Mito e ideología
Tercera parte sobre una reflexión en torno a los mitos de la Revolución y la Independencia de México.
Hoy
en día hay un par de pensadores (Gillo Dorfes y Ludolfo Paramio) que consideran
que los mitos en la actualidad han cobrado una nueva forma, que hay un nuevo
proceso de mitificación a través de la difusión masiva de los medios de
comunicación (novelas, cine, comics y vertientes industriales de varios tipos),
el cual, considero, no está peleado necesariamente con el tradicional (que va
de boca en boca, oído en oído). [1]
Según
Paramio, los mitos son narraciones que
cuentan una historia sagrada; pero antes que algo sagrado, son una forma de
comunicación, un mensaje.[2]
Tal visión no está peleada con el enfoque de Cassirer. Paramio asume la
perspectiva de análisis estructuralista de Levi-Strauss para analizar
semiológicamente al mito. Lo divide en mitemas, considera que tiene dos
decodificaciones, que éste sirve para resolver una contradicción social, que tiene una estructura iterativa, la cual
le da su carácter distintivo. Entonces, el discurso mítico, en tanto que
iteración, puede introducirse en otros discursos, vaya es un metalenguaje, que
hace uso de la analogía y genera interpretaciones distintas; que al
referir a una temporalidad primordial,
proporciona modelos de comportamiento e interpretación: es un sistema de
valores.[3]
Para
Paramio, el mito busca identificarse con la realidad y sustituir la realidad
objetiva: “Esta identificación del mito como falsa realidad permite de por sí
afirmar que el mito se constituye en obstáculo para la adquisición de un
conocimiento verdadero, en obstáculo para la lucidez”.[4] He
aquí su dimensión ideológica. Cuando el mito sirve para un proceso de
enajenación, a su mecanismo se le llama mitagogia. Ésta conlleva el rechazo de
la realidad, de modo tal que la comunicación se obstaculiza; también su
concepción del tiempo como eterno, conduce al fetichismo, a la rutina y la
reificación de la ficción creada.[5] No
obstante, Paramio reconoce que también puede tener otra función no-enajenante:
la de un discurso racional válido, el cual, identifica con el mecanismo de la
mitopóyesis.[6]
Este último concepto no es tan profundo ni amplio como lo es en Ricoeur; no se
refiere a la dimensión narrativa de la razón. Para él sólo se refiere a los
discursos, que en su iteración, no distorsionan el vínculo entre el sujeto
cognoscente y la realidad, a pesar de que medie ahí la ficción. Tristemente
para Paramio la mitopóyesis se restringe exclusivamente al terreno del arte,
como lo ejemplifica –según él- la obra de Lovecraft, ya que ésta afirma la
existencia de una analogía esencial entre la realidad ficticia y la realidad
objetiva.[7]
Sin
embargo, el propio Paramio reconoce que no es fácil de analizar y sostener la
diferencia entre mitagogia y mitopóyesis en casos concretos. No se puede
establecer un listado preciso de qué relatos son mitagógicos y cuales son
mitopoyéticos, ni se puede decir que un
mismo relato sea interpretado en el mismo sentido por todos los miembros de la
sociedad:
El
punto en que un mito cobra autonomía y se convierte en modelo ejemplar de un
conflicto –no ya en reflejo artístico- es un punto borroso y que es preciso
determinar mediante el análisis detenido de las manifestaciones del mito. El
proceso inverso puede darse también: <<cuando la razón descubre nuevos
horizontes u aniquila viejos mitos, los sentimientos ligados a éstos –más aún,
determinantes de éstos- perviven. Ni aún negados por la razón se resignan a
morir. Tienen entonces que abandonar sus pretensiones de verdad y expresarse…
en un plano estético donde reconocen de antemano su falta de objetividad.En
último término, para saber si un mito está ya reducido a puro fenómeno estético
(mitopoyético) o conserva sus pretensiones de modelo, su carácter mitagógico,
sólo cabe acudir al estudio de la función social que desempeña, por cuanto lo
que para un individuo lúcido puede ser sólo arte, para un individuo enajenado
puede ser ejemplaridad. Un mismo mito puede ser, para distintos sujetos,
mitagogia o mitopóyesis.[8]
Pese
a que tal precisión hace más fina la postura de Paramio, ésta finalmente se
vuelve complicada al suponer que la realidad objetiva y la ficticia responden a
procesos distintos. Claro que se pueden separar la ficción de la realidad, pero
ambas se construyen narrativamente. Sin embargo, lo que es destacable, es que
muestra que el mito puede tener dos distintos efectos respecto a la vida
social: uno de evasión, el otro de crítica.
Ahora
bien, a Paramio le preocupa el proceso ideológico, el de evasión. Entonces
emprende un ataque contra la mitagogia, la cual, es un proceso que apoya a la ideología del
capitalismo, auto-constituida maquinaria de autodestrucción que ha hecho del
principio de rendimiento” (de productividad) su principio de la realidad.[9] Observa
que hay manifestaciones míticas que apoyan a tal ideología a través de los
medios masivos de comunicación: “Se ha señalado justamente en diversas
ocasiones la coincidencia existente entre los movimientos cinematográficos
fantástico-terroríficos y los períodos de crisis económica y política”.[10] Esto
se pudo observar durante la crisis del 29 en E.U.A.[11] Y
es que en el cine fantástico-terrorífico, en los momentos de crisis, propone
una evasión de la realidad, pues supuestamente pretenden resolver los
conflictos sociales a través de un modelo de una contradicción, que en realidad
es una pseudo-solución.[12]
Ahí (en los mass media) se llegan a proponer y establecer los mitos del
Monstruo (King Kong, Frankenstein, etc.), el mito del Enemigo (que muestra la
presencia del mal y el fracaso de la instauración del orden), el mito de la
Conspiración interior, de la Agresión exterior, la leyenda negra de los
enemigos, los Superhéroes, los relatos de personajes menos sobrenaturales que
venden a través de las imágenes de deportistas, playboys, y triunfadores que,
de acuerdo con Paramio, nos alejan de la realidad y explotación que vivimos, ya
que la mitagogia surge del trabajo alienado.[13]
Este
estudioso omite, por la fecha en la que escribió su libro, otro mito que muy
posiblemente aceptaría señalar: el de la globalización. Es un relato que se nos
quiere vender a toda costa. También es interesante que no considera como mito
el de la revolución, al menos no con esa
acepción, pero éste se puede relacionar con facilidad con la idea del mito de
la Conspiración interior. El problema de este mito es que tiene un carácter
reaccionario, en vez de revolucionario, de acuerdo a su expresión a través de
la cultura de masas:
En
el caso del mito del Enemigo, el odio a lo extraño puede ser un primer paso en
el odio hacia las minorías, hacia los discrepantes: hacia los diferentes. El
mito del Enemigo puede convertirse, con gran facilidad, en los mitos de la
Conspiración interior y de la Agresión exterior.
Los
ejemplos contemporáneos de tales mitos son muy obvios. Cuando un grupo consigue
alcanzar el poder suele hacerlo en nombre de una doctrina que, según sus
portavoces, resolverá todos los problemas. Cuando la doctrina en cuestión es
plenamente irracional –caso frecuente- los problemas manifiestan una extraña
terquedad en continuar existiendo, en no dejarse resolver. Al grupo en el pdoer
esto le conduce a un raro dilema: si poseen la fuerza para dominar a la
sociedad, ¿cómo no pueden dominar los problemas que esta sociedad tiene
planteados? Su palabra es ley para los hombres, pero no para los precios, para
el producto nacional bruto o para el nivel de desempleo. Esto resulta
seriamente perturbador, y la única explicación posible es la existencia de
enemigos interiores o exteriores que conspiran en la sombra.[14]
A
este fenómeno mitagógico de la ideología capitalista, señalaría Paramio, se le
debe de responder de dos maneras: 1) mostrando la realidad que se esconde
debajo de la pseudo-realidad mitagógica; 2) cambiar la realidad, y apela a la
misión filosófica y humana de transformar el mundo contenida en las Tesis sobre Feuerbach escritas por Marx.[15]
Sin
embargo, las ideologías no son necesariamente negativas. Vaya, la ideología no
es una mera fuente de maldad y enajenación. Pensadores como Clifford Geertz ven
en la ideología algo más que ese fantasma encadenante y enajenante que ven los
marxistas, se abren a la concepción de un sistema retórico de organización
cultural. Dice Paul Ricoeur que el concepto de ideología tiene tanto
connotaciones positivas, como negativas,
en tanto que es una figura de incongruencia dentro de la imaginación
social.[16]
Esto lo conduce al mundo de lo simbólico, ya que cuando se trata de seres
humanos no es posible un modo de existencia no-simbólico, ni una praxis
no-simbólica. Así pues, la acción es
regida por modelos culturales que sirven para organizar los procesos sociales.[17]
La ideología responde a una figura contradictoria que, lo mismo se asocia con
la integración de la sociedad, que con la deformación del pensamiento. Por eso,
propone Ricoeur, siguiendo a Weber, que tales contradicciones tienen que ver
con la legitimación del poder.
Sin
duda se puede hablar de ideologías revolucionarias. La Independencia y la
Revolución se cifran en coordenadas ideológicas. Vaya, esos dos eventos –entendidos abstractamente- implican una
forma de acceder a la ideología. Por otro lado, su vinculación con lo mítico se
ve en su carácter legitimador proyectado al pasado:
El
papel de la ideología como fuerza legitimante persiste porque, como lo mostró
Weber, no existe ningún sistema de legitimidad absolutamente racional. Y esto
es cierto aún en el caso de aquellos sistemas que proclaman haber roto
completamente con la autoridad de la tradición como con la autoridad de todo
líder carismático. Posiblemente ningún sistema de autoridad puede romper por
completo con esas figuras primitivas y arcaicas de la autoridad. Hasta el
sistema de autoridad más burocratizado exhibe algún código para satisfacer
nuestra creencia en su legitimidad.[18]
La Independencia y la
Revolución, son estructuras ideológicas
que se sitúan en el discurso –con trasfondo histórico- de la legitimación del
poder (integración vs. Deformación social); ellas mismas, en cuanto mitos -es
decir, discursos iterativos-, padecen, además, de la ambigüedad:
mitagogia-mitopóyesis. Y no es que ellas puedan ser pensadas como meras
manifestaciones estéticas. Pero, si lo estético implica una emoción, y en
general, el mito también, tal emoción, puede vivirse burdamente con un patriotismo o un
anti-patriotismo exacerbados, o también puede ser abordada reflexivamente -como
discurso racional válido, diría Paramio-, tanto en la novela histórica, como en
los estudios histórico, antropológico o sociológico, aunque estos últimos se
encuentren desconectados de la producción artística.
El
Estado, como actual agente promotor de la celebración de tales eventos
históricos, también refleja la dualidad de su carácter ideológico y
mitopoyético; se justifica en tales eventos, pero no promueve nuevas
revoluciones, que podrían deformar su sentido y atentar contra su existencia.
Tampoco, la actitud del gobierno federal ante las celebraciones del
Bicentenario y del Centenario pudo calificarse como meramente mitagógica o
mitopoyética (en el sentido de Paramio), ya que por un lado, ofreció spots
publicitarios que se antojan mitagógicos, pero también promovió una
campaña de reflexión sobre el país, bajo el lema y serie televisiva “Discutamos
México”. Sea como sea, no estará de más echarle un ojo a lo que significan las
revoluciones antes de iniciar a hablar de la Independencia y la Revolución
Mexicana.
Este estudio continúa en: Las Revoluciones.
Este estudio continúa en: Las Revoluciones.
[1] Ludolfo Paramio, Mito e ideología, Alberto Corazón
Editor, Madrid, 1971, p. 7.
[2]
Ibid., p. 8.
[3]
Ibid., p. 29-30, 34-35.
[4]
Ibid., p. 52.
[5] Ibid., p. 73 y ss.
[6] No todo lo que el mito implica,
significa ideología (identificada con enajenación). En el propio Cassirer el
mito no sólo es un discurso, también es una forma de conciencia que es
condición necesaria para la fundamentación de la vida social. No todo lo que el
mito ofrece al hombre, es evasión, también ofrece cohesión social.
[7]
Ibid., p. 64.
[8]
Ibid., p. 72.
[9]
Ibid., p. 94.
[10] Ibid, p. 102.
[11] Ibidem.
[12] Ibid., p. 103.
[13] Ibid., p. 100.
[14] Ibid, p. 106.
[15] Ibid., p. 110.
[16] Paul Ricoeur, Ideología y utopía, Edit. Gedisa,
trad. Alcira Bixio, Barcelona, 2008, p.
46.
[17] Ibid., p. 54.
[18] Ibid., p. 55.
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