Ejemplo de crónica de visita al museo
El presente ejemplo es una crónica hecha por Alberto Renero, quien me dio su autorización, para usar su texto como modelo:
Ésta
es una crónica de desidia, de flojera, de cómo dejar las cosas para el final
puede volverse la peor de tus pesadillas. La crónica de cualquier estudiante
universitario promedio.
A pesar de recibir encomienda de
visitar un museo desde hace ya varias semanas (catorce o quince, para intentar
ser un poco precisos), el ingenuo autor de este escrito prefirió dejar las
cosas para el último momento, como todos sus demás pendientes de las demás
materias, creando así una carga de trabajo excepcional e innecesaria.
Posteriormente, al dar prioridad a las demás actividades, quedó muy poco tiempo
para poder llevar a cabo esta actividad.
Jueves, 5 de mayo de 2016. 1:30pm. Hora a la que
llegué a mi casa el día de hoy. Como loco, me puse a investigar qué opciones
tenía disponibles para visitar y poder realizar esta tarea. Consideré museos en
Coyoacán, o en la Roma (yo vivo en la Colonia del Valle), pero, aunando al
concepto de “estudihambre”, no tenía dinero ni para estacionamientos y menos
para entradas, incluso con descuento de estudiante. Como quien diría, hoy
estuve “roto”.
2:00pm. Mi desesperación era tal que incluso consideré
perder este 10% de calificación final y resignarme a una menor nota, pero mi
orgullo ocasional me lo impidió. Decidí realizar una última búsqueda y encontré
un modesto resultado cerca de La Salle de Benjamín: La Capilla Alfonsina. Esta
casa convencional y poco llamativa, ubicada en una esquina en la calle de
General Benjamín Hill, en la Colonia Condesa, fue la última morada del escritor
y pensador Alfonso Reyes.
Seguí leyendo sobre el museo y, ¡Oh, sorpresa! No hay
cuota de entrada. Simplemente se agendaba una cita (al parecer) para poder
accesar al diminuto recinto. Digité el número telefónico lo más rápido posible,
para que al ser atendido me informaran que estaban llenos por el resto del día,
pues iba a visitarlos un grupo, y cerraban a las cuatro. Lástima. Sin embargo,
no quise rendirme y supliqué y supliqué y dije “Por favor, es para un trabajo
para mañana, de verdad me urge, juro no estar más de 20 minutos”, entre otros
pretextos y justificaciones. La persona del otro lado de la línea se rió, pero
accedió a mi petición. Volado de felicidad, corrí desde mi casa durante 15
minutos para poder llegar al recinto y lograr, aunque fuera, vislumbrarlo por
dentro.
3:00pm. Agotado y sudoroso, logré llegar al museo a la
hora que dije que iba a llegar. Bien hecho, Alberto. La puerta de la entrada
estaba abierta de par en par, así que entré a las instalaciones como Juan por
su casa. Un empleado del lugar preguntó por mis intenciones y le expliqué la
conversación ocurrida unos minutos atrás. El chavo me dejó pasar, pero bajo la
advertencia de que tenía que salir en 15 minutos ya que el grupo iba a llegar
en cualquier momento. ¡Acepto!
A pesar de que no pude ver mucho, ni quedarme los 20
minutos que pretendía, pude vislumbrar un poco la biblioteca que el autor tenía
en su casa. Dos pisos llenos de estantes, a su vez llenos de libros. Supongo
era una persona a la que le gustaba leer…
Grave error. Fui al museo sin tener ni la más remota
idea de quien era Alfonso Reyes. Hasta esta tarde, siempre creí que Alfonso
Reyes era sólo una avenida principal de la Condesa. Regresé con el chavo que me
dejó entrar y le expliqué mi situación. El con gusto me relató un poco de la
vida del autor. Alfonso Reyes era de Monterrey y su papá se llevaba bien con
Porfirio Díaz y fue gobernador de no sé dónde y bla bla bla. Como a los 18 años
empezó a estudiar Derecho en la entonces Escuela Nacional de Jurisprudencia,
actual Facultad de Derecho de la UNAM, en la Ciudad de México. Desde joven fue
asiduo lector y su primer libro lo publicó por ahí de los 20 años. Gustaba de
juntarse con sus amigos y compañeros a filosofar y debatir. En algún punto al
final de la Revolución, viajó a Francia y luego se exilió en España, donde
empezaría el boom de su carrera como escritor.
Al calmarse las aguas en México, regresó y empezó a
desempeñar numerosos puestos diplomáticos como entre 1920 y 1940 y algo,
incluyendo embajador de México en Argentina y Brasil.
Durante sus últimos años recibió varios Doctorados
Honoris Causa por varias universidades del mundo, las cuales la verdad no
recuerdo, y sus últimos 20 años los vivió parcialmente en lo que hoy es
actualmente esta Capilla Alfonsina, que de hecho es administrada por su nieta.
Un dato curioso es que Alfonso Reyes escribió en prosa el Cantar del mío Cid.
Sabiendo todo esto, y con un sentido de satisfacción
mediocre, tuve que abandonar las instalaciones, pues mi tiempo permitido había
terminado. No sé si me gustaría regresar, ya que no soy para nada fanático de
los museos y mucho menos sé apreciar obras literarias dado que no es un ramo de
la vida que me interese. Tal vez, algún día, tenga una etapa de Alfonsismo y me
dé por leer algunas de sus obras…
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