El amor rómantico

El amor romántico está enraizado en la química y arquitectura cerebrales. Para Helen Fisher es un sistema de motivación fundamental del cerebro, y no es una emoción –de hecho implica muchas emociones-. Es un impulso básico del emparejamiento humano. Por impulso entiende un estado neural que activa y dirige la conducta a con el fin de satisfacer  una necesidad  determinada de supervivencia o reproducción. Sólo el 3% de los mamíferos del planeta se empareja para reproducirse. En ese caso está el ser humano, el cual, pare crías muy frágiles. El satisfactor de dicho impulso es el ser amado. Como es de esperarse, este impulso es difícil de controlar y está ligado estrechamente con el impulso sexual y la necesidad de construir una relación profunda de la pareja.[1]
La perspectiva evolucionista incluso se abre a la posibilidad de que éste no sea un sentir exclusivamente humano. La atracción sexual entre los animales es la base del amor romántico. Y hasta puede existir en ese contexto el “amor a primera vista”. La observación del comportamiento de la fauna,  muestra emociones y reacciones semejantes a las humanas, como: celos, posesividad, nerviosismo, pérdida de apetito, tenacidad, ternura, selectividad (que depende de preferencias individuales) o pasión respecto a una pareja sexual. Incluso sus niveles de dopamina y norepinefrina se elevan, como sucede en el cerebro del hombre. Muchos de ellos  invierten mucha energía y tiempo en el cortejo, como si estuvieran obsesionados. No obstante, el presente texto se enfocará en amor humano. Helen Fisher hizo un estudio al respecto con un grupo de 839 estadounidenses y japoneses.[2]  Éste, se presenta como un enamoramiento de una persona, que cobra en la conciencia un significado especial.  Además, hay una tendencia a enamorarse de una sola persona a la vez y no de varias simultáneamente.  En el caso humano, el famoso amor a primera vista, según un estudio con parejas norteamericanas demostró que  el 11% de ellas se enamoró así, con una atracción inmediata.[3] Para Ortega y Gasset el amor es “un estado anormal de atención que se produce en un hombre normal”.[4] Psicológicamente se caracteriza por un pensamiento intrusivo, obsesivo, que provoca euforia y deseo, a veces acompañado de otros síntomas como insomnio y pérdida del apetito. Un rechazo amoroso produce ansiedad, desesperación o ira. El amor produce una necesidad de unión emocional con el ser amado. También es observable que los amantes reordenen su vida para acomodarse a la persona amada, es decir, cambian sus prioridades y la pareja se vuelve una de ellas.[5] Se genera una dependencia emocional entre los amantes, sienten una gran empatía con el amado. Paradójicamente la adversidad es un elemento que participa en el amor romántico, a saber las barreras sociales y/o las físicas, o incluso el mismo rechazo del  ser amado. Es posible que el sentimiento de esperanza, que se asocia a la adversidad, sea un mecanismo de la especie humana que en su evolución permitió que los humanos persiguieran con tenacidad a sus posibles parejas hasta agotar cualquier posibilidad. Y cuando la persona está enamorada, regularmente, se desea una exclusividad sexual y los celos son una expresión de esto. El amor romántico es experimentado con frecuencia como una especie de pasión involuntaria, incontrolable.  No es algo que se decida; así como se aparece, también puede desaparecer.  Genera una variada gama de sensaciones y sentimientos: abandono, desesperación, celos, esperanza, alegría,  seguridad, paz, etcétera. Incrementa el cúmulo de emociones y sentimientos que se pueden experimentar. No obstante predominan el deseo sexual, la pasión romántica (que es fundamentalmente obsesiva) y el apego (que se distingue por una sensación de unión estrecha con la pareja). Estos tres sentires constituyen, según Fisher, el trayecto del amor, cuya secuencia puede variar e incluso con varios “objetos” amorosos. En el entramado neurológico, pues, parece haber la posibilidad de amar a más de una persona a la vez. [6]
Desde una perspectiva neurológica, el amor entendido como enamoramiento, es decir, como un proceso con altos niveles de ciertos neurotransmisores (específicamente de dopamina y posiblemente de norepinefrina y serotonina) que al parecer estimulan una mayor producción de testosterona y de deseo sexual por la pareja. La euforia amorosa dura en promedio entre doce y dieciocho meses.  Luego, lo que lo sustituye es el sentimiento de apego entre los amantes. El enamorado se siente incompleto sin su amante. Su completitud la experimenta junto a su amado(a), quizá porque se estimula la producción de dopamina en el área  ventral tegmental (AVT). Otro aspecto neurológico del amor es el de la activación del núcleo caudado del cerebro, que está en el centro de éste. Dicha zona - asociada al placer, a la dopamina y a la movilidad- se activa ante la presencia del amado.
Ahora bien, el amor también tiene otras connotaciones extra. Es frecuente que los individuos de distintos sexos que conviven estrechamente desde la infancia entre sí, no se case. Al parecer, hay un rechazo generalizado entre los mamíferos de aparearse con los que nos resultan conocidas, a saber, la familia o el grupo de gente con el que hemos crecido. Hay una preferencia por aparearse con extraños.
Sin embargo estos extraños no son tan extraños. Son similares a nosotros. Los científicos han descubierto que la gente tiende a tener una reacción química amorosa con la gente que es tu similar étnica, social, religiosa, educativa o económicamente, que tienen una semejanza en grado de inteligencia, grado de atracción físico similar, actitudes, expectativas, valores, intereses, habilidades sociales y comunicativas. Es decir, buscan a gente con sus mismas características.  Eso al parecer tiene que ver con los tipos genéticos y buscamos unos similares. A eso le llaman emparejamiento por concordancia. Al parecer, el trasfondo de eso, tiene que ver con una base química común entre el hombre y la mujer que permitiría una gestación con una menor probabilidad de aborto espontáneo. Ahora bien, este parecido químico no requiere de tanta semejanza, sino de requiere de una diferencia mínima que permita una descendencia  variada.
Ahora bien, un rasgo frecuente en la elección de pareja es la simetría corporal, buscamos parejas bien proporcionadas. El cerebro responde de manera natural a caras bonitas y cuerpos proporcionados. Esto se debe a que los cuerpos simétricos reflejan compañeros robustos. La simetría es mayor con la juventud.  La juventud y la belleza son dos rasgos que se eligen en la futura pareja. Además, mundialmente en promedio los hombres se casan con mujeres tres años menores que ellos. Los hombres, por cierto, tienen un mecanismo que asocia los rasgos visuales de una mujer atractiva con la pasión romántica. Tal vez por eso las mujeres se esfuerzan en denotar más una apariencia física que los hombres, para asegurar el interés del varón. El hombre se siente útil cuando ayuda a la mujer a resolver sus problemas.  Están más vinculados, estadísticamente, con la mujer que con sus amigos o su familia. No obstante, ambos sexos sienten con la misma intensidad la pasión romántica con ligeras diferencias. Ahora bien, los hombres se enamoran más rápidamente y las mujeres más lentamente.  El hombre valora más las cualidades físicas para la elección de pareja, mientras que la mujer valora más las cualidades sociales del hombre. Ellos buscan más un objeto sexual, ellas valoran más el éxito.
Ahora bien, estas fórmulas generales no son contundentes. Existen además estilos de amar que están ligados a la personalidad. Estos estilos constituyen mapas del amor. Cada mapa es único. Estos mapas son sutiles y difíciles de interpretar para los demás y, frecuentemente, para uno mismo. Parte de este mapa está ligado a varios factores, como: la elección de parejas semejantes a nuestros progenitores, la elección de personas con traumas semejantes a los propios, que tengan nuestro mismo grado de diferenciación o independencia, que su manera de afrontar la ansiedad sea compatible con la propia, algunas se enamoran de quienes los aman,  que satisfagan necesidades importantes y carencias. Estos factores no operan igual en las personas. Al final, los mapas son personales.
Estos mapas se inician en la infancia, se ven moldeados por las situaciones medioambientales, tanto de corte familiar, como cultural. Están ligados con la infancia y la biología de una manera inconsciente. Geofrey Miller, en su libro The Mating Mind cree que las virtudes, las capacidades y talentos desarrollados por las personas tienen por objetivo no sólo la supervivencia, sino especialmente el apareamiento. Para ganar en la competencia por la reproducción dentro de la especie es que surgen todos aquellos atributos según la línea evolucionista. No obstante, si esto es así, también generan otros beneficios, además de la reproducción.
El amor es una trampa de la naturaleza para que sigamos generando más humanidad. Es muy fuerte en nosotros y al parecer, seguirá actuando en nuestras personas por millones de años más.






[1] Helen Fisher, Por qué amamos, edit.Taurus, México, 2013,93.
[2] Ibíd., p. 25.
[3] Ibíd., p. 59.
[4] Helen Fisher, Por qué amamos, edit.Taurus, México, 2013, p. 22.
[5] Ibíd., p. 31.
[6] Ibíd., p. 114.

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