Futbol: el Símbolo de Símbolos.


Nos hace vibrar como si fuera el himno nacional; genera discusiones  tan argumentadas y acaloradas como los debates del aborto, la eutanasia o la legalización de las drogas;  desata pasiones que pueden llevar a la guerra a sus seguidores, como se dice que aconteció con Honduras y el Salvador en 1969; produce  tanto interés como el sexo o la violencia. Es motivo de una de las industrias más pujantes y exitosas de la actualidad. La FIFA tuvo ingresos netos de 196 millones de dólares en 2009 y goza de cabal salud, al poseer fondos por 1061 millones declarados en ese mismo año. Por eso, se da el lujo de donar una migaja de 2 millones para la seguridad del municipio de Ciudad Juárez. 

Sus héroes son tanto, o más famosos, que los artistas y los políticos; sus estrategas son  tan hábiles que logran victorias apabullantes sin una sola  ojiva, pero sí con mucho sudor, sangre y lágrimas. Sus dirigentes son agudos administradores que no comprenden del todo el poder que  tienen en sus manos, son  los celadores de un gigante cuyas dimensiones no logran apresar. Es el símbolo de símbolos, es una religión en búsqueda de un dios, y la nación más grande sin ninguna frontera. Es más popular que José Alfredo Jiménez,  José José, Elvis Presley o Michael Jackson. Es el verdadero rey de reyes, porque  es el que tiene más seguidores en el orbe: 270 millones de personas están vinculados a esta actividad directamente, el 4% de la población mundial lo practica de manera regular distribuido en alrededor de 1.7 millones de equipos a lo largo de globo. Su relativa sencillez, que demanda una pelota, dos porterías –que pueden ser improvisadas-, un terreno plano, y el seguimiento de 17 reglas (que en el combate arrabalero se simplifican mucho más) da cuerpo a su notoria popularidad. Prácticamente todo mundo ha estado en contacto con él alguna vez y posee algún recuerdo de la infancia que se vincula a su devenir…

El futbol, se muestra como un fenómeno de masas, que en su aparente banalidad, se  transfigura en el vértice de todos los códigos culturales. Une a los géneros sin discriminación: varones y mujeres lo juegan, y cada vez más féminas se aficionan a él, a pesar que uno de cada diez jugadores pertenece al mal llamado sexo débil. Este deporte une en el diálogo al lumpen con los exquisitos intelectuales, a las izquierdas con las derechas, a los ecologistas con los depredadores ambientales,  tiende un puente entre los opuestos bajo un mismo estandarte de muchos rostros: “América”, “Chivas”, “Pumas”, “Real Madrid”, “Barcelona”, “Inter de Milán”, “Copa Libertadores”, “Eurocopa”… Une a Oriente, Occidente  y al África, siempre silenciosa  e ignorada por la Historia Universal, en un mismo rito que da voz a todas las voces cada cuatro años en un gran ciclo universal. Sus canchas  delinean el  punto utópico donde la democracia es una realidad, donde los distintos estratos sociales se encuentran y reconcilian en una paradójica batalla entre dos bandos enfrentados ante las  porterías, y ahí,  se baten en duelo  por la posesión y usufructo de un simple, pero codiciado balón, con el único y claro fin de meter la mayor cantidad de goles, acompañados de los feroces ecos que hacen rugir a los estadios con místicos cánticos que dan fe de la tremenda batalla entre los nuevos Heracles, Perseos y Gilgamesh del tercer planeta del Sistema Solar.

 Se cree que en México su popularidad está en conexión con nuestros más ancestrales orígenes. Que éste (el futbol) encuentra su arquetipo en el antiguo juego de pelota mesoamericano, mortal encuentro por merecer la supervivencia. Los chinos aseguran que su nacimiento está en el tsu chu, vetusta competición que se realizaba con una bola de cuero, ya desde el 200 a.C. Los japoneses ven su pasado en el kemari; los griegos en el episkuros; los romanos en el harpaskum; los italianos en el giuoco del calcio, y así, muchas naciones le atribuyen un aire de autoctonía. Sin embargo, el futbol, surgió en Inglaterra, como una práctica violenta emparentada con el rugby que se daba desde el siglo XII en la época de carnaval y que fue prohibida por Eduardo III. Luego, hacia los siglos XVIII y XIX, resucitó y evolucionó en un deporte estudiantil, civilizado y reglamentado por la Universidad de Cambridge en 1848. La condición imperial de la Gran Bretaña, le permitió esparcirse por el resto de Europa y las colonias sajonas en otros continentes. Su difusión fue más rápida que la de la influenza porcina.
En 1872 se dio el primer partido oficial entre selecciones (Inglaterra-Escocia). En 1900 el futbol fue incorporado como deporte de exhibición en las Olimpiadas. El 24 de mayo 1904 se creó la FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociación) con sede en París, en las oficinas de la Union Française des Sports Athlétiques (posteriormente fue trasladada a Zurich, Suiza). Dicho organismo ha tenido ocho presidentes. Hasta 1909 constaba de puros miembros europeos, posteriormente se incorporaron naciones de otras latitudes, siendo las primeras de este grupo: Sudáfrica, Chile, Argentina y Estados Unidos. La FIFA realizó su primer torneo en Uruguay en 1930, con la participación de tan sólo trece países. Ahora semejante competición se realiza entre los 32 mejores representantes de todos los países miembros de esa organización. También se han inventado otros torneos subsidiarios del ya citado, como la copa mundial sub 17, la sub 20, o la femenina (1991, en adelante), el mundial de futbol de salón, el de playa.

Ahora bien, la FIFA y su torneo estrella han crecido desde su fundación. Tuvo un gran impulso en los setenta con su líder Joao Havelange. En este momento, consta de 204 asociaciones afiliadas, organizadas en seis confederaciones continentales (CONCACAF, CONMEBOL, UEFA, CAF, AFC y OFC). A lo largo de su historia, ha realizado 18 copas mundiales, las cuales sólo han sido interrumpidas por la Segunda Guerra Mundial (las ediciones de 1942 y 1946) y curiosamente sólo han tenido siete ganadores: Brasil, en cinco ocasiones; Italia, en cuatro; Alemania, en tres; Uruguay y Argentina, dos veces; y Francia e Inglaterra, una vez. La copa mundial de futbol, que otorga un trofeo de oro al ganador (el Jules Rimet), siempre se había desarrollado en Europa y América –México fue dos veces sede: en 1970 y 1986-, hasta que en 2002, ésta se traslado a Asia (Corea y Japón), y ahora en 2010 se realiza por primera vez en África, en el país de Mandela, de los luchadores contra el Apartheid, donde el futbol no es tan popular, pero podría catapultarse con dicho evento, incluso mediante una sorpresa, como la que dieron los sudafricanos al ganar la copa internacional de rugby.

En fin, la difusión de dicho torneo mejorado. Con los sistemas satelitales de los años sesenta, se pudo transmitir su imagen a color en el mundial de México 70. Eso incrementó sus espectadores. Ahora, su audiencia es espectacular, se sabe que el mundial de Francia llegó a la cifra récord de 3700 millones de seguidores, alrededor de la mitad de la población humana del planeta.

Hoy, el futbol es un patrimonio universal, y aunque no hay un día internacional o un año dedicado por la ONU a este fenómeno, su dominio es irrefutable. Su dominio va mucho más allá de las canchas. La vida de los futbolistas se vuelve pública, que si Gio se casa con Belinda, que le dispararon a Cabañas, que Aguirre declaró que estamos jodidos, etcétera. La gente se entera más de esas noticias que de otras pertenecientes a otros rubros. Algunas exposiciones museográficas, esculturas, obras de diseño gráfico, incluso melodías están relacionadas con semejante deporte. El séptimo arte ha contado con producciones que toman dicho tema por eje. Ninguna, a excepción de Rudo y Cursi –en mi arbitraria opinión- ha sido de calidad digna de mención.  El anime en Japón con Capitán Tsubasa o las Fifa Series para consolas de vídeojuegos han sido empresas mucho más exitosas. No se diga del éxito terrible que han sido los productos de marca para los aficionados: camisetas, lencería, relojes, carteles, y muchas chucherías más relativas a clubes o selecciones. Resulta interesante que el futbol sin tanta penetración en el arte y la cultura pop, aún así, goza de mucha profundidad. Su éxito no está sólo en su mercadotecnia (que es millonaria y muy buena), sino en el mismo espectáculo que brinda a sus espectadores y en las ideas que ellos proyectan en dicho deporte. Tal vez todos llevemos dentro de nuestro ser un futbolista que surge en cada partido en el que se enfrentan nuestros amigos, nuestros equipos, nuestras selecciones. Paul Feyerabend creía que la gran ideología del siglo XX era la ciencia. Cuan equivocado estaba. Tal sistema es el del balompié. El futbol, según  Andrés Roemer, da sentido a la vida, transmite sus triunfos, enaltece el honor, se escapa de la vida corriente, se instaura como un espacio lúdico que rompe con la cotidianidad.  Desmond Morris, por su lado, dice que si unos extraterrestres nos visitaran, les llamaría la atención la significación que tiene el futbol para la especie humana, la cual, según este etólogo, tiene que ver con la simbolización muy bien lograda del ritual de caza (del balón) en los 90 minutos de partido. Así pues, los antropólogos deberían advertir que la humanidad en estos tiempos de globalización, terrorismo y cambio climático, se  ha convertido en una tribu futbolística. Ha surgido una nueva variante antropológica: el  homo soccer.

Bibliografía


"Fútbol." Microsoft® Encarta® 2006 [DVD]. Microsoft Corporation, 2005.

Andrés Roemer (comp.) ¿Por qué amamos el futbol? Miguel Ángel Porrúa, México,  2008.

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