El Reino de los Cielos


Dios no nos ha abandonado. Aquellos hombres que creímos que El se había alejado, estábamos terriblemente equivocados. Los moros ya no son una amenaza. Iberia y la humanidad hallan una luz de esperanza. Cierto que las rivalidades e intrigas siguen, que la pobreza, las epidemias y el pecado consumen a la Patria y al mundo cristiano. Sin embargo, el mensaje del Evangelio perdura y el Señor nos ha regalado a las Indias como muestra de su amor. Pero, también, hace un llamado nuevo a una nueva vida, a materializar aquí el Reino de los Cielos. Un cosmógrafo italiano, Améri­co Vespucio, ha corrido la noticia de que las Indias son en realidad tierras nuevas. Yo creo que es verdad. La Divina Provi­dencia nos ha guiado a este Mundo para forjar en él el Paraíso. El Apocalipsis está en Europa. Acá, está la salvación que derra­mará su agua purificadora al exterior como la bíblica copa.
Petulante tesis lo sé. Mas tengo razones para sostenerla. Fran­ciscanos, dominicos, agustinos han hecho grandes progresos con los indígenas, pese a las estúpidas Leyes de Indias y esa farsa llamada Encomienda. Entre el ilustrísimo Fray Alonso de la Vera­cruz y su excelencia, Vasco de Quiroga, obispo de las tierras tarascas, han traído la paz, el perdón y la palabra de Cristo a los pueblos mexicanos y michoacanos. Han fundado conventos y hospitales. Abogan por la humanidad de los indios y la proposición, en vez de la imposición, del mensaje de Dios. Piden a la Metrópolis se cree una universidad en esta Provincia. No se diga del apóstol dominico Fray Bartolomé de las Casas, quien en su lucha a ultranza por abolir la esclavitud de los indios en el sur, ha logrado un trato más justo entre los hombres. Los indios no serán exterminados, ni devaluados jamás. Incluso monseñor Quiroga desea el mestizaje de nuestras razas, de nuestras cultu­ras bajo la batuta de la Trinidad. Igualmente los negros están llegando a estas tierras e incorporándose al concierto. Una sociedad sin precedentes se gesta. La mano de Dios está acariciándonos, moldeándonos de forma tal que me seduce a imagi­nar la perfecta maquinaria que será la Nueva España. Así es, Utopía ha encontrado un sitio por fin. Tenochtitlan será su capital, la capital del Universo; un nuevo mundo para una vieja promesa, tan vieja como la humanidad.
Imaginad un lugar en donde amemos al prójimo como si se tratase de nuestra propia carne, donde los hombres pacíficamente vivan y no se odien, donde el oro y la plata valgan menos que una sonrisa dibujada por un noble corazón. Por un momento permitidle a tu alma soñar que está felizmente conviviendo bajo un mismo techo con un indígena, un mulato y un español de la Península sin importales su raza. Concebid un terruño en donde tus hijos jue­guen al lado de la prole de un Conde. Cread en tu mente un mundo sin guerras, sin hambre, ni miseria, sin inseguridad, ni violen­cia. ¿Podéis vislumbrarlo? Porque algún día así será.
Los funcionarios de la Nueva España serán honestos por definición. La administración de la Corona destacará por su transparencia. Los oidores, el Virrey serán ejemplo vivo de honradez. Las leyes serán justas, al igual que las costumbres; tanto, que en algún momento no será necesario el Derecho, ni el gobierno, ya que los hombres no robarán unos a otros, ni mentirán o causarán controversia en cualquier tipo.
Fijadte en esta gran cloaca en que están convertidos los canales del lago texcocano y sus calles, porque tampoco persistirá. Dentro de unos años tendremos una ciudad más bella que Venecia, más pulcra que la antigua Atenas. La gente posará sus pies en la polis más exquisita y ordenada que halla existido. Veremos a los paseantes admirar las cristalinas aguas del lago, regocijarse con el vuelo de los patos y las águilas, y al mismo tiempo, maravillarse del esplendoroso firmamento. Vaya, conviviremos perfecta­mente con la naturaleza. Entonces, nos darán ganas de respirar profundamente como queriendo atrapar el aire puro que nos acerca a los ángeles del azul cielo. Las carrozas avanzarán solas, no necesitarán de caballos que contaminen la ciudad con sus dese­chos. Los botes no requerirán remos, pues el ingenio humano habrá logrado prescindir de la fuerza bruta. Los mineros no tendrán que trabajar en las peligrosas faenas de su oficio. Los campesinos, prácticamente recogerán los frutos de la cosecha sin tener que partirse el lomo de sol a sol por una irrisoria retribución. Nadie agotará sus días en faenas largas, inhumanas y malpagadas. No, inequidad nunca más. Todos seremos partícipes de la abundancia y privilegios de la economía, cuya industria será más pujante que la inglesa de hoy. La ciencia nos hará prósperos. Las máquinas harán todo.  Los seres humanos únicamente tendremos por obligación el estudio y el cultivo de las artes.
La Teología y las Humanidades estarán a la vanguardia. Salamanca no será nuestra protectora, sino nuestra alumna. Del Viejo Conti­nente vendrán al Nuevo para aprender nuestra sabiduría y gusto por la belleza. No nos verán como un apéndice, seremos los pequeños grandes hermanos que con nuestra estirpe diseminaremos auténticamente la semilla de Cristo por el mundo. Musulmanes, cristianos, indios y orientales, no disputaremos por hegemonías eclesiales. Iglesia seremos todos, mostrando todos los distintos aspectos de la salvación.

Soñad con que las enfermedades habrán desaparecido con las futuras medicinas. Ingenuo resulta pensar que persistirán, o peor aún, que surgirán nuevas. ¿Podéis creerlo? Ninguna epidemia de viruela, cólera o cualquier otras peste. La muerte será la más plácida, la más natural, porque nuestras vidas serán supremamente sanas. Y la Ciudad, en su traza y en su vida, será ordenadísima, como la armonía griega, como el propio ciclo del Sol. En pocas palabras, nadie experimentará aflicción, no porque no vayan a haber zozobras, sino porque éstas serán nimias. No importa que ahora sólo contemplemos una alarmante degradación. Todo esto que os acabo de mencionar, estoy seguro sucederá en el futuro. Eso es lo que le da sentido a mi vida, porque si el hombre fue glorioso en el Paraíso, lo será de nuevo al final de los tiempos. Entonces, no hablaremos de decepciones, miedos, ni odios; simple­mente hablaremos del Reino de los Cielos en la Tierra. Dios no pudo crear al hombre para que se consuma en el mal. La Historia avanza hacia mejor; si no, recordad mis palabras dentro de quinientos años, que la escritura las hará testigos de mi previsión. La fe, a través de la poderosa razón, nos hará libres y justos. El Cosmos será puro, perfecto... feliz. Dios no nos ha abandona­do. ¿Acaso no lo notas? El Reino de los Cielos está por venir.

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