Los Simpson y el Padre Hidalgo
Ha leído bien mi estimado lector.
No se trata de un error, ni es una broma. Tampoco es que este pequeño escrito
sea producto del influjo de la drogas o que el autor haya perdido el sano
juicio (pues no se puede perder lo que jamás se ha tenido). El título que leen
responde a un pretexto. Los Simpson pueden ser un motivo de reflexión del
Bicentenario. Qué paradoja. Esa caricatura norteamericana, del país que ha
amenazado nuestra Independencia, puede dar pie a ciertas meditaciones muy
propias de nuestro nacionalismo. Digo, si puede haber una cerveza Duff bastante
jalisciense, yo no veo por qué no pueda haber una reflexión sobre nuestro
“origen” a partir de las acciones de Lisa Simpson. Ahora bien, si no ha tirado
este texto a la basura aún, estoy a tiempo de aclarar que, en realidad, lo que
usted tiene entre sus manos no es una explicación estúpida de nuestra
Independencia desde de una caricatura de una manera caprichosa y
descontextualizada. Se trata más bien de ofrecer un espejo, que a través de la
suavidad de la comedia y del exotismo, nos permita ver un reflejo en nosotros
de lo que otros ven en ellos sobre la mitificación del Origen (así con
mayúscula) y heroísmo (con minúscula). Voy a utilizar para tal objetivo un
capítulo muy adecuado de la cuarta temporada de esa amada y a la vez repudiada
serie televisiva; se llama Lisa Iconoclasta.
Es posible que lo identifiquen muchos de ustedes.
En ese
episodio se celebra el bicentenario de la fundación de Springfield, la ciudad
natal de los Simpson. Doscientos años, como los de México. Afortunada
coincidencia. En la Escuela Primaria de Springfield hay un concurso de ensayo. Lisa
Simpson decide participar. Para hacer un buen papel, asiste a la Springfield
Historical Society, donde tienen información y
reliquias de su fundador: Jeremías Springfield. Es así que al hurgar en
una de esas sacras posesiones, una flauta que tocaba su heroico personaje,
encuentra una confesión escrita sobre un trozo de lienzo de una pintura del
siglo XVIII enrollado en la cual revela los mitos que implicaba su figura y
confiesa haber sido un pirata -con una lengua de plata- de nombre Hans Sprungfield;
que no había realizado hazañas tan grandes como domar a un búfalo salvaje, el cual ya estaba de antemano domado; y la
investigación posterior de Lisa mostró que, incluso, había intentado matar al
mismísimo George Washington. Había desenmascarado un fraude. Había que
denunciarlo.
Qué bonito es
ver a Matt Groening siendo crítico con
la Historia de América, mostrando que sus héroes no son divinos, que son defectuosos y tienen cola que les pisen. Eso
es regocijante y no nos causa ningún empacho, tratándose de la nación vecina. Pero,
¿nos pasará a nosotros algo similar?
Ya un
ejercicio similar había sido hecho por Rodolfo Usigli en el teatro con su obra
El Gesticulador. Pero esta fue censurada y no tuvo tanto alcance. Ahora bien,
pensemos algo de mayores proporciones. ¿Qué pasaría si nos topáramos un día con
un capítulo de Chespirito en el que el Chavo del Ocho y la Chilindrina mostraran al Padre de la Patria como un
farsante? Sería muy crudo e impactante. No me quiero imaginar la reacción de
los diversos grupos de la sociedad. ¿Qué pasaría si en ese capítulo se nos
comentara que Hidalgo fue un hombre mujeriego y entregado a la sensualidad y
que por su manga ancha perdió la fortuna propia y de su hermano?, ¿qué sus
aliados lo hicieron dimitir del cargo de general por su ineptitud como
estratega y que la dimisión fue acompañada por la amenaza de muerte para vencer
su testarudez?, ¿qué pasaría si nos dijeran que la Corregidora advirtió a los
conspiradores de Querétaro de la aprehensión que iban a ser objeto para salvar
a su amante Ignacio Allende?, ¿que el propio Allende en su momento trató de
envenenar a Hidalgo para apropiarse del movimiento? ¿Qué pasaría si nos dijeran
que las huestes independentistas mataban y saqueaban sin piedad en las
poblaciones a las que llegaban, con la tolerancia del Padre de la Patria?, ¿qué
Hidalgo no quería la independencia de España, sino que buscaba dar protagonismo
a los criollos en las decisiones del Virreinato por encima de los peninsulares?
¿Qué pudo haber ganado la guerra si no se hubiera retractado de entrar con su
ejército a la Ciudad de México?
¿Qué se puede esperar de relatos así? ¿Qué hay
digno de imitar o de admirar? ¿Qué se puede celebrar en un bicentenario con
personajes así y que no querían crear un nuevo país, a excepción otros que
modificaron su proyecto, como José María Morelos y Vicente Guerrero? Habrá
gente que diga que nada hay que celebrar por nuestra situación actual y por la
manera en que sucedieron tales hechos históricos. Muchos podrán decir que Hidalgo
ni siquiera se le puede atribuir a Hidalgo la verdadera consecución de la
Independencia, que fue Iturbide el que
merece esa honra.
Lo anterior es
verdad. Pareciera que el Padre de la Patria fuera tan falso como Jeremías Springfield.
Pero, aún así, hay cosas dignas y valiosas de ver en este personaje y mucho más
reales que la ficción creada por Matt Groening en su caricatura y la historia
oficial en nuestro drama nacional.
Hidalgo era
probablemente una de las personas más cultas de su época, a los 17 años ya era
maestro de Teología y Filosofía, y posteriormente rector del Colegio de San
Nicolás. Pero, además, fue uno de esos escasos y raros hombres que protegían a
los indígenas en una época en la que era
común matarlos de hambre o de una golpiza. Él les enseñaba vinicultura y
apicultura para mejorar sus condiciones de vida. Sabía ser amigo y respondía en
las buenas y en las malas. Tenía una capacidad oratoria y una astucia que le
valieron el mote de “Zorro”. Generó un movimiento que estuvo a punto de hacer
sucumbir al régimen de la Nueva España y que desencadenó un movimiento que duró
once años y terminó en la Independencia de México. Tanto miedo y coraje que le
tuvieron, que su cabeza pendió de la alhóndiga de Granaditas. Esto, también es
verdad. Muestra aspectos humanos dignos de admiración. Ese solo lado es el que
le gusta a la Historia Oficial.
Volvamos a los
Simpson, so pretexto de la Historia Oficial. Lisa se enfrentó con el rechazo de
su descubrimiento sobre Jeremías Springfield en su familia (a excepción de
Homero), en la escuela y del propio señor Hurlbut, el anticuario de la
mencionada sociedad histórica, quien si sabía la verdad pero había decidido
ocultarla, declarando falso el documento encontrado por Lisa y escondiendo la
lengua de plata de Jeremías. Al final, Lisa, cuando había convencido a Hurlbut,
el especialista en el héroe que tanto defendió y solapó, de contar la verdad al
pueblo y logra tener la atención de todos para escuchar que su fundador es un
fraude, decide continuar el mito, dice que Jeremías Springfield es magnífico…
Su razón es que ese símbolo saca lo mejor de cada persona, le da una esperanza
y una razón de estar orgulloso.
Enhorabuena por los Simpson, que nos recuerdan que su fundador, el
nuestro, el de cualquier sociedad, es ante todo real y que eso no es motivo
para dejarlo de apreciar y renunciar al
orgullo de sentirnos –en nuestro caso- mexicanos. ¡Viva México, viva Springfield!
Ahora bien, he
de aclarar y añadir algo más: que Hidalgo, a diferencia de Jeremías Springfield
no fue un pirata, ni hizo una confesión escrita de su engaño a una comunidad
que lo consideraba su fundador. Sí, era un hombre polifacético, de contrastes.
Era de carne y hueso. No era ni un santo, ni Satanás, aunque era esas dos cosas
para los indios y los españoles. Fue sin proponérselo, por decisión de los
intelectuales liberales del México Independiente, el Padre de la Patria. El
Grito de Dolores se convirtió en un ritual de identidad y unidad nacional que
difícilmente aquel hombre habría imaginado. La culpa de su mito, no es suya.
Ahora bien, partiendo de que tiene un lado obscuro podemos decir que mucha
gente sabe lo negativo de Hidalgo y no por eso se siente menos mexicana. Un
civismo maduro, que considere al ciudadano capaz de ejercer su juicio crítico, debe
ofrecer todos los aspectos y características de sus héroes. Dudo mucho que
alguien decida ser mujeriego por enterarse que el cura Hidalgo lo fue; o bien
que decida descuartizar al automovilista de al lado en la desesperación del
tráfico, impulsado por el ejemplo de las hordas insurgentes dirigidas por
Hidalgo. No pasa nada con saber la verdad. Es más digno conocer que alguien que
tenía defectos logró grandes cosas, que crear un modelo perfecto e inalcanzable de
santitud, imposible de imitar y que hoy en día ya mucha gente no compra. Ahora
bien, siguiendo esta lógica, también es verdad que no porque Hidalgo haya hecho
cosas buenas significa que yo las vaya a hacer. ¿Cuánta gente apoya hoy a los
indígenas por saber que Hidalgo los apoyaba?
Al parecer la educación cívica no plantea no se mete en tantos
problemas. Tal vez sea hora de educar en el amor a la Patria a partir de
argumentos y no sólo de personajes. Es
verdad que somos iconoclastas, que nos encanta alabar las imágenes. Somos
felices como el rostro de Miguel Hidalgo en estampas, monografías, murales, con
su nombre en calles, edificios, instituciones, ciudades, etc. Pero podría
funcionar más una educación que mezclara los mitos y las imágenes con los
argumentos y la reflexión.
En lo que
respecta a la persona de Miguel Hidalgo, no creo que nuestro héroe haya sido lo
máximo, tampoco creo que sea un fraude. Fue un ser humano, digno de admiración por lo que imperfectamente era y por lo que
hizo, desde mi punto de vista. ¿Qué opina Usted mi estimado lector? Y aprovecho
para ofrecer una disculpa por entretenerlo con esta irreverente disquisición
sobre los Simpson y el cura Hidalgo.
Si esto fuera la red social azul ya le hubiese dado 'like', me agrado mucho, ¿será porque ambos vemos críticamente a los simpson, mas no como una vulgar serie televisiva?
ResponderEliminarMuchas -aunque muy atrasadas- gracias a tu comentario.
ResponderEliminar