200 kilo-unidades-metro. En lo personal me inclino por la tesis de varias ciudades intercomu­nicadas por este laberinto subterráneo, cuya función comunicativa estaba relegada a una más importante aún, la religiosa, pues no se han encontrado indicios de ser recorrido por carrozas u otros vehículos. Si alguna vez los hubo, el tiempo ha borrado sus huellas. Además, sería bastante estúpido viajar por debajo de la tierra cuando se cuenta con la superficie para hacerlo. En cam­bio, la hipótesis de una función religiosa primordial es más fuerte gracias a los descubrimientos que un año más tarde, en mi segunda incursión al Valle, realicé, ya con una bien equipada patrulla de valientes hombres.
En esa segunda ocasión, para mi sorpresa, en uno de los pasillos de la plaza subterránea que separaba la entrada de sus túneles, encontré plasmada en una de sus paredes una inscripción borrosa con el siguiente vocablo: "Balderas". Su significado lo desconoz­co, tal vez se trata de alguna invocación a un dios o a un gober­nante, aunque por otro lado la explicación más coherente sugiere que dicho nombre es un topónimo. Como sea, delata un sorprendente
parentesco entre nuestra escritura y la de este pueblo, el cual incluso utilizaba nuestro alfabeto, o debería decir, del cual heredamos el nuestro. Ahí mismo, antes de poder recuperarme de la impresión, a unos 10 metros encontré los únicos restos humanos que hasta la fecha se han recuperado en el Valle. Corresponden a un varón de unos 50 años de edad, de estructura morfológica casi idéntica a la nuestra, con una estatura de 1.66 unidades-metro y una antigüedad aproximada de 2000 años. Suponemos que era un sacerdote y dignatario de alto rango en la Ciudad del Cielo. Tal osamenta ha sido denominada por los especialistas como el "hombre de BALDERAS". A su lado, se halló una bolsa de un material desconocido, gracias a la cual se preservaron un recipiente de vidrio con un líquido oscuro y un sobre, de material también desconoci­do, que se presume contenía en su interior una especie de maná. Ambos objetos seguramente eran usados en ceremonias religiosas secretas dentro del laberinto. En el recipiente se distinguían esbozadas una serie de sentencias, prácticamente ilegibles. Unicamente se puede leer el vocablo "BACARDI". Por cierto, nótese la similitud de los términos Balderas y Barcardí, comparten la raíz "ba". La relación entre el líquido y el centro adoratorio  es obvia. A partir de esta inferencia lingüística suponemos que dicho elixir era muy cotizado en otros centro adoratorios, cuyos topónimos apenas descubiertos también llevan la raíz "ba", como es el caso de Gari-ba-ldi, por ejemplo.
Respecto al sobre, puedo decir que es de una textura lisa y una constitución, sospecho, correspondiente a la de una finísima lámina. Por dentro, es del color de la plata, por fuera es amarillo y tiene dibujado un redondo rostro humano en su centro. Dicho diseño es abstracto, en vez de realista. Destaca en él una gran sonrisa, como si fuera muy importante para este pueblo la felici­dad. De la misma manera muestra que tenían desarrollado el con­cepto de belleza.
A aquellos interesados en conocer las dos piezas, les agradará saber que ambas actualmente se pueden contemplar en el Museo Nacional de Historia.
Las investigaciones continúan. Apenas estamos vislumbrando el horizonte de un descubrimiento trascendental, siendo yo, afortu­nadamente,  su protagonista. Estoy seguro que dicha sociedad era perfecta, a la vanguardia de su mundo, tanto en el arte, las ciencias, la arquitectura y por qué no, hasta la moral.
Hace unas semanas el curador del Museo Nacional halló dentro de la bolsa de material desconocido, un cierre con un compartimiento interior. En él se encontró una papeleta milagrosamente conserva­da, pudiéndose apreciar en ella unas inscripciones y una frondosa figura femenina, suceso que  apoya mi teoría del culto a la fertilidad. Quizá lo sepamos dentro de un par de años.
Ayer recibí una carta de mi colega Frixer Monadd. Me comunica el hallazgo en las ruinas del Norte del continente de un documento cuyo texto es trilingüe. En él, están contenidos el recién desci­frado idioma septentrional, cuyos hablantes llamaban "English", y otros dos idiomas, de los cuales, uno es  el de la civilización que estamos estudiando. Si realizamos un esfuerzo, podremos interpretar el significado del texto de la papeleta. Según Mo­nadd, tras haber analizado una copia facsimilar, en su inscripción principal halló dos términos pertenecientes al lenguaje nórdico: "Table" que significa mesa, y "dancing", gerun­dio del verbo bailar.
Ansioso estoy de conocer el sentido de tan importante escrito, escrito que será guía para nosotros, como definitivamente lo debió ser para los ejemplares seres humanos que habitaron el Gran Valle de la Meseta Central hace dos mil años.
Nuestra investigación es ardua y escrupulosa. Sin duda,  el reencuentro con nuestros orígenes nos conducirá indefectiblemente a un mundo mejor; una aventura intelectual de alcance incompara­ble.

Dr. Iuten Jaster
Universidad de la Costa Este

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