La Retórica
En la actualidad, autores como Sam Leith, han
visto en la Retórica una dimensión muy importante de lo humano. Identifican a
la retórica con el lenguaje por su carácter metafórico y persuasivo. Señalan
que siempre que nos comunicamos estamos haciendo retórica. Incluso la gente que
cultiva una actitud anti-retórica, por considerarla engañosa, lo hace
retóricamente. En consecuencia, dice Leith que la retórica sirve para mentir y
para deshacer los dobleces de las mentiras.[1]
Por otro lado, en un sentido más restringido y sin estar peleado con lo
arriba dicho, la retórica -bajo a la visión de los clásicos- es una doctrina que consiste en “un conjunto
articulado de principios y preceptos, que si se estudia sistemáticamente y se
practica, produce sin falta un incremento
sensible en la capacidad de persuadir al auditorio”.[2]
En otras palabras se puede definir como
el arte del orador y la teoría de este arte.[3]
Según Cicerón un orador es un hombre
honesto hábil para hablar (vir bonus
dicendi peritus). Hoy en día, este arte no
sólo es sobre el orador, sino sobre el lenguaje y la literatura también.
Esta doctrina fue inventada por los griegos. La oratoria fue el nombre
latino que recibió la retórica. Fue el
testimonio del primer estudio occidental sobre el lenguaje.
Específicamente se atribuye la creación de la Retórica a Corax y Tisias
en Siracusa en el siglo V a.C. La mayoría de las fuentes sostiene que Corax era
el maestro y Tisias el discípulo (fuentes minoritarias sostienen lo contrario y
Thomas Cole sostiene a través de una interpretación filológica que eran la
misma persona, lo cierto es que no se sabe casi nada de ellos). Luego fue
perfeccionada y difundida fuertemente por Gorgias de Leontini y el resto de los
sofistas, quienes hicieron una filosofía relativista, materialista, lingüística
y retórica. Isócrates destacó como heredero de ellos. Platón la criticó en su
diálogo Gorgias y también la alabó en
el Fedro. Los tratados de retórica de
esa época se perdieron. El más antiguo que quedó fue el de Aristóteles, lo que
lo convirtió en un referente importante, además de su genio filosófico. Luego Cicerón y Quintiliano fueron los
grandes estudiosos y practicantes de la
retórica en Roma. A la par de ellos hubo
un manual anónimo llamado Retórica a Herenio que se convirtió en uno de los
manuales más populares de su área hasta el Renacimiento. Durante la Edad Media
la Retórica se incorporó a la currícula educativa de monasterios y
universidades, en un grupo de materias
llamado trívium. Luego, con la Modernidad, la Retórica fue subestimada y
relevada del interés académico y escolar. A partir del siglo XVIII se redujo su labor de ser discurso
persuasivo a la de ser un discurso hermoso; pero resurgió como una reflexión sobre el lenguaje y la
racionalidad en el siglo XX básicamente debido a la titánica labor de Chaïm
Perelman. Para Matilde Moreno, la
Retórica hoy en día es una “teoría de la composición literaria y de la
expresión hablada, en la que se incluyen todos los recursos literarios o
expresivos que generan un texto literario, así como las destrezas para hacer
más comprensible y eficaz un texto cotidiano”.[4]
Para Helena Beristain es un arte de los discursos gramaticalmente correctos,
bellos y persuasivos, pero no se limita al texto literario, sino que extrae de
cualquier asunto una construcción que relacionada a la persuasión.
Algo queda claro de la Retórica contemporánea: “es inter y
pluridisciplinaria: está relacionada con y relaciona entre sí otras asignaturas
como la Gramática, la Lingüística, la Dialéctica, la Epistemología. Es una
asignatura uno o gozne; se apoya y sirve de base a otras disciplinas, como la
Filosofía, la Ética, la Lógica, la Historia, la Poética, la Sociología y la
Psicología”.[5] A
su vez es un arte y ciencia. Como arte es la sistematización de reglas para
construir discursos que influyan en el lector.
Como ciencia es el estudio de dichos discursos en sus aspectos internos
y externos, referenciales y comunicativos.
Recuperemos algunas definiciones antiguas de Retórica que son canónicas.
Para Platón podía ser un pseudo-arte en manos de los sofistas, pero también era
psicagogia, el arte de conducción de las almas, si se subordinaba a la
dialéctica. Para Aristóteles era “la capacidad
para contemplar en cada caso los medios apropiados para persuadir”. Quintiliano
la definió como la “técnica o arte del bien hablar”. Los medievales, a su vez, la convirtieron en
parte del Trivium, dándole un giro gráfico por encima de la oralidad.
Este recorrido histórico condensado refleja dos visiones de la retórica:
una como persuasión (retórica primaria) y otra como embellecimiento discursivo
(retórica secundaria). También se puede
decir que tiene un nivel descriptivo de lo que sucede al persuadir, y uno
normativo que da consejos y reglas
para lograrlo.
La materia de la Retórica
Ahora bien, el “hablar” de
Quintiliano no significa para hablar todo el tiempo, ni hablar por hablar. Era
hablar en cierto contexto. Si bien el orador tenía que poder hablar de
cualquier tema, y en ese sentido la materia de su discurso (materia artis) podría ser cualquier
cosa, ciertamente el asunto a tratar se le llamó quaestio. El asunto podía
tornarse en un asunto cognitivo y estrictamente filosófico (thésis o quaestione infinitae); o bien
en un asunto práctico que suponía algo práctico, relativo la acción en un
contexto determinado, es decir, una causa
que tenía que defender el orador (hypothésis
o quaestione finitae). Este segundo
tipo de quaestio era el que le
competía estrictamente a la oratoria. También se podía dividir, de acuerdo a la
complejidad de su materia, es decir quaestio
simplex, si el tema o el asunto es uno sólo (Fulano es un ladrón); quaestio
coniucta, si es más de un asunto los que hay que tratar (Fulano es
ladrón o finge serlo) y la quaestio comparativa consiste en el cotejo y
comparación de varios supuestos (¿Se le debe de dar pena a un ladrón que roba
por hambre?).
En la actualidad se puede hablar
del hecho retórico como materia de esta
disciplina. Éste está compuesto por el orador o productor, el
destinatario o receptor, el texto retórico, el referente de éste y su
contexto. De todos estos componentes, el
central es el texto o discurso
retórico, el cual es definido como la construcción
material-lingüística que produce la actividad comunicativa del orador.[6]
El hecho retórico es una realidad compleja
de relaciones sintácticas, semánticas y pragmáticas.
Los géneros oratorios
Los géneros de causas que regularmente defendían los rétores eran de tres
tipos: deliberativo (discurso político que planteaba decisiones a futuro para
la comunidad), judicial o forense (discusión de eventos pasados de supuesto
carácter delictivo ante un juez o jurado en un foro) y demostrativo o
epidíctico (alabanza o loa ante los ciudadanos de un personaje o suceso).[7]
En su terminología latina se les llama genus deliberativum, genus iudiciale y
genus laudativum.
En la Edad Media surgieron otros géneros: el ars praedicandi, que era el
arte de escribir sermones, es decir,
discursos adoctrinadores de tipo práctico; el ars dictandi o ars dictaminis, que era el arte de escribir cartes, o sea un discurso hecho para
un destinatario; y el ars poetriae, que era el arte de escribir poesía usando
recursos retóricos, métricos y gramaticales.
-Función
y partes de la Retórica
Dos supuestos se generaron en este gran corpus: 1) la dualidad “res-verba”,
entre la cosa de la que se habla y las palabras que se usan. Así se puede
hablar de distinta manera, mejor o peor sobre lo mismo; y 2) Para convencer no
bastan los argumentos, sino también apelar a los sentimientos. Por eso es que
para Cicerón el género oratorio, pues, tenía la triple función de enseñar,
deleitar y conmover.
Para lograr el fin de la retórica se diseñó una metodología de
tratamiento de la materia, de la cosa sobre la que se iba a hablar. Así se
contaba con los siguientes cinco pasos: invención (inventio), disposición (dispositio), elocución
(elocutio), memoria (memoria) y pronunciación (actio). El primero trataba de la
elección de los argumentos más adecuados; el segundo a la ordenación de esos argumentos
de la manera más adecuada bajo una estructura establecida para el discurso que
contiene las siguientes partes: exordio (proemio o introducción), narración (exposición de los hechos),
discusión (confirmación o prueba) y peroración (epílogo); el tercero de la
elección de palabras y la redacción del
discurso; el cuarto versa sobre la memorización del discurso y el quinto sobre
la presentación del discurso oral y gesticularmente.
Fuentes:
Angelo Marchese y Joaquín Forradellas, Diccionario de Retórica, Crítica y Terminología Literaria, edit.
Ariel, Barcelona, 2013.
Antonio Azaustre y Juan Casas, Manual de retórica española, edit. Ariel, Barcelona, 2011.
Étienne Souriau, Diccionario Akal de Estética, edit. Akal, Madrid, 2010,
entrada: retórica.
Federico Carlos Sainz de Robles, Diccionario de la Literatura, t. 1, Edit. Aguilar, Madrid, 1982.
Fernando Romo, La
Retórica. Un paseo por la retórica clásica, edit. Montesinos, España 2005.
Helena Beristáin, Diccionario
de Retórica y Poética, Editorial Porrúa, 9ª
ed., México, 2006.
José Antonio Hernández y María del Carmen García, El arte de hablar. Manual de retórica
práctica y de oratoria moderna, edit. Ariel, Barcelona 2008.
Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez (coord.), Compendio de Lógica, Argumentación y
Retórica, 2ª ed., Edit. Trotta,
2013.
Matilde Moreno Martínez, Diccionario
Lingüístico Literario, Edit. Castalia, Madrid, 2005.
Oswald Ducrot y Tzetan Todorov, Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje, edit. Siglo
XXI, México, 2009.
Sam Leith, ¿Me hablas
a mí? La retórica de Aristóteles a Obama, edit. Taurus, México, 2012.
Tomás Albaladejo, Retórica, edit. Sïntesis, Madrid, 1993.
[1]
Sam Leith, ¿Me hablas a mí? La Retórica de Aristóteles a Obama, edit. Taurus,
México, 2012, p. 29.
[2] Fernando Romo Feito, La Retórica. Un paseo por la retórica clásica, edit. Montesinos,
España, 2005, p. 30.
[4]
Matilde Moreno, Diccionario Lingüístico-Literario, edit. Castalia, Madrid,
2005, p. 326.
[5]
José Antonio Hernández Guerrero, María del Carmen García tejera, El arte de hablar. Manual de retórica
práctica y oratoria moderna, edit. Ariel, Barcelona, 2014, p. 31.
[7] A
veces se usa el término forense para referirse al género deliberativo (como
hacen Antonio Azuastre y Juan Casas) o
bien para referirse al género judicial (como hace Fernando Romo). Esta
ambigüedad se basa en que forense se refiere a foro y lo mismo se puede
deliberar o defender una causa judicial en un foro.
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