Cómo me duele la efe



Me duele la efe porque es sorda, obstruyente y fricativa.
Me corta el alma y  se escabulle de mi labio.
Me tortura porque sin ella la felicidad es indecible.  
Acaso una forma balbuceante mal la figuraría en una fragmentada ”elicidad”.
A tal palabra la más audaz sinonimia no  la rescataría.
La alegría no es feliz.  Sin efe no hay felicidad.
Infeliz me hace la efe  porque me fascina.
Ella  es  fenicia (marinera, pragmática y aventurera).
En fin, es  antigua y nueva; en su esencia, es mediterránea y latina.
Es una letra bailarina que danza altivamente con las vocales cortándolas con  cirujana soberbia.
La efe fabula fácilmente, fabrica fantasías, fantasmas y ficciones.
Es una fuerza formidable que está colmada de finura.
La efe tiene una figura fabulosa de curvas y rectas.
Es mayúscula y minúscula.
Es una fisura que me frena.
Es  fermento de  fidelidad y felonía.
Es feroz  e inofensiva.
Es frenesí.
Me enferma y cura con su fármaco.
Está en el inicio, en medio y  en el final.  
Es mi fonema favorito. Lo fornico.
En el  fondo de mis sintagmas finge, falla, fracasa, confabula y, con frecuencia, cual polinomio se factoriza y  fecunda en la geometría de mis sustantivos un fractal.
 No obstante,  a pesar de que la efe en el feudo de mis funciones psíquicas su presencia  enfatiza,
  me duele bastante dicha consonante…
Alguna vez, fortuita, circuló  entre mis labios.
 Ya no la puedo pronunciar.

Fin.

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