Elocución o elocutio

Es el tercer momento del diseño de una pieza oratoria. Sucede a la inventio y a la dispositio.  Es la  elección del lenguaje elegante y convincente para expresar las ideas organizadas con la inventio y la dispositio. Es la continuación de la energía retórica de construcción del texto que arrancó con estas dos etapas previas. Cabe mencionar que la elocutio se puede dar simultáneamente de forma parcial o total  con la dispositio durante el proceso creativo, incluso con la inventio. Consecuentemente, en la creación del discurso retórico, convergen al mismo tiempo las dos o tres instancias.  Los límites prácticos no pueden ser fijados con claridad.
 Si las ideas del texto son su macroestructura, las palabras escogidas son su microestructura.  Se basa tanto en palabras aisladas, como en las que están conectadas en enunciados y enunciados conectados entre sí por una unidad textual (supraoracional). La elocutio, por ende, trata del estilo del lenguaje y las figuras retóricas que se usen. Dicho de otra manera, es la “verbalización de la estructura semántico-intensional del discurso, con la finalidad de hacerla comprensible por el receptor”.[1]  Si hay una res intensional, ésta se da fusionada con una manifestación lingüística.  Es la conjunción de fondo y forma.
La elocución tiene dos sustratos: las cualidades elocutivas y los registros elocutivos.

Cualidades elocutivas

Las primeras son cuatro propiedades: puritas,  perspicuitasornatus y urbanitas, es decir, la pureza gramatical o pureza lingüística, el grado de compensibilidad del discurso (sin un vocabulario obscuro, ni vulgar), el embellecimiento verbal del discurso y la elegancia que refleja.  La pureza gramatical se refiere a la utilización adecuada de la lengua (ars recte dicendi). En Retórica clásica al uso adecuado del griego se le llamaba “helenismo” (ellenismoz) y en al uso adecuado del latín, latinitas.  La claridad del texto es fundamental para que el discurso cumpla con su fin. Necesita forzosamente de la pureza gramatical. Se busca también la expresión unívoca de ideas, para no generar confusiones. Igualmente se sugiere que el discurso no sea muy breve, ni muy extenso, sino equilibrado. El defecto contrario a la claridad es la oscuritas, u obscuridad retórica. Si bien la retórica clásica sugiere la univocidad y la sobriedad, la fusión de ésta con la poética y el análisis literario, permitió manejar el ornato como una forma barroca y, con frecuencia, equívoca y multívoca del lenguaje. Así pues, existe un aticismo, que es una tendencia creativa de discursos sencillos y equilibrados, mientras que el asianismo que es una tendencia que persigue recargamiento y la complicación. La urbanitas o urbanidad es la elegancia del discurso. Se refiere al agrado e impacto global que produce en su receptor.  Se le llamó urbanidad por una analogía que hizo Quintiiano en su Institutio Oratoria, aludiendo a que el manejo de las palabras ofrece un gusto propio de la ciudad.[2] En caso de no producir elegancia, un discurso retórico también puede producir algo un poco menos elevado, que sería la venustas o hermosura.
Estas cualidades  (puritas, perspicuitas, ornatus, urbanitas) varían según el registro elocutivo que se maneje.

Registros elocutivos

Los segundos son tres tipos de registro: genus humilegenus médiumgenus sublime.  También son conocidos como los estilos bajo, medio y alto respectivamente. El genus humile es un estilo llano de escritura. Maneja un vocabulario sencillo, oraciones cortas, es gramaticalmente correcto y simple. Es más bien un estilo didáctico. El genus médium es un estilo que busca el deleite, por ende, tiene un ornato moderado, palabras de mediana complejidad y el uso de la gramática es menos rígido. El genus  sublime es un estilo diseñado para conmover,  con un vocabulario sofisticado, se permite enunciados largos, el manejo abundante de figuras retóricas, muchas de ellas paradójicas.
 El estilo de la oratoria contemporánea regularmente es sencillo, directo, sugerente y sobrio.
Sam Leith señala que la retórica más eficaz es la que está presente pero que es menos evidente. El humor puede ser un recurso altamente persuasivo.  La musicalidad también es un elemento recomendable, que se usen palabras sonoramente agradables al oído con ritmo, ayuda al escucha.  El control del tiempo de la narración es importante. Por tiempo no me refiero a los minutos u horas que dure el discurso, sino el manejo del pasado, del presente y del futuro gramatical de una manera que interesante y que puedan seguir los escuchas.  Obviamente, el estilo manejado debe de ser adecuado al auditorio para el que se va a hablar.

 Por consiguiente, las  cualidades del discurso oratorio son estas: claridad (facilidad de comprensión),  precisión (con definiciones, clasificaciones, distinciones conceptuales, comprensión de sinónimos y una organización lógica),  elegancia (belleza),  corrección gramatical,  concisión (que se diga todo lo que se tiene que decir dentro de la estructura del discurso), prolijidad (que sea breve en la relatividad y circunstancias de la situación; un discurso largo es considerado defectuoso). 
Bibliografía.
Antonio Azaustre y Juan Casas, Manual de retórica española, edit. Ariel,  Barcelona, 2011.
Federico Carlos Sainz de Robles, Diccionario de la Literatura, t. 1, Edit. Aguilar, Madrid, 1982.
Fernando Romo, La Retórica. Un paseo por la retórica clásica, edit. Montesinos, España 2005.
José Antonio Hernández y María del Carmen García, El arte de hablar. Manual de retórica práctica y de oratoria moderna, edit. Ariel,  Barcelona 2008.
Sam Leith, ¿Me hablas a mí? La retórica de Aristóteles a Obama, edit.  Taurus, México, 2012.
Tomás Albaladejo, Retórica, edit. Síntesis, Madrid, 1993.




[1] Tomás Albaladejo, Retórica, edit. Síntesis, Madrid, 1993, p.117.
[2] Ibíd., p. 126. 

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