El Pueblo que no quería crecer: un polémico ensayo sobre la mexicanidad

Existe un ensayo poco conocido sobre la mexicanidad. Lo escribió una extranjera que vivió 25 años en México hasta su muerte, decidiendo ser mexicana, teniendo  un hijo mexicano. Es un ensayo  hecho por una antropóloga y etnóloga de la Universidad de París que escribe más como filósofa que como científica social.  En consecuencia, Antaki escribe un texto heterodoxo en muchos sentidos. Su lectura es crítica respecto a la mexicanidad. Efectivamente habla del pueblo mexicano como uno que no quiere crecer.  No culpa a los políticos. Culpa a la cultura. Culpa al mexicano que es el creador y reproductor de esa cultura. Antaki ve a México con los ojos de alguien que vivió en otros mundos: Siria y Francia; de una viajera que estuvo en Sudáfrica y trabajó en el Magreb, de una mujer que vivió en Managua apoyando al sandinismo por sus ideales comunistas; de una mujer que visito Libia, de una persona compleja que conoció a Arafat, a Gadafi, a Kissinger, a Octavio Paz,  a Ricardo Garibay, de alguien que vio con ojos no mexicanos a lo mexicano, sorprendiéndose de su peculiaridad. Para no generar desencanto, ni ataques a su autoría, originalmente lo escribió con un pseudónimo: Polibio de Acadia. Se publicó en 1996, cuatro años antes de su muerte. El pseudónimo sugiere una visión desde la cultura griega de lo mexicano. En la visión personal de Antaki de los griegos, éstos son aquellos que se someten libremente  a la ley y a la razón. Los griegos son un pueblo lejano, que fue grande y también fue sometido, como sucedió con México. Desde ahí analiza a la mexicanidad.  Paradójicamente, a pesar de cuidarse  de la xenofobia, su pseudónimo fue descubierto, al no ocultar su estilo como escritora. Sus colegas y lectores la reconocieron. Las siguientes ediciones llevaron su nombre. No tenía caso más ocultar lo inocultable.
El texto no pretende dar cuenta de toda la mexicanidad, sino de la mediocridad política del pueblo mexicano, la cual impacta en su estilo de vida. Da una explicación temeraria basada en la intuición de Antaki de que la situación de México se explica por la conmoción de la Conquista Española, ya que se siente un pueblo sojuzgado. El mexicano se entrega a un sentimiento de inferioridad. Se concibe como inferior a sí mismo frente a los demás. Sólo se concibe grande en función de su pasado.
El pueblo mexicano está enamorado del recuerdo. Enaltecemos al indígena muerto, pero marginamos al que está vivo. No se permite la crítica, sólo el aplauso a la gloria de lo que fue. Así que su identidad se basa en la mentira, en la deducción a partir de lo falso. Se cuidan las formas, no los contenidos. Por eso en la relación cotidiana entre la gente se presta atención y se guarda respeto al tono de voz, a la mirada, el acercamiento. Quien disiente o critica, experimenta el rechazo. En consecuencia no hay libertad de pensamiento, aunque sí hay un libertinaje. La moral no parece necesaria. El mexicano valora la libertad de una manera convenenciera. La ley oprime a la libertad, por eso no la obedece. En este sentido no hay un temor a Dios (a su castigo por no seguir la ley). No hay cabida para el constitucionalismo y la administración del Estado. Se rechaza a la razón junto con su globalidad, a la ley como producto de la racionalidad y del acuerdo libre entre los miembros de la sociedad. Tampoco hay ciencia, y cuando hay ésta, se usa como cómplice para que éste pueblo siga siendo igual. México, según Antaki, es el pueblo más anticientífico de la Terra. Se niega la realidad. El mexicano es escéptico. Se privilegia la intuición sobre la abstracción. Por eso es que en dicho país los problemas se multiplican en vez de resolverse. Se vive en un río de locura. Por eso es que el mexicano ama la demencia. Es maniqueo, divide el mundo en razón y sinrazón, estando más cómodo en la segunda que en la primera.  Se usa más un pensamiento mágico, imaginativo y absurdo. Lo real se atomiza en lo momentáneo, no hay un proyecto colectivo de sociedad. Vivimos entregados a la espontaneidad  liviana, a la vivencia diaria, con una renuncia al pensamiento. Está prohibido realizar una síntesis intelectual. Los mexicanos son enemigos entre sí en la vida diaria, aunque defensores de las particularidades nacionales. Nuestro sistema social es desordenado, deshonesto, ineficaz. Se busca el beneficio cortoplacista en la esfera personal.            Por eso es que hay propensión a la traición a la patria, a dañar la economía y a los compatriotas. Justo, quien quiera no entregarse a esto, quien quiera orden o no se sienta inferior dentro de la pequeñez colectiva, recibe la ira y envidia de los otros. Somos creadores de tinieblas, no de luz. Se le teme a un mal mayor mientras paradójicamente se considera a la naturaleza como buena. Sin embargo, los mexicanos se tratan mutuamente con crueldad:
La crueldad con la cual se tratan los unos a los otros recuerda una de las razones esenciales de su derrota ante los españoles: aquellos que alimentaban a sus hermanos de raza para luego sacrificarlos como animales, no podían esperar de esos mismos hermanos n lealtad ni solidaridad. El griterío frente a la crueldad extranjera no logra enmascarar la propia, superior en grado e intensidad: difícilmente puede alguien desde fuera, ser más injusto con ellos que ellos mismos.[1]

Así que la crítica de Antaki resulta cruda, incómoda, severa y desgraciadamente: atinada. Si bien ella no agota en su texto a todo lo mexicano, señala cosas que están en nosotros que no queremos ver, que las tiene que decir un extranjero que no es mexicano, pero que ha decidido ser parte de nuestra sociedad.

Fuentes:


 Ikram Antaki, El pueblo que no quiere crecer, Edit.  Joaquín Mortiz, México, 2012.




[1]  Ikram Antaki, El pueblo que no quiere crecer, Edit.  Joaquín Mortiz, México, 2012, página 113.

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