El sentido de la vida


Hablar del sentido de la vida es un problema bastante complicado. El filólogo inglés Terry Eagleton, siguiendo a la tradición humanista, reflexiona sobre este tema. ¿El sentido de la vida está en aquello que llamamos vida? ¿Lo pone la realidad? ¿Lo impone un ser divino? ¿Lo da naturaleza o lo da la cultura? ¿Lo determina una tradición? ¿O simplemente lo inventa el hombre a través del lenguaje? El concepto de vida ya es bastante problemático, porque si bien, existen seres vivos, la idea de vida ya está llena de prejuicios y expectativas por parte del ser humano.  Max Weber decía que es imposible unificar los puntos de vista que se tienen sobre la vida, así que es imposible resolver la lucha entre ellos. Sin embargo, la cosa no queda ahí, el hombre frente a las preguntas, cuando éstas le importan, tiende a comportarse como si ellas tuvieran solución. Luego, estamos condenados a buscar el sentido de la vida a pesar de que no podamos resolver contundentemente el problema. Paradójicamente, el sentido de la vida está en preguntarnos por el sentido de la vida.[1] Ya el preguntarnos por él parece que es propio de nuestro modo de ser en el mundo: “En cierto sentido, pues, podría entenderse que el preguntarse por el sentido de la vida es una posibilidad permanente de los seres humanos, una parte –en realidad- de lo que nos hace ser el tipo de criaturas que somos”.[2]  El preguntarse por el sentido, desde cierta perspectiva, muestra que en el ser humano hay una raíz, una dimensión filosófica. El hombre desde que es hombre practica intuitivamente la filosofía.
Ahora bien, si es el caso que todos pensamos en sentido de la vida, no todos lo pensamos con la misma intensidad, tiempo y calidad: “Puede que todos los hombres y las mujeres reflexionen sobre el sentido de la vida, pero algunos y algunas se ven impulsados por buenas razones históricas a reflexionar con más urgencia que otros”.[3] Pareciera que hay gente que se conforma fácilmente con las respuestas mainstream sobre el sentido de la vida. Pero, hay quienes no. De hecho, puede ser sospechoso el no pensarlo. Hay quienes piensan la vida en abstracto, pero no en lo concreto. Eso también resulta sospechoso. Dice Eagleton:
Indagar sobre el sentido de nuestra propia existencia ya es harina de otro costal, ya que siempre podemos afirmar que tal autorreflexión es consustancial a la posibilidad de vivir una vida plenamente realizada.  Alguien que nunca se haya preguntado qué tal le va en la vida, ni si esta le podría ir mejor, nos parecería que extrañamente desprovisto de autoconciencia. En ese caso, es probable que haya varios aspectos en los que su vida no esté yendo realmente tan bien como podría. El mero hecho de que no se pregunte cuál es la situación de su vida da a entender que esta no es tan buena como debería.  Si la vida de una persona se desenvuelve fantásticamente bien, es probable que esto se deba, entre otras cosas, a que dicha persona se para de vez en cuando a pensar si su vida necesita algún que otro retoque o, incluso, una transformación completa.[4]

Eagleton disiente de la idea de que el pensar la vida la complica. Él cree que el conocimiento es una ayuda para la felicidad, no su antagonista.[5]  La autoconciencia no es sinónimo de infelicidad.  También podemos deducir que el sentido de la vida se deriva de la pregunta, pero también de la respuesta.
Igualmente nos puede ir excelentemente en lo individual y preguntarnos por el sentido de la vida porque en lo colectivo no nos va tan bien.  Algunas de estas personas, les vaya bien en lo individual o no, se ostentan como guías del sentido de la vida desde la religión, la política, el arte, la psicología o la intelectualidad. Eagleton, critica ahí a los filósofos, pues éstos se han reducido a unos técnicos analistas del lenguaje que ya no son guías del sentido de la vida.[6] Seguirlos pensando así, es un error. Ya los filósofos no son guías de la vida. Pero, tal vez el considerar a alguien guía en ese sentido puede ser peligroso si se hace acríticamente.
No existe un monopolio real ontológico del sentido de la vida en estricto sentido.  El sentido de la vida es un patrimonio cultural, pero también una búsqueda individual. La idea de un guía del sentido de la vida, se puede contraponer con la propia libertad como capacidad de establecer el sentido vital para las personas. Hay quienes ven el sentido de la vida como una unidad social y otros como una fragmentación del individuo respecto a la comunidad. Pero la claridad del límite del sentido de vida en relación a lo social y lo individual, lo público y lo privado, no está claro. ¿Por qué tendría que ser distinto el sentido de la vida para mí que para los demás si todos vivimos la vida y somos seres humanos? Por otro lado, no tengo garantía alguna de que el otro viva exactamente lo mismo que yo en esta vida. Luego la vida puede tener varios significados y sentidos para mí y para los demás.
He ahí otro aspecto del sentido de la vida. No necesariamente siempre es el mismo en nuestras vidas. Va cambiando conforme crecemos y envejecemos. La vida puede cambiar de finalidad.[7] El preguntarse por el sentido de la vida no es algo tan homogéneo: “Las personas que se interrogan sobre el sentido de la vida suelen preguntarse a qué equivalen como conjunto todas las diversas situaciones aisladas de aquella, y dado que el hecho mismo de identificar una situación conlleva un sentido, no pueden lamentarse de no haya sentido en sus vidas”.[8] El  sentido de la vida da unidad a las vivencias y experiencias separadas de la vida.
La palabra “sentido” también es problemática: se refiere a “significado”, a “dirección”, a “intención”. Y cuando se habla del “sentido de la vida”, la expresión no es meramente lógica, sino existencial. Cuando se dice que la vida no tiene sentido, refleja un desánimo, y cuando la vida realmente no tiene sentido en una persona, se está en una situación extrema, como la de una psicosis o una mente feral. Se puede atribuir falta de sentido a la vida por varias razones: su fugacidad, su vacuidad, su fragilidad, su inautenticidad, su artificialidad o el sufrimiento que ella produce. Pero, lo absurdo ya es un sentido pues es posible debido a la atribución de un significado.[9] Dice Eagleton: “Del mismo modo que dudar de todo es un gesto vacío, resulta difícil imaginar cómo podría ser absurda la vida de principio a fin. Tal vez no tenga un sentido global, y haya quien no le encuentre un fin o un propósito determinado, pero no puede ser absurda entendida como algo disparatado, a menos que no exista alguna lógica que nos permita medir ese hecho”.[10]
La vida tiene o no tiene sentido gracias a que ésta es un relato.[11] Un relato implica una pauta significativa. Ahora bien, no todo lo sucede en la vida es una acción intencionada, o bien, responde a intenciones propias; a veces las intenciones ajenas intervienen sobre nosotros. Lo cierto es que lo no-intencionado y lo ajeno se incorpora a nuestro propio relato vital.  El significado de la vida no solo está en su finalidad y finalización, sino también en su proceso de narrar. Descubrir el sentido de la vida no necesariamente la vuelve fácil, aunque sí facilita saber a qué atenerse. Algo curioso de la vida es esto: “el sentido de la vida depende del estilo con el que esta se viva, no de su contenido real”.[12] Bajo cierta postura, un sentido profundo de la vida es una ilusión: el Sentido de sentidos.[13] Muchos de esos sentidos profundos son narrativas ya prestablecidas por otros, como el marxismo o el cristianismo.
Si la vida es absurda porque carece de sentido la ironía de esto es que el absurdo ya es un sentido, un significado. No obstante, lo absurdo tiene sentido cuando algo no se le puede atribuir algún significado.
Tenga una narrativa o sea absurda la vida, si alguien se queja de ella, lo hace de algunos momentos y no de su totalidad. Es difícil imaginar una vida absurda de principio a fin. Puede no tener un sentido global o no tener un propósito, pero no puede ser toda ella ilógica y disparatada.
A veces, para darle sentido a la vida tenemos esperanza, y por lo tanto, espero.
En la búsqueda de sentido podemos decir que: “la espera es una especie de nada, una postergación perpetua del sentido, una expectativa de futuro, que constituye al mismo tiempo, un modo de vida en el presente. Lo que esto sugiere es que vivir es diferir, aplazar un sentido final, y aunque el acto mismo de posponerlo hace que la vida sea más difícil de sobrellevar, puede que también sea lo que la pone en marcha”.[14]
El sentido de las cosas es una interpretación del mundo, dependen de nosotros. No hay sentidos inherentes a las cosas. Lo más cercano a ello es la biología. En la supervivencia, en la muerte, en la satisfacción de necesidades e instintos hay  algo parecido al sentido. “Nuestros impulsos […]  podrían formar pues una pausa de la que no somos conscientes, pero que determina fundamentalmente el sentido de nuestra existencia”.[15] Así que nuestra vida  podría tener un sentido que desconocemos determinado por una fuerza sobrehumana de tipo natural.
Eso abre la puerta a pensar junto con Eagleton que el sentido de la vida es algo más allá que la pura interpretación. “Por el simple hecho de que somos animales materiales, una imensa parte de nosotros ya está determinada y en ella se encuadran también nuestras formas de razonar. Y ello es porque nuestro estilo de razonamiento está estrechamente vinculado a nuestra animalidad”.[16] Algunos usan el razonar para negar esa animalidad (pero la reconocen tácitamente) y otros para aceptarla y afirmarla.
Como vemos no sólo la palabra “sentido” es problemática, también la palabra “vida”.  Ella  se puede decir de uno mismo y de un tomate. Para algunos es un relato de principio a fin. Eagleton duda que sea un patrón coherente. El sentido de la vida para muchos es el resultado total de una vida, o la significación esencial de ésta o bien su rasgo más característico (aunque no se agote con el todo lo que surge en la vida).
Las generalizaciones de la vida responden a elementos comunes que compartimos los seres humanos como especie natural.  Hay quien ve el sentido de la vida en el objetivo común de los seres humanos, que sería no solo la supervivencia, sino la felicidad. Esta última es un concepto etéreo que sirve de criterio básico de fondo para la vida humana. La felicidad no es un medio, es un fin indeterminado. Regularmente es vista como un estado mental. Para otros es un estado de bienestar que lleva la disposición a una manera de comportarse (sin que se reduzca la felicidad a un sentimiento).  Hay quien identifica la felicidad con el placer.  Hay quienes ven en la felicidad una condición duradera que en ocasiones se contrapone al placer. También la felicidad puede ser identificada con el éxito. Igualmente la felicidad se puede vincular a la moral: “sacrificar la propia felicidad por otra persona es probablemente la acción más admirable desde el punto de vista moral que nos podamos imaginar”.[17]
En consecuencia, “la felicidad no es, en realidad, nunca satisfacción radiante y mecánica, sino (al menos para Aristóteles) la condición de bienestar que se deriva del libre florecimiento de los poderes y capacidades naturales”.[18]  Y el amor es esa misma condición vista en términos relacionales: el florecimiento de un individuo se produce a través del florecimiento de otros. “Lo que hemos llamado amor es el modo en que podemos reconciliar nuestra búsqueda de realización o satisfacción personal con el hecho de que somos animales sociales. El amor significa crear para otra persona el espacio en el que pueda florecer, al mismo tiempo que ésta hace lo propio conmigo. La realización de cada una se convierte en la base para la realización de la otra”·[19]
Amor y sentido de la vida se tocan. Aquí se muestra que se puede entender que el sentido de la vida como un proyecto compartido y recíproco, a diferencia de la visión contemporánea del sentido de la vida como una realización individual.
El sentido de la vida puede ser compartido o individual.
Finalmente dice Eagleton que el sentido de la vida está más allá de nuestras proposiciones y de nuestras preguntas. El sentido de la vida no es una solución a un problema, es vivir de cierto modo. No es un asunto metafísico, sino ético. El sentido de la vida no es algo que se pueda separar de ella, sino es algo que hace que vivir valga la pena: calidad, profundidad, abundancia e intensidad.
En conclusión para Eagleton: muchas de las posibilidades o elementos que tradicionalmente se dice que dan sentido a la vida, se combinan  de diferentes maneras y le dan sentido de maneras distintas en cada persona. Estas combinaciones no se escogen del todo con un cálculo racional frìo y objetivo a partir de lo más útil o de fines metafísicos. Desde esta óptica el sentido de la vida se acerca más a la ausencia de sentido.  No hay un consenso de lo que le da sentido a la vida, pero “en un mundo en el que vivimos un sobrecogedor peligro, nuestro fracaso cuando se trata de hallar sentidos y significados comunes es tan estimulante, como alarmante”.[20]



[1] Terry Eagleton, El sentido de la vida, edit. Paidós, México, 2017, p. 54.
[2] Terry Eagleton, El sentido de la vida, edit. Paidós, México, 2017, p. 33.
[3] Ibíd., p. 38.
[4] Ibíd., 39.
[5] Ibíd., p. 40.
[6] Ibíd., p. 50.
[7] Ibíd., p. 56.
[8] Ibíd., p. 97.
[9] Ibíd., p. 96.
[10] Ibíd., p. 97.
[11] No es que la vida se reduzca a una narración, también tiene una estructura biológica, pero nuestra conciencia de ella se vuelca en una estructura narrativa.
[12] Ibíd., p.90.
[13] Ibíd., p. 98.
[14] Ibid. s.p.
[15] Ibìd., s.p.
[16] Ibíd. p. 129.
[17] Ibíd., s.p.
[18] Ibíd. s.p.
[19] Ibìd. s.p.
[20] Ibíd., s.p.

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