Ella

Aún recuerdo cuando la vi por primera vez: me resultó enigmática, compleja, interesante, confusa y a la vez altamente racional. También tenía algo de jocosa y divertida. Me puso en shock. No era de mi tipo, pero cómo me atraía. Era distinta. No la entendía nada, pero a la vez algo de ella me seducía. Revelaba un cariz muy especial. Su ser era muy peculiar. Lo cierto es que al prestarle atención, me sentía motivado, vivo, me involucraba tanto en sus problemas que yo mismo quería resolverlos. Sí, tal vez piensen que no es adecuado meterse en los asuntos ajenos, pero ella me atrapaba. De pronto me hallaba sentado con ella estudiando una respuesta. Vaya tenía muchos problemas, pero siempre estaba en búsqueda de soluciones. No parecía padecerlos. No los ocultaba, más bien los mostraba, los explicaba, los presumía. Entre más grande era el problema, la satisfacción que a la postre generaba era mayor. Paradójicamente nosotros no peleábamos, sino colaborábamos. Claro,  en un principio era frustrante. No le encontraba ni pies ni cabeza. Me decía: “¿yo para qué quiero estos problemas? Son de ella, no míos. A mí no me sirven de nada”. Además, estaba lleno de dudas sobre el enfoque tan particular con el que veía las cosas. No lo entendía, ni lo compartía del todo. Incluso me parecía reduccionista. Me decía que el mundo es todo lo que es el caso y que los límites de  eran los límites de mi lenguaje eran los límites de mi mundo. Tenía que familiarizarme con su visión de las cosas para comprender a qué rayos se refería ella. Así me enamoró. Supongo que pasa siempre de esa manera ¿no? Sus premisas, sus inferencias me cautivaban. Esa manera suya de expresarse tan distinta, tan formal, me encantaba. Me fui adaptando a su modo de razonar, de ver el mundo. La empecé a comprender más. La comencé a querer.
La gente que tenía contacto con ella, tampoco la entendía. No le guardaban tanto afecto, como yo. Sí. Creo que era un poco difícil, pero en realidad no tanto. Solo era cosa de tenerle paciencia, de ponerle mucha atención. Así que me pedían ayuda para poder tratarla, para interactuar con ella sin sufrirla. Con gusto los ayudaba. Me sentía cómodo a su lado, como pez en el agua. No sé si la amaba, pero disfrutaba mucho de pasar horas junto a ella. Nunca se lo dije, pero se lo demostraba. De repente, me empezó a acompañar a todas partes: al cine, al museo, a las fiestas. Ya no solo estaba conmigo en aquellos momentos específicos y especiales. Aunque no me gustaba hablar de ella todo el tiempo, ni de cómo me fue ganando, mi vida empezó a girar en torno a su existencia. Incluso me pagaban por hablar de ella. Pero no bastaba con eso, tenía que decírselo al mundo de la manera más loca en que un enamorado puede hacerlo. Así que hice vídeos en los que decía más auténtica y creativamente lo que pienso de ella. Me disfracé e inventé otro “yo”; a ella eso le gustaba. Era un poco perversa. Así amaba en la intimidad… En fin, he de confesar que la prefiero por encima de otras, como la Metafísica o la Historia de la Filosofía. Fue así como inicié mi relación con la Lógica, la rama de la filosofía que estudia las estructuras del pensamiento. He de decir que ella me recuerda tanto a cómo me enamoré de ti.

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