Efemérides


El heroísmo no siempre es registrado por los libros. Permítanme reconstruir un extraordinario pasaje meritorio de conservarse en los Anales Patrios…
-Pedo Apestoso, Pedo Apestoso, ¿me escuchas?
-Claro y fuerte, Mosquito Cachondo. ¿Qué quieres? Cambio.
-Zurrar echándome pedos apestosos. Cambio.
-¿Para eso me hablas, güey? Cambio.
-No, el objetivo empezó a desplazarse. Posiciónense en sus posi­ciones. Cambio.
-Enterado. La Fuerza X entra en acción. Cambio y fuera.
Mosquito Cachondo desde el sanitario, escondido de la maestra, de la conserje, de sus compañeros, con un radio de juguete y la adrenalina al tope realizaba su primera proeza guerrillera. La misión era genialmente sencilla. ¿La víctima? Esa maldita masa adiposa cuyo peso correspondía proporcionalmente a su pesadez.
Solitarias por el patio tremulaban a cada paso las monstruosas nalgas de la amorfa criatura infernal. Todo un espectáculo, digno del peor vomitivo. Nada más doña Chabelita estaba afuera. Tenía que abrir la puerta del garaje. Sin embargo, no era ninguna amenaza una mujer así de distraída. La operación marchaba a la perfección. Mientras tanto, aquel mutante disponíase a abordar un bellísimo Cavalier azul metálico que radiante reflejaba hasta la menor imagen. En especial las ventanillas del coche reproducían distorsionada -por lo tanto con fidelidad- la grotesca silueta de un ser que al arribar a la existencia, aparte de insultar con dicho acto a la Naturaleza, mató dos pájaros de un tiro: 1) el de su futuro esposo, 2) demostró la imperfección del Creador. Si Nietzsche no erró al proclamar la muerte de Dios, seguramente fue porque en el acta de defunción leyó: "Causa de muerte: la  Glo­ria", pues este era el hipócrita nombre del antropomórfico engen­dro propietario del ilustre automóvil y, por sus pistolas, también dueño de la Escuela.
Mosquito Cachondo, como cualquier ser humano en pleno uso de sus facultades mentales detestaba a la Supervisora. La ingrata vieja ni siquiera era la Directora y desde que ésta se marchó, inmedia­tamente instauró un régimen que aterrorizaría al mismísimo Ro­bespierre.
Ella había expulsado a "Pedo apestoso". Estaba a punto de pagar­la.
La poderosa maquinaria del desdichado automóvil bramó. Pobre, su eje era el de un carro, no el de un camión de volteo. Pero, como de costumbre y a pesar de tremendas orejotas, la funcionaria educativa no escuchó el inanimado quejido. Entonces, empezó a avanzar el vehículo. La Fuerza X lista la esperaba. Doña Chabeli­ta abrió la puerta. La porcina cacatúa por un momento se detuvo, dándole alguna marcial indicación a la esclava. Arrancó de nuevo. Salió del predio gubernamental. Repentinamente una docena de pequeños encapuchados por ambos flancos aparecieron de la nada. Gritaban cuales apaches. A la vez, una fétida lluvia de babosos destellos amarillentos y blancos salpicó los vidrios, portezue­las, toldo y cofre del antaño pulcro medio de transporte. Un penetrante olor a azufre se esparció por el aire. Un desesperado claxon empezó a pitar. Todos corrieron. Doña Chabelita, paraliza­da en el mismo lugar. Un portazo retumbó. Luego, un espantoso rugido únicamente emitible por un prehistórico sobreviviente del período Jurásico erizó los cabellos de la Colonia. No obstante, la "Super" no regresó.
-Operación "Huele Gacho" exitosamente culminada. Regresa a la base.
Mosquito Cachondo lloraba a carcajadas. Salió del baño. Oh sorpresa. Los maestros habían salido a asomarse.  Ipso facto cinco magisteriales miradas tratando de disimular el catártico placer de la burla se postraron en el radio del risueño insecto venga­dor, quien inteligentemente exclamó: "Yo no fui". Nadie le creyó. Tampoco nadie quiso averiguar lo evidente. 
-Métete al salón, Juan.
-Si, maira.
Increíble suceso. Primera y, tal vez, última ocasión que en el México contemporáneo profesores y alumnos espontáneamente han obrado en conjunto para celebrar llenos de fervor cívico la histórica hazaña de los niños héroes, aunque... no precisamente los de Chapultepec.

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