La revolución de Independencia de México: su origen y desarrollo mítico
Aunque
la Guerra de Independencia va de 1810 a 1821, su dimensión es mayor. Romeo
Flores Caballero sugiere que el proceso de la Independencia empezó desde 1767
con las Reformas Borbónicas y terminó con el triunfo juarista sobre
Maximiliano. [1] Su extensión, de acuerdo con ese historiador, es
mayor a la considerada oficialmente, ya que considera que el mentado proceso
rebasa la mera lucha armada que se dio en 11 años.
Le
haré caso y seguiré su devenir hasta el juarismo, e incluso extenderé el relato
hasta el Porfiriato para cerrar el proceso de mitificación de la independencia
con la celebración del Centenario que le tocó al dictador oaxaqueño.
Ahora
bien, sean cuales sean los límites del movimiento de independentista, éste está
rodeado de un halo de misticismo que sugiere la presencia del pensamiento
mítico en sus entrañas.
La
mitificación del origen se puede observar en algunos detalles de la propia
lectura de la Historia. Por ejemplo, Cecilia Pacheco sentencia: “Se dice que la
forma en la que un país adquiere su independencia determina su historia”.[2]
Eso equivale al postulado psicoanalítico que asume que la infancia es destino. Eso constituiría una ironía, ya que
la Independencia Mexicana fue realizada
no por sus iniciadores, sino por el propio ejército realista en condiciones muy
conservadoras. Pareciera que sutilmente nos sugiere Pacheco un destino de estatismo
y dependencia del país. Pero, ¿será acaso tan contundente esto? ¿Hay alguna ley
histórica que respalde dicha afirmación? La respuesta es no. Sin embargo, mucha
gente estaría de acuerdo con ella. Y claro que nuestra independencia es
cuestionable, pero se puede atribuir su fracaso a un destino inicial. ¿No
responde tal catastrofismo a la mitificación de un discurso?
Ahora
bien, si México no estaba en condiciones de independizarse, ¿por qué se independizó?
Pacheco sugiere que fue por la influencia de las revoluciones americana y
francesa. Arendt coincide, de modo
general, con ella al decir que la revolución americana inspiró a la francesa,
pero la francesa inspiró al resto del mundo.[3] En
esa línea pero con mayor precisión –ya que considera el factor interno- dice Luis Villoro:
Lo
que llamamos “Revolución de Independencia no es sino la resultante de un
complejo de movimientos que divergen
considerablemente entre sí y tienen su asiento en distintas capas de la
sociedad. Por ello resultarán necesariamente parciales los intentos de
interpretación unívoca. Suelen éstos oscilar entre dos polos opuestos: desde el
uno se ve la revolución como una reacción tradicionalista contra las
innovaciones liberales de la península y en defensa de los valores hispánicos y
religiosos amenazados; desde el otro se presenta la perspectiva exactamente inversa:
la revolución aparece como una de las manifestaciones de la conmoción universal
provocada por la “Ilustración” y la revolución democrático-burguesa de Francia.
Lo significativo es que ambos puntos de vista pueden aportar en su apoyo muchos
testimonios válidos. La Revolución de Independencia comprende, efectivamente,
esos dos aspectos antagónicos y por eso mismo no puede reducirse
arbitrariamente a uno solo.[4]
En consecuencia, se puede señalar que la Revolución
de Independencia tuvo tanto causas internas, como causas externas, cuya
combinación es tan estrecha, que en la práctica no se pueden separar con
precisión ni claridad unas de otras, pero que sirven como una estrategia para la
mejor comprensión y organización mejor del tema. Comencemos con las internas,
luego se expondrán las externas.
La situación en la que se encontraba la Nueva España
de la segunda mitad del siglo XVIII era la de mayor desarrollo en la época
colonial. Era una época de prosperidad y optimismo. En el ámbito cultural se
inventó en esta región el arte churrigueresco,
se empezó a valorar la pintura autóctona y en la literatura se hablaba
de una Ilustración Mexicana. Quizá
esto lo señale Villoro para indicar una señal de una especie de autonomía ya en
los asuntos de la Nueva España.
Así pues, la prosperidad económica resultaba
impresionante, pues aumentaron las rentas que generaba la economía novohispana
en un 633%, que se elevó de 3 a 21
millones de pesos en un lapso que osciló
entre 1712 y 1808; destacó una economía
de exportación monopolizada por los españoles europeos y algunos criollos,
donde la producción minera de oro y plata era el principal agente. El mercado
interno, de menor éxito que el exportador, se regía por una agricultura y
ganadería de autoconsumo en la mayoría del país, pero monopolizada por unas
5000 haciendas de latifundistas citadinos que delegaban su administración a
terceros y que, en caso de crisis agraria, recurrían a la Iglesia como institución
crediticia. Por último, a esa debilidad interna de la economía, se sumaron las
pujantes, pero administrativamente frenadas, industrias textil y vinícola.
Sin embargo, el excesivo cobro de impuestos a partir
de una reforma creada en 1786, que generó
10 millones de pesos anuales, junto con una crisis económica detonada el
26 de diciembre de 1804 por el decreto
de la Corona de embargar y vender las propiedades hipotecadas de la finca y la
enajenación de los capitales de las capellanías y obras pías, llevaron al país
al virreinato a una grave situación.[5]
Eso agravó el desempleo entre los criollos de clase
media, afectó la situación del bajo y
medio clero, empeoró todavía más la difícil situación de los indígenas
desplazados y subyugados por las haciendas, y también afectó al grupo de las castas, el
cual –a la par de los indígenas- aportaban la mayor cantidad de personal en las
industrias y el ejército, pero que era estigmatizados por su origen. En el caso
particular de Miguel Hidalgo, la crisis
financiera llevó a su hermano menor a la locura y la muerte.
La
pura Nueva España representaba tres cuartas partes de los ingresos de las
colonias de la metrópoli. Tal estatus era una condición para la aspiración
independentista: por la riqueza poseída y el empobrecimiento generado. Opina
Romeo Flores Caballero que: “El gobierno español, hasta entonces considerado
como factor unificador, se convertía en el factor discordante cuya política e
incapacidad económica provocaba la división entre sus vasallos en la Nueva España.
En conjunto se transformó en factor determinante para luchar por la
independencia”.[6]
Esto
es lo relativo a las condiciones “internas” del movimiento independentista.
Ahora, se analizará el factor “externo”.
Paradójicamente,
Francia determinó el curso de nuestra revolución de independencia por dos vías:
la fáctica y la ideológica. La primera correspondió a su imperialismo, la
segunda a sus pensadores. Aunque el mito aquí no aparece directamente, figura
en el devenir de dicho movimiento a partir del impacto emotivo que tuvo la
invasión de Francia a España, en los símbolos y relatos que generó; y en la
reiteración de ideas autonómicas e ilustradas asociadas a dicho evento.
España
desde la Conquista había sido gobernada por una casa familiar de ascendencia
austriaca y muy conservadora respecto a las ideas monárquicas: los Hasburgo
(Carlos I, los Felipes II, III y IV y Carlos II). A la muerte de Carlos II,
quien falleció sin haber dejado un hijo heredero, la sucesión –por designio del
acaecido rey- le correspondió a Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Eso
instauró una nueva tradición familiar en el gobierno español, ahora en torno a
los Borbones a partir de 1700. Podríamos especular que ese cambio de casa real,
de una austriaca a una francesa, permitió la infiltración de algunas ideas
revolucionarias provenientes de Francia. En parte fue así, la Reforma Borbónica
implicó la sumisión de la Iglesia frente al Estado (1767) y la mayor eficacia
de la recaudación y administración con la fundación de intendencias (1786)
denotó la aplicación de ideas ilustradas.[7]
Tales ideas fueron promovidas por Pedro Rodríguez Campomanes (que favoreció la
expulsión de los jesuitas), y por gente
como José del Campillo y Cossío y el grupo aragonés de Pedro Pablo Abarca de
Bolea y Ximénez de Urrea, Manuel Godoy y José de Gálvez, quienes estaban influenciados por los
enciclopedistas y creían en la organización centralizada del gobierno y de la
recaudación fiscal.[8]
Como señaló Villoro, en las Cortes
imitaban a la Asamblea Nacional Francesa en su terminología, argumentos,
clichés, autores.
Pero las ideas modernas también llegaron a América
a través de los propios jesuitas. En el caso de España, Vicente Tosca, el
benedictino Jerónimo Feijoo, Lossada recopilaron y transmitieron las ideas
modernas, no sólo a la Península, sino también a las Colonias, comunicándolas a
grupos intelectuales, que en su mayoría eran religiosos. Destacaban entre los
jesuitas americanos Francisco Javier Alegre, Andrés Cavo y Francisco Javier Clavijero. Sin embargo, en México la oficialidad fue suspicaz
y censuradora frente a la propagación de tales ideas. Así pues, en Zacatecas
fue denunciada una copia de la Investigación
de la Verdad de Malebranche (1727), como también fue prohibida Fe y Razón de Pedro Poiret -quien
exponía y criticaba a Locke- en 1730.[9]Por
eso es que Benito Díaz de Gamarra en sus libros Elementos de Filosofía Moderna (1774) y Errores del Entendimiento Humano (1781) advirtió con preocupación que
“entre los materialistas modernos se cuenta Juan Jacobo Rousseau, Voltaire y
otros filósofos franceses con sus perniciosísimos libros en que corrompen la
religión y las costumbres, de cuya lectura debéis abstenernos siempre como
conviene a un filósofo cristiano”.[10]
Sin embargo, eso no lo opinaban los jesuitas. Comenta el historiador Fernando
Serrano Migallón: “Rasgo fundamental de la enseñanza de los jesuitas era la
intensa formación en la lectura de filósofos y científicos, tanto los clásicos
como los de la época, tomando de unos y otros métodos para la reflexión,
investigación y enseñanza”. [11]
Pero
además, la lectura de filósofos, científicos y sus métodos, tuvo una
repercusión en la concepción de la política:
[…]
ese mismo racionalismo que creía en la razón como algo idéntico en todos los
hombres, llevó a muchos pensadores, buscando verdades universales en los
derechos humanos, a revisar los fundamentos del régimen político imperante, ya fuera
la monarquía católica, auspiciada y dirigida por los altos designios de la
divinidad, ya la monarquía independiente y autónoma que sostenía ser de derecho
divino. De este modo, la Modernidad formó un concepto propio de la política y
desarrollo dos teorías al principio compatibles, pero finalmente opuestas: el
despotismo ilustrado y el liberalismo de los reyes que limitaba el poder en
función de las leyes naturales, y que planteó la lucha entre los partidarios
del poder absoluto y los partidarios del poder limitado, entre la libertad y la
autoridad.[12]
Locke,
Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Diderot, Adam Smith, la declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la
Constitución Política Francesa de 1793 se convirtieron en los grandes íconos de
ese nuevo pensamiento político. Según Raúl Cardiel tenían la meta de construir
el paraíso en la Tierra.[13]
Algo utópico encerraban sus propuestas, algo de mítico tendrían también, al ser
repetidas una y otra vez.
En
fin, fueron los propios Borbones, a través del rey Carlos III, quienes expulsaron a dichos pensadores
mediante un decreto expedido el 1 de abril de 1767. Sin embargo, eso no evitó la influencia que
ejercieron, incluso en la Nueva España censuradora:
Expulsados
los jesuitas, sus alumnos y algunos sacerdotes encabezan la generación criolla
de humanistas, atentos a la ciencia experimental y al periodismo científico.
Destacan Benito Díaz de Gamarra, autor del célebre libro Errores del entendimiento humano, el enciclopedista José Antonio
Alzate, los astrónomos Antonio León y Gama y Joaquín Velázquez de Cárdenas, y
el físico José Mariano Mociño.[14]
Posteriormente,
el Imperio Francés en 1808, el cual recibía tributo de España desde 1803, dejó
a la Nueva España sin Rey.[15] Tras hacer declinar a Carlos IV por Fernando
VII, éste último fue hecho preso y designó a José I, hermano de Napoleón, como
nuevo gobernante España, siendo promulgada la Constitución de Bayona, la cual
era una carta promulgada unilateralmente por la monarquía de Francia el 8 de
julio de 1808 y que regulaba la vida política del Imperio Español bajo la
tutela francesa.[16]
Los españoles no la tomaron en serio y la Junta de Sevilla tomó el lugar del
emperador para regir a los territorios conquistados. La Junta defendía la idea de su soberanía y lo
hacía en rebeldía contra el Imperio Francés.
En
América, tal suceso puso en estado de crisis al pacto social entre una nación y
el rey que no podía ejercer el gobierno, generó la esperanza entre los criollos
de asumir el control de las decisiones políticas y reveló que la lealtad de
América no era hacia España sino hacia el Rey de Castilla basado en un pacto
que se remontaba a 1550 entre los conquistadores y Carlos V durante la Junta de
Valladolid, la cual, dotó a la Nueva España de los derechos de un reino
independiente, y que según Fray Servando Teresa de Mier, dio pie a la
Constitución Americana.
El
virrey Iturrigaray propuso crear una junta que representara al poder soberano
en ausencia del rey. Surgieron dos propuestas de gobierno:1) la del oidor Villaurrrutia y la del Arzobispo
Lizana, quienes sugirieron una junta dirigida por ministros de justicia,
hacendados, clérigos, nobles, militares, propietarios de minas, etc; 2) la
propuesta del Lic. Primo de Verdad, que sugería que el control lo llevara el
Ayuntamiento de México (instancia que representaba a los cabildos y al pueblo
entendido como hombres letrados y honrados). [17] Sin embargo, apoyados por la Inquisición, el Arzobispado, el Real Acuerdo y la Regencia
Española, un grupo de peninsulares dio un golpe de Estado y el virrey fue
arrestado y el partido americano reprimido.[18]
Tales
ideas supuestamente independentistas, dice Luis Villoro, están alejadas de las teorías de las
revoluciones norteamericana y francesa,
ya que su pacto social no era el Rousseau, sino el de Santo Tomás de
Aquino. Sin embargo, también matiza este
filósofo mexicano que era sabido que dicho autor francés, junto con
Montesquieu, Voltaire y la Enciclopedia, circulaban en ampliamente entre grupos
intelectuales anteriores a 1808, de tal manera que tales franceses fueron
asimilados selectivamente para que coincidieran en forma con el iusnaturalismo
aceptado por la Iglesia.[19]
Pero
también ya había otro germen independentista: los criollos cuestionaban la
autoridad de quienes depusieron al virrey e igualmente ya circulaba entre la
gente la idea de imitar la revolución norteamericana, hacer una proclamación de
independencia e instaurar un gobierno republicano ante la ausencia del trono.[20]
Se
gestó entonces la conspiración de Querétaro, que fue descubierta, y su
alzamiento anticipado.[21]
En ese momento inició lo que a los ojos de los mexicanos es el movimiento de
Independencia. Rápidamente juntó de 80 mil a 100 mil campesinos. Su origen
apelaba a la emotividad de los indios, ya que clamaba: 1) la traición de los
europeos bajo el falso rumor que querían entregar la corona a los franceses; 2)
señalaba la protección divina de una virgen que simbolizaba lo mismo a
Tonantzin, que la nueva Eva, ante un enemigo encarnador del mal, que era el
gachupín, tildado de “hereje” y “judío”. Irónicamente, para los conservadores, el cura
Hidalgo era también una encarnación satánica, una especie de Mahoma; pero para
los insurrectos era un profeta inspirado que defendía la religión en una guerra
santa, cuyos caídos eran mártires, como sugirió Allende.[22] Los
levantados gritaban: “Viva la virgen de Guadalupe y mueran los gachupines”.[23] Otros
caudillos insurrectos se sumaron a la devoción guadalupana: Morelos y Felix
Fernández, quien se cambia el nombre a “Guadalupe Victoria” para simbolizar un
profético futuro.
La
profecía había acompañado a la Independencia. Circuló el rumor entre las
personas y los almanaques de que la guerra de separación de la Nueva España
había sido profetizada por la Madre Matiana, una doméstica que trabajaba en
diversos conventos jerónimos y que se decía hablaba con la Virgen, la cual, la
había llevado al mismísimo infierno para visitarlo y conocer la causa de la ira
divina.[24]
Sus profecías resultaron tan famosas que hasta se publicaban en un folleto que
circuló varios años después de la independencia.
Se vivía un espíritu “milenarista”, en tanto
que se esperaba un cambio total en la sociedad y una era de perfección sin
esclavitud, con empleos, sin opulencia desmedida, anhelos que se plasmaron
positivamente por primera vez, desde iniciado el movimiento, en los Sentimientos de la Nación.[25]
El
velo de lo mítico apareció en el inicio independentista, en sus símbolos. Los
casos anteriores son ejemplos que lo demuestran. Pero también se vivía un “instantaneísmo”,
que no era dirigido por los líderes independentistas, de bandidaje, matanzas
sin intención futurista, como acto inmediato de libertad negativa, el cual, sólo
se acerca al mito a través de la noción implícita del “caudillo popular”:
Cada
jefe de banda pone su arbitrio individual por fundamento de todo derecho. El
caudillo ejerce sobre sus hombres una seducción imperiosa porque todos ven en
su independencia el símbolo de la suya propia. Son los caciques indios o
mestizos que no reconocen autoridad ni ley. Es Julián Villagrán que se hace
proclamar “emperador de la Huasteca” y acuña moneda con su efigie; es Albino
García que se opone a todas las autoridades insurgentes con las armas en la mano
y responde a las pretensiones de la Junta de Zitácuaro que “no hay más rey que
Dios, ni más alteza que un cerro, ni más junta que la de dos ríos”, Osorno, rey
y señor de los llanos de Apan; o José Antonio Arroyo que se hacía llamar
“padre” por sus soldados; son tantos y tantos jefes insurgentes que viven del
pillaje y casi nunca pernoctan dos veces en el mismo sitio.[26]
Mas
los grupos masónicos instalados en América y España tenían una visión más
amplia de la lucha por la Independencia de México. Ésta era comparada con la
lucha contra el despotismo a favor de las libertades individuales, gracias a
que la soberanía radicaba, en ausencia del rey, en la voluntad general. El
liberalismo se difundió en panfletos, apareció en la publicación el Pensador Mexicano, en las Cortes
españolas, en la Constitución de Cadiz, y por supuesto, también en la
Constitución de Apatzingán. Incluso, habían se dado algunos movimientos previos
al de 1810: la conspiración de Juan
Antonio Montenegro y José María Contreras de Guadalajara en 1793, y la
conspiración de Juan Guerrero, de 1794, que pretendía calcar la insurrección
francesa, o la Rebelión de los Machetes de la Ciudad de México, encabezada por
Pedro Portillo en 1799.
Tales
perspectivas progresistas contrastaban un poco con una postura más mítica
respecto a América. En el mismo ámbito ideológico desde el siglo XVIII fue
creada una leyenda negra sobre América por gente como el Georges Louis Leclerq,
el Conde de Buffon, que suponía la inferioridad del hombre americano en su obra
Historia Natural. Ahí consideraba que hay una unidad fundamental de
la especie humana y una superioridad respecto a las otras especies determinada
por la racionalidad. Sin embargo, ad
intra la humanidad, hay una jerarquización que arroja una dualismo entre
quienes son superiores y civilizados y
quienes son inferiores y bárbaros.[27]Más
específicas fueron las fábulas de Cornelio de Paw retomadas por Real Tribunal del Consulado de México y que,
en el informe que le enviaron a las Cortes, hacían de América una tierra
infeliz, dibujaban al indio precortesiano como alguien bajo, bárbaro, estúpido,
borracho, corrompido y degenerado.[28] Esta leyenda, según Villoro “no hacía sino expresar verbalmente la
enajenación de América en Europa, basada antes que nada en una dependencia
económica y política”.[29]
Pero también lo que hacían era justificar, sin ningún fundamento científico
real, la situación de sometimiento de los americanos.
La
reacción inmediata fue la inversión de papeles:
El
americano empieza a juzgar a su antiguo juez, y lo niega en la misma forma en
que la “leyenda negra” negara a América. Si el americano parecía bárbaro y
salvaje, ahora se manifiesta el español inhumano en su terrible crueldad en la
guerra, bárbaro en su “despotismo” oriental, incivil en su negativa a tratar de
paz con los insurgentes. La tropa recién venida de España empieza a compararse
con las guarniciones americanas: los europeos se muestran rudos y zafios,
groseros e impíos a los ojos de los criollos acostumbrados a la finura y
cortesía del trato. Poco a poco los defectos que el europeo solía encontrar en
los americanos, los descubren éstos en aquél.[30]
Por
ende, la reacción del criollo insurrecto fue la negación de la Colonia, de ese
pasado histórico.[31]
Miró con buenos ojos al pasado precortesiano, al cual no comprendía, pero
admiraba. Eso hizo que se empezaran a
usar más las palabras “México”, “Imperio Mexicano” y “mexicanos”, que las ya
menos usadas “americanos” y “América Septentrional”. También eso explica por
qué las emisiones de monedas –fundamentalmente de cobre- de la insurgente Junta
de Zitácuaro incorporaron elementos autóctonos: el águila y el nopal, como
opuestos al escudo de armas español.[32]
No
obstante, el criollo se mantuvo fiel a
sus valores cristianos, depurados de los excesos coloniales y “encantados” con
el cristianismo primitivo; pero también
avisoraba el futuro, siendo también fiel a las ideas políticas modernas y al
propio origen de su autoctonía:
La
sociedad se aceptó constituida en sus bases esenciales, cual si fuera un haber
que transformar; el origen sólo se persiguió hasta encontrar el fundamento de
los cuerpos constituidos y su inicio temporal en la Conquista y la Constitución
Americana. Con el grito de Dolores se reveló el origen último que daba razón de aquellos cuerpos sociales:
la libertad del pueblo. Una vez que ha surgido, el criollo no puede ignorarla y
reconoce que la “soberanía reside originariamente en el pueblo”. La búsqueda
del principio histórico en lo precortesiano corresponde a la revelación del
pueblo como fundamento social, así como la apelación a la Constitución
Americana correspondía al intento de fundar la sociedad sobre los
Ayuntamientos[…]
Con
la repetición de la Conquista, el tiempo parece cerrarse en un círculo en que
el fin de la época colonial se retrotrae a su comienzo. Tres siglos se
engloban, quedando abolidos en un movimiento inconsciente de retorno cíclico.
La repetición de lo precortesiano simboliza la nostalgia por “expiar” el pasado
corrupto y volver a iniciar la historia en el momento mismo en que principió la
caída; pero ello implica la esperanza en un nuevo nacer por el que la vida de
la sociedad recomenzaría “desde cero”. Negación del ser corrupto, repetición
del origen, urgen a una nueva elección de sí mismo.[33]
Si
la primera “conversión” de América estuvo en la Conquista y la Envangelización,
su segunda conversión lo estaba en la negación de la sociedad que suplantó a
los primeros americanos. Ahora bien, la elección
por la autonomía implicó a nivel institucional el traslado de la autoridad del
caudillismo a los representantes populares; la planeación que deseaba el
progreso estuvo acompañada por el
utopismo, ya que la meta ideal que se proponía al cierre de la Colonia era
inalcanzable.[34]El
utopismo coquetea con lo mítico por más racional que sea un proyecto. Así, el
objetivo inmediato del Criollo estaba en la Ilustración, la libertad y la abundancia,
aunque su situación era contraria a éste. [35] Ahí
surgía el halo del mito:
El
criollo leen [sic] en su realidad los signos de un providencial destino:
América llegará a ocupar “el rango que le
corresponde por su riqueza y su tamaño, conforme a los decretos del Supremo
Hacedor”. La riqueza natural es signo de elección providencial, porque no es
resultado de una actividad humana sino de una donación gratuita.
La
segunda señal profética inscrita en la historia de América es la aparición de
la Madre de Dios al indio; la Guadalupana, “prenda del cielo por cuyo conducto
nos derrama sus bendiciones”, testimonio de la elección divina hacia la nación
con la que hizo “lo que no había hecho con nación alguna”. La imagen grabada en
el humilde ayate es “prenda” de una misión digna de bien tamaño. Con ella se
liga la creencia en la acción de la Providencia que conduce por inescrutables
caminos a la realización de la vocación singular de la nación.[36]
Por
supuesto que en el bando contrario, la élite criolla y española, concebía dicho
movimiento como negativo. Su lucha no encerraba ninguna utopía, concebían a los insurgentes como una turba
incontenible que asesinaba españoles, confiscaba sus bienes, y sus aspiraciones
revolucionarias eran mal vistas, ya que:
[…]
las noticias de la revuelta de Haití, donde el pueblo se levantó en armas
contra aquellos que los oprimían, hasta proclamar, en 1804, una república
independiente; y, segundo, la fase violenta de la Revolución francesa, que en
esos años adquirió mala fama en el mundo hispánico por ser regicida y por
transmitir, según la élite gobernante, una violencia social generalizada. En
resumen, podría decirse que la palabra “revolución” no gozaba de buena fama
entre las elites tanto criollas como españolas.[37]
La
revolución haitiana, en cambio, inspiraba más a los insurgentes. No es
casualidad que la imagen popular en el teatro de títeres del “Negrito”
coincidiera con la del haitiano negro que se había rebelado contra Francia, y a
la vez, era un devoto de la guadalupana, hecho que lo vinculaba con el Padre
Hidalgo y la lucha por la independencia.[38]
Una
ironía de la Historia es que la Revolución de Independencia fue consumada por
el ejército virreinal, el órgano defensor de la élite. Esto tenía una
explicación. Buena parte de la tropa que compartía la idea de que la
Independencia sería benéfica. Muchos de los oficiales eran criollos. Los soldados rasos eran mestizos e indígenas,
pero se hacían militares porque veían en
el ejército –a pesar de no ser lo suficientemente bien remunerados- una mejor
forma de vida que la de minero o labrador.[39] Distanciados los soldados del aprecio a los
gobernantes civiles, eran muy entregados a sus autoridades superiores, hecho
que según Villoro, anunciaba el subsiguiente caudillismo de nuestra historia.[40] Menos
románticamente, Virgina Gudea sostiene la hipótesis de que la falta de pago a
los soldados, debido a la maltrecha arca del virreinato, con ingresos
disminuidos en más de 50% a causa de la guerra, haya motivado a los
combatientes a unirse al movimiento iturbidista en 1821.[41]
Ambos (Gudea y Villoro) tienen razón en sus interpretaciones. Era una mezcla de
fidelidad al caudillo y pragmatismo financiero.
Ya
Morelos –quien murió en 1815- acertadamente
había predicho que algún día la tropa abandonaría a los realistas.[42]
No fue la tropa, sino la élite, quien dirigió a esa tropa, la que hizo tal
acción. Una primera señal de advertencia fue la que se vislumbró a través del
General Calleja, quien se reunía con una sociedad secreta independentista, los
Guadalupes, siendo truncado tal proyecto por la designación de dicho militar
como virrey el 4 de marzo de 1813. Se sabe que también sus subordinados
coqueteaban con tales ideas independentistas: Arredondo, Cruz, Iturbide. Finalmente
las élites criollas se aliaron en torno a la figura de este último en la famosa
conspiración de la Profesa, y se promulgó el Plan de Iguala (24 de febrero de
1821), que implicó un cambio administrativo de gobierno, el repatriamiento de muchos, pero
no todos, de los antiguos funcionarios y
expedicionarios españoles y la asunción por primera vez del poder por parte de
los criollos.[43]
Se
establecieron como garantías para la consecución del nuevo país: la separación
de España, la preservación de la religión católica y la unión de los bandos
beligerantes. Pero también implicaba algunas sorpresas para nosotros, los
mexicanos del siglo XXI, ya que el Plan de Iguala elogiaba a España como la
nación más católica, piadosa, heroica y magnánima, criticaba el levantamiento
armado de Hidalgo, les decía a los españoles europeos que América era su patria
porque allí vivían y les recordaba a los criollos americanos que ellos
descendían de los españoles, olvidándose por supuesto, de la gran cantidad de
indígenas y descendientes de castas que constituirían parte de dicha nación.[44]
Era un plan a la medida y óptica de la élite, que evitaba las reformas liberales
que España había instaurado (porque Fernando VII había sido obligado a asumir
la Constitución de Cádiz por una revuelta interna encabezada por Rafael de
Riego), que daba estabilidad a los mineros y hacendados para realizar sus
actividades sin guerra, ni pérdidas; que exentaba a los comerciantes de pagar
impuestos al Imperio y abría la posibilidad de comerciar con otras naciones. En
contraste, en el caso de los criollos, a
éstos sólo les garantizaba –y este era el único beneficio real para ellos- la
separación de la Metrópoli.[45]
La
victoria, pues parecía únicamente española. En honor a la verdad, la victoria
–aunque ventajosa para los poderosos- no fue exclusiva de la élite criolla.
También la resistencia de Guadalupe Victoria en el Noreste y Vicente Guerrero
en el Sur, precipitó el derrumbamiento del régimen, ya que la economía
virreinal no podía seguir sosteniendo, con su debilitado ejército, una guerra
en contra de los insurgentes:
Günter
Kahle explica con claridad que la eficaz estrategia guerrillera de Guerrero
orilló al acuerdo entre ambos bandos contendientes: “[…] el conocimiento de que
él [Iturbide] no podría vencer a Guerrero en absoluto o sólo con las mayores
dificultades y pérdidas”, permitió el acuerdo final que no se lograría sin el
apoyo de las guerrillas. Sólo así explica el compromiso del “abrazo de
Acatempan”[10 de febrero de 1821]. La alianza entre la elite tradicional que
había luchado denodadamente en contra de la independencia, y quienes mantenían
la lucha desde 1808, hicieron posible que, en 1821, se firmara el Plan de
Iguala.[46]
En
fin, pasados unos meses del plan de
Iguala, se firmaron los Tratados de Córdoba (24 de agosto de 1821) con el
virrey O’Donojú, en momentos que todavía seguía la lucha armada en Veracruz y
Acapulco. Parece que dichos tratados, fueron obra del convencimiento que
ejercieron los actores mexicanos sobre el virrey recién llegado, que a una
encomienda del gobierno español, ya que las Cortes desconocieron tal acuerdo en
un decreto emitido el 13 de febrero de 1822. Sin embargo, eso no importó. A
través de un acta, México unilateralmente ya se había declarado independiente
desde el 28 de septiembre de 1821, un día después de la entrada del ejército
trigarante a la Ciudad de México. Esta entrada, por cierto, para el historiador
William Beezley es la primera celebración independentista que hubo en México.[47]
España
tardó en reconocer la independencia de México. Lo hizo después de la muerte de Fernando VII, el 28 de
diciembre de 1836. Al parecer fue una decisión que tomó su viuda a nombre de la
heredera al trono: Isabel II. Enterado
de las negociaciones entre México y España, el Vaticano en ese mismo año
reconoció -con un mes de antelación (29
de noviembre)-, a través del Papa
Gregorio XVI, la Independencia de México.[48]
Volvamos
al momento de la declaración de independencia. Inmediatamente se designó una
Junta Gubernativa de 38 miembros elegidos por Iturbide para tener un gobierno
vigente. Aunque la mayoría de ellos eran
de la antigua élite virreinal, se
colaron a su interior algunos liberales y masones. La dirección del nuevo país,
quedó a cargo de la Regencia, la cual era un órgano ejecutivo dentro de la
Junta, conformado por cinco miembros: Iturbide, O’Donojú; Manuel de la Bárcena
(sacerdote y filósofo), José Isidro Yáñez (ex miembro de la Audiencia) y Manuel
Velázquez de León (ex secretario del virreinato). Era un grupo fundamentalmente
conservador. Creían, citando a Timothy Anna y a Romeo Flores, que estos hombres
eran creyentes de la evolución, no de la revolución.[49]La
Regencia, designó cuatro depertamentos: Hacienda, Guerra y Marina, Justicia y
Asuntos Eclesiásticos, Relaciones Exteriores e Interiores. El gobierno arrancó
con una nación cuya extensión era de 5
millones de kilómetros cuadrados (hoy es de casi dos millones), un presupuesto
de 11 millones de pesos y un ejército de 68 mil hombres que consumiría buena
parte de las arcas frente a una población aproximada a los 6 o 7 millones de
personas.[50]
También
es oportuno comentar que en esa época la junta provisional de gobierno decidió
la determinación de dos símbolos nacionales: el escudo y la bandera.[51]
Ésta estipuló que la bandera de México simbolizaría los valores de las tres
garantías establecidas en el Plan de Iguala: la religión católica como única,
la unión de los mexicanos sin distinción de razas o clases y la independencia. Así pues la bandera que se
creó representaría con el verde a la independencia, el blanco la religión y el
rojo la nación española, junto con un
añadido: que el escudo de armas mostraría un águila coronada posando sobre un
nopal y sujetando en una pata una serpiente,[52]imagen
que representaba la señal que Huitzilopochtli había dado a los mexicas para
instalarse en aquellas tierras. Además se decidió solemnizar y festejar el 24
de febrero como el día de la instalación del Congreso Nacional, el 19 de
agosto, día de San Hipólito como fecha de la caída de Tenochtitlan, el 27 de
septiembre como consumación de la independencia, el 2 de marzo como la fecha en
que fue jurado el plan de Iguala por el ejército trigarante y el 16 de
septiembre, muy a pesar de Iturbide. Tal decisión era importante para fomentar
un nacionalismo, una identidad y colaboraría en la mitificación del movimiento
independentista.[53]
En
la recién lograda independencia no existía una ley. Momentáneamente Plan de
Iguala constituiría la legislación, hasta que hubiera un congreso
constituyente, el cual se instaló el 24 de febrero de 1822, y estaba formado
fundamentalmente por abogados de las clases medias. Sin embargo, el congreso,
de inspiración liberal, que se oponía
darle derecho de voto a Iturbide y a reconocer
la soberanía en su persona, fue abolido el 31 de octubre de ese mismo
año, debido al descubrimiento de una conspiración en su contra en la que
estaban involucrados 19 diputados y gracias al apoyo que brindaban el alto
clero, las clases altas y el ejército a Iturbide.[54]
La
Junta Gubernativa siguió fungiendo sus labores hasta que se reinstaló un nuevo
congreso que lo declaró emperador. Sin embargo, su gobierno gobernó con las
arcas quebradas, las cuales, por cierto, emitieron el primer billete mexicano
en denominaciones de 1, 2 y 10 pesos que llevaban la leyenda “Imperio Mexicano”
y que se pusieron en circulación el 20 de diciembre de 1822 y que no fueron de
la aceptación popular.
Es
oportuno hacer un paréntesis para señalar que el billete como símbolo de la
economía e identidad nacionales y de la Independencia de México tardó en
instaurarse, a pesar de que también lo intentó el gobierno republicano de 1823.
De hecho, fue hasta el gobierno de Maximiliano de Hasburgo que el billete fue
aceptado por la población (1864) y fue de nuevo rechazado por la gente en la
época de la Revolución Mexicana, ya que la sobre-emisión de billetes y la
variedad de éstos emitidas por los distintos grupos beligerantes le provocaron
el descrédito.[55]
Mucha mejor aceptación tuvo la nueva moneda mexicana, ya que esta modalidad de
dinero, gozaba de larga tradición que se remontaba a la Conquista y la Colonia.
La nueva moneda que circuló solamente de 1822 a 1823, tenía ciertos rasgos
nacionalistas e imperiales. En el anverso el rostro del emperador y la leyenda Agustinus dei providentia; en el reverso
en cambio tenía el águila mirando a la izquierda, con las alas extendidas,
parada sobre un nopal entre macanas y carcajes, acompañada de la leyenda: “Mex. I. Emperator constitut”. Obviamente
tal tipo de moneda desapareció junto con el Imperio Mexicano y fue sustituida
por la moneda republicana, con otro tipo de diseño. [56]
En fin,
Iturbide también se enfrentó con la insatisfacción de los grupos con
aspiraciones republicanas. Una insurrección (cuyo documento ideológico era el
plan de Veracruz) de los otros sectores sociales lo llevó a abdicar el 19 de
marzo de 1823.[57] Un breve triunvirato lo sustituyó encabezado
por: Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Vicente Guerrero.
Se
instauró una República. El Plan de la Casa Mata, había propuesto una nueva
forma de gobierno, con una constitución que nació en 1824.[58] Su
primer presidente fue Guadalupe Victoria (su vicepresidente: Nicolás Bravo),
quien en la toma de posesión de su cargo declaró: “La Independencia se
afianzará con mi sangre y la libertad se perderá con mi vida”.[59] Por cierto, con él se da la primera
celebración oficial del grito de Independencia ya teniendo como fecha oficial el
16 de septiembre. El lugar de los festejos: la Alameda. Hubo una actividad
festiva que consistió en trasladar los huesos de los héroes de la Independencia
a la Capilla de Guadalupe, acompañados por música ejecutada por grupos
indígenas. Las buenas celebraciones se empezaron a hacer a partir de 1825,
cuando José María Tornel, el secretario particular de Victoria creó una Junta
Cívica de Patriotas en la Ciudad de México para la celebración independentista.
El periódico el Águila Mexicana apoyó
su moción y sugirió que se extendiera al resto del país. El comité capitalino
fue presidido por Anastasio Bustamante. Hubo fuegos artificiales en la víspera;
se hicieron procesiones en la Alameda Central y teatros de la ciudad; también
hubo declamaciones patrióticas, música orquestal, danzas, bailes
alegóricos (con hombres vestidos de
charros y chinas poblanas, cuya imagen ridiculizaba al europeo) y emancipación
de esclavos, actividad que se realizaba con los fondos de los festejos, y que
se realizó hasta 1829, año en que fue abolida la esclavitud en la República.
Posteriormente la liberación de esclavos fue sustituida por actos de caridad
como la donación de ropa a niños pobres y banquetes en las cárceles.[60]
Apenas
iniciado el gobierno de Guadalupe Victoria, fue descubierta una conspiración
anti-independentista organizada por el padre Joaquín Arenas, quien fue
interrogado y encarcelado, junto con algunos de sus cómplices.[61]Tal
evento incrementó el sentimiento anti-hispánico de muchos mexicanos, y obligó a
que el Congreso emitiera un decreto de expulsión de los españoles, pero, que a
la hora de su promulgación hizo muchísimas excepciones (el 20 diciembre de
1827), de tal manera que se marchó
solamente el 25% de los españoles residentes en México; y aún así hubo una
gran afectación económica debido a los
capitales e industrias que se desplazaron a la Metrópoli.[62]
Pero
el antiespañolismo continuó y el 20 de marzo de 1829, hacia el final de
gobierno de Victoria y a once días de inicio del de Vicente Guerrero, se
promulgó la segunda ley de expulsión de los españoles; esta vez con especificaciones
más rigurosas.[63]
Aunque no se puede establecer una cantidad específica de expulsados, se
especula que fueron miles, y las repercusiones económicas fueron espantosas.[64]
En parte, la desconfianza hacia los españoles era justificable. Tan es así, que
en 1829, se hallaron ante un intento de reconquista que duró del 27 de julio al
11 de septiembre, y que por supuesto incrementó estratosféricamente los
sentimientos nacionalistas.[65]
Los
primeros líderes del país trataron de crear
un gobierno eficaz y una identidad nacional. Lo primero resultó
catastrófico, lo segundo resultó ser más sencillo. Así pues, formularon un
concepto de pueblo que tenía como notas constitutivas la lengua española, la
religión católica, el origen geográfico y la herencia histórica. Tal concepto
de carácter metafísico fue reforzado por otro de carácter científico que
pretendía, a través de una matemática social, definir al mexicano mediante
estudios rasgos físicos y características morales de la población que realizaba
el Instituto Nacional de Geografía y Estadística, el cual surgió en 1833 y
existió hasta la Guerra con E.U.A., en
1848.[66]
La geografía, pues tenía un impacto en el imaginario. Rápidamente fue aceptado
como un rasgo prototípico de la mexicanidad la imagen de los volcanes
Popocatepetl e Iztaccíhuatl del centro del valle de México. Corría la leyenda
de que eran un señor indígena y su dama durmiente. Ilustraciones de ellos
aparecían en todas partes, sea como personajes o sea como volcanes. Señala el historiador William Beezley que es
llamativa una pintura neoleonesa del siglo XIX que representa al cerro de la
Silla eclipsado por el Popo y el Izta.[67]
La labor de Instituto de Geografía fue modesta. No logró ni siquiera crear un
mapa moderno del México independiente. Sólo se contaba con los mapas de José Antonio Alzate de 1772, la
cartografía novohispana de Humbolt de 1807. Irónicamente fue hasta el porfiriato que los
topógrafos militares lo hicieron, y que los paisajes mexicanos fueron
explotados artísticamente por José María Velasco.[68]
Mientras tanto, la labor educativa y cognitiva de la geografía e identidad
mexicanas era compartida informalmente por los editores mexicanos,
especialmente Mariano Ramírez Hermosa, José Joaquín Fernández de Lizardi y Mariano Galván Rivera, quienes a través de
sus almanaques narraron e ilustraron las maravillas geográficas, históricas y
poblacionales de la nueva nación. Sus obras, ayudaron a configurar la identidad
nacional con sus ediciones de bajo costo de las tradiciones, héroes patrios,
eventos religiosos y astronómicos de cada año. Igualmente los juegos de lotería
y de la oca ayudaron a crear prototipos que se identificaron con formas de lo
nacional, como el “catrín”, “el borracho”, y “el valiente” respecto a las
personas, pero también en relación con los objetos de la vida cotidiana (“el
martillo”, “el caballo”) y los símbolos nacionales (la campana de Dolores, él
águila del escudo nacional, la bandera nacional, el soldado y el gorro frigio
de la libertad). La amplia difusión de dichos juegos en los hogares y las
ferias, en donde los cantores hacían una labor muy lúdica y profesional,
permitió que este tipo de actividades configuraran nuestra identidad.
Volvamos
al relato de los hechos políticos. En esa época siguieron una serie de
disturbios políticos que llevaron a una gran cantidad de cambios, renuncias,
asesinatos y golpes de estado, en los que los vicepresidentes usaban su cargo
para atacar al presidente.[69] Implicaron
a personajes de la talla de Gómez
Pedraza, Vicente Guerrero, Anastasio Bustamente, Nicolás Bravo, Antonio López de Santa Anna las
logias escocesa y yorkina de la masonería, entre otros participantes. De esta
inestabilidad política comenta el historiador Romeo Flores Caballero:
En
la primera década de la república federal, de haberse respetado los términos
constitucionales, se hubieran elegido tres presidentes. Sólo Guadalupe Victoria
terminó su período. En los siguientes seis años hubo siete presidentes:
Guerrero, nueve meses; Bustamente, dos años y medio; Gómez Pedraza, tres meses;
Gómez Farías, un año; y Santa Anna entró y salió caprichosamente de la
presidencia tres años. Bocanegra y Múzquiz fungieron como interinos.[70]
La
desorganización, la falta de recursos y las ideas opuestas contrastaban con la
romántica imagen que se tenía de una sociedad en crecimiento sin violencia,
manifestando madurez en su Ilustración y en la propia decisión de su
Independencia.[71]
Una
imagen cruda y clara del México naciente y que se prolongó hasta la mitad del
del siglo, la da –nuevamente- Romeo Flores Caballero:
A
partir de este momento la desconfianza se convirtió en parte medular de la
cultura política entre los grupos y aún entre los individuos para permear a
todos los gobiernos. Y, con ella, campearon la inestabilidad, los motines, las
sublevaciones, cuartelazos, rebeliones, golpes de Estado, autogolpes y
propiciaron el tránsito de monarquía a república, de república federal a
república central, de dictadura a monarquía y a democracia. Así transcurrió la
primera república federal. De 1824 a 1835. EL Poder ejecutivo cambió de titular
en 16 ocasiones: 39 ministros de Relaciones; 34 en Justicia; el Ministerio de
Guerra vio el paso de 48 ministros, y 37 titulares en el Ministerio o
Secretaría de Guerra (sic).
La
república central no tuvo mejor suerte. De 1836 a 1848 contamos 26 cambios en
la presidencia; 75 titulares de Relaciones exteriores, 90 encargados del
ministerio de Justicia, 50 en la secretaría de Guerra y 79 pasaron por la
Secretaría de Hacienda. Es decir, los presidentes duraban en promedio seis
meses; los encargados de Relaciones, 2 meses; los de Justicia uno y medio; los
ministros de Guerra cuatro meses y, los de Hacienda dos meses.
De
1823 a 1824 el poder ejecutivo estuvo en manos de seis personajes: Nicolás
Bravo cuatro veces; Guadalupe Victoria dos, Vicente Guerrero cinco; Miguel
Domínguez cinco; Mariano Michelena tres; y Pedro Celestino Negrete dos. El
primer presidente de la república, Guadalupe Victoria, fue el único que cumplió
su período constitucional, de 1824 a 1829. El período comprendido entre 1829
[-] 1835 inició la era de los efímeros. Ocuparon la presidencia Pedro Vélez,
Vicente Guerrero, José María Bocanegra, Luis Quintanar, Lucas Alamán, Anastasio
Bustamante, Melchor Múzquiz y Manuel Gómez Pedraza. De 1833 a 1835 Antonio
López de Santa Anna cuatro veces y Valentín Gómez Farías cuatro. El periodo que
corresponde a la república central de 1835 a 1846 se hicieron cardo de la
presidencia 19 personajes. Entre ellos: Anastasio Bustamante dos; Antonio López
de Santa Anna, siete; Nicolás Bravo tres; Valentín Canalizo dos; José Joaquín
De Herrera tres; Pedro María Anaya dos; y Manuel de la Peña y Peña dos.[72]
De
cualquier forma, la percepción de las necesidades sociales y ese afán de
progreso llevaron a consolidar en sectores criollos un espíritu reformista, a
través de personajes como Valentín Gómez Farías –quien fue depuesto de la
presidencia por sus ideas reformistas- y José María Luis Mora, que se
enfrentaron a otros conservadores,
representados Lucas Alamán. Sin embargo, ambos (Alamán y Mora) tenían su
desconfianza a los resultados de la Revolución francesa. Para empezar, ambos
desconfiaban de los “extravíos metafísicos” de los filósofos del siglo XVIII y
el poder desmedido del congreso dado en la Constitución de 1824. Para evitar el
resultado de un Napoleón mexicano, Mora proponía el cultivo de un liberalismo
constitucional, el de una república representativa y federal, pero aunque
proponía una limitación de los bienes temporales de la Iglesia, proponía el
fomento de vocaciones sacerdotales, de construcción de parroquias y de un
humanismo cristiano, que siguiendo a Krauze, podríamos decir era afín a la
defensa de la Iglesia como motivo propio de la Revolución de Independencia. En
cambio, Alamán proponía un conservadurismo liberal que limitara el voto a los
propietarios ilustrados, fortaleciera al ejecutivo frente al siempre presente
fantasma de los “patriotas” que se quieren levantar en armas, es decir, quería
una política más adecuada a las tradiciones del poder reales y que permitiera
establecer un progreso sin más estallidos sociales, pero no en función de
instituciones ficticias (el congreso) a las que se quería adaptar la realidad,
como habían hecho la propia Revolución Francesa y la Mexicana; sin embargo,
admiraba que la Revolución Americana había adaptado sus usos políticos a los de
la Nueva Inglaterra.[73]
Mora y Alamán querían evitar los errores de la Revolución Francesa.
En
síntesis: paralelamente al optimismo progresista revolucionario, también se
mitificó una creencia catastrofista, muchas veces fundada en los hechos
respecto al sentido de la revolución, mito que Villoro señala como “la revolución desdichada”.[74]
José María Luis Mora lo anuncia cuando critica la expulsión de los españoles[75]
y señala que hay revoluciones felices,
pero también las hay desdichadas.[76]
Tal pesimismo no es extraño, ya que como dice Villoro:
[…]
la paz y la seguridad no volverán a existir para esa generación, cuya vida
transcurrirá entre la guerra civil y el terrorismo. Año tras año las
revoluciones se suceden; en ellas perecen o parten en exilio la mayoría de los
grandes hombres que habían forjado la nueva nación; períodos de demagogia y anarquía se alternan
con épocas de despotismo. La mayoría vive presa del temor, a las
conspiraciones, a la intervención extranjera si está en el gobierno, a la
persecución política si en la oposición. Un estado de hipersensibilidad y
tensión gana a la sociedad. El mundo soñado no aparece.[77]
Un
ejemplo claro de esto fue la actividad y “logros” de Antonio López de Santa
Anna, quien fue presidente de México en once ocasiones, y luchó contra
revueltas internas importantes en San Luis y Michoacán,[78]
enfrentó un intento de reconquista española (1829), la pérdida de Texas (1835),
una primera invasión francesa a México en 1838 conocida como Guerra de los
Pasteles, un movimiento independentista
de la península de Yucatán que incluyó a tres estados que actualmente la
componen (1840), y una muy costosa invasión norteamericana (1847), durante la
cual, en plena fecha conmemorativa de la Independencia, ondeó la bandera
norteamericana en el Zócalo.
Cabe
mencionar que además del discurso oficial santannista, la cultura popular
mostró también gestos de resistencia, de furor independentista y crítica
social. Por ejemplo, una obra teatral para títeres que se llamaba La Guerra de los Pasteles circulaba en
las poblaciones. Era una representación satírica del bombardeo francés a
Veracruz y la protagonizaba una marioneta muy popular: el Negrito. Al parecer
remitía a un personaje histórico y popular del siglo XVIII, el famoso Negrito
Poeta, quien era hijo de esclavos congoleses, que adquirió la libertad,
aprendió a leer y escribir, se mantuvo soltero y, en la Ciudad de México, para
subsistir, componía poemas humorísticos. Su persona fue transformada en la
cultura popular en el títere del Negrito, símbolo del mexicano común y
corriente. Éste luchaba heroicamente contra los franceses. Ahora bien ese es sólo
un ejemplo de los muchos que hay de estas representaciones. La importancia de
este tipo de teatro fue tal, que comenta el historiador William H. Beezley:
Conforme
entretenían a sus públicos, algunos titiriteros reconocían o suponían una
curiosidad del pueblo acerca de la nueva nación. Vieron una oportunidad de
informar a los mexicanos sobre México. Los directores de varias compañías, por
ejemplo la de la familia Rosete Aranda, querían presentar un viaje por el país
guiado por los títeres. Las marionetas ofrecían tableaux vivant, o casi vivant,
de las celebraciones de días festivos como el Día de la Independencia, de la
Virgen de Guadalupe, la Semana Santa y otras festividades de importancia
nacional, de variaciones regionales de estos festejos, y de otras actividades
como las corridas de toros y los bailes populares. Asimismo los titiriteros
presentaban tipos sociales regionales como la china poblana y las mujeres de
Tehuantepec. El teatro de títeres incluía elementos del folclor y la geografía
que era familiares para la gente a través de la observación y la tradición
oral.[79]
Volvamos
al discurso oficial. En el ámbito legislativo el triunfo santannista fue la
instauración del centralismo el 30 de diciembre de 1836 con las “Siete Leyes”
que derivaron en una constitución política que, hoy en día, la historia oficial
no menciona, ni mucho menos celebra.[80] Otorgaba ocho años al período presidencial, les quitaba el derecho al voto a los mexicanos
cuyos ingresos fueran menores a 100 pesos anuales, creó el cuarto poder
conservador, que dirimía los conflictos entre los otros tres poderes a través
de una junta de cinco personas honorables,
el poder legislativo se hizo bicameral, el poder judicial se hizo
vitalicio para sus ministros y redistribuyó la división territorial del país.[81]
En
el aspecto ideológico es interesante que Santa Anna declarara a Iturbide como
el libertador del país y fomento su imagen como el sucesor de su imperio,
restauró además la orden de los Guadalupes y se hizo llamar “Su Alteza
Serenísima”.[82]
La concepción de la independencia se quiso cargar hacia el conservadurismo y la
revolución cobró un matiz distinto para la oficialidad.
Bien
dijo Lucas Alamán que la historia de México desde 1822 era la historia de las
revoluciones de Santa Anna.[83] Y
ese caudillo estaba apoyado por la “escuela de revoluciones” que fue el
ejército, según dijo el historiador Fernando Escalante Gonzalbo.[84]
La “revolución” ya mitificada tenía un caudillo que la monopolizó, que en su
momento fue considerado “libertador de la Patria”, “intrépido hijo de Marte”.
Fue “seductor de la Patria” y “Mesías”, según Justo Sierra. Bueno,
él mismo se comportó como árbitro del progreso y asumió que los
gobiernos ya no deberían ser revolucionarios.[85] También
decidió darle a México un himno que
reflejara su historia y su carácter a tres décadas de distancia de la
Independencia. Convocó a un concurso, el cual sabemos, ganó Francisco González
Bocanegra. En la letra de sus estrofas, a pesar de su belicosidad, se daba a
entender que el dedo de Dios daba como destino la paz entre hermanos y que la
guerra sólo se daría contra algún extranjero, un canto en el cual, el mismo
figuraba como héroe. Qué mejor forma de continuar y encaminar un mito –personal
y otro nacional- que con un himno de carácter nacional. Y fue estrenado en la
fecha apropiada: el 15 de septiembre de 1854.[86]
El
mito personal fracasó, y esa estrofa en la que se alude a él se dejó de cantar, incluso durante la misma vida de Santa Anna.
La Historia Oficial posterior lo desbancó para convertirlo en vil oportunista vende-patrias, en el Atila que
Mora había calificado en su persona. Finalmente se mitificó su vida, pero como
la de un personaje obscuro y maléfico que traicionó los logros de la
Independencia, a quien se le responsabilizó de la pérdida de una buena parte de
nuestro territorio. El otro mito, el de la Independencia, siguió siendo narrado
dentro y fuera del himno nacional. Sin embargo, héroe o no, Santa Anna estuvo
asociado a la Revolución durante su vida antes de su exilio:
La
revolución en turno recordaba a las del pasado y presagiaba las del porvenir:
<<parece>>, apuntó la marquesa Calderón, <<una partida de
ajedrez en la que los reyes, torres, caballos y alfiles hacen movimientos
diversos, mientras que los peones miran sin tomar parte en el
juego>>.Todo para que se le pidiese hacer <<lo que creyese
conveniente por la felicidad de la nación>>.[87]
Ahora
bien,
los
intelectuales de la época de Santa Anna hallaron vías de solución al fracaso
revolucionario en un preterismo y en un futurismo. El primero criticaba la
ruptura con el pasado colonial y el antihispanismo, e incluso, llegaba a
criticar el deseo de novedad de un utopismo, se añoraba el pasado perdido (que
finalmente es una vuelta a la utopía); el segundo criticaba la desviación y
obstaculización del movimiento revolucionario, que se enfrentaba a la losa del
pasado colonial y de la institucionalización de la revolución que derivaba en la
conservación del orden antiguo; pero utópicamente se sentían libres de los hábitos
atribuidos al pasado y desde ahí se esbozaba un futuro en el que tales
costumbres se podían extirpar.
Sin
embargo, señala Villoro citando a Zea:
[…]
la transformación voluntaria de las instituciones no tiene por sí misma la
fuerza suficiente para cambiar la mentalidad de los hombres. “Las naciones, no
por mudar de gobierno, cambian de ideas, las que se recibieron del régimen
opresor subsisten por mucho tiempo”. A la emancipación política deberá suceder
–como ha destacado Leopoldo Zea- la “emancipación mental.[88]
Esa
ausencia de emancipación denunciada por Zea y la falta de una solución a las
tensiones históricas reales, hicieron
que siguiera la violencia. La Guerra de Castas de Yucatán, los enfrentamientos
agrarios en el centro del país entre indios y hacendados por esas mismas
fechas, esa guerra de colores entre indios, criollos y mestizos, según Krauze,
provocaba –y no sin razón- hacia mediados del siglo XIX la imagen de un México
en eterna revolución y más aún de una Independencia fallida:[89]
La <<guerra de
colores>> en Yucatán o en el centro de México –tocaba la misma cuerda
dolorosa y sensible en los dos criollos [Alamán y Mora]: los remitía a la Revolución de Independencia, que había puesto
frente a frente a los indios y a los criollos. Su reaparición en 1848, tras
tantos años de esfuerzo inútil por construir una nación estable, colocaba a los
criollos de todas las filiaciones políticas –representados por Mora y Alamán-
en una situación de vida o muerte, en la alternativa de ellos o nosotros.
Sintiendo el rechazo violento de los indios, era natural que aquellos criollos
nacidos y criados en tiempos coloniales, se replegaran a su potestad más
íntima: la española. La dureza de su juicio sobre los indios no reflejaba tanto
la realidad como la propia desesperación histórica. El país se les iba de las
manos. Vagamente sospechaban que nunca volvería a pertenecerles.
<<¡Mueran los
gachupines!>> Aquel <<pavoroso grito de muerte y
desolación>> que Alamán había
escuchado mil veces en los primeros días de su juventud, seguía resonando en
sus oídos cuarenta años más tarde. Era como volver al comienzo o como nunca
haber comenzado.[90]
El
mito revolucionario estaba tan presente, que los levantamientos armados estaban
a la orden del día. Pero también hacía que reinara la suspicacia contra sus
críticos. El mismísmo Lucas Alamán tuvo que ser removido de su cargo como jefe
del Ayuntamiento de la Ciudad de México debido a la acusación de ser un enemigo
de la independencia a causa de su hispanismo y su cruda interpretación de dicho
movimiento en el epílogo del cuarto tomo de su Historia de México, en el que denuncia documentadamente que ese supuesto glorioso
momento fue en realidad un levantamiento de la clases bajas contra la propiedad
y la civilización, y sus líderes sabían que su alcance se antojaba imposible y que
su devenir se volvió caótico, de tal manera que la parte respetable de la
sociedad se volcó a la defensa de sus familias, bienes y se alejó del deseo de
la independencia. Para rematar, señala Alamán que el triunfo de la insurrección
del 1810 hubiera sido la peor calamidad que hubiera podido sufrir el país.[91]
Comenta
Krauze que la reacción que generó la interpretación histórica de Alamán, fue la
contraria a la desmitificación que quería realizar y, más bien, colaboró a su
mitificación, al establecimiento de la Verdad Oficial de la Independencia como
la cuna y gloria de la nación.[92]
Tras
morir Alamán y caer Santa Anna derrocado por otra revolución, la de Ayutla
(1854), dirigida por Juan Álvarez e Ignacio Comonfort, el fantasma del mito de
la revolución persistió. Dicha revolución tenía por objetivo alcanzar
definitivamente el proceso de independencia mediante una vuelta al origen y un
cambio radical frente a los conservadores. De hecho, en la proclama de su texto
decía: “[…] se establece que quienes se
opongan a este Plan serán tratados como enemigos de la Independencia”.[93]
En ese proceso revolucionario el poder pasó de
los criollos a los mestizos. Psicológicamente, muchos de ellos se sentían
ilegítimos, pues por lo regular, eran hijos de una madre indígena y un padre
español ausente y ajeno. Parte del
interés de estos hombres coincidía con
la búsqueda de un “padre simbólico”, uno
cultural para aquellos que no se identificaban ni con el español, ni el indio, y entonces prefirieron verlo en Hidalgo, como
se puede observar en las ideas de Ignacio Ramírez, el Nigromante.[94]
Se
dio el enfrentamiento entre una generación conservadora, más cercana al
criollismo y otra generación más joven de mestizos y un
indio, Benito Juárez. Ya Melchor Ocampo
temía que los poderes derivados de la Independencia chocaran. Ese choque
sucedió. Se pactó una nueva constitución que se estrenó en el día del onomástico
del santo mexicano San Felipe de Jesús, el 5 de febrero de 1857 y se
promovieron reformas secularizantes, todo esto durante los gobiernos de Juan Álvarez e Ignacio Comonfort. Pero en
diciembre de ese mismo año, con un llamado Plan de Tacubaya los conservadores,
liderados por Felix Zuloaga recurrían a la cíclica revolución. Dimitió
Comonfort, Juárez asumió la presidencia por mandato constitucional. Se produjo la guerra entre el bando
conservador y el liberal. Durante esta
época, la celebración de la Independencia se asoció entre los
conservadores con la defensa de los valores y la religión establecidos en la
Constitución del 24; pero entre los liberales, con un cambio de timón, con la
reforma radical, con un paso de la sacralidad religiosa a la civil y el
distanciamiento de pensamiento virreinal, como reflejó el discurso de Melchor Ocampo dado el 16 de
septiembre de 1858.[95] Los conservadores nombraron un gobierno
propio, alternativo al constitucional, y el general Miramón asumió la
presidencia el 2 de febrero de 1859. La lucha finalmente la ganaron -hacia
1861- los liberales bajo la sombra de los Estados Unidos y de un tratado
abortado “Mac-Lane-Ocampo” que hubiera cedido territorio de Baja California y otorgado
el derecho de paso por el Istmo de Tehuantepec a los norteamericanos. Tal acción hubiera opacado terriblemente al juarismo de
haberse consolidado. También hubo ataques a propiedades de la Iglesia que
recordaban a los jacobinos de la Revolución Francesa y hubo venganza de los
conservadores que llevaron a la ejecución de Melchor Ocampo y de Santos
Degollado, siendo éste último designado como un “santo de la Revolución” en
boca de Guillermo Prieto.[96]
El preteritismo y el futurismo fincados desde tiempo atrás por Mora y Alamán,
se habían enfrentado.
Pero
apenas terminada esa guerra, la Independencia se vería seriamente amenazada por
una intervención militar internacional encabezada por Inglaterra, España y
Francia, debido a la suspensión por dos años que México había decidido realizar
de sus deudas públicas. Las tropas multinacionales
desembarcaron en Veracruz. El General Manuel Doblado se entrevista con los
representantes de dichas naciones y firma los Acuerdos de la Soledad en la
ciudad de Orizaba, comprometiéndose la República Mexicana a saldar sus
deudas. Francia mandó más refuerzos.
España e Inglaterra decidieron marcharse y negociar individualmente.
Una
paradoja surgió en la Historia de México: el liberalismo de los extranjeros era
una amenaza para nuestra nación; fíjese estimado lector que: España reformada
por políticas liberales, Francia y Estados Unidos países supuestamente íconos
del liberalismo y herederos de dos grandes revoluciones, sólo buscaban oprimir
a otras naciones para obtener mayores riquezas.
La
invasión francesa (1862) con un ejército de treinta mil hombres era inevitable.
Napoleón III da la orden al general Carlos Fernando de la Trille, conde de
Lorencez de conquistar el territorio mexicano para su país. Y es que éste
personaje añoraba un imperio mundial que liderara a los países europeos de
ascendencia romana y sus antiguas colonias. Incluso, fue que bajo esa
pretensión, los consejeros de Napoleón III acuñaron el término de “América
Latina” para las antiguas colonias novohispanas y portuguesas e identificaron a
México como objetivo clave de su proyecto.[97]
Se pondría un emperador de corte liberal que creía que el pueblo mexicano lo
demandaba, ya que los conservadores le hacían creer eso con la firma del
Tratado de Miramar que le daba la Corona de México. El emperador extranjero
Maximiliano de Hasburgo creía irónicamente que iba a trabajar por la
majestuosidad e Independencia de la nación.[98]
Tal autonomía no estaba peleada en su visión con la monarquía ni su exotismo.
Trató de relacionarse con los liberales y mostrarse como mexicano, al vestir
como chinaco. Visitó la Hacienda de Corralejo, donde había nacido Hidalgo y
mando poner un letrero que lo indicara, como igualmente ordenó se pintaran
cuadros de los héroes independentistas para el palacio, y más tarde mandó
construir una estatua a Morelos en la Plaza Guardiola. Quería mostrarse como un defensor de las
libertades y de la Ilustración (ya que quería promover la enseñanza de las
Letras Clásicas y la Filosofía), hasta celebró el grito de Independencia y elogió a Hidalgo y a los héroes independentistas en Dolores el
16 de septiembre de 1864.[99]
Pero para el bando contrario, el de Juárez,
era un invasor, y el presidente oaxaqueño celebró el aniversario
de tal fecha en un rancho en Coahuila en plena guerra contra los soldados
franceses. El festejo fue austero: con un discurso del presidente, la
entonación del himno nacional y otros cánticos alternados con bailes. Según
Iglesias México se enfrentaba a su segunda guerra de Independencia y
Maximiliano hacía mal uso de ella cuando se mostraba como su panegirista,
cuando en realidad era su destructor.[100]
Finalmente
Francia retiró su ejército en lapso de febrero-marzo de 1867. Tal decisión fue
ocasionada por una combinación de factores logísticos y políticos. Maximiliano
quedó sólo, perdió la guerra, fue fusilado, junto con el general conservador
Miramón. La República fue restaurada. Al llegar septiembre, los festejos no se
hicieron esperar: “Con el encabezado de: ¡Viva la Independencia!, ¡Viva la
República!, ¡Viva la Reforma!, ¡Viva la Constitución del 57!, se publicó en el
diario El Monitor Republicano, el
programa que la junta Patriótica había elaborado para festejar las fiestas de
la Independencia y en el que se pedía a los ciudadanos unirse, a fin de
solemnizar el natalicio del México independiente”.[101]
Las
fiestas comenzaron desde las 7 de la noche del día 15 en el Salón de Cabildos
del Ayuntamiento. La Junta Patriótica desfiló rumbo a la Alameda con los estandartes de Hidalgo, Morelos y
Guerrero, acompañada de soldados veteranos e inválidos de las guerras de
Independencia, Reforma y restauración de la República. Varios festejos se
hicieron también en diversos teatros y en el Zócalo capitalino. En todos ellos
se dio lectura al Acta de Independencia del Congreso de Chilpancingo.[102]
El mito independentista en su segunda versión fue
encarnado por Juárez, era su apóstol, era un tlatoani del viejo centralismo
prehispánico y virreinal. A la vez, era un místico del poder que no encontraba
en quién confiar para delegar el mando.[103] Prolongó su período presidencial de manera
extraordinaria durante la intervención francesa, y que ganó las elecciones en 1867 y 1871, hecho que motivó a Porfirio
Díaz, antaño general juarista y futuro dictador, a levantarse en armas con el
lema “sufragio efectivo, no relección”. Posteriormente en 1890, la ley le
permitió a Díaz la reelección ilimitada. Pero no nos adelantemos. Juárez en
todo ese tiempo no logró pacificar el país, pues éste era azotado por acciones
bélicas de nuevos revolucionarios, de los indios yaquis y mayos y por la
presencia de bandoleros en muchas regiones de México. Finalmente en 1872 murió,
Díaz obtuvo una amnistía de parte del presidente sucesor Lerdo de Tejada. Más
tarde, en 1876, encabezó la revolución de Tuxtepec, y llegó a la presidencia.
Al siguiente período fue sucedido por su compadre Manuel González,
posteriormente regresó al poder, el cual no
abandonaría, sino hasta 1910, año en que estallara otro nuevo conflicto
social de mayor envergadura: la Revolución Mexicana.
Pero,
al menos, con el triunfo juarista sobre los franceses el nacionalismo creció, Muchos eventos habían alimentado ese
sentimiento: la posibilidad de la desintegración nacional, la pérdida
territorial anterior con Santa Anna, la pasión desatada por la Guerra de
Reforma y hasta la aparente superación de un partido que apostara por el
preteritismo. Ahora todo era futurismo. Al menos, lo era para los dirigentes.
Hagamos
una pausa para hacer una reflexión. Nuestra visión clásica de la independencia
como un movimiento exclusivamente circunscrito al período de 1810 a 1821 más
que responder a una comprensión histórica cabal, responde a una interpretación
simplista y mitificante. Respecto a nuestra visión de la independencia y ese
halo mítico que tiene, dice Romeo Flores
Caballero:
La
generación de mexicanos que consumó la independencia en 1867 era diferente a la
de 1810. Como diferentes fueron las generaciones que por más de medio siglo
lucharon por la transformación del país. Las ideas, sin embargo, no cambiaron a
pesar de las diferencias generacionales. Para, algunos, la historia
convencional marca el año de 1810 como el inicio de la guerra de independencia
y reconoce a Miguel Hidalgo y a Morelos como sus héroes indiscutibles por
romper con el pasado colonial. Para otros, la consumación de la independencia
en 1821, convierte a Agustín de Iturbide en el héroe de la independencia. Los
primeros se transformaron en el símbolo de las ideas liberales que inspiraron
la lucha que culminó en 1867 con el triunfo de la república encabezado por Benito
Juárez.
El
segundo encabezó las ideas e intereses de grupos poderosos convertidos en
conservadores por la defensa de las estructuras del sistema colonial. Este
grupo mantuvo a ultranza la defensa del statu quo, los fueros cedidos por la
corona española a la Iglesia y al ejército, y la conservación de los
privilegios de la oligarquía, opuestos a los principios liberales heredados de
la Ilustración, las reformas borbónicas, la independencia de los Estados
Unidos, la Revolución francesa y la Revolución
industrial. Mantuvo, al principio, la estructura administrativa
colonial, defendió a los españoles y obtuvo el reconocimiento de la
independencia de México por España. Después se inclinó por la república
central, como heredera de estructuras monárquicas o dictatoriales,
ejemplificadas en las Siete Leyes y el Supremo Poder Conservador. Se arriesgó
también por la dictadura y jugó su última carta con el Imperio encabezado por
Maximiliano.
La
independencia de México no debe reducirse a la fase armada (1810-1821), fue un
largo proceso que se inició cuando Carlos III emitió las reformas borbónicas
que ejecutaron la reforma administrativa que creó el sistema de intendencias y
la expulsión de los jesuitas. Terminó en 1867 cuando Benito Juárez, al
encabezar las Leyes de Reforma, regresó para presidir la república. En estos
cien años el país experimentaría serias transformaciones; fue el puente entre
el México colonial y el moderno, el tránsito del antiguo orden al moderno.[104]
[1] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 13.
[2] Cecilia Pacheco, 101 preguntas sobre la independencia de
México, Grijalbo, México, 2009, p. 19.
[3] Hannah Arendt, Sobre la revolución, trad. Pedro Bravo,
Alianza, 2006, p. 296 y ss.
[4] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 19-20.
[5]
Tal medida debía su origen
al debilitamiento económico de España debido a las guerras que frecuentes que
había tenido contra Francia e Inglaterra y el tributo pagado a Francia desde
1803 de seis millones de libras al mes. La reforma fiscal de 1804 tenía que ver
con la última guerra en cuestión (contra Inglaterra), pero la relación fiscal
entre la Nueva España y la Metrópoli venía ya cambiando, desde la segunda mitad
del siglo XVIII. En fin, con los franceses se había enfrentado en 1779-1783 y
de nuevo en 1793-1795; contra Inglaterra se había enfrentado en 1796-1802 y
1804-1808. Se emitieron vales reales para generar préstamos forzosos. Se creó
la Caja de Amortización de Vales Reales y se enajenaron bienes de instituciones
de salud, beneficencia, escolares, todos ellos propiedad del clero. Esto se
realizó mediante la Real Cédula de Consolidación, emitida el 26 de diciembre de
1804. Esa enajenación puso en jaque a la Nueva España, ya que era la Iglesia
quien fungía como institución bancaria en aquella región, y que cobraba un
interés del 5 o 6% sobre sus préstamos cuyo pago llegaba a durar entre cinco y
nueve años, teniendo como aval alguna propiedad, que ocasionalmente embargaba.
La Real Cédula no pretendía extensiones en los períodos de pagos, sino embargos
y subastas. El problema es que de las 200 mil
inversiones en agricultura, minería y comercio, las que manejaban
capital propio eran menos de 100, y de éstas unas diez mil eran dueñas sólo una
tercera parte del capital que manejaban. Eso ponía en riesgo alrededor de 10
mil a 30 mil familias, cuyas propiedades en venta hubieran alcanzado el monto
de 50 a 60 millones de pesos, frente a un escaso capital circulante de 14 a 16
millones de pesos. El mandato de la real cédula debería ejercerse el 6 de
septiembre 1805 y estuvo en vigor hasta el 4 de enero de 1809. La Junta que la
ejecutaba pertenecía a la alta clase española: Diego Maldolell, enviado de
España con ese propósito, el virrey José de Iturrigaray, el arzobispo Francisco
Javier Lizana, entre otros. El Virrey, fue depuesto por las inconformidades,
pero la suma que se recaudó durante ese período fue de 10 millones de pesos, lo
que representó una cuarta parte de los ingresos de la Iglesia. Total que
Iturrigaray, tras la abdicación de Carlos IV por Fernando VII, fue depuesto por
una insurrección encabezada por comerciantes y el grupo de oidores. Pero la
abdicación de Fernando VII complicó más las cosas. En España se discutía la
posibilidad del establecimiento de una junta general o bien de juntas
regionales. En ese tenor se estaba organizando por Iturrigaray, una asamblea
para discutir la posibilidad de una junta gubernativa en la Nueva España. Así que también los criollos integrantes de
dicho proyecto fueron apresados por intentar realizar un rebelión de
independencia Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución
y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano,
México, 2009, p. 51 y ss.
[6] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 75.
[7] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 13.
[9] Raúl Cardiel Reyes, Los Filósofos Modernos en la Independencia
Latinoamericana, UNAM, México, 1964, p.
25 y ss.
[10] Ibid., p. 29.
[11] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una
pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª ed., México, 1988, p. 23.
[12]
Raúl Cardiel Reyes, Los Filósofos
Modernos en la Independencia Latinoamericana, UNAM, México, 1964, p. 16-17.
[14] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una
pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª ed., México, 1988, p. 23.
[15] Es prácticamente hasta 1814
cuando el Rey Fernando VII es restituido en la Guerra de Independencia Española
contra el Imperio Francés. Supuestamente
quién estaba a cargo de España era José Bonaparte, autoridad impuesta. Sin
embargo, durante la ocupación
napoleónica, gobernó, en rebeldía, la Junta de Sevilla hasta 1810, luego le
siguió el Consejo de Regencia de España e Indias, y por último las Cortes de
Cadiz y su Constitución, las cuales, estuvieron vigentes hasta el regreso de
Fernando VII.
[17] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 50 y ss.
[18] Pedro Garibay,
sustituyó en el virreinato a Iturrigaray. Suspendió la ejecución de la Real
Cédula, pero España le demandaba dinero. Fue sustituido por el obispo Lizana en
el Virreinato. Él se dio cuenta de que también conspiraban contra él y captura
a algunos de sus miembros. Los oidores pidieron su destitución a la Regencia de
Cadiz. Su petición fue cumplida. La Audiencia gobernó durante ese vacío el
virreinato hasta que llegó Francisco Javier Venegas a sustituirlo el 25 de
agosto de 1810 y que se instaló en la Ciudad de México dos días antes de que
estallara la guerra de Independencia. Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 75 y ss.
[19] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 58 y ss.
[20] Ibid., p. 63.
[21] En la ciudad de Querétaro se
hacía unas supuestas reuniones literarias en la casa del presbítero José María
Sánchez y del abogado Parra. A dichas reuniones asistían el corregidor Miguel
de Domínguez y su esposa, doña Josefa Ortiz. El rumor de tales conspiraciones
llegó a oídos del alcalde de Querétaro, Juan Ochoa quien no tomó ninguna medida ante tal
situación. Sin embargo, el cura queretano Gil de León, hace la denuncia ante su persona y no le queda más que
proceder. Al ser informado el corregidor, tiene que decidir entre arrestar a
los conspiradores o ser considerado un traidor. Su esposa Josefa Ortiz,
entonces le avisa a allende a través del señor Ignacio Perez. También en
Guanajuato fue denunciada la conspiración y el intendente Juan Riaño ordena
arrestar a Allende y Aldama y vigilar al cura Hidalgo. Sin embargo, tal orden
fue dictada tarde, apenas llegados a Dolores Aldama e Ignacio Pérez, el cura
Hidalgo tomó la repentina decisión de anticipar el movimiento independentista.
Dado a que el texto no pretende ser una crónica de la guerra de independencia,
sintetizaré el relato de Fernando Serrano Migallón de cómo devino dicho
acontecimiento para que el lector tenga mayor claridad de este asunto. Apenas
dado el grito, el levantamiento fue a San Miguel, a Celaya y Guanajuato. En
este último sitio, hubo un fuerte enfrentamiento entre el ejército realista del
intendente Riaño y los insurgentes. La alhóndiga de Granaditas, fue el
bastión español, y fue el Pípila, un
joven minero de nombre Mariano, quien quemó la puerta de dicho edificio para
derrotar así a sus enemigos. Ya para entonces –desde el 22 de septiembre- había
sido nombrado general del Ejército Insurgente y Allende fue nombrado el segundo
en mando (su teniente general). Luego de la toma de Granaditas, se traslada a
Valladolid y ahí obtiene gran dinero de las arcas eclesiásticas. Luego, se
moviliza hacia Toluca. En ese trayecto, en Indaparapeo se entrevista con José
María Morelos y Pavón, su antiguo discípulo del Colegio de San Nicolás. Morelos
es nombrado su lugarteniente y en el Sur organizó un ejército. Tras la toma de
Toluca por parte de Hidalgo, se da la batalla del Monte de las Cruces, donde el
general realista Trujillo es
derrotado. Luego, se dirige hacia
Querétaro y en Aculco se enfrenta contra
Calleja, quien derrota a los insurgentes. Ahí deciden separarse Hidalgo y
Allende. El primero se va a Guadalajara, el segundo a Guanajuato En
Guadalajara, Ignacio López< Rayón es
nombrado ministro y secretario de Hidalgo. La lucha siguió en buena
parte del país, pero en 1811, de nuevo Guadalajara protagoniza actividad. Ahí
son derrotados los insurgentes por Calleja, y son derrotados en más batallas
hacia el Norte del país. Hidalgo es obligado a dimitir como general En marzo
los caudillos independentista acuerdan entrar a los E.U.A. a comprar armas y
dejar a alguien en la retaguardia en México. Ignacio López Rayón u José María
Liceaga quedan al mando. Pero los líderes son traicionados por Ignacio Elizondo
y capturados el 21 de marzo de 1811. Son trasladados a Chihuahua en abril y
procesados. El 26 de junio son ejecutados, a excepción de Hidalgo, quien lo fue
el 30 de junio. Sin embargo, el
movimiento sobrevivía con su caudillo en el sur y con la retaguardia del Norte
de López Rayón. Se crea una junta suprema en agosto de 1811 de la que López
Rayón es el presidente, y José María Liceaga y José Sixto Berduzco, vocales.
Ante los embates exitosos de Calleja, Morelos en febrero de 1812 se acuartela
en Cautla. Ahí se da el famoso sitio de Cuautla que duró 72 días, siendo roto
con muchas bajas insurgentes el 1 de marzo de 1812. Entonces fue nombrado
Morelos cuarto miembro de la Junta Militar. En ese momento se da el giro de la
insurrección, para que el movimiento no sea a favor de Fernando VII, sino de la
Independencia. Se gesta un proyecto de constitución. Hacia agosto de 1812, se
propone la gesta de un gobierno que sustituya a la junta militar. Se establece
el Congreso de Chilpancingo. Pero el congreso es perseguido. Se traslada a
Valladolid. Pese a las persecusiones y
derrotas surge la Constitución de Apatzingan. Morelos tratando de salvar al
Congreso es capturado, procesado y ejecutado en 1815 en Ecapetec. En 1816, Calleja es nombrado virrey. Seguían
en armas Vicente Guerrero y Nicolás Bravo. La llegada a México de Francisco
Javier Mina, para incorporarse a la lucha armada, renovó la esperanza de los
insurgentes. Desembarcó en Tamaulipas, proveniente de Inglaterra. Tristemente,
aunque Mina logró muchas victorias, su actividad militar duró menos de un año,
y en 1817, el 11 de noviembre fue fusilado.
Desde entonces, la guerra independentista, se mantuvo como una guerra de
guerrillas hasta prácticamente su consumación en 1821. (Cfr. Fernando Serrano
Migallón, El grito de Independencia.
Historia de una pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª ed.,
México, 1988, p.28 y ss).
[22] Ibid., p.82 y ss. No hay ningún
anticlericalismo, más bien una crítica a los excesos de la Iglesia en la Nueva
España respecto al trato hacia el indio, respecto a su autoritarismo su
asociación al despotismo y al papismo exagerado. Tal crítica fue hecha
por Fray Servando Teresa de Mier.
[23] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 91.
[24] William H. Beezley, La
identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en
el siglo XIX, trad. Rafael Becerra,
edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de
Michoacán, México, 2008, p. 45.
[25] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 96 y ss.
[26] Ibid., p. 104-105.
[27] Tzvetan Todorov, Nosotros y los otros, Edit. Siglo XXI,
trad., del francés de Martí Mur Ubasart, México, 1991, p.
121-131.
[28] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p.139.
[29] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 141.
[30] Ibid., p. 147. Esta persistencia
de la inversión de la leyenda negra, se puede observar hasta el final de la Independencia.
Tan es así que había un texto, un
folleto, titulado Tanto le pican al buey
hasta que embiste (ca. 1821), en el que se propone revertir la opinión
negativa en contra de los españoles respecto a que son personas indignas,
puramente egoístas, fuente de todos los males, que no cumplían y distorsionaban
la ley. Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución
y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano,
México, 2009, p. 128-129.
[31] Otros criollos se opusieron al
movimiento. Lo consideraban caótico y como una amenaza a su condición, temiendo
que se convirtiera en una guerra de castas. Calificaban su lucha como incivil e
inhumana. Por eso es bueno precisar que es en el caso de los criollos
insurrectos. Cfr. Romeo Flores
Caballero, Revolución y contrarrevolución
en la Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 92.
[33]
Luis Villoro, El proceso
ideológico de la revolución de independencia, 3ª edición, Conaculta,
México, 2002, p. 157 y 166.
[34] Ibid., p. 169-170 y ss
[35] Ibid., p. 172.
[37] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 92.
[38]
William H. Beezley, La identidad nacional
mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en el siglo XIX,
Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de Michoacán,
México, 2008, p. 30.
[39] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 191.
[40] Ibid., p. 192
[41] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 95.
[42] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 191-192.
[43] Ibid., p. 193 y ss.
[44] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 120.
[45]
Ibid., p. 120 y 121.
[46] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 108.
[47] William H. Beezley, La
identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en
el siglo XIX, trad. Rafael Becerra,
edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de
Michoacán, México, 2008, p. 75.
[49] Ibid., p. 125.
[50] Ibidem, y p. 145.
[51] Ya los escudos y las banderas
habían sido símbolos importantes de identidad durante la gesta independentista.
Recordemos el estandarte de la Virgen de Guadalupe de Hidalgo, así como la bandera del Regimiento de
Infantería de San Fernando del Padre Morelos, o la bandera del doliente Hidalgo
que usó José María Cos son ejemplos de esta tendencia. (Alfredo Hernández
Murillo, Historia del Escudo y la Bandera Nacional, CONACULTA/INAH, México,
2003).
[52] Esta versión de la serpiente la
sostiene Serrano en su libro el grito de Independencia. Sin embargo, Romeo
Flores Caballero, en la página130 de su libro Revolución y Contrarrevolución en
la Independencia de México pone una imagen anónima del primer escudo nacional y
carece de la serpiente, pero coincide con Serrano en el resto de la
descripción.
[53] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una
pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª
ed., México, 1988, p.56 y ss.
[54] Cfr. Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 142.
[57] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 206.
[58] La Constitución de 1824
postulaba la existencia de un Estado republicano, representativo, popular y
federal, organizado en 3 poderes de gobierno (legislativo, ejecutivo y
judicial), respaldado por una sola religión (la católica romana) e integrado en
ese entonces por 19 entidades federativas y cinco territorios (Alta California,
Baja California, Colima, Santa fe de Nuevo México y Tlaxcala).
[59] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una
pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª
ed., México, 1988, p. 65.
[60] William H. Beezley, La
identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en
el siglo XIX, trad. Rafael Becerra,
edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de
Michoacán, México, 2008, p. 76 y ss.
[61] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 159.
[62] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p.174.
[63] Ibid., p. 188 y ss.
[64] Ibid., p. 191.
[66] William H. Beezley, La
identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en
el siglo XIX, trad. Rafael Becerra,
edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de
Michoacán, México, 2008, p. 37-38.
[67] Ibid., p. 39.
[69] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 151.
[70] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 147.
[71] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 207.
[72] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 180. En esta
nota hay un error, ya que dos veces en un mismo párrafo se dan cifras distintas
de los secretarios de Guerra, en realidad, una de esas cifras corresponde al secretario
de Hacienda.
[73] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de
México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 146-154.
[74] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 234.
[75]
Ibid., p. 227.
[76]
Ibid., p. 232.
[77]
Ibid., p. 227.
[78] Una de esas revueltas fue una
“revolución” según Krauze, contra Vicente Guerrero, quien fue derrocado y
suplido por Anastasio Bustamente. Santa Anna, se alió con la gente que se
sublevó contra Bustamente y logró su dimisión, para luego contender en las
elecciones presidenciales y ganarlas abrumadoramente, para inmediatamente
cederle el poder a Valentín Gómez Farías, para luego removerlo apenas la gente
lo culpó de una peste debido a su impiedad y sus reformas políticas. También
llegó a disolver el Congreso y derrotar al insurrecto Francisco García. Más
tarde enfrentó la separación de Texas y Yucatán (1836 y 8140) y más tarde la
guerra de Castas (1847) en esa misma península entre los indios y los criollos
y mestizos.
[79] William H. Beezley, La
identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en
el siglo XIX, trad. Rafael Becerra,
edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de
Michoacán, México, 2008, p. 21-30.
[80] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 223.
[81] Ibid., p. 222-223.
[82] Ibid., p. 230.
[83] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de
México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 128.
[84] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p. 216.
[85]
Enrique Krauze, Siglo de
Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores,
México, 1994, p.137.
[88] Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de
independencia, 3ª edición, Conaculta, México, 2002, p. 248.
[89] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de
México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 142.
[90] Ibid., p. 174-175.
[92] Ibidem.
[93] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una
pasión nacional. Edit. Miguel Ángel Porrúa,
2ª ed., México, 1988, p. 97.
[94]
Enrique Krauze, Siglo de
Caudillos. Biografía Política de México, 1810-1910, Tusquets Editores,
México, 1994, p. 191-192.
[95] Ibid., p. 223 y ss.
[97]
William H. Beezley, La
identidad nacional mexicana: la memoria, la insinuación y la cultura popular en
el siglo XIX, trad. Rafael Becerra,
edit. Colegio de la Frontera Norte, Colegio de San Luis y Colegio de
Michoacán, México, 2008, p. 17.
[98] Enrique Krauze, Siglo de Caudillos. Biografía Política de
México, 1810-1910, Tusquets Editores, México, 1994, p. 256.
[99] Ibid., p. 259.
[101] Fernando Serrano Migallón, El grito de Independencia. Historia de una
pasión nacional, Miguel Ángel Porrúa, 2ª
ed., México, 1988, p. 113.
[102] Ibid., p. 113-114.
[103] Esta es por supuesto, la
interpretación de Krauze, y en general de los admiradores de Juárez. También
está la interpretación de sus detractores que lo ven como un gran ambicioso.
[104] Romeo Flores Caballero, Revolución y contrarrevolución en la
Independencia de México. 1767-1867, Océano, México, 2009, p.237.
Aunque la Guerra de Independencia va de 1810 a 1821, su dimensión es mayor. Romeo Flores Caballero sugiere que el proceso de la Independencia empezó desde 1767 con las Reformas Borbónicas ideandando.es/que-fue-la-caida-de-constantinopla/
ResponderEliminarEn la ciudad de Querétaro se hacía unas supuestas reuniones literarias en la casa del presbítero José María Sánchez y del abogado Parra. A dichas reuniones asistían el corregidor Miguel de Domínguez y su esposa, doña Josefa Ortiz ideandando.es/que-es-el-surrealismo/
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