Presentación del libro Perfiles Epistémicos de la Hermenéutica analógica


“El conocimiento es una invitación”, una invitación al mundo, a ser sujeto, a ser en el mundo. Por eso, Miriam García Piedras dice que  éste debe de ser una transformación alquímica de la conciencia.  El presente texto muestra mis deleites y pleitos con su estupendo libro. La socrática relación entre la ética y el conocimiento es la preocupación central de esta filósofa mexicana.  Ella señala cómo el conocimiento teórico se ha convertido en el modelo epistémico por excelencia en detrimento de modos de conocer simbólicos e icónicos como el mito, la religión y el arte. Sin embargo, la hermenéutica analógica es una propuesta epistémica que trata de revalorar a estas otras formas de conocimiento.  García Piedras encuentra una complicidad entre la ciencia, el capitalismo  y la violencia. No estoy tan seguro que el conocimiento teórico sea el cómplice principal de esta maquinaria, como tal vez sea una víctima secuestrada que es usada, junto con el mito, la religión y el arte, para hacer que el status quo permanezca.[1] Si el mundo es un bosque poblado de símbolos, el mundo actual es aficionado a talar los bosques.  Aun así hay voces disidentes, intersticios de resistencia.  En términos metafísicos se puede expresar como que hay regiones del ser que no se puede sintetizar lingüísticamente (irrepresesentacionismo). La Hermenéutica Analógica y el texto de Myriam son un claro ejemplo de esto.
                No todo está dictado respecto al destino del hombre. Vemos que él no es gobernado solamente por leyes específicas. Trasciende al mundo no solo a través de la cultura, sino especialmente porque tiene una condición de “no-fijo” a través de la alteridad, del lenguaje –que devela e interpreta al mundo- y del amor. García Piedras contrapone la simbólica del amor frente al logocentrismo.  Antes del 14 de febrero debí de haber leído que: “Mediante el amor, el sí mismo puede transgredir su condición de soledad ontológica en la relación y en la comunión (común-unión) con el otro”. Esta frase no la recomiendo para ligar, la recomiendo para aplicarla en la vida. Myriam García muestra que el ser del hombre dice y piensa analógicamente, pero no exclusivamente en términos lógicos y cognitivos, sino también asumiendo  el sujeto cognoscente tiene una naturaleza analógica. La hermenéutica analógica esboza un realismo relativista en muchas dimensiones. Cree que en el símbolo se conjuntan  el conocimiento, la sensación, la intuición, la imaginación.  El regalo de la conciencia le permite al hombre darse cuenta de que está en un cosmos al cual pertenece. Bajo este enfoque, la simbólica del amor  permite descubrir tal comunión. García Piedras nos invita -junto con Mauricio Beuchot- a convertir el conocer en un acto amoroso que transforme al ser del hombre. Reflexionarlo, no basta para lograrlo, pero es un primer paso necesario.  Exhorto a Myriam a que nos dé más pistas de cómo lograr esta conversión alquímica.
 La hermenéutica analógica es una reflexión que requiere, además de una sólida base teórica, de una praxis y una programática de las virtudes que implica. García dice que “la analogía como proceso epistémico trasciende el conocimiento rigorista, abstracto y teórico; se empapa de calidez humana generando otros horizontes de conocimiento afectivo y empático tan necesarios en nuestros tiempos actuales violentos y deshumanizados”. [2] Sin embargo,  esto me genera preguntas: ¿hay una especie de moralidad inserta a priori en una analogía? ¿No será que esta empatía que acompaña a la analogía se tiene que aprender por sensibilización y hábito? Repito: ¿no requiere la analogía de una praxis y una programática que unan  a la episteme con el ethos? Me gustaría saber qué piensa ella al respecto.  La vena mágica y mistérica de la polisemia se  construye; no me parece que sea una cosa que surja automáticamente. Estudiar estos mecanismos es un requerimiento para la hermenéutica analógica. Si la asociación entre tolerancia e intolerancia fuera directamente proporcional a la de pensamiento científico univocista frente al pensamiento polisémico, entonces encontraríamos que los científicos serían gente intolerante, mientras que los poetas serían bastante tolerantes. Pero encontramos científicos empáticos y poetas intolerantes. Así que ahí hay un salto lógico que se debe de resolver. También creo que el texto peca de no reconocer las ventajas que ofrece la ciencia a la humanidad, sólo resalta sus defectos. No me parece que la ciencia se reduzca a un colonialismo epistémico o a la univocidad. La analogía también aparece dentro del discurso científico. Además no olvidemos que el  propio Paul Feyerabend llegó a pensar que la esencia de la ciencia es liberadora. El anarquismo metodológico de Feyerabend tiene parecido con la analogía beuchotiana. Sé que Myriam no es ingenua. Me hubiera gustado escuchar su punto de vista del lado positivo de esta forma de conocimiento (la ciencia).
 Otro aspecto de su libro que me llamó la atención fue lo que dijo de la empatía, me hubiera gustado saber más. Si bien dice García Piedras, a partir de Edith Stein, que la empatía es algo que se da con el otro sujeto por el flujo de conciencia y el mundo constituido, y aunque dice que ésta se da gracias a la intersubjetividad, he de decir que la condición ontológica de la alteridad no es razón suficiente para generar empatía entre todos los seres humanos. De lo contrario, viviríamos en un mundo idílico. Hay una ámbito ontológico de la empatía humana que no conduce necesariamente a la empatía ética. Así que hay que explorar los caminos que permitan llevar la empatía de forma eficaz para su ejecución en la antropología filosófica y en la epistemología; no al revés, estableciendo categorías filosóficas y argumentos que espontáneamente suponemos generarán de facto vivencias y hábitos de conducta.  Para vivir el símbolo hay que cerrar esa brecha. Así que para que surja la empatía en la vivencia del símbolo se requieren de conocer los mecanismos rituales que operan para que el símbolo no se empobrezca ante el sujeto, para generar una sobreabundancia de sentido, para que el misterio opere. El postulado de  “amar la vida por encima de teorizarla”, requiere de condiciones, de  un andamiaje existencial, no es un suceso espontáneo por más que haya argumentos a favor de la afectividad de la analogía. Se requiere una ontología imaginante de un mundo en el que la eticidad y la justicia imperen. Exhorto a Myriam a que profundice en ello en posteriores textos.  Obviamente que la escucha, el diálogo abierto, el respeto, la prudencia y la sabiduría se toman como modelo ético de la razón analógica en su obra, pero no se dice más sobre ello.
En fin, esperar de este libro todas las respuestas a mis inquietudes, sería poco empático, exigente e ingenuo de mi parte. He de confesar que disfruté mucho de su lectura, de las reflexiones que me generó. Es una exposición recomendable de la Hermenéutica Analógica en su faceta última. Tiene  pensamientos altamente conmovedores, hay páginas enteras con las que el lector coincidirá totalmente. Su prosa es clara y amable, aunque tampoco es una lectura ligera. Es un buen libro de filosofía. Como todo buen libro es una invitación que opera  con algo de alquimia en su lector y que fue escrita con mucha pasión,  un sueño soñado por una filósofa que busca conciliar el fenómeno cognitivo con la fuerza del amor.



[1] Si hablamos del logocentrismo de Occidente, podemos creer que el capitalismo pone a su servicio todas las formas de conocimiento. Eso es más sofisticado y maquiavélico. Pero así sucede, los relatos tradicionales, la experiencia artística y hasta la religión sirven a un univocismo que empobrece al símbolo, que vuelve unívoco al signo que de suyo tiene a la multivocidad.
[2]  Myriam García Piedras, Perfiles Epistémicos de la Hermenéutica Analógica, Edit. IPN, México, 2017, pág. 51.

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