¿Qué es el plagio?
Aunque el
concepto de plagio parece ser claro, en realidad encierra varios matices. Primero que nada, hay que distinguir el plagio
de la falsificación. Ésta es la reproducción ilegal de quien no detenta los
derechos de autor de una obra o producto, ostentando falsamente la autoría de
quien detenta los derechos de autor. Por
ejemplo: reproduzco una pieza de reloj Rolex que se parezca a la original y la
vendo como si fuera un Rolex. Si la falsificación es una forma de plagio, ésta
definitivamente es la más condenable. De
acuerdo con Boleslaw Nawrocki se puede hablar
de tipos de plagio: directo e indirecto, total y parcial. El directo hace
préstamo de las ideas del otro sin transformaciones, el indirecto hace
transformaciones. El total toma todas las ideas de otra obra y el parcial toma
sólo una parte de otras ideas en su propia obra. Por supuesto que estas categorías se pueden
mezclar: hay plagios directos totales, plagios directos parciales, plagios
indirectos totales e indirectos parciales.[1]
El plagio se da como un concepto vinculado a los derechos de autor. Éste
hace pasar como propia una obra ajena. Es la acción de “copiar en lo
substancial obras ajenas, dándolas como propias”.[2]
Los derechos de autor se empezaron a configurar hacia el siglo XVIII en
Francia. Ya en 1725, Louis de Héricourt comprendió al libro como propiedad de
su autor. Sin embargo, vienen más de la legislación derivada de la Revolución
Francesa.[3] El surgimiento de los derechos de autor
constituye el momento de la individualización de la literatura, del
reconocimiento y de las ideas.[4]
En el siglo XIX se debatió jurídicamente
el asunto de la posesión de derechos de autor sobre bienes inmateriales y la
perpetuidad sobre éstos de parte de sus herederos versus el dominio público
sobre la obra en una sociedad.[5]
En la legislación norteamericana se
logró la conciliación entre autores y reproductores, entre herederos y
sociedad, a partir de copyright. Cabe mencionar que en el derecho francés se
privilegia al autor de la obra y en el anglosajón a la reproducción comercial
de ésta.[6]
La palabra, según la RAE, tiene su origen del latín plagium que se refería a la acción de robar o vender como esclavos
a personas que eran libres.[7] En
este sentido el plagio es una acción engañosa y fraudulenta de origen que hace pasar a algo que no es de cierta
manera, como si así lo fuera. También el
término plagio se puede referirse a un secuestro. Aquí la palabra se asocia con
apropiación ilegal e ilegítima de alguien. El término plagio en su campo
semántico, además del timo, implica la ausencia de la participación de la
voluntad del plagiado. De ahí que
plagiar se extrapoló no sólo al secuestro de personas sino a la acción de “copiar en lo sustancial obras ajenas
dándolas como propias”.[8]
Ahora bien, de acuerdo con Hélene Maurel-Indart la etimología de la
palabra plagio no viene del latín, sino
del griego ”plagios” que significa
(oblicuo, astuto). El plagio también rompe con la rectitud, con el sentido
original y remite a la audacia del plagiario. El primer registro del tránsito
del sentido de plagio de robo de persona a robo de palabras, está en el poeta
romano Marcial (siglo I d.C.), quien acusó a otro poeta, Fidentius de haber
robado sus versos como si hubiera robado a sus hijos. Tal sentido metafórico
vuelve a aparecer en la Modernidad. Apareció en el siglo XVI en Francia. Coincide con que en esa misma centuria fueron
inventadas las comillas inglesas (“...”) para enmarcar la reproducción de citas
textuales. Fueron inventadas por el editor francés Guillaume Le Bret. Ya en el
español, se usaban desde antes las comillas latinas (<…>) para indicar
citas de las Sagradas Escrituras dentro de un texto. Hoy en día, las comillas
españolas se representan con un signo emplean una doble diple: <<…
>>. Las comillas inglesas predominan en el género del ensayo, aunque
también se han extendido a las novelas con referencias técnicas. Ahora bien, en el caso de la literatura las
comillas latinas y las inglesas se pueden de manera mixta cuando se hace una
cita dentro de otra cita, poniendo la cita general con comillas latinas, y la
cita dentro de la cita con comillas inglesas.[9]
A pesar de la existencia de este sentido, no existía una noción de la
propiedad intelectual que acompañara a tal concepto en el ámbito jurídico. Había
una tolerancia en la Antigüedad de tomar las palabras de los oradores famosos y
usarlas en sus propias creaciones. El
enojo que generaba el plagio, hacía que las víctimas denunciaran el robo de
manera satírica. En la Edad Media, el asunto se complicó, los copistas copiaban
obras, que frecuentemente corregían o cambiaban, dando como resultado una obra
colectiva que, con frecuencia, era colectiva y anónima. Fácil resultaba también
apropiarse de la autoría de una obra ajena de la cual existía una sola copia. El
plagio era difícil de calificar y de detectar en ese contexto.
La situación cambió hasta la invención de la imprenta. Ésta permitió la
divulgación de las obras. También facilitó la detección de los plagios y, por
ende, la posibilidad de su denuncia. Igualmente,
el sistema de premios literarios participó de tal cambio de perspectiva.
Iniciando el siglo XX, en los años veinte, surgió el marketing de la industria
editorial con la imposición de autores en el mercado de consumidores, a través
de los críticos literarios, los periodistas, los académicos, los jurados de
premios, los intercambios editoriales, las colecciones de libros en
instituciones, el publirrelacionismo. Los beneficios económicos han llevado a
anhelo de muchos de granjearse de ellos través acciones plagiarias. Por el otro lado, los autores se les exigió la
producción de obras con constancia, ya que la vida comercial de una obra
escrita es corta. Eso también alimenta
la tentación a cometer el plagio para crear “libros rentables”. En general, se
puede decir que los cambios editoriales cambiaron la noción occidental del
plagio.
En esta nueva visión hay una sobrevaloración del autor por encima de la
obra. El “gran público” lee una obra porque la escribió un autor al cual conoce
y con quien se ha encariñado por la mediatización de su vida. Antes lo que
importaba era la obra más que el autor, pues el autor era en función de la
obra, pues éste era un servidor de una instancia superior, cuya biografía poco
importa. Al primer principio se le llama personalizador; al segundo,
heroizador.[10] De ahí que haya autores cuyas obras sean
exitosas a través de un pseudónimo, un prestanombres (como lo hizo en algunas
obras Bajtin con su amigo Volóshinov) o a través del anonimato.
Ahora bien, existe un fenómeno ligado al principio personalizador: el
scriptoricidio. Éste es la muerte simbólica del autor. Afecta su autoridad y
legitimidad frente a los lectores, niega la autenticidad de sus escritos y en
última instancia, anula la identidad del autor. Shakespeare, Moliere han sido
víctimas de gran calidad del scriptoricidio. A M2oliere se le acusa de haberse
robado las obras de Thomas o de Pierre Corneille y a Shakespeare se le
atribuyen 50 posibles autores plagiados, entre ellos el filósofo Francis Bacon.
Curiosamente las acusaciones judiciales de plagio se acrecentaron entre
los años ochenta y los dos mil. Incluso
ha afectado a premios Nobel como Camilo José Cela, quien fue acusado de tal
acción en el 2001 por su libro la Cruz de San Andrés. Fue demandado por María
del Carmen Formoso.[11]
Lamentablemente el plagio era real, pero por razones de su fallecimiento y
prestigio, ha sido pospuesta la resolución judicial. También esto abre la discusión sobre las
presiones editoriales que hay en las espaldas de escritores prestigiosos.
El plagio es un tema problemático. Si bien en la creación científico-académica
el plagio es algo relativamente claro, en el mundo literario, por ejemplo, no
es tan claro para diferenciarse del préstamo creativo de ideas. Ahora bien,
frecuentemente existe una dificultad jurídica para determinar un plagio cuando
se toman prestadas algunas ideas, investigaciones o fragmentos de obras. Mucho se debe a que todo texto es producto de
la intertextualidad, es decir, que hay otros textos presentes en él de manera
explícita o implícita. El trabajo de escritura, aunque aparentemente es
solitario, también es comunitario, hay una polifonía discursiva. Y aunque el
emisor es centro y origen de su propio discurso, éste está supeditado a un
entretejido de discursos que introyecta. La creación absoluta no existe.[12]
De hecho, la originalidad proviene de la imitación: “la originalidad sólo puede
ocupar un lugar dentro de una compleja red de filiaciones y pertenencias.
Procede de un acto de sublimación por medio del cual el escritor se hace autor,
capaz, por fin, de escribir en su propio nombre”.[13]
El valor de una obra está no tanto en una creación absoluta, sino en la calidad
de lo hecho y el estilo diferenciable que se logra con ello.[14]
Lo anterior redefine a la originalidad.
Inclusive, se pueden dar casos en los que una persona inconscientemente
olvida la fuente que leyó y reproduce las ideas de otro, creyendo que son suyas
(claro que también éste es el pretexto de muchos plagiarios). Pero también
incluso puede haber coincidencias muy desfavorables para algunos. Recuerdo que
en un taller de creación literario impartido por Luis de la Peña, una señora
comentaba que ella quería escribir una novela sobre un romance que tuvo con un
árabe en el extranjero. Resulta que se encontró con una novela que contaba una
historia muy semejante a la que la señora había vivido. Así que ella desistió
intentar escribir la suya. Este tipo de coincidencias ciertamente son muy
raras, pero definitivamente son posibles.
Por otro lado, el plagio no sólo es menos claro en un área que en otras,
también es un concepto que históricamente ha evolucionado. Montaigne en sus
ensayos podía reproducir las palabras de Séneca sin usar comillas y, a veces,
sin hacer referencia a él. Esta práctica no era considerada como plagiaria por
sus lectores, quienes identificaban la fuente de las ideas del filósofo
francés. Sin embargo, Voltaire, al mismo tiempo, creía que robar las palabras
de otro ya era una razón para mandar azotar a una persona. Por el contexto, Voltaire tenía más razones
éticas que financieras para juzgar al plagio.
El 26 de mayo de 1992, por ejemplo, Ediciones Fayard demandó a Igor y
Grichka Bogfanov habían tomado ideas de un libro llamado la Melodía Secreta del
astrofísico Trinh Xuan Thuan. Ellos habían publicado en la editorial
Grasset Dios y la ciencia, un diálogo
entre ellos y el filósofo cristiano Jean
Guitton. Judicialmente, en un primer fallo,
habían sido exonerados de una multa, pero, más tarde, fueron condenados a pagar
50 mil francos, por el Tribunal de Apleaciones de París, revirtiendo la primera
sentencia. Desde la perspectiva de los hermanos Bogdanov, ellos como
divulgadores, tomaron ideas del corpus del conocimiento científico sin
pretender manejarlas como propias.[15]
Sin embargo, los autores no cuidaron en expresar tales ideas de manera y orden
personales.
Otra acusación que en el ámbito de la Filosofía se ha dado de plagio,
tiene que ver con la acusación que recibió Alain Minc el 28 de noviembre del
2001 ante el Tribunal de Primera Instancia de París, el cual, condenó a este
ensayista por haber plagiado en su obra Spinoza,
una novela judía fragmentos de la biografía del filósofo Patrick Rödel
Spinoza, la máscara de la sabiduría. Rödel especulaba algunas cosas sobre
Spinoza que Minc tomó como hechos históricos.[16]
La metodología, la originalidad y el reconocimiento son criterios
importantes para determinar un plagio. Los autores no siempre tienen claro esto
y algunos editores son descuidados en la revisión de lo anterior. SI bien todo texto es intertextual, en el
plagio intervienen elementos tales como la adjudicación de ideas ajenas o el
uso de la redacción de otras personas. De ahí que se pueda decir que “Entre
invento y copia, el libro nace de una suerte de pillaje talentoso que preserva
el misterio de la creación”.[17]
El tema de fondo en el plagio no sólo tiene
una implicación económica en la industria editorial, sino también un trasfondo
moral en relación directa con la honestidad. En el ámbito universitario los
plagios en las tesis son sumamente censurados. No implican necesariamente un
beneficio económico, sino una ética profesional. Cabe mencionar el caso de algunos ministros de
la presidenta alemana Angela Merkel y una diputada de su partido, quienes
perdieron sus títulos de grado tras haberse demostrado un plagio. Estamos
hablando de Anette Schavan, la ministra de educación que hizo trampa en su
tesis de doctorado en educación para la universidad de Düsseldorf, la cual, le
quitó no sólo el grado de doctorado en Filosofía con el tema de Persona y
Conciencia, sino también el de licenciatura. Eso sucedió en 2013. También el
ministro de defensa de Merkel, Karl-Theodor zu Guttenberg perdió también su
grado de doctorado en Ciencia Política en 2011.[18]
Por último, en 2016, la diputada Petra Hinz del Partido Social Demócrata
dimitió a su cargo, tras demostrarse que había mentido en su currículo, al
ostentarse como jurista.[19]
Es claro que las investigaciones de
plagio a gente de su confianza tenían intenciones políticas de debilitar a
Merkel, pero también es cierto que la inmoralidad de los plagios de sus
colaboradores no era justificable. Lo cierto es que en una nación con
instituciones sólidas y una moral arraigada en el pueblo, un escándalo de tal
tipo, deriva en consecuencia. Caso contrario es el que sucedió en México con el
plagio demostrado que cometió el presidente de México Enrique Peña Nieto. Una investigación de Aristegui Noticias
demostró que el Enrique Peña Nieto en su juventud (a los 25 años de edad) había
plagiado a 10 autores en su tesis de licenciatura en Derecho: El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón
de la Universidad Panamericana. La tesis
fue presentada en 1991. la denuncia del
plagio fue realizada en 2016. De los 682 párrafos de su texto, 197 eran
plagiados, es decir, un 28.8% de su tesis. Peña Nieto plagió a los siguientes
autores: Linda Hall (de la Universidad de Nuevo México); los historiadores Enrique
Krauze, Alberto Morales Jiménez, Víctor López Villafañe, José María Calderón,
Emilio Rabasa; los juristas Diego Valadés, José de Jesús Orozco Henríquez,
Felipe Tena Ramírez, Jorge Carpizo y al expresidente Miguel de la Madrid
Hurtado.[20] Aunque el plagio fue demostrado por un equipo
de investigación, el presidente no dimitió, ni la Universidad Panamericana tomó
cartas en el asunto. La corrupción y las amenazas permitieron que el plagio
quedara impune en una sociedad con problemas institucionales y de moralidad.
Ahora bien, ¿se puede sacar algo bueno de los plagios? Aunque parezca que
no, hay autores que ven bondades en ésto, como el crítico literario Marmontel
en sus Elementos de Literatura de 1787, quien dijo: “A veces es considerado
bueno el plagio de las personas que han tenido un pensamiento nuevo que no lo
han sabido expresar, a diferencia del plagiario que sabe expresarlo mejor”.[21]
De fondo apela al interés público y la libre circulación de ideas para el
enriquecimiento de la cultura. Así que también resulta interesante cuando se
“plagia” un autor extranjero en una nación, ya que la apropiación de un autor
extranjero enriquece la lengua nacional, por ejemplo.[22]
Otra bondad del plagio es que se ha
convertido en un tema de creación literaria. Por ejemplo, el plagio ha sido
abordado en obras como: el cuento de Billo Prozini y Barry N. Malzberg, El último plagio, la novela de
Jean-Marie Paupart, Listo para imprimir el texto de Theophile Gauthiuer, Onuphrius o las vejaciones fantásticas de
un admirador de Hoffman, el cuento de Stephen King, Ventana secreta, jardín secreto en su libro Las cuatro después de la media noche; o el cuento de Jorge Luis
Borges “Pierre Ménard, Autor del Quijote” en su obra Ficciones. También existe un
género literario reciente que se inspira en un autor, estilo o texto que
reconoce la autoría ajena para inspirar la propia. Se llama pastiche.[23]
Un ejemplo de lo anterior sería el cuento de Jorge Luis Borges, La casa de Asterión (en el Alpeh) que es
una relaboración del mito del Minotauro. También la parodia es un género literario que
se nutre de una obra original, pero hace una crítica cómica de la primera. El
Quijote, por ejemplo, es una parodia de las novelas de caballería. Igualmente existen las adaptaciones, que son
reproducciones autorizadas y adaptadas de un formato comunicativo a otro: por
ejemplo de una novela a una película, como lo es El Nombre de la Rosa de
Umberto Eco a película. Por otro lado, tenemos a la continuación o
prolongación, que justo es una extensión narrativa de una historia hecha por
otro autor. Así hicieron algunos escritores franceses y norteamericanos con el
personaje de Sherlock Holmes. La continuación puede ser legal, cuando la obra ya
es de dominio público o se tiene el permiso del autor, de lo contrario se
vuelve un acto ilegal. Igualmente el
resumen y el compendio sintetizan las ideas de una obra o conjunto de obras,
pero sin pretender originalidad ni adjudicarse las ideas del otro. Lo mismo
sucede con el análisis. Todas las formas
anteriores son formas de préstamo legales. Otras formas de préstamo creativas
que suelen ser censuradas legalmente son el centón (género poético que compone
sobre un tema nuevo con versos de otro u otros poetas), el collage que es una
creación literaria dadaísta que mezcla varios textos o fragmentos de ellos de
distintos autores para crear uno nuevo, regularmente absurdo (en el mundo de la
música existe el remix, categoría que se puede ampliar a la producción
artística); el falso, que es un texto
que imita al estilo de un autor reproduciendo una misma obra de éste o con una
obra nueva, pero firmando como el autor imitado (sea para obtener un beneficio
o por el mero placer del engaño). En la
pintura se dan mucho los falsos, pero también en el mundo textual, como sucedió
con algunos diálogos de Platón, por ejemplo.
Conclusión
El plagio es la
atribución como propia de las ideas o producciones de otro como propias. Hay
tipos de plagio según la cantidad de lo plagiado y la cualidad de plagio (si es
literal o con modificaciones). Así pues están los plagios: total y parcial,
directo e indirecto. El plagio es un acto deshonesto cometido por distintas
razones que pueden ser económicas y prácticas. Pueden ser producto de la
ambición, la pereza, la falta de meticulosidad metódica, o de la limitación
creativa tácita del plagiario. Si bien los plagios, en ciertos contextos,
favorecen la divulgación de las ideas, cuando el plagiario es más exitoso que
el autor original, esto no anula su deshonestidad. En el plagiario siempre hay
una voluntad de plagio. Ahora bien,
existen casos en los que por descuido o coincidencia se puede caer en el
plagio, éstos son relativamente comprensibles, pero no justificables en un
contexto en el que importa la autoría de las ideas y su propiedad. En las
comunidades donde las instituciones y la moral importan mucho, el plagio es
eficazmente censurado, en las que hay crisis institucional y moral, el plagio suele
tener escasas consecuencias, al menos, para la gente con poder. No obstante,
existen los criterios estilísticos y legales para determinar bajo criterios relativamente
claros qué es un plagio a pesar de que existe el problema real de la
originalidad, la intertextualidad y el dominio colectivo sobre los bienes
culturales que vuelve problemáticos los límites del plagio en ciertos contextos.
La idea del plagio es una idea histórica que ha evolucionado desde la moralidad
hasta la masificación de la producción artística y su comercialización. El plagio es un pretexto para descalificar o
sacralizar autores geniales, así como es un tema para la creación literaria.
Bibliografía
Hélene Maurel-Indart, Sobre
el plagio, edit. FCE, México, 2014.
[1] Hélene
Maurel-Indart, Sobre el plagio, edit.
FCE, México, 2014, p. 253.
[2]
Cfr. en la RAE la definición de plagiar.
[3] Hélene
Maurel-Indart, Sobre el plagio, edit.
FCE, México, 2014, p. 202.
[4]
Ibíd., p. 190 y ss.
[5]
Ibíd., p. 202.
[6]
Ibíd., p.222.
[8]
Ibídem.
[9]
Celia María Deolarte Alcázar y Felipe
Gutiérrez Gómez, Punto y aparte. Cuaderno de ortografía para secundaria,
edit. Castillo, China, 2017, p. 121.
[10] Hélene
Maurel-Indart, Sobre el plagio, edit. FCE, México, 2014, p. 72.
[11] https://elpais.com/diario/2009/04/21/cultura/1240264803_850215.html
(Consultado el 8 de octubre de 2019).
[13]
Ibíd., p´. 356.
[14]
Ibíd., capítulo XII.
[15]
Hélene Maurel-Indart, Sobre el plagio,
editplagio
FCE, México,
2014, p. 55-56.
[16]
Ibíd., p. 93-94.
[17]
Ibíd., p. 157.
[18] https://elpais.com/internacional/2013/02/06/actualidad/1360106150_882726.html
(consultado el 18 de diciembre del 2019).
[20] https://aristeguinoticias.com/2108/mexico/pena-nieto-de-plagiador-a-presidente/
(consultado el 18 de diciembre del 2019).
[21] Hélene
Maurel-Indart, Sobre el plagio, edit.
FCE, México, 2014, p. 144.
[22]
Ibídem.
Hola que tal he leido tu blog y me parce muy completo e interesante gracias me has aclarado muchas dudas gracias.
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