La elección de datos en la argumentación.
El proceso
argumentativo tiene una metodología amplia que supone un trasfondo: los
acuerdos de la argumentación. Pero también implica un antes de la
argumentación. Ese antes se refiere a la preparación del argumento. Ésta
equivale a la elección y adaptación de los datos que necesita el orador.
Los acuerdos de la argumentación ya son parte de estos datos. En función
del auditorio se seleccionan tales datos.
Se trata de escoger las cosas admitidas para cada auditorio. Salvo en el
caso de los auditorios especializados (de una profesión, de una ciencia o del
sistema jurídico, por ejemplo), no queda siempre tan claro qué es lo aceptado y
qué no. Es decir, las creencias del
auditorio no especializado son flexibles, abiertas.
Los datos elegidos constituyen una presencia.
La presencia es un dato psicológico que afecta nuestra percepción, pues privilegia, sobrevalora
aspectos en los que se pone mayor atención. Dice Chaïm Perelman: “Por tanto, una de las preocupaciones del
orador será la de darle presencia, sólo mediante la magia del verbo, a lo que
está efectivamente ausente y que
considera como importante para su argumentación, o valorizar, haciéndolos más
presentes ciertos elementos ofrecidos real
y verdaderamente a la conciencia”. [1]
La presencia se logra mostrando la realidad del objeto, su utilidad,
acrecentando el sentimiento de su presencialidad. También
está relacionada a condiciones de
tiempo, lugar, conexión e interés personal. Eso no es sinónimo de distorsión de la
realidad. Sin embargo, en ciertos casos
se puede caer en ello. La presencia también nos lleva a ignorar
u opacar otros aspectos de la
realidad. Toda argumentación es
selectiva, en consecuencia, elige qué elementos va a usar y la manera de
presentarlos. Esta selección es problemática si se considera que la Filosofía
trata de usar argumentos que pretendan convencer a un auditorio universal.
Ahora bien, los datos elegidos también pasan por la manufactura de una
elaboración conceptual, es decir, de una interpretación,
una significación que se les atribuye. La interpretación en parte es consciente y en
parte inconsciente. Si bien los datos
son acuerdos más o menos unívocos, la interpretación de los datos puede variar
mucho. Dice Perelman que las
posibilidades de interpretación parecen inagotables.
Los datos finalmente se convierten en signos lingüísticos, es decir, en
significados asociados a un referente.
La argumentación no solo tiene
que ver con el manejo de los significados, sino también con el evitar los malos
entendidos que el auditorio podría tener en relación con el discurso del
orador. La univocidad del discurso -por
ende, la claridad- sólo se da en discursos formales y nunca es absoluta. La necesidad de interpretar es la regla. El
lenguaje no sólo es un medio de comunicación, es un instrumento para influir a
los demás a favor de una interpretación.
Los datos interpretados son catalogados, insertados en clases bajo una
calificación de éstos y un análisis de su comprensión y de su extensión. El resultado de esto es una noción.
Una noción se refiere a un concepto. Aunque Perelman no las define
explícitamente en su Tratado de la Argumentación,
sí las ejemplifica. Dice que “justicia”, “mérito”, “libertad” son nociones.[2]
Las nociones no son del todo claras, ni
unívocas. No son conceptos del sense data,
de la percepción. El concepto de “piedra” no es una noción. En consecuencia, todas las nociones son
conceptos, pero no todos los conceptos son nociones. Éstas operan como criterios
interpretativos de la realidad. Por
ende, las nociones son conceptos abstractos (que se pueden referir a géneros o
bien a especies sí y sólo sí éstas no remiten directamente al sense data) y poseen una menor o mayor
ambigüedad.
Las nociones se aplican en una discusión en función de su vínculo con las
tesis defendidas por un orador o su contrincante. Ellas no son presentadas como ambiguas, sino
como algo rico en posibilidades de valoración. Muestran esta doble cara. Son un
vehículo de persuasión, pero también lo pueden ser de confusión.
Bibliografía
Chaïm Perelman y
Lucie Olbrechts-Tyteca, Tratado de
la argumentación. La Nueva Retórica, edit. Gredos, Madrid, 2006.
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