El Titanic. Reflexión sobre su 100 aniversario.

¿Qué encierra el Titanic, de tal modo que en 100 años se ha convertido el aniversario de su hundimiento en un motivo de conmemoración en la cultura popular? No quiero decir que las grandes tragedias no se deben de recordar. Mas bien, justo me pregunto por qué esta tragedia es más recordada que otras mayores.  En 1987, dos años después de descubrirse que el Titanic se había partido a la mitad durante su hundimiento, el MV Doña Paz, un ferry filipino chocó el 20 de diciembre contra un petrolero y generó más de cuatro mil muertos, frente a los 1500 que aproximadamente dejó el Titanic.[1]  Ese poco conocido naufragio, no es el más catastrófico. Fue superado en 1994 por el hundimiento del Bukoba, en el lago Victoria de Tanzania, el cual dejó 6000 muertos, y por el hundimiento del Wilhelm Gusstloff, navío nazi que fue torpedeado por un submarino ruso, provocando 9300 decesos.[2] Ciertamente el hundimiento del Titanic, en su época, fue el cataclismo naval más grande que se había dado, y lo siguió siendo por muchos años después, en relación a los hundimientos en tiempos de paz. Pero, ¿por qué si no ha sido el más grande, no ha generado igualmente el mismo impacto?
Sin  embargo, ninguna de estas dos tragedias, provoca el mismo interés de la comunidad internacional. Es entendible que en Gran Bretaña y E.U.A., pues los dos primeros implicaban el puerto de salida y el destino de la ruta del Titanic. Incluso, podríamos comprender que haya causado impacto en Canadá, país que participó en el rescate de los cuerpos que quedaron en altamar, entre los cuales, habían  muchos compatriotas suyos.[3] Pero el impacto de este evento trascendió por mucho el espectro de estas tres naciones. Por supuesto, en el barco había gente de procedencias muy diversas. Iban viajeros de varias partes de Europa: España, Bélgica,  Finlandia, Dinamarca, Francia, Suecia, Suiza, Alemania, Italia. Latinoamérica tuvo también una cuota: dos uruguayos, dos argentinos, un cubano y un mexicano (Manuel Ururchurtu), de los cuales, sólo sobrevivió una mujer, quien ya había sobrevivido a otro naufragio.[4] Incluso hasta hubo fallecidos de lugares muy distantes: Egipto, Líbano,  India, Siam y Rusia.[5] Ésta es una clave, para hacernos pensar en la magnitud de la noticia. Pero también otro factor que volvió muy impactante dicho evento, fue la presencia de millonarios y personajes famosos en el barco, como el escultor francés Paul Chevré, el magnate estadounidense Benjamin Guggenheim y el tenista estadounidense Richard Norris Williams. De tal terna, sobrevivieron el primero y e tercero.  De los 2200 pasajeros que iban en el barco, aproximadamente, sólo sobrevivieron poco más de 700 y fueron recuperados 160 cadáveres.
                No podemos ignorar que hay algo de político y de mediático en la memoria del hundimiento del Titanic. Involucró a dos de las más grandes potencias del mundo. También su historia ha sido narrada por el cine, la televisión, la literatura y la  música. Desde el mismo año 1912 se hicieron dos películas al respecto: Saved from Titanic (que hoy en día está perdida) y In Nacht und Eis, pasando por muchas otras producciones cinematográficas, documentales y televisivas, hasta llegar a la espectacular –no así la última del tema- película de James Cameron de 1997, que fue reeditada recientemente en para 3D con miras al 100 aniversario de la catástrofe. La producción de Cameron, sin duda ha sido el impulso más poderoso en la cultura pop, para afianzar la historia en el imaginario colectivo.  En México, la propia Guadalupe Loaeza colaboró a la mitificación del Titanic, mediante su novela El caballero del Titanic, en la que recrea la historia de Manuel Uruchurtu durante esa travesía.
                Ahora bien, más allá de lo político y mediático, la historia del Titanic cautiva también por otras razones. Representa una peculiar amalgama entre la soberbia del hombre que creyó a ese barco insumergible, dado a su enorme fe en los avances tecnológicos del momento frente al poder de la naturaleza, y el heroísmo y humildad de muchos de sus tripulantes y pasajeros, que según los testimonios, sacrificaron su propia vida en pos de otros. El Titanic, como muchos otros grandes símbolos, encierra en él: lo mejor, y lo peor del ser humano. Y tal vez, lo más justo, es que al recordarlo, también recordemos a todos los muertos en todos los hundimientos de barcos que ha sufrido la humanidad. 

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