La revolución de Independencia de México: su origen y desarrollo mítico


Aunque la Guerra de Independencia va de 1810 a 1821, su dimensión es mayor. Romeo Flores Caballero sugiere que el proceso de la Independencia empezó desde 1767 con las Reformas Borbónicas y terminó con el triunfo juarista sobre Maximiliano. [1]  Su extensión, de acuerdo con ese historiador, es mayor a la considerada oficialmente, ya que considera que el mentado proceso rebasa la mera lucha armada que se dio en 11 años.
Le haré caso y seguiré su devenir hasta el juarismo, e incluso extenderé el relato hasta el Porfiriato para cerrar el proceso de mitificación de la independencia con la celebración del Centenario que le tocó al dictador oaxaqueño.
Ahora bien, sean cuales sean los límites del movimiento de independentista, éste está rodeado de un halo de misticismo que sugiere la presencia del pensamiento mítico en sus entrañas.
La mitificación del origen se puede observar en algunos detalles de la propia lectura de la Historia. Por ejemplo, Cecilia Pacheco sentencia: “Se dice que la forma en la que un país adquiere su independencia determina su historia”.[2] Eso equivale al postulado psicoanalítico que asume que la infancia es  destino. Eso constituiría una ironía, ya que la  Independencia Mexicana fue realizada no por sus iniciadores, sino por el propio ejército realista en condiciones muy conservadoras. Pareciera que sutilmente nos sugiere Pacheco un destino de estatismo y dependencia del país. Pero, ¿será acaso tan contundente esto? ¿Hay alguna ley histórica que respalde dicha afirmación? La respuesta es no. Sin embargo, mucha gente estaría de acuerdo con ella. Y claro que nuestra independencia es cuestionable, pero se puede atribuir su fracaso a un destino inicial. ¿No responde tal catastrofismo a la mitificación de un discurso?
Ahora bien, si México no estaba en condiciones de independizarse, ¿por qué se independizó? Pacheco sugiere que fue por la influencia de las revoluciones americana y francesa.  Arendt coincide, de modo general, con ella al decir que la revolución americana inspiró a la francesa, pero la francesa inspiró al resto del mundo.[3] En esa línea pero con mayor precisión –ya que considera el factor interno- dice  Luis Villoro:
Lo que llamamos “Revolución de Independencia no es sino la resultante de un complejo de movimientos  que divergen considerablemente entre sí y tienen su asiento en distintas capas de la sociedad. Por ello resultarán necesariamente parciales los intentos de interpretación unívoca. Suelen éstos oscilar entre dos polos opuestos: desde el uno se ve la revolución como una reacción tradicionalista contra las innovaciones liberales de la península y en defensa de los valores hispánicos y religiosos amenazados; desde el otro se presenta la perspectiva exactamente inversa: la revolución aparece como una de las manifestaciones de la conmoción universal provocada por la “Ilustración” y la revolución democrático-burguesa de Francia. Lo significativo es que ambos puntos de vista pueden aportar en su apoyo muchos testimonios válidos. La Revolución de Independencia comprende, efectivamente, esos dos aspectos antagónicos y por eso mismo no puede reducirse arbitrariamente a uno solo.[4]
En consecuencia, se puede señalar que la Revolución de Independencia tuvo tanto causas internas, como causas externas, cuya combinación es tan estrecha, que en la práctica no se pueden separar con precisión ni claridad unas de otras,  pero que sirven como una estrategia para la mejor comprensión y organización mejor del tema. Comencemos con las internas, luego se expondrán las externas.
La situación en la que se encontraba la Nueva España de la segunda mitad del siglo XVIII era la de mayor desarrollo en la época colonial. Era una época de prosperidad y optimismo. En el ámbito cultural se inventó en esta región el arte churrigueresco,  se empezó a valorar la pintura autóctona y en la literatura se hablaba de una Ilustración Mexicana. Quizá esto lo señale Villoro para indicar una señal de una especie de autonomía ya en los asuntos de la Nueva España.
Así pues, la prosperidad económica resultaba impresionante, pues aumentaron las rentas que generaba la economía novohispana en un  633%, que se elevó de 3 a 21 millones de pesos  en un lapso que osciló entre 1712 y 1808;  destacó una economía de exportación monopolizada por los españoles europeos y algunos criollos, donde la producción minera de oro y plata era el principal agente. El mercado interno, de menor éxito que el exportador, se regía por una agricultura y ganadería de autoconsumo en la mayoría del país, pero monopolizada por unas 5000 haciendas de latifundistas citadinos que delegaban su administración a terceros y que, en caso de crisis agraria, recurrían a la Iglesia como institución crediticia. Por último, a esa debilidad interna de la economía, se sumaron las pujantes, pero administrativamente frenadas, industrias textil y vinícola.  
Sin embargo, el excesivo cobro de impuestos a partir de una reforma creada en 1786, que generó  10 millones de pesos anuales, junto con una crisis económica detonada el 26 de diciembre de  1804 por el decreto de la Corona de embargar y vender las propiedades hipotecadas de la finca y la enajenación de los capitales de las capellanías y obras pías, llevaron al país al virreinato a una grave situación.[5]
Eso agravó el desempleo entre los criollos de clase media,  afectó la situación del bajo y medio clero, empeoró todavía más la difícil situación de los indígenas desplazados y subyugados por las haciendas,  y también afectó al grupo de las castas, el cual –a la par de los indígenas- aportaban la mayor cantidad de personal en las industrias y el ejército, pero que era estigmatizados por su origen. En el caso particular de Miguel Hidalgo,  la crisis financiera llevó a su hermano menor a la locura y la muerte.
La pura Nueva España representaba tres cuartas partes de los ingresos de las colonias de la metrópoli. Tal estatus era una condición para la aspiración independentista: por la riqueza poseída y el empobrecimiento generado. Opina Romeo Flores Caballero que: “El gobierno español, hasta entonces considerado como factor unificador, se convertía en el factor discordante cuya política e incapacidad económica provocaba la división entre sus vasallos en la Nueva España. En conjunto se transformó en factor determinante para luchar por la independencia”.[6] 
Esto es lo relativo a las condiciones “internas” del movimiento independentista. Ahora, se analizará el factor “externo”.
Paradójicamente, Francia determinó el curso de nuestra revolución de independencia por dos vías: la fáctica y la ideológica. La primera correspondió a su imperialismo, la segunda a sus pensadores. Aunque el mito aquí no aparece directamente, figura en el devenir de dicho movimiento a partir del impacto emotivo que tuvo la invasión de Francia a España, en los símbolos y relatos que generó; y en la reiteración de ideas autonómicas e ilustradas asociadas a dicho evento.
España desde la Conquista había sido gobernada por una casa familiar de ascendencia austriaca y muy conservadora respecto a las ideas monárquicas: los Hasburgo (Carlos I, los Felipes II, III y IV y Carlos II). A la muerte de Carlos II, quien falleció sin haber dejado un hijo heredero, la sucesión –por designio del acaecido rey- le correspondió a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Eso instauró una nueva tradición familiar en el gobierno español, ahora en torno a los Borbones a partir de 1700. Podríamos especular que ese cambio de casa real, de una austriaca a una francesa, permitió la infiltración de algunas ideas revolucionarias provenientes de Francia. En parte fue así, la Reforma Borbónica implicó la sumisión de la Iglesia frente al Estado (1767) y la mayor eficacia de la recaudación y administración con la fundación de intendencias (1786) denotó la aplicación de ideas ilustradas.[7] Tales ideas fueron promovidas por Pedro Rodríguez Campomanes (que favoreció la expulsión de los jesuitas), y por  gente como José del Campillo y Cossío y el grupo aragonés de Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, Manuel Godoy y José de Gálvez,  quienes estaban influenciados por los enciclopedistas y creían en la organización centralizada del gobierno y de la recaudación fiscal.[8]  Como señaló Villoro, en las Cortes imitaban a la Asamblea Nacional Francesa en su terminología, argumentos, clichés, autores.
 Pero las ideas modernas también llegaron a América a través de los propios jesuitas. En el caso de España, Vicente Tosca, el benedictino Jerónimo Feijoo, Lossada recopilaron y transmitieron las ideas modernas, no sólo a la Península, sino también a las Colonias, comunicándolas a grupos intelectuales, que en su mayoría eran religiosos. Destacaban entre los jesuitas americanos Francisco Javier Alegre, Andrés Cavo  y Francisco Javier Clavijero.  Sin embargo, en México la oficialidad fue suspicaz y censuradora frente a la propagación de tales ideas. Así pues, en Zacatecas fue denunciada una copia de la Investigación de la Verdad de Malebranche (1727), como también fue prohibida Fe y Razón de Pedro Poiret -quien exponía y criticaba a Locke- en 1730.[9]Por eso es que Benito Díaz de Gamarra en sus libros Elementos de Filosofía Moderna (1774) y Errores del Entendimiento Humano (1781) advirtió con preocupación que “entre los materialistas modernos se cuenta Juan Jacobo Rousseau, Voltaire y otros filósofos franceses con sus perniciosísimos libros en que corrompen la religión y las costumbres, de cuya lectura debéis abstenernos siempre como conviene a un filósofo cristiano”.[10] Sin embargo, eso no lo opinaban los jesuitas. Comenta el historiador Fernando Serrano Migallón: “Rasgo fundamental de la enseñanza de los jesuitas era la intensa formación en la lectura de filósofos y científicos, tanto los clásicos como los de la época, tomando de unos y otros métodos para la reflexión, investigación y enseñanza”. [11]
Pero además, la lectura de filósofos, científicos y sus métodos, tuvo una repercusión en la concepción de la política:
[…] ese mismo racionalismo que creía en la razón como algo idéntico en todos los hombres, llevó a muchos pensadores, buscando verdades universales en los derechos humanos, a revisar los fundamentos del régimen político imperante, ya fuera la monarquía católica, auspiciada y dirigida por los altos designios de la divinidad, ya la monarquía independiente y autónoma que sostenía ser de derecho divino. De este modo, la Modernidad formó un concepto propio de la política y desarrollo dos teorías al principio compatibles, pero finalmente opuestas: el despotismo ilustrado y el liberalismo de los reyes que limitaba el poder en función de las leyes naturales, y que planteó la lucha entre los partidarios del poder absoluto y los partidarios del poder limitado, entre la libertad y la autoridad.[12]
Locke, Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Diderot, Adam Smith, la declaración de  los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la Constitución Política Francesa de 1793 se convirtieron en los grandes íconos de ese nuevo pensamiento político. Según Raúl Cardiel tenían la meta de construir el paraíso en la Tierra.[13] Algo utópico encerraban sus propuestas, algo de mítico tendrían también, al ser repetidas una y otra vez.
En fin, fueron los propios Borbones, a través del rey Carlos III,  quienes expulsaron a dichos pensadores mediante un decreto expedido el 1 de abril de 1767.  Sin embargo, eso no evitó la influencia que ejercieron, incluso en la Nueva España censuradora:
Expulsados los jesuitas, sus alumnos y algunos sacerdotes encabezan la generación criolla de humanistas, atentos a la ciencia experimental y al periodismo científico. Destacan Benito Díaz de Gamarra, autor del célebre libro Errores del entendimiento humano, el enciclopedista José Antonio Alzate, los astrónomos Antonio León y Gama y Joaquín Velázquez de Cárdenas, y el físico José Mariano Mociño.[14]
Posteriormente, el Imperio Francés en 1808, el cual recibía tributo de España desde 1803, dejó a la Nueva España sin Rey.[15]  Tras hacer declinar a Carlos IV por Fernando VII, éste último fue hecho preso y designó a José I, hermano de Napoleón, como nuevo gobernante España, siendo promulgada la Constitución de Bayona, la cual era una carta promulgada unilateralmente por la monarquía de Francia el 8 de julio de 1808 y que regulaba la vida política del Imperio Español bajo la tutela francesa.[16] Los españoles no la tomaron en serio y la Junta de Sevilla tomó el lugar del emperador para regir a los territorios conquistados.  La Junta defendía la idea de su soberanía y lo hacía en rebeldía contra el Imperio Francés.
En América, tal suceso puso en estado de crisis al pacto social entre una nación y el rey que no podía ejercer el gobierno, generó la esperanza entre los criollos de asumir el control de las decisiones políticas y reveló que la lealtad de América no era hacia España sino hacia el Rey de Castilla basado en un pacto que se remontaba a 1550 entre los conquistadores y Carlos V durante la Junta de Valladolid, la cual, dotó a la Nueva España de los derechos de un reino independiente, y que según Fray Servando Teresa de Mier, dio pie a la Constitución Americana.  
El virrey Iturrigaray propuso crear una junta que representara al poder soberano en ausencia del rey. Surgieron dos propuestas de gobierno:1)  la del oidor Villaurrrutia y la del Arzobispo Lizana, quienes sugirieron una junta dirigida por ministros de justicia, hacendados, clérigos, nobles, militares, propietarios de minas, etc; 2) la propuesta del Lic. Primo de Verdad, que sugería que el control lo llevara el Ayuntamiento de México (instancia que representaba a los cabildos y al pueblo entendido como hombres letrados y honrados). [17]  Sin embargo,  apoyados por la Inquisición,  el Arzobispado, el Real Acuerdo y la Regencia Española, un grupo de peninsulares dio un golpe de Estado y el virrey fue arrestado y el partido americano reprimido.[18]
Tales ideas supuestamente independentistas, dice Luis Villoro,  están alejadas de las teorías de las revoluciones norteamericana y francesa,  ya que su pacto social no era el Rousseau, sino el de Santo Tomás de Aquino. Sin embargo,  también matiza este filósofo mexicano que era sabido que dicho autor francés, junto con Montesquieu, Voltaire y la Enciclopedia, circulaban en ampliamente entre grupos intelectuales anteriores a 1808, de tal manera que tales franceses fueron asimilados selectivamente para que coincidieran en forma con el iusnaturalismo aceptado por la Iglesia.[19]
Pero también ya había otro germen independentista: los criollos cuestionaban la autoridad de quienes depusieron al virrey e igualmente ya circulaba entre la gente la idea de imitar la revolución norteamericana, hacer una proclamación de independencia e instaurar un gobierno republicano ante la ausencia del trono.[20]
Se gestó entonces la conspiración de Querétaro, que fue descubierta, y su alzamiento anticipado.[21] En ese momento inició lo que a los ojos de los mexicanos es el movimiento de Independencia. Rápidamente juntó de 80 mil a 100 mil campesinos. Su origen apelaba a la emotividad de los indios, ya que clamaba: 1) la traición de los europeos bajo el falso rumor que querían entregar la corona a los franceses; 2) señalaba la protección divina de una virgen que simbolizaba lo mismo a Tonantzin, que la nueva Eva, ante un enemigo encarnador del mal, que era el gachupín, tildado de “hereje” y “judío”.  Irónicamente, para los conservadores, el cura Hidalgo era también una encarnación satánica, una especie de Mahoma; pero para los insurrectos era un profeta inspirado que defendía la religión en una guerra santa, cuyos caídos eran mártires, como sugirió Allende.[22] Los levantados gritaban: “Viva la virgen de Guadalupe y mueran los gachupines”.[23] Otros caudillos insurrectos se sumaron a la devoción guadalupana: Morelos y Felix Fernández, quien se cambia el nombre a “Guadalupe Victoria” para simbolizar un profético futuro.
La profecía había acompañado a la Independencia. Circuló el rumor entre las personas y los almanaques de que la guerra de separación de la Nueva España había sido profetizada por la Madre Matiana, una doméstica que trabajaba en diversos conventos jerónimos y que se decía hablaba con la Virgen, la cual, la había llevado al mismísimo infierno para visitarlo y conocer la causa de la ira divina.[24] Sus profecías resultaron tan famosas que hasta se publicaban en un folleto que circuló varios años después de la independencia.
 Se vivía un espíritu “milenarista”, en tanto que se esperaba un cambio total en la sociedad y una era de perfección sin esclavitud, con empleos, sin opulencia desmedida, anhelos que se plasmaron positivamente por primera vez, desde iniciado el movimiento, en los Sentimientos de la Nación.[25]
El velo de lo mítico apareció en el inicio independentista, en sus símbolos. Los casos anteriores son ejemplos que lo demuestran. Pero también se vivía un “instantaneísmo”, que no era dirigido por los líderes independentistas, de bandidaje, matanzas sin intención futurista, como acto inmediato de libertad negativa, el cual, sólo se acerca al mito a través de la noción implícita del “caudillo popular”:
Cada jefe de banda pone su arbitrio individual por fundamento de todo derecho. El caudillo ejerce sobre sus hombres una seducción imperiosa porque todos ven en su independencia el símbolo de la suya propia. Son los caciques indios o mestizos que no reconocen autoridad ni ley. Es Julián Villagrán que se hace proclamar “emperador de la Huasteca” y acuña moneda con su efigie; es Albino García que se opone a todas las autoridades insurgentes con las armas en la mano y responde a las pretensiones de la Junta de Zitácuaro que “no hay más rey que Dios, ni más alteza que un cerro, ni más junta que la de dos ríos”, Osorno, rey y señor de los llanos de Apan; o José Antonio Arroyo que se hacía llamar “padre” por sus soldados; son tantos y tantos jefes insurgentes que viven del pillaje y casi nunca pernoctan dos veces en el mismo sitio.[26]
Mas los grupos masónicos instalados en América y España tenían una visión más amplia de la lucha por la Independencia de México. Ésta era comparada con la lucha contra el despotismo a favor de las libertades individuales, gracias a que la soberanía radicaba, en ausencia del rey, en la voluntad general. El liberalismo se difundió en panfletos, apareció en la publicación el Pensador Mexicano, en las Cortes españolas, en la Constitución de Cadiz, y por supuesto, también en la Constitución de Apatzingán. Incluso, habían se dado algunos movimientos previos al de 1810: la conspiración de  Juan Antonio Montenegro y José María Contreras de Guadalajara en 1793, y la conspiración de Juan Guerrero, de 1794, que pretendía calcar la insurrección francesa, o la Rebelión de los Machetes de la Ciudad de México, encabezada por Pedro Portillo en 1799.
Tales perspectivas progresistas contrastaban un poco con una postura más mítica respecto a América. En el mismo ámbito ideológico desde el siglo XVIII fue creada una leyenda negra sobre América por gente como el Georges Louis Leclerq, el Conde de Buffon, que suponía la inferioridad del hombre americano en su obra Historia Natural. Ahí  consideraba que hay una unidad fundamental de la especie humana y una superioridad respecto a las otras especies determinada por la racionalidad. Sin embargo, ad intra la humanidad, hay una jerarquización que arroja una dualismo entre quienes  son superiores y civilizados y quienes son inferiores y bárbaros.[27]Más específicas fueron las fábulas de Cornelio de Paw retomadas por  Real Tribunal del Consulado de México y que, en el informe que le enviaron a las Cortes, hacían de América una tierra infeliz, dibujaban al indio precortesiano como alguien bajo, bárbaro, estúpido, borracho, corrompido y degenerado.[28]  Esta leyenda, según Villoro  “no hacía sino expresar verbalmente la enajenación de América en Europa, basada antes que nada en una dependencia económica y política”.[29] Pero también lo que hacían era justificar, sin ningún fundamento científico real, la situación de sometimiento de los americanos.
La reacción inmediata fue la inversión de papeles:
El americano empieza a juzgar a su antiguo juez, y lo niega en la misma forma en que la “leyenda negra” negara a América. Si el americano parecía bárbaro y salvaje, ahora se manifiesta el español inhumano en su terrible crueldad en la guerra, bárbaro en su “despotismo” oriental, incivil en su negativa a tratar de paz con los insurgentes. La tropa recién venida de España empieza a compararse con las guarniciones americanas: los europeos se muestran rudos y zafios, groseros e impíos a los ojos de los criollos acostumbrados a la finura y cortesía del trato. Poco a poco los defectos que el europeo solía encontrar en los americanos, los descubren éstos en aquél.[30]
Por ende, la reacción del criollo insurrecto fue la negación de la Colonia, de ese pasado histórico.[31] Miró con buenos ojos al pasado precortesiano, al cual no comprendía, pero admiraba.  Eso hizo que se empezaran a usar más las palabras “México”, “Imperio Mexicano” y “mexicanos”, que las ya menos usadas “americanos” y “América Septentrional”. También eso explica por qué las emisiones de monedas –fundamentalmente de cobre- de la insurgente Junta de Zitácuaro incorporaron elementos autóctonos: el águila y el nopal, como opuestos al escudo de armas español.[32]
No obstante,  el criollo se mantuvo fiel a sus valores cristianos, depurados de los excesos coloniales y “encantados” con el cristianismo primitivo;   pero también avisoraba el futuro, siendo también fiel a las ideas políticas modernas y al propio origen de su autoctonía:
La sociedad se aceptó constituida en sus bases esenciales, cual si fuera un haber que transformar; el origen sólo se persiguió hasta encontrar el fundamento de los cuerpos constituidos y su inicio temporal en la Conquista y la Constitución Americana. Con el grito de Dolores se reveló el origen último  que daba razón de aquellos cuerpos sociales: la libertad del pueblo. Una vez que ha surgido, el criollo no puede ignorarla y reconoce que la “soberanía reside originariamente en el pueblo”. La búsqueda del principio histórico en lo precortesiano corresponde a la revelación del pueblo como fundamento social, así como la apelación a la Constitución Americana correspondía al intento de fundar la sociedad sobre los Ayuntamientos[…]
Con la repetición de la Conquista, el tiempo parece cerrarse en un círculo en que el fin de la época colonial se retrotrae a su comienzo. Tres siglos se engloban, quedando abolidos en un movimiento inconsciente de retorno cíclico. La repetición de lo precortesiano simboliza la nostalgia por “expiar” el pasado corrupto y volver a iniciar la historia en el momento mismo en que principió la caída; pero ello implica la esperanza en un nuevo nacer por el que la vida de la sociedad recomenzaría “desde cero”. Negación del ser corrupto, repetición del origen, urgen a una nueva elección de sí mismo.[33]
Si la primera “conversión” de América estuvo en la Conquista y la Envangelización, su segunda conversión lo estaba en la negación de la sociedad que suplantó a los primeros americanos.  Ahora bien, la elección por la autonomía implicó a nivel institucional el traslado de la autoridad del caudillismo a los representantes populares; la planeación que deseaba el progreso  estuvo acompañada por el utopismo, ya que la meta ideal que se proponía al cierre de la Colonia era inalcanzable.[34]El utopismo coquetea con lo mítico por más racional que sea un proyecto. Así, el objetivo inmediato del Criollo estaba en la Ilustración, la libertad y la abundancia, aunque su situación era contraria a éste. [35] Ahí surgía el halo del mito:
El criollo leen [sic] en su realidad los signos de un providencial destino: América llegará a ocupar “el rango que le corresponde por su riqueza y su tamaño, conforme a los decretos del Supremo Hacedor”. La riqueza natural es signo de elección providencial, porque no es resultado de una actividad humana sino de una donación gratuita.
La segunda señal profética inscrita en la historia de América es la aparición de la Madre de Dios al indio; la Guadalupana, “prenda del cielo por cuyo conducto nos derrama sus bendiciones”, testimonio de la elección divina hacia la nación con la que hizo “lo que no había hecho con nación alguna”. La imagen grabada en el humilde ayate es “prenda” de una misión digna de bien tamaño. Con ella se liga la creencia en la acción de la Providencia que conduce por inescrutables caminos a la realización de la vocación singular de la nación.[36]
Por supuesto que en el bando contrario, la élite criolla y española, concebía dicho movimiento como negativo. Su lucha no encerraba ninguna utopía,  concebían a los insurgentes como una turba incontenible que asesinaba españoles, confiscaba sus bienes, y sus aspiraciones revolucionarias eran mal vistas, ya que:
[…] las noticias de la revuelta de Haití, donde el pueblo se levantó en armas contra aquellos que los oprimían, hasta proclamar, en 1804, una república independiente; y, segundo, la fase violenta de la Revolución francesa, que en esos años adquirió mala fama en el mundo hispánico por ser regicida y por transmitir, según la élite gobernante, una violencia social generalizada. En resumen, podría decirse que la palabra “revolución” no gozaba de buena fama entre las elites tanto criollas como españolas.[37]
La revolución haitiana, en cambio, inspiraba más a los insurgentes. No es casualidad que la imagen popular en el teatro de títeres del “Negrito” coincidiera con la del haitiano negro que se había rebelado contra Francia, y a la vez, era un devoto de la guadalupana, hecho que lo vinculaba con el Padre Hidalgo y la lucha por la independencia.[38]
Una ironía de la Historia es que la Revolución de Independencia fue consumada por el ejército virreinal, el órgano defensor de la élite. Esto tenía una explicación. Buena parte de la tropa que compartía la idea de que la Independencia sería benéfica. Muchos de los oficiales eran criollos.  Los soldados rasos eran mestizos e indígenas, pero se hacían  militares porque veían en el ejército –a pesar de no ser lo suficientemente bien remunerados- una mejor forma de vida que la de minero o labrador.[39]  Distanciados los soldados del aprecio a los gobernantes civiles, eran muy entregados a sus autoridades superiores, hecho que según Villoro, anunciaba el subsiguiente caudillismo de nuestra historia.[40] Menos románticamente, Virgina Gudea sostiene la hipótesis de que la falta de pago a los soldados, debido a la maltrecha arca del virreinato, con ingresos disminuidos en más de 50% a causa de la guerra, haya motivado a los combatientes a unirse al movimiento iturbidista en 1821.[41] Ambos (Gudea y Villoro) tienen razón en sus interpretaciones. Era una mezcla de fidelidad al caudillo y pragmatismo financiero.
Ya Morelos –quien murió en 1815-  acertadamente había predicho que algún día la tropa abandonaría a los realistas.[42] No fue la tropa, sino la élite, quien dirigió a esa tropa, la que hizo tal acción. Una primera señal de advertencia fue la que se vislumbró a través del General Calleja, quien se reunía con una sociedad secreta independentista, los Guadalupes, siendo truncado tal proyecto por la designación de dicho militar como virrey el 4 de marzo de 1813. Se sabe que también sus subordinados coqueteaban con tales ideas independentistas: Arredondo, Cruz, Iturbide. Finalmente las élites criollas se aliaron en torno a la figura de este último en la famosa conspiración de la Profesa, y se promulgó el Plan de Iguala (24 de febrero de 1821), que implicó un cambio administrativo  de gobierno, el repatriamiento de muchos, pero no todos,  de los antiguos funcionarios y expedicionarios españoles y la asunción por primera vez del poder por parte de los criollos.[43]
Se establecieron como garantías para la consecución del nuevo país: la separación de España, la preservación de la religión católica y la unión de los bandos beligerantes. Pero también implicaba algunas sorpresas para nosotros, los mexicanos del siglo XXI, ya que el Plan de Iguala elogiaba a España como la nación más católica, piadosa, heroica y magnánima, criticaba el levantamiento armado de Hidalgo, les decía a los españoles europeos que América era su patria porque allí vivían y les recordaba a los criollos americanos que ellos descendían de los españoles, olvidándose por supuesto, de la gran cantidad de indígenas y descendientes de castas que constituirían parte de dicha nación.[44] Era un plan a la medida y óptica de la élite, que evitaba las reformas liberales que España había instaurado (porque Fernando VII había sido obligado a asumir la Constitución de Cádiz por una revuelta interna encabezada por Rafael de Riego), que daba estabilidad a los mineros y hacendados para realizar sus actividades sin guerra, ni pérdidas; que exentaba a los comerciantes de pagar impuestos al Imperio y abría la posibilidad de comerciar con otras naciones. En contraste, en el caso de los criollos,  a éstos sólo les garantizaba –y este era el único beneficio real para ellos- la separación de la Metrópoli.[45]
La victoria, pues parecía únicamente española. En honor a la verdad, la victoria –aunque ventajosa para los poderosos- no fue exclusiva de la élite criolla. También la resistencia de Guadalupe Victoria en el Noreste y Vicente Guerrero en el Sur, precipitó el derrumbamiento del régimen, ya que la economía virreinal no podía seguir sosteniendo, con su debilitado ejército, una guerra en contra de los insurgentes:
Günter Kahle explica con claridad que la eficaz estrategia guerrillera de Guerrero orilló al acuerdo entre ambos bandos contendientes: “[…] el conocimiento de que él [Iturbide] no podría vencer a Guerrero en absoluto o sólo con las mayores dificultades y pérdidas”, permitió el acuerdo final que no se lograría sin el apoyo de las guerrillas. Sólo así explica el compromiso del “abrazo de Acatempan”[10 de febrero de 1821]. La alianza entre la elite tradicional que había luchado denodadamente en contra de la independencia, y quienes mantenían la lucha desde 1808, hicieron posible que, en 1821, se firmara el Plan de Iguala.[46]
En fin,  pasados unos meses del plan de Iguala, se firmaron los Tratados de Córdoba (24 de agosto de 1821) con el virrey O’Donojú, en momentos que todavía seguía la lucha armada en Veracruz y Acapulco. Parece que dichos tratados, fueron obra del convencimiento que ejercieron los actores mexicanos sobre el virrey recién llegado, que a una encomienda del gobierno español, ya que las Cortes desconocieron tal acuerdo en un decreto emitido el 13 de febrero de 1822. Sin embargo, eso no importó. A través de un acta, México unilateralmente ya se había declarado independiente desde el 28 de septiembre de 1821, un día después de la entrada del ejército trigarante a la Ciudad de México. Esta entrada, por cierto, para el historiador William Beezley es la primera celebración independentista que hubo en México.[47]
España tardó en reconocer la independencia de México. Lo hizo  después de la muerte de Fernando VII, el 28 de diciembre de 1836. Al parecer fue una decisión que tomó su viuda a nombre de la heredera al trono: Isabel II.  Enterado de las negociaciones entre México y España, el Vaticano en ese mismo año reconoció  -con un mes de antelación (29 de noviembre)-,  a través del Papa Gregorio XVI, la Independencia de México.[48]
Volvamos al momento de la declaración de independencia. Inmediatamente se designó una Junta Gubernativa de 38 miembros elegidos por Iturbide para tener un gobierno vigente.  Aunque la mayoría de ellos eran de la  antigua élite virreinal, se colaron a su interior algunos liberales y masones. La dirección del nuevo país, quedó a cargo de la Regencia, la cual era un órgano ejecutivo dentro de la Junta, conformado por cinco miembros: Iturbide, O’Donojú; Manuel de la Bárcena (sacerdote y filósofo), José Isidro Yáñez (ex miembro de la Audiencia) y Manuel Velázquez de León (ex secretario del virreinato). Era un grupo fundamentalmente conservador. Creían, citando a Timothy Anna y a Romeo Flores, que estos hombres eran creyentes de la evolución, no de la revolución.[49]La Regencia, designó cuatro depertamentos: Hacienda, Guerra y Marina, Justicia y Asuntos Eclesiásticos, Relaciones Exteriores e Interiores. El gobierno arrancó con una nación cuya extensión  era de 5 millones de kilómetros cuadrados (hoy es de casi dos millones), un presupuesto de 11 millones de pesos y un ejército de 68 mil hombres que consumiría buena parte de las arcas frente a una población aproximada a los 6 o 7 millones de personas.[50]
También es oportuno comentar que en esa época la junta provisional de gobierno decidió la determinación de dos símbolos nacionales: el escudo y la bandera.[51] Ésta estipuló que la bandera de México simbolizaría los valores de las tres garantías establecidas en el Plan de Iguala: la religión católica como única, la unión de los mexicanos sin distinción de razas o clases y  la independencia. Así pues la bandera que se creó representaría con el verde a la independencia, el blanco la religión y el rojo la nación española,  junto con un añadido: que el escudo de armas mostraría un águila coronada posando sobre un nopal y sujetando en una pata una serpiente,[52]imagen que representaba la señal que Huitzilopochtli había dado a los mexicas para instalarse en aquellas tierras. Además se decidió solemnizar y festejar el 24 de febrero como el día de la instalación del Congreso Nacional, el 19 de agosto, día de San Hipólito como fecha de la caída de Tenochtitlan, el 27 de septiembre como consumación de la independencia, el 2 de marzo como la fecha en que fue jurado el plan de Iguala por el ejército trigarante y el 16 de septiembre, muy a pesar de Iturbide. Tal decisión era importante para fomentar un nacionalismo, una identidad y colaboraría en la mitificación del movimiento independentista.[53]
En la recién lograda independencia no existía una ley. Momentáneamente Plan de Iguala constituiría la legislación, hasta que hubiera un congreso constituyente, el cual se instaló el 24 de febrero de 1822, y estaba formado fundamentalmente por abogados de las clases medias. Sin embargo, el congreso, de inspiración liberal,  que se oponía darle derecho de voto a Iturbide y a reconocer  la soberanía en su persona, fue abolido el 31 de octubre de ese mismo año, debido al descubrimiento de una conspiración en su contra en la que estaban involucrados 19 diputados y gracias al apoyo que brindaban el alto clero, las clases altas y el ejército a Iturbide.[54]  
La Junta Gubernativa siguió fungiendo sus labores hasta que se reinstaló un nuevo congreso que lo declaró emperador. Sin embargo, su gobierno gobernó con las arcas quebradas, las cuales, por cierto, emitieron el primer billete mexicano en denominaciones de 1, 2 y 10 pesos que llevaban la leyenda “Imperio Mexicano” y que se pusieron en circulación el 20 de diciembre de 1822 y que no fueron de la aceptación popular.
Es oportuno hacer un paréntesis para señalar que el billete como símbolo de la economía e identidad nacionales y de la Independencia de México tardó en instaurarse, a pesar de que también lo intentó el gobierno republicano de 1823. De hecho, fue hasta el gobierno de Maximiliano de Hasburgo que el billete fue aceptado por la población (1864) y fue de nuevo rechazado por la gente en la época de la Revolución Mexicana, ya que la sobre-emisión de billetes y la variedad de éstos emitidas por los distintos grupos beligerantes le provocaron el descrédito.[55] Mucha mejor aceptación tuvo la nueva moneda mexicana, ya que esta modalidad de dinero, gozaba de larga tradición que se remontaba a la Conquista y la Colonia. La nueva moneda que circuló solamente de 1822 a 1823, tenía ciertos rasgos nacionalistas e imperiales. En el anverso el rostro del emperador y la leyenda Agustinus dei providentia; en el reverso en cambio tenía el águila mirando a la izquierda, con las alas extendidas, parada sobre un nopal entre macanas y carcajes, acompañada de la leyenda: “Mex. I. Emperator constitut”. Obviamente tal tipo de moneda desapareció junto con el Imperio Mexicano y fue sustituida por la moneda republicana, con otro tipo de diseño. [56]
  En fin, Iturbide también se enfrentó con la insatisfacción de los grupos con aspiraciones republicanas. Una insurrección (cuyo documento ideológico era el plan de Veracruz) de los otros sectores sociales lo llevó a abdicar el 19 de marzo de 1823.[57]  Un breve triunvirato lo sustituyó encabezado por: Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Vicente Guerrero.
Se instauró una República. El Plan de la Casa Mata, había propuesto una nueva forma de gobierno, con una constitución que nació en 1824.[58] Su primer presidente fue Guadalupe Victoria (su vicepresidente: Nicolás Bravo), quien en la toma de posesión de su cargo declaró: “La Independencia se afianzará con mi sangre y la libertad se perderá con mi vida”.[59]  Por cierto, con él se da la primera celebración oficial del grito de Independencia ya teniendo como fecha oficial el 16 de septiembre. El lugar de los festejos: la Alameda. Hubo una actividad festiva que consistió en trasladar los huesos de los héroes de la Independencia a la Capilla de Guadalupe, acompañados por música ejecutada por grupos indígenas. Las buenas celebraciones se empezaron a hacer a partir de 1825, cuando José María Tornel, el secretario particular de Victoria creó una Junta Cívica de Patriotas en la Ciudad de México para la celebración independentista. El periódico el Águila Mexicana apoyó su moción y sugirió que se extendiera al resto del país. El comité capitalino fue presidido por Anastasio Bustamante. Hubo fuegos artificiales en la víspera; se hicieron procesiones en la Alameda Central y teatros de la ciudad; también hubo declamaciones patrióticas, música orquestal, danzas, bailes alegóricos  (con hombres vestidos de charros y chinas poblanas, cuya imagen ridiculizaba al europeo) y emancipación de esclavos, actividad que se realizaba con los fondos de los festejos, y que se realizó hasta 1829, año en que fue abolida la esclavitud en la República. Posteriormente la liberación de esclavos fue sustituida por actos de caridad como la donación de ropa a niños pobres y banquetes en las cárceles.[60]
Apenas iniciado el gobierno de Guadalupe Victoria, fue descubierta una conspiración anti-independentista organizada por el padre Joaquín Arenas, quien fue interrogado y encarcelado, junto con algunos de sus cómplices.[61]Tal evento incrementó el sentimiento anti-hispánico de muchos mexicanos, y obligó a que el Congreso emitiera un decreto de expulsión de los españoles, pero, que a la hora de su promulgación hizo muchísimas excepciones (el 20 diciembre de 1827), de tal manera que se marchó  solamente el 25% de los españoles residentes en México; y aún así hubo una gran afectación económica debido a  los capitales e industrias que se desplazaron a la Metrópoli.[62]
Pero el antiespañolismo continuó y el 20 de marzo de 1829, hacia el final de gobierno de Victoria y a once días de inicio del de Vicente Guerrero, se promulgó la segunda ley de expulsión de los españoles; esta vez con especificaciones más rigurosas.[63] Aunque no se puede establecer una cantidad específica de expulsados, se especula que fueron miles, y las repercusiones económicas fueron espantosas.[64] En parte, la desconfianza hacia los españoles era justificable. Tan es así, que en 1829, se hallaron ante un intento de reconquista que duró del 27 de julio al 11 de septiembre, y que por supuesto incrementó estratosféricamente los sentimientos nacionalistas.[65]
Los primeros líderes del país trataron de crear  un gobierno eficaz y una identidad nacional. Lo primero resultó catastrófico, lo segundo resultó ser más sencillo. Así pues, formularon un concepto de pueblo que tenía como notas constitutivas la lengua española, la religión católica, el origen geográfico y la herencia histórica. Tal concepto de carácter metafísico fue reforzado por otro de carácter científico que pretendía, a través de una matemática social, definir al mexicano mediante estudios rasgos físicos y características morales de la población que realizaba el Instituto Nacional de Geografía y Estadística, el cual surgió en 1833 y existió hasta la Guerra con E.U.A., en  1848.[66] La geografía, pues tenía un impacto en el imaginario. Rápidamente fue aceptado como un rasgo prototípico de la mexicanidad la imagen de los volcanes Popocatepetl e Iztaccíhuatl del centro del valle de México. Corría la leyenda de que eran un señor indígena y su dama durmiente. Ilustraciones de ellos aparecían en todas partes, sea como personajes o sea como volcanes.  Señala el historiador William Beezley que es llamativa una pintura neoleonesa del siglo XIX que representa al cerro de la Silla eclipsado por el Popo y el Izta.[67] La labor de Instituto de Geografía fue modesta. No logró ni siquiera crear un mapa moderno del México independiente. Sólo se contaba con  los mapas de José Antonio Alzate de 1772, la cartografía novohispana de Humbolt de 1807.  Irónicamente fue hasta el porfiriato que los topógrafos militares lo hicieron, y que los paisajes mexicanos fueron explotados artísticamente por José María Velasco.[68] Mientras tanto, la labor educativa y cognitiva de la geografía e identidad mexicanas era compartida informalmente por los editores mexicanos, especialmente Mariano Ramírez Hermosa, José Joaquín Fernández de Lizardi y  Mariano Galván Rivera, quienes a través de sus almanaques narraron e ilustraron las maravillas geográficas, históricas y poblacionales de la nueva nación. Sus obras, ayudaron a configurar la identidad nacional con sus ediciones de bajo costo de las tradiciones, héroes patrios, eventos religiosos y astronómicos de cada año. Igualmente los juegos de lotería y de la oca ayudaron a crear prototipos que se identificaron con formas de lo nacional, como el “catrín”, “el borracho”, y “el valiente” respecto a las personas, pero también en relación con los objetos de la vida cotidiana (“el martillo”, “el caballo”) y los símbolos nacionales (la campana de Dolores, él águila del escudo nacional, la bandera nacional, el soldado y el gorro frigio de la libertad). La amplia difusión de dichos juegos en los hogares y las ferias, en donde los cantores hacían una labor muy lúdica y profesional, permitió que este tipo de actividades configuraran nuestra identidad.
Volvamos al relato de los hechos políticos. En esa época siguieron una serie de disturbios políticos que llevaron a una gran cantidad de cambios, renuncias, asesinatos y golpes de estado, en los que los vicepresidentes usaban su cargo para atacar al presidente.[69] Implicaron a personajes de la talla de  Gómez Pedraza, Vicente Guerrero, Anastasio Bustamente,  Nicolás Bravo, Antonio López de Santa Anna las logias escocesa y yorkina de la masonería, entre otros participantes. De esta inestabilidad política comenta el historiador Romeo Flores Caballero:
En la primera década de la república federal, de haberse respetado los términos constitucionales, se hubieran elegido tres presidentes. Sólo Guadalupe Victoria terminó su período. En los siguientes seis años hubo siete presidentes: Guerrero, nueve meses; Bustamente, dos años y medio; Gómez Pedraza, tres meses; Gómez Farías, un año; y Santa Anna entró y salió caprichosamente de la presidencia tres años. Bocanegra y Múzquiz fungieron como interinos.[70]
La desorganización, la falta de recursos y las ideas opuestas contrastaban con la romántica imagen  que  se tenía  de una sociedad en crecimiento sin violencia, manifestando madurez en su Ilustración y en la propia decisión de su Independencia.[71]
Una imagen cruda y clara del México naciente y que se prolongó hasta la mitad del del siglo, la da –nuevamente- Romeo Flores Caballero:
A partir de este momento la desconfianza se convirtió en parte medular de la cultura política entre los grupos y aún entre los individuos para permear a todos los gobiernos. Y, con ella, campearon la inestabilidad, los motines, las sublevaciones, cuartelazos, rebeliones, golpes de Estado, autogolpes y propiciaron el tránsito de monarquía a república, de república federal a república central, de dictadura a monarquía y a democracia. Así transcurrió la primera república federal. De 1824 a 1835. EL Poder ejecutivo cambió de titular en 16 ocasiones: 39 ministros de Relaciones; 34 en Justicia; el Ministerio de Guerra vio el paso de 48 ministros, y 37 titulares en el Ministerio o Secretaría de Guerra (sic).
La república central no tuvo mejor suerte. De 1836 a 1848 contamos 26 cambios en la presidencia; 75 titulares de Relaciones exteriores, 90 encargados del ministerio de Justicia, 50 en la secretaría de Guerra y 79 pasaron por la Secretaría de Hacienda. Es decir, los presidentes duraban en promedio seis meses; los encargados de Relaciones, 2 meses; los de Justicia uno y medio; los ministros de Guerra cuatro meses y, los de Hacienda dos meses.
De 1823 a 1824 el poder ejecutivo estuvo en manos de seis personajes: Nicolás Bravo cuatro veces; Guadalupe Victoria dos, Vicente Guerrero cinco; Miguel Domínguez cinco; Mariano Michelena tres; y Pedro Celestino Negrete dos. El primer presidente de la república, Guadalupe Victoria, fue el único que cumplió su período constitucional, de 1824 a 1829. El período comprendido entre 1829 [-] 1835 inició la era de los efímeros. Ocuparon la presidencia Pedro Vélez, Vicente Guerrero, José María Bocanegra, Luis Quintanar, Lucas Alamán, Anastasio Bustamante, Melchor Múzquiz y Manuel Gómez Pedraza. De 1833 a 1835 Antonio López de Santa Anna cuatro veces y Valentín Gómez Farías cuatro. El periodo que corresponde a la república central de 1835 a 1846 se hicieron cardo de la presidencia 19 personajes. Entre ellos: Anastasio Bustamante dos; Antonio López de Santa Anna, siete; Nicolás Bravo tres; Valentín Canalizo dos; José Joaquín De Herrera tres; Pedro María Anaya dos; y Manuel de la Peña y Peña dos.[72]
De cualquier forma, la percepción de las necesidades sociales y ese afán de progreso llevaron a consolidar en sectores criollos un espíritu reformista, a través de personajes como Valentín Gómez Farías –quien fue depuesto de la presidencia por sus ideas reformistas- y José María Luis Mora, que se enfrentaron a  otros conservadores, representados Lucas Alamán. Sin embargo, ambos (Alamán y Mora) tenían su desconfianza a los resultados de la Revolución francesa. Para empezar, ambos desconfiaban de los “extravíos metafísicos” de los filósofos del siglo XVIII y el poder desmedido del congreso dado en la Constitución de 1824. Para evitar el resultado de un Napoleón mexicano, Mora proponía el cultivo de un liberalismo constitucional, el de una república representativa y federal, pero aunque proponía una limitación de los bienes temporales de la Iglesia, proponía el fomento de vocaciones sacerdotales, de construcción de parroquias y de un humanismo cristiano, que siguiendo a Krauze, podríamos decir era afín a la defensa de la Iglesia como motivo propio de la Revolución de Independencia. En cambio, Alamán proponía un conservadurismo liberal que limitara el voto a los propietarios ilustrados, fortaleciera al ejecutivo frente al siempre presente fantasma de los “patriotas” que se quieren levantar en armas, es decir, quería una política más adecuada a las tradiciones del poder reales y que permitiera establecer un progreso sin más estallidos sociales, pero no en función de instituciones ficticias (el congreso) a las que se quería adaptar la realidad, como habían hecho la propia Revolución Francesa y la Mexicana; sin embargo, admiraba que la Revolución Americana había adaptado sus usos políticos a los de la Nueva Inglaterra.[73] Mora y Alamán querían evitar los errores de la Revolución Francesa.
En síntesis: paralelamente al optimismo progresista revolucionario, también se mitificó una creencia catastrofista, muchas veces fundada en los hechos respecto al sentido de la revolución, mito que Villoro  señala como “la revolución desdichada”.[74] José María Luis Mora lo anuncia cuando critica la expulsión de los españoles[75] y  señala que hay revoluciones felices, pero también las hay desdichadas.[76] Tal pesimismo no es extraño, ya que como dice Villoro:
[…] la paz y la seguridad no volverán a existir para esa generación, cuya vida transcurrirá entre la guerra civil y el terrorismo. Año tras año las revoluciones se suceden; en ellas perecen o parten en exilio la mayoría de los grandes hombres que habían forjado la nueva nación;  períodos de demagogia y anarquía se alternan con épocas de despotismo. La mayoría vive presa del temor, a las conspiraciones, a la intervención extranjera si está en el gobierno, a la persecución política si en la oposición. Un estado de hipersensibilidad y tensión gana a la sociedad. El mundo soñado no aparece.[77]
Un ejemplo claro de esto fue la actividad y “logros” de Antonio López de Santa Anna, quien fue presidente de México en once ocasiones, y luchó contra revueltas internas importantes en San Luis y Michoacán,[78] enfrentó un intento de reconquista española (1829), la pérdida de Texas (1835), una primera invasión francesa a México en 1838 conocida como Guerra de los Pasteles,  un movimiento independentista de la península de Yucatán que incluyó a tres estados que actualmente la componen (1840), y una muy costosa invasión norteamericana (1847), durante la cual, en plena fecha conmemorativa de la Independencia, ondeó la bandera norteamericana en el Zócalo.  
Cabe mencionar que además del discurso oficial santannista, la cultura popular mostró también gestos de resistencia, de furor independentista y crítica social. Por ejemplo, una obra teatral para títeres que se llamaba La Guerra de los Pasteles circulaba en las poblaciones. Era una representación satírica del bombardeo francés a Veracruz y la protagonizaba una marioneta muy popular: el Negrito. Al parecer remitía a un personaje histórico y popular del siglo XVIII, el famoso Negrito Poeta, quien era hijo de esclavos congoleses, que adquirió la libertad, aprendió a leer y escribir, se mantuvo soltero y, en la Ciudad de México, para subsistir, componía poemas humorísticos. Su persona fue transformada en la cultura popular en el títere del Negrito, símbolo del mexicano común y corriente. Éste luchaba heroicamente contra los franceses. Ahora bien ese es sólo un ejemplo de los muchos que hay de estas representaciones. La importancia de este tipo de teatro fue tal, que comenta el historiador William H. Beezley:
Conforme entretenían a sus públicos, algunos titiriteros reconocían o suponían una curiosidad del pueblo acerca de la nueva nación. Vieron una oportunidad de informar a los mexicanos sobre México. Los directores de varias compañías, por ejemplo la de la familia Rosete Aranda, querían presentar un viaje por el país guiado por los títeres. Las marionetas ofrecían tableaux vivant, o casi vivant, de las celebraciones de días festivos como el Día de la Independencia, de la Virgen de Guadalupe, la Semana Santa y otras festividades de importancia nacional, de variaciones regionales de estos festejos, y de otras actividades como las corridas de toros y los bailes populares. Asimismo los titiriteros presentaban tipos sociales regionales como la china poblana y las mujeres de Tehuantepec. El teatro de títeres incluía elementos del folclor y la geografía que era familiares para la gente a través de la observación y la tradición oral.[79]
Volvamos al discurso oficial. En el ámbito legislativo el triunfo santannista fue la instauración del centralismo el 30 de diciembre de 1836 con las “Siete Leyes” que derivaron en una constitución política que, hoy en día, la historia oficial no menciona, ni mucho menos celebra.[80]  Otorgaba ocho años al período presidencial,  les quitaba el derecho al voto a los mexicanos cuyos ingresos fueran menores a 100 pesos anuales, creó el cuarto poder conservador, que dirimía los conflictos entre los otros tres poderes a través de una junta de cinco personas honorables,  el poder legislativo se hizo bicameral, el poder judicial se hizo vitalicio para sus ministros y redistribuyó la división territorial del país.[81]
En el aspecto ideológico es interesante que Santa Anna declarara a Iturbide como el libertador del país y fomento su imagen como el sucesor de su imperio, restauró además la orden de los Guadalupes y se hizo llamar “Su Alteza Serenísima”.[82] La concepción de la independencia se quiso cargar hacia el conservadurismo y la revolución cobró un matiz distinto para la oficialidad.
            Bien dijo Lucas Alamán que la historia de México desde 1822 era la historia de las revoluciones de Santa Anna.[83] Y ese caudillo estaba apoyado por la “escuela de revoluciones” que fue el ejército, según dijo el historiador Fernando Escalante Gonzalbo.[84] La “revolución” ya mitificada tenía un caudillo que la monopolizó, que en su momento fue considerado “libertador de la Patria”, “intrépido hijo de Marte”. Fue “seductor de la Patria” y “Mesías”, según Justo Sierra.  Bueno,  él mismo se comportó como árbitro del progreso y asumió que los gobiernos ya no deberían ser revolucionarios.[85] También decidió darle a México  un himno que reflejara su historia y su carácter a tres décadas de distancia de la Independencia. Convocó a un concurso, el cual sabemos, ganó Francisco González Bocanegra. En la letra de sus estrofas, a pesar de su belicosidad, se daba a entender que el dedo de Dios daba como destino la paz entre hermanos y que la guerra sólo se daría contra algún extranjero, un canto en el cual, el mismo figuraba como héroe. Qué mejor forma de continuar y encaminar un mito –personal y otro nacional- que con un himno de carácter nacional. Y fue estrenado en la fecha apropiada: el 15 de septiembre de 1854.[86]
El mito personal fracasó, y esa estrofa en la que se alude a él se dejó de cantar,  incluso durante la misma vida de Santa Anna. La Historia Oficial posterior lo desbancó para convertirlo en  vil  oportunista vende-patrias, en el Atila que Mora había calificado en su persona. Finalmente se mitificó su vida, pero como la de un personaje obscuro y maléfico que traicionó los logros de la Independencia, a quien se le responsabilizó de la pérdida de una buena parte de nuestro territorio. El otro mito, el de la Independencia, siguió siendo narrado dentro y fuera del himno nacional. Sin embargo, héroe o no, Santa Anna estuvo asociado a la Revolución durante su vida antes de su exilio:
La revolución en turno recordaba a las del pasado y presagiaba las del porvenir: <<parece>>, apuntó la marquesa Calderón, <<una partida de ajedrez en la que los reyes, torres, caballos y alfiles hacen movimientos diversos, mientras que los peones miran sin tomar parte en el juego>>.Todo para que se le pidiese hacer <<lo que creyese conveniente por la felicidad de la nación>>.[87]
Ahora bien, los intelectuales de la época de Santa Anna hallaron vías de solución al fracaso revolucionario en un preterismo y en un futurismo. El primero criticaba la ruptura con el pasado colonial y el antihispanismo, e incluso, llegaba a criticar el deseo de novedad de un utopismo, se añoraba el pasado perdido (que finalmente es una vuelta a la utopía); el segundo criticaba la desviación y obstaculización del movimiento revolucionario, que se enfrentaba a la losa del pasado colonial y de la institucionalización de la revolución que derivaba en la conservación del orden antiguo; pero utópicamente se sentían libres de los hábitos atribuidos al pasado y desde ahí se esbozaba un futuro en el que tales costumbres se  podían extirpar.
Sin embargo, señala Villoro citando a Zea:
[…] la transformación voluntaria de las instituciones no tiene por sí misma la fuerza suficiente para cambiar la mentalidad de los hombres. “Las naciones, no por mudar de gobierno, cambian de ideas, las que se recibieron del régimen opresor subsisten por mucho tiempo”. A la emancipación política deberá suceder –como ha destacado Leopoldo Zea- la “emancipación mental.[88]
            Esa ausencia de emancipación denunciada por Zea y la falta de una solución a las tensiones históricas reales,  hicieron que siguiera la violencia. La Guerra de Castas de Yucatán, los enfrentamientos agrarios en el centro del país entre indios y hacendados por esas mismas fechas, esa guerra de colores entre indios, criollos y mestizos, según Krauze, provocaba –y no sin razón- hacia mediados del siglo XIX la imagen de un México en eterna revolución y más aún de una Independencia fallida:[89]
La <<guerra de colores>> en Yucatán o en el centro de México –tocaba la misma cuerda dolorosa y sensible en los dos criollos [Alamán y Mora]: los remitía  a la Revolución de Independencia, que había puesto frente a frente a los indios y a los criollos. Su reaparición en 1848, tras tantos años de esfuerzo inútil por construir una nación estable, colocaba a los criollos de todas las filiaciones políticas –representados por Mora y Alamán- en una situación de vida o muerte, en la alternativa de ellos o nosotros. Sintiendo el rechazo violento de los indios, era natural que aquellos criollos nacidos y criados en tiempos coloniales, se replegaran a su potestad más íntima: la española. La dureza de su juicio sobre los indios no reflejaba tanto la realidad como la propia desesperación histórica. El país se les iba de las manos. Vagamente sospechaban que nunca volvería a pertenecerles.
<<¡Mueran los gachupines!>> Aquel <<pavoroso grito de muerte y desolación>>  que Alamán había escuchado mil veces en los primeros días de su juventud, seguía resonando en sus oídos cuarenta años más tarde. Era como volver al comienzo o como nunca haber comenzado.[90]
El mito revolucionario estaba tan presente, que los levantamientos armados estaban a la orden del día. Pero también hacía que reinara la suspicacia contra sus críticos. El mismísmo Lucas Alamán tuvo que ser removido de su cargo como jefe del Ayuntamiento de la Ciudad de México debido a la acusación de ser un enemigo de la independencia a causa de su hispanismo y su cruda interpretación de dicho movimiento en el epílogo del cuarto tomo de su Historia de México, en el que denuncia  documentadamente que ese supuesto glorioso momento fue en realidad un levantamiento de la clases bajas contra la propiedad y la civilización, y sus líderes sabían que su alcance se antojaba imposible y que su devenir se volvió caótico, de tal manera que la parte respetable de la sociedad se volcó a la defensa de sus familias, bienes y se alejó del deseo de la independencia. Para rematar, señala Alamán que el triunfo de la insurrección del 1810 hubiera sido la peor calamidad que hubiera podido sufrir el país.[91]
Comenta Krauze que la reacción que generó la interpretación histórica de Alamán, fue la contraria a la desmitificación que quería realizar y, más bien, colaboró a su mitificación, al establecimiento de la Verdad Oficial de la Independencia como la cuna y gloria de la nación.[92]
Tras morir Alamán y caer Santa Anna derrocado por otra revolución, la de Ayutla (1854), dirigida por Juan Álvarez e Ignacio Comonfort, el fantasma del mito de la revolución persistió. Dicha revolución tenía por objetivo alcanzar definitivamente el proceso de independencia mediante una vuelta al origen y un cambio radical frente a los conservadores. De hecho, en la proclama de su texto decía: “[…] se establece  que quienes se opongan a este Plan serán tratados como enemigos de la Independencia”.[93]
 En ese proceso revolucionario el poder pasó de los criollos a los mestizos. Psicológicamente, muchos de ellos se sentían ilegítimos, pues por lo regular, eran hijos de una madre indígena y un padre español ausente y ajeno.  Parte del interés  de estos hombres coincidía con la búsqueda de un “padre simbólico”,  uno cultural para aquellos que no se identificaban ni con el español, ni el indio,  y entonces prefirieron verlo en Hidalgo, como se puede observar en las ideas de Ignacio Ramírez, el Nigromante.[94]
Se dio el enfrentamiento entre una generación conservadora, más cercana al criollismo  y  otra generación más joven de mestizos y un indio, Benito Juárez.  Ya Melchor Ocampo temía que los poderes derivados de la Independencia chocaran. Ese choque sucedió. Se pactó una nueva constitución que se estrenó en el día del onomástico del santo mexicano San Felipe de Jesús, el 5 de febrero de 1857 y se promovieron reformas secularizantes, todo esto durante los gobiernos de  Juan Álvarez e Ignacio Comonfort. Pero en diciembre de ese mismo año, con un llamado Plan de Tacubaya los conservadores, liderados por Felix Zuloaga recurrían a la cíclica revolución. Dimitió Comonfort, Juárez asumió la presidencia por mandato constitucional.  Se produjo la guerra entre el bando conservador y el liberal. Durante esta  época, la celebración de la Independencia se asoció entre los conservadores con la defensa de los valores y la religión establecidos en la Constitución del 24; pero entre los liberales, con un cambio de timón, con la reforma radical, con un paso de la sacralidad religiosa a la civil y el distanciamiento de pensamiento virreinal, como reflejó el  discurso de Melchor Ocampo dado el 16 de septiembre de 1858.[95]  Los conservadores nombraron un gobierno propio, alternativo al constitucional, y el general Miramón asumió la presidencia el 2 de febrero de 1859. La lucha finalmente la ganaron -hacia 1861- los liberales bajo la sombra de los Estados Unidos y de un tratado abortado “Mac-Lane-Ocampo” que hubiera cedido territorio de Baja California y otorgado el derecho de paso por el Istmo de Tehuantepec a los norteamericanos.  Tal acción  hubiera opacado terriblemente al juarismo de haberse consolidado. También hubo ataques a propiedades de la Iglesia que recordaban a los jacobinos de la Revolución Francesa y hubo venganza de los conservadores que llevaron a la ejecución de Melchor Ocampo y de Santos Degollado, siendo éste último designado como un “santo de la Revolución” en boca de Guillermo Prieto.[96] El preteritismo y el futurismo fincados desde tiempo atrás por Mora y Alamán, se habían enfrentado.
Pero apenas terminada esa guerra, la Independencia se vería seriamente amenazada por una intervención militar internacional encabezada por Inglaterra, España y Francia, debido a la suspensión por dos años que México había decidido realizar de sus deudas públicas. Las tropas   multinacionales desembarcaron en Veracruz. El General Manuel Doblado se entrevista con los representantes de dichas naciones y firma los Acuerdos de la Soledad en la ciudad de Orizaba, comprometiéndose la República Mexicana a saldar sus deudas.  Francia mandó más refuerzos. España e Inglaterra decidieron marcharse y negociar individualmente.
Una paradoja surgió en la Historia de México: el liberalismo de los extranjeros era una amenaza para nuestra nación; fíjese estimado lector que: España reformada por políticas liberales, Francia y Estados Unidos países supuestamente íconos del liberalismo y herederos de dos grandes revoluciones, sólo buscaban oprimir a otras naciones para obtener mayores riquezas. 
La invasión francesa (1862) con un ejército de treinta mil hombres era inevitable. Napoleón III da la orden al general Carlos Fernando de la Trille, conde de Lorencez de conquistar el territorio mexicano para su país. Y es que éste personaje añoraba un imperio mundial que liderara a los países europeos de ascendencia romana y sus antiguas colonias. Incluso, fue que bajo esa pretensión, los consejeros de Napoleón III acuñaron el término de “América Latina” para las antiguas colonias novohispanas y portuguesas e identificaron a México como objetivo clave de su proyecto.[97] Se pondría un emperador de corte liberal que creía que el pueblo mexicano lo demandaba, ya que los conservadores le hacían creer eso con la firma del Tratado de Miramar que le daba la Corona de México. El emperador extranjero Maximiliano de Hasburgo creía irónicamente que iba a trabajar por la majestuosidad e Independencia de la nación.[98] Tal autonomía no estaba peleada en su visión con la monarquía ni su exotismo. Trató de relacionarse con los liberales y mostrarse como mexicano, al vestir como chinaco. Visitó la Hacienda de Corralejo, donde había nacido Hidalgo y mando poner un letrero que lo indicara, como igualmente ordenó se pintaran cuadros de los héroes independentistas para el palacio, y más tarde mandó construir una estatua a Morelos en la Plaza Guardiola.  Quería mostrarse como un defensor de las libertades y de la Ilustración (ya que quería promover la enseñanza de las Letras Clásicas y la Filosofía), hasta celebró el grito de Independencia  y elogió a Hidalgo  y a los héroes independentistas en Dolores el 16 de septiembre de 1864.[99] Pero para el bando contrario, el de Juárez,   era un invasor, y  el presidente oaxaqueño celebró el aniversario de tal fecha en un rancho en Coahuila en plena guerra contra los soldados franceses. El festejo fue austero: con un discurso del presidente, la entonación del himno nacional y otros cánticos alternados con bailes. Según Iglesias México se enfrentaba a su segunda guerra de Independencia y Maximiliano hacía mal uso de ella cuando se mostraba como su panegirista, cuando en realidad era su destructor.[100]
Finalmente Francia retiró su ejército en lapso de febrero-marzo de 1867. Tal decisión fue ocasionada por una combinación de factores logísticos y políticos. Maximiliano quedó sólo, perdió la guerra, fue fusilado, junto con el general conservador Miramón. La República fue restaurada. Al llegar septiembre, los festejos no se hicieron esperar: “Con el encabezado de: ¡Viva la Independencia!, ¡Viva la República!, ¡Viva la Reforma!, ¡Viva la Constitución del 57!, se publicó en el diario El Monitor Republicano, el programa que la junta Patriótica había elaborado para festejar las fiestas de la Independencia y en el que se pedía a los ciudadanos unirse, a fin de solemnizar el natalicio del México independiente”.[101]
Las fiestas comenzaron desde las 7 de la noche del día 15 en el Salón de Cabildos del Ayuntamiento. La Junta Patriótica desfiló rumbo a la Alameda  con los estandartes de Hidalgo, Morelos y Guerrero, acompañada de soldados veteranos e inválidos de las guerras de Independencia, Reforma y restauración de la República. Varios festejos se hicieron también en diversos teatros y en el Zócalo capitalino. En todos ellos se dio lectura al Acta de Independencia del Congreso de Chilpancingo.[102]
 El mito independentista en su segunda versión fue encarnado por Juárez, era su apóstol, era un tlatoani del viejo centralismo prehispánico y virreinal. A la vez, era un místico del poder que no encontraba en quién confiar para delegar el mando.[103]   Prolongó su período presidencial de manera extraordinaria durante la intervención francesa, y que ganó las elecciones  en 1867 y 1871, hecho que motivó a Porfirio Díaz, antaño general juarista y futuro dictador, a levantarse en armas con el lema “sufragio efectivo, no relección”. Posteriormente en 1890, la ley le permitió a Díaz la reelección ilimitada. Pero no nos adelantemos. Juárez en todo ese tiempo no logró pacificar el país, pues éste era azotado por acciones bélicas de nuevos revolucionarios, de los indios yaquis y mayos y por la presencia de bandoleros en muchas regiones de México. Finalmente en 1872 murió, Díaz obtuvo una amnistía de parte del presidente sucesor Lerdo de Tejada. Más tarde, en 1876, encabezó la revolución de Tuxtepec, y llegó a la presidencia. Al siguiente período fue sucedido por su compadre Manuel González, posteriormente regresó al poder, el cual no  abandonaría, sino hasta 1910, año en que estallara otro nuevo conflicto social de mayor envergadura: la Revolución Mexicana.
Pero, al menos, con el triunfo juarista sobre los franceses el nacionalismo creció,  Muchos eventos habían alimentado ese sentimiento: la posibilidad de la desintegración nacional, la pérdida territorial anterior con Santa Anna, la pasión desatada por la Guerra de Reforma y hasta la aparente superación de un partido que apostara por el preteritismo. Ahora todo era futurismo. Al menos, lo era para los dirigentes.
Hagamos una pausa para hacer una reflexión. Nuestra visión clásica de la independencia como un movimiento exclusivamente circunscrito al período de 1810 a 1821 más que responder a una comprensión histórica cabal, responde a una interpretación simplista y mitificante. Respecto a nuestra visión de la independencia y ese halo mítico que tiene, dice  Romeo Flores Caballero:
La generación de mexicanos que consumó la independencia en 1867 era diferente a la de 1810. Como diferentes fueron las generaciones que por más de medio siglo lucharon por la transformación del país. Las ideas, sin embargo, no cambiaron a pesar de las diferencias generacionales. Para, algunos, la historia convencional marca el año de 1810 como el inicio de la guerra de independencia y reconoce a Miguel Hidalgo y a Morelos como sus héroes indiscutibles por romper con el pasado colonial. Para otros, la consumación de la independencia en 1821, convierte a Agustín de Iturbide en el héroe de la independencia. Los primeros se transformaron en el símbolo de las ideas liberales que inspiraron la lucha que culminó en 1867 con el triunfo de la república encabezado por Benito Juárez.
El segundo encabezó las ideas e intereses de grupos poderosos convertidos en conservadores por la defensa de las estructuras del sistema colonial. Este grupo mantuvo a ultranza la defensa del statu quo, los fueros cedidos por la corona española a la Iglesia y al ejército, y la conservación de los privilegios de la oligarquía, opuestos a los principios liberales heredados de la Ilustración, las reformas borbónicas, la independencia de los Estados Unidos, la Revolución francesa y la Revolución  industrial. Mantuvo, al principio, la estructura administrativa colonial, defendió a los españoles y obtuvo el reconocimiento de la independencia de México por España. Después se inclinó por la república central, como heredera de estructuras monárquicas o dictatoriales, ejemplificadas en las Siete Leyes y el Supremo Poder Conservador. Se arriesgó también por la dictadura y jugó su última carta con el Imperio encabezado por Maximiliano.
La independencia de México no debe reducirse a la fase armada (1810-1821), fue un largo proceso que se inició cuando Carlos III emitió las reformas borbónicas que ejecutaron la reforma administrativa que creó el sistema de intendencias y la expulsión de los jesuitas. Terminó en 1867 cuando Benito Juárez, al encabezar las Leyes de Reforma, regresó para presidir la república. En estos cien años el país experimentaría serias transformaciones; fue el puente entre el México colonial y el moderno, el tránsito del antiguo orden al moderno.[104]



[1] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 13.
[2] Cecilia Pacheco, 101 preguntas sobre la independencia de México, Grijalbo, México, 2009, p. 19.
[3] Hannah Arendt, Sobre la revolución, trad. Pedro Bravo, Alianza,  2006,  p. 296 y ss.
[4] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 19-20. 
[5] Tal medida debía su origen al debilitamiento económico de España debido a las guerras que frecuentes que había tenido contra Francia e Inglaterra y el tributo pagado a Francia desde 1803 de seis millones de libras al mes. La reforma fiscal de 1804 tenía que ver con la última guerra en cuestión (contra Inglaterra), pero la relación fiscal entre la Nueva España y la Metrópoli venía ya cambiando, desde la segunda mitad del siglo XVIII. En fin, con los franceses se había enfrentado en 1779-1783 y de nuevo en 1793-1795; contra Inglaterra se había enfrentado en 1796-1802 y 1804-1808. Se emitieron vales reales para generar préstamos forzosos. Se creó la Caja de Amortización de Vales Reales y se enajenaron bienes de instituciones de salud, beneficencia, escolares, todos ellos propiedad del clero. Esto se realizó mediante la Real Cédula de Consolidación, emitida el 26 de diciembre de 1804. Esa enajenación puso en jaque a la Nueva España, ya que era la Iglesia quien fungía como institución bancaria en aquella región, y que cobraba un interés del 5 o 6% sobre sus préstamos cuyo pago llegaba a durar entre cinco y nueve años, teniendo como aval alguna propiedad, que ocasionalmente embargaba. La Real Cédula no pretendía extensiones en los períodos de pagos, sino embargos y subastas. El problema es que de las 200 mil  inversiones en agricultura, minería y comercio, las que manejaban capital propio eran menos de 100, y de éstas unas diez mil eran dueñas sólo una tercera parte del capital que manejaban. Eso ponía en riesgo alrededor de 10 mil a 30 mil familias, cuyas propiedades en venta hubieran alcanzado el monto de 50 a 60 millones de pesos, frente a un escaso capital circulante de 14 a 16 millones de pesos. El mandato de la real cédula debería ejercerse el 6 de septiembre 1805 y estuvo en vigor hasta el 4 de enero de 1809. La Junta que la ejecutaba pertenecía a la alta clase española: Diego Maldolell, enviado de España con ese propósito, el virrey José de Iturrigaray, el arzobispo Francisco Javier Lizana, entre otros. El Virrey, fue depuesto por las inconformidades, pero la suma que se recaudó durante ese período fue de 10 millones de pesos, lo que representó una cuarta parte de los ingresos de la Iglesia. Total que Iturrigaray, tras la abdicación de Carlos IV por Fernando VII, fue depuesto por una insurrección encabezada por comerciantes y el grupo de oidores. Pero la abdicación de Fernando VII complicó más las cosas. En España se discutía la posibilidad del establecimiento de una junta general o bien de juntas regionales. En ese tenor se estaba organizando por Iturrigaray, una asamblea para discutir la posibilidad de una junta gubernativa en la Nueva España.  Así que también los criollos integrantes de dicho proyecto fueron apresados por intentar realizar un rebelión de independencia Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p.  51 y ss.
[6] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 75.
[7] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 13.
[8] Ibid., p. 28.
[9] Raúl Cardiel Reyes, Los Filósofos Modernos en la Independencia Latinoamericana, UNAM, México, 1964, p.   25 y ss.
[10] Ibid., p. 29.
[11] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª ed., México, 1988, p.  23.
[12]  Raúl Cardiel Reyes, Los Filósofos Modernos en la Independencia Latinoamericana, UNAM, México, 1964, p. 16-17.
[13] Ibid., p. 22.
[14] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª ed., México, 1988, p. 23.
[15] Es prácticamente hasta 1814 cuando el Rey Fernando VII es restituido en la Guerra de Independencia Española contra el Imperio Francés.  Supuestamente quién estaba a cargo de España era José Bonaparte, autoridad impuesta. Sin embargo,  durante la ocupación napoleónica, gobernó, en rebeldía, la Junta de Sevilla hasta 1810, luego le siguió el Consejo de Regencia de España e Indias, y por último las Cortes de Cadiz y su Constitución, las cuales, estuvieron vigentes hasta el regreso de Fernando VII.
[17] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 50 y ss.
[18] Pedro Garibay, sustituyó en el virreinato a Iturrigaray. Suspendió la ejecución de la Real Cédula, pero España le demandaba dinero. Fue sustituido por el obispo Lizana en el Virreinato. Él se dio cuenta de que también conspiraban contra él y captura a algunos de sus miembros. Los oidores pidieron su destitución a la Regencia de Cadiz. Su petición fue cumplida. La Audiencia gobernó durante ese vacío el virreinato hasta que llegó Francisco Javier Venegas a sustituirlo el 25 de agosto de 1810 y que se instaló en la Ciudad de México dos días antes de que estallara la guerra de Independencia. Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 75 y ss.
[19] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 58 y ss.
[20] Ibid., p. 63.
[21] En la ciudad de Querétaro se hacía unas supuestas reuniones literarias en la casa del presbítero José María Sánchez y del abogado Parra. A dichas reuniones asistían el corregidor Miguel de Domínguez y su esposa, doña Josefa Ortiz. El rumor de tales conspiraciones llegó a oídos del alcalde de Querétaro, Juan Ochoa quien no tomó ninguna medida ante tal situación. Sin embargo, el cura queretano Gil de León, hace la denuncia  ante su persona y no le queda más que proceder. Al ser informado el corregidor, tiene que decidir entre arrestar a los conspiradores o ser considerado un traidor. Su esposa Josefa Ortiz, entonces le avisa a allende a través del señor Ignacio Perez. También en Guanajuato fue denunciada la conspiración y el intendente Juan Riaño ordena arrestar a Allende y Aldama y vigilar al cura Hidalgo. Sin embargo, tal orden fue dictada tarde, apenas llegados a Dolores Aldama e Ignacio Pérez, el cura Hidalgo tomó la repentina decisión de anticipar el movimiento independentista. Dado a que el texto no pretende ser una crónica de la guerra de independencia, sintetizaré el relato de Fernando Serrano Migallón de cómo devino dicho acontecimiento para que el lector tenga mayor claridad de este asunto. Apenas dado el grito, el levantamiento fue a San Miguel, a Celaya y Guanajuato. En este último sitio, hubo un fuerte enfrentamiento entre el ejército realista del intendente Riaño y los insurgentes. La alhóndiga de Granaditas, fue el bastión  español, y fue el Pípila, un joven minero de nombre Mariano, quien quemó la puerta de dicho edificio para derrotar así a sus enemigos. Ya para entonces –desde el 22 de septiembre- había sido nombrado general del Ejército Insurgente y Allende fue nombrado el segundo en mando (su teniente general). Luego de la toma de Granaditas, se traslada a Valladolid y ahí obtiene gran dinero de las arcas eclesiásticas. Luego, se moviliza hacia Toluca. En ese trayecto, en Indaparapeo se entrevista con José María Morelos y Pavón, su antiguo discípulo del Colegio de San Nicolás. Morelos es nombrado su lugarteniente y en el Sur organizó un ejército. Tras la toma de Toluca por parte de Hidalgo, se da la batalla del Monte de las Cruces, donde el general realista Trujillo es  derrotado.  Luego, se dirige hacia Querétaro  y en Aculco se enfrenta contra Calleja, quien derrota a los insurgentes. Ahí deciden separarse Hidalgo y Allende. El primero se va a Guadalajara, el segundo a Guanajuato En Guadalajara, Ignacio López< Rayón es  nombrado ministro y secretario de Hidalgo. La lucha siguió en buena parte del país, pero en 1811, de nuevo Guadalajara protagoniza actividad. Ahí son derrotados los insurgentes por Calleja, y son derrotados en más batallas hacia el Norte del país. Hidalgo es obligado a dimitir como general En marzo los caudillos independentista acuerdan entrar a los E.U.A. a comprar armas y dejar a alguien en la retaguardia en México. Ignacio López Rayón u José María Liceaga quedan al mando. Pero los líderes son traicionados por Ignacio Elizondo y capturados el 21 de marzo de 1811. Son trasladados a Chihuahua en abril y procesados. El 26 de junio son ejecutados, a excepción de Hidalgo, quien lo fue el 30  de junio. Sin embargo, el movimiento sobrevivía con su caudillo en el sur y con la retaguardia del Norte de López Rayón. Se crea una junta suprema en agosto de 1811 de la que López Rayón es el presidente, y José María Liceaga y José Sixto Berduzco, vocales. Ante los embates exitosos de Calleja, Morelos en febrero de 1812 se acuartela en Cautla. Ahí se da el famoso sitio de Cuautla que duró 72 días, siendo roto con muchas bajas insurgentes el 1 de marzo de 1812. Entonces fue nombrado Morelos cuarto miembro de la Junta Militar. En ese momento se da el giro de la insurrección, para que el movimiento no sea a favor de Fernando VII, sino de la Independencia. Se gesta un proyecto de constitución. Hacia agosto de 1812, se propone la gesta de un gobierno que sustituya a la junta militar. Se establece el Congreso de Chilpancingo. Pero el congreso es perseguido. Se traslada a Valladolid.  Pese a las persecusiones y derrotas surge la Constitución de Apatzingan. Morelos tratando de salvar al Congreso es capturado, procesado y ejecutado en 1815 en Ecapetec.  En 1816, Calleja es nombrado virrey. Seguían en armas Vicente Guerrero y Nicolás Bravo. La llegada a México de Francisco Javier Mina, para incorporarse a la lucha armada, renovó la esperanza de los insurgentes. Desembarcó en Tamaulipas, proveniente de Inglaterra. Tristemente, aunque Mina logró muchas victorias, su actividad militar duró menos de un año, y en 1817, el 11 de noviembre fue fusilado.  Desde entonces, la guerra independentista, se mantuvo como una guerra de guerrillas hasta prácticamente su consumación en 1821. (Cfr. Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª  ed.,  México, 1988, p.28 y ss).
[22] Ibid., p.82 y ss. No hay ningún anticlericalismo, más bien una crítica a los excesos de la Iglesia en la Nueva España respecto al trato hacia el indio, respecto a su autoritarismo su asociación al despotismo  y  al papismo exagerado. Tal crítica fue hecha por Fray Servando Teresa de Mier.
[23] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 91.
[24] William H. Beezley,  La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX,  trad. Rafael Becerra, edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán,  México, 2008, p. 45.
[25] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 96 y ss.
[26] Ibid., p. 104-105.
[27] Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros, Edit. Siglo XXI, trad., del francés de Martí Mur Ubasart, México, 1991, p. 121-131.
[28] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p.139.
[29] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 141.
[30] Ibid., p. 147. Esta persistencia de la inversión de la leyenda negra, se puede observar hasta el final de la Independencia. Tan es así  que había un texto, un folleto, titulado Tanto le pican al buey hasta que embiste (ca. 1821), en el que se propone revertir la opinión negativa en contra de los españoles respecto a que son personas indignas, puramente egoístas, fuente de todos los males, que no cumplían y distorsionaban la ley. Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 128-129.
[31] Otros criollos se opusieron al movimiento. Lo consideraban caótico y como una amenaza a su condición, temiendo que se convirtiera en una guerra de castas. Calificaban su lucha como incivil e inhumana. Por eso es bueno precisar que es en el caso de los criollos insurrectos. Cfr.  Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 92.
[33]  Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 157 y 166.
[34] Ibid., p. 169-170 y ss
[35] Ibid., p. 172.
[36] Ibid., p. 174.
[37] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 92.
[38] William H. Beezley, La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX, Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán, México, 2008, p. 30.
[39] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 191.
[40] Ibid., p. 192
[41] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 95.
[42] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p.  191-192.
[43] Ibid., p. 193 y ss.                                                                                                                       
[44] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 120.
[45] Ibid., p. 120 y 121.
[46] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 108.
[47] William H. Beezley,  La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX,  trad. Rafael Becerra, edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán,  México, 2008, p. 75.
[49] Ibid., p. 125.
[50] Ibidem, y p. 145.
[51] Ya los escudos y las banderas habían sido símbolos importantes de identidad durante la gesta independentista. Recordemos el estandarte de la Virgen de Guadalupe de Hidalgo,  así como la bandera del Regimiento de Infantería de San Fernando del Padre Morelos, o la bandera del doliente Hidalgo que usó José María Cos son ejemplos de esta tendencia. (Alfredo Hernández Murillo, Historia del Escudo y la Bandera Nacional, CONACULTA/INAH, México, 2003).
[52] Esta versión de la serpiente la sostiene Serrano en su libro el grito de Independencia. Sin embargo, Romeo Flores Caballero, en la página130 de su libro Revolución y Contrarrevolución en la Independencia de México pone una imagen anónima del primer escudo nacional y carece de la serpiente, pero coincide con Serrano en el resto de la descripción.
[53] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª  ed.,  México, 1988, p.56 y ss.
[54] Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 142.
[57] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 206.
[58] La Constitución de 1824 postulaba la existencia de un Estado republicano, representativo, popular y federal, organizado en 3 poderes de gobierno (legislativo, ejecutivo y judicial), respaldado por una sola religión (la católica romana) e integrado en ese entonces por 19 entidades federativas y cinco territorios (Alta California, Baja California, Colima, Santa fe de Nuevo México y Tlaxcala).
[59] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª  ed.,  México, 1988, p. 65.
[60] William H. Beezley,  La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX,  trad. Rafael Becerra, edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán,  México, 2008, p. 76 y ss.
[61] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 159.
[62] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p.174.
[63] Ibid., p. 188 y ss.
[64] Ibid., p.  191.
[65] Ibid., p. 197.
[66] William H. Beezley,  La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX,  trad. Rafael Becerra, edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán,  México, 2008, p. 37-38.
[67] Ibid., p. 39.
[68] Ibid., p. 40-41.
[69] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 151.
[70] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 147.
[71] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 207.
[72] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 180. En esta nota hay un error, ya que dos veces en un mismo párrafo se dan cifras distintas de los secretarios de Guerra, en realidad, una de esas cifras corresponde al secretario de Hacienda.
[73] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 146-154.
[74] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p. 234.
[75] Ibid., p. 227.
[76] Ibid., p. 232.
[77] Ibid., p. 227.
[78] Una de esas revueltas fue una “revolución” según Krauze, contra Vicente Guerrero, quien fue derrocado y suplido por Anastasio Bustamente. Santa Anna, se alió con la gente que se sublevó contra Bustamente y logró su dimisión, para luego contender en las elecciones presidenciales y ganarlas abrumadoramente, para inmediatamente cederle el poder a Valentín Gómez Farías, para luego removerlo apenas la gente lo culpó de una peste debido a su impiedad y sus reformas políticas. También llegó a disolver el Congreso y derrotar al insurrecto Francisco García. Más tarde enfrentó la separación de Texas y Yucatán (1836 y 8140) y más tarde la guerra de Castas (1847) en esa misma península entre los indios y los criollos y mestizos.
[79] William H. Beezley,  La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX,  trad. Rafael Becerra, edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán,  México, 2008, p. 21-30.
[80] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 223.
[81] Ibid., p. 222-223.
[82] Ibid., p. 230.
[83] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 128.
[84] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 216.
[85]  Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p.137.
[86] Ibid., p. 186-187.
[87] Ibid., p. 140.
[88] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002,  p.  248.
[89] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 142.
[90] Ibid., p. 174-175.
[91] Ibid., p. 182.
[92] Ibidem.
[93] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una pasión nacional. Edit. Miguel Ángel Porrúa,  2ª  ed., México, 1988,  p.  97.
[94]   Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 191-192.
[95] Ibid., p. 223 y ss.
[96] Ibid., p. 245.
[97] William H. Beezley,  La identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX,  trad. Rafael Becerra, edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán,  México, 2008, p. 17.
[98] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 256.
[99] Ibid., p. 259.
[100] Ibid., p. 261, 263-264.
[101] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª  ed.,  México, 1988, p. 113.
[102] Ibid., p.  113-114.
[103] Esta es por supuesto, la interpretación de Krauze, y en general de los admiradores de Juárez. También está la interpretación de sus detractores que lo ven como un gran ambicioso.
[104] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p.237.

Comentarios

  1. Aunque la Guerra de Independencia va de 1810 a 1821, su dimensión es mayor. Romeo Flores Caballero sugiere que el proceso de la Independencia empezó desde 1767 con las Reformas Borbónicas ideandando.es/que-fue-la-caida-de-constantinopla/

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  2. En la ciudad de Querétaro se hacía unas supuestas reuniones literarias en la casa del presbítero José María Sánchez y del abogado Parra. A dichas reuniones asistían el corregidor Miguel de Domínguez y su esposa, doña Josefa Ortiz ideandando.es/que-es-el-surrealismo/

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