Biografía de Ludwig Wittgenstein
El siglo XX puede recordarse por muchas
cosas: por sus catastróficas guerras y
movimientos sociales, pero también por los grandes avances en los diversos
campos del saber, especialmente el científico y tecnológico. Austria y Alemania, dos singulares pueblos
germánicos, estuvieron implicados tanto en la violencia destructiva de los
conflictos europeos, como en los grandes avances del conocimiento. A nosotros
en el presente artículo, nos interesa este segundo rubro que ostentó grandes personajes. Albert Einstein, Sigmund
Freud, Martín Heidegger y Ludwig Wittgenstein quizá sean los más sobresalientes de tales países. Cada uno de
ellos sin duda merece atención por separado; todos, sin excepción, vivieron
pasiones distintas. Nosotros nos concentraremos en una.
Nació y murió el
mismo mes (abril), vivió 62 años dominados por el extraordinario impulso propio
de un superdotado, de un neurótico y del talento de un pueblo. Ludwig Josef
Wittgenstein era su nombre y fue, al
decir de muchos, el filósofo más grande del siglo pasado. Su biografía es muy
distinta a lo que se suele imaginar comúnmente de la vida de un amante de la
sabiduría, pues lejos de ser monótona y tranquila, fue inquieta y,
frecuentemente, caótica.
Era el menor de ocho hijos de una adinerada
familia vienesa de ascendencia judía convertida al protestantismo. Su padre,
Karl, era un habilidoso empresario de la
industria del acero; su madre, Leopoldine Kalmus, una rígida y exigente mujer.
Sus hijos eran educados por tutores y estaban obligados al éxito. Dos de ellos,
al parecer, no aguantaron tanta presión y se suicidaron: Hans desapareciendo
repentinamente de una embarcación, Rudolf
consumiendo cianuro dentro de un bar. Sobrevivieron Paul, quien fue un gran concertista de piano;
Margaret, la cual se casó con un millonario estadounidense y además fue
paciente de Freud; Hermine, Helene
y Fräulein, tres mujeres que no
destacaron mucho en lo profesional; y por supuesto Ludwig, quien al principio –y aunque también tentado
al suicidio- se vio interesado por las manualidades e ingresó a los 14 años de
edad a la secundaria técnica en la Realschule de Linz, donde fue compañero de
Adolfo Hitler. Posteriormente, estudió en la Universidad de Berlín titulándose
como ingeniero en 1908. Luego se trasladó a Manchester, especializándose en aeronáutica. Ahí, obtuvo una beca para diseñar un motor de
propulsión a chorro. No obstante, su interés por la filosofía de las
matemáticas lo hizo dar un giro espectacular en su trayecto profesional y ante
el asombro de su familia en 1911, tras haber sido orientado por el filósofo
alemán Gottlob Frege, se trasladó al Trinity College de Cambridge para aprender lógica matemática bajo la
batuta del célebre Bertrand Russell, quien un año después reconoció la
genialidad de aquel desesperado ingeniero dominado por las dudas filosóficas y
atormentado por una incomprensible
necesidad de sobresalir, sembrada desde su infancia.
No obstante,
Wittgenstein también era un rebelde y ese irracional afán de inconformidad chocaba
con su ansia de reconocimiento, pues, a pesar de que en ese prestigioso centro
universitario (Cambridge) se codeó con la élite intelectual e ingresó al Club
de Ciencia Moral, generalmente buscaba evitar la fama y sentía repugnancia hacia el estilo
burgués de comportamiento. Seguramente
eso explica su desprecio por la tradición filosófica y la erudición, y también
da cuenta de su inclinación a leer historias de detectives y ver Westerns en el cine acabadas sus cátedras.
Wittgenstein era
un poco raro. Pero de cualquier forma,
trabó amistad con muchas personas a lo largo de su vida y paralelamente
produjo algunas enemistades debido a lo difícil de su carácter. Russell, David Pinset, Paul
Engelmann, John Keynes, Francis Skinner fueron sus amigos. Incluso se rumora de ciertas relaciones homosexuales en dicha
agrupación, de las cuales supuestamente
fue partícipe nuestro sabio austriaco.
En realidad él
sólo da testimonio explícito en sus memorias de un amorío con Skinner, suscitado
unos años más tarde, incluso después de que Wittgenstein, al inicio de los años
30, estuvo a punto de casarse con Marguerite Respinger, una adinerada jovencita
suiza. Cabe destacar que la sexualidad
de este ilustre pensador ha sido un
recurso bastante explotado por los biógrafos y detractores del pensador austriaco.
No obstante,
Ludwig tuvo otras facetas que también son
necesarias para juzgarlo “objetivamente”. Así pues sabemos que fue mecenas de muchos
artistas, destacando desde luego el poeta Rilke entre ellos. Igualmente participó en la primera guerra
mundial, alistándose en 1914. Durante dos años permaneció en la retaguardia y
luego fue enviado al frente de batalla. Curiosamente, en ese momento, su más
apreciado bien no era un arma de combate,
sino un manuscrito en proceso de redacción que, posteriormente, se convertiría
en el Tractatus Lógico-Philosophicus, una de las obras más complicadas desde la
Crítica de la Razón Pura de Kant. En 1918 el regimiento austriaco de
Wittgenstein fue capturado por soldados italianos y concentrado primero en el
campo de Como, y más tarde en el de Monte Casino. En 1919 Wittgenstein fue
liberado y renunció a la parte de la fortuna de su padre que le correspondía,
dado que aquél había muerto ya desde 1913. Obviamente el contador de la familia
se resistía a semejante harakiri financiero, pues Ludwig se había vuelto,
gracias a las acertadas transacciones paternas, en uno de los hombres más ricos
de Europa, culminada la guerra.
Por si fuera poco
el excatedrático de Cambridge decidió estudiar la Normal. En aquel entonces los
sorprendidos fueron sus colegas británicos. Al terminar, realizó su servicio
social en Trattenbach un pequeño y pobre poblado cercano a Viena. En 1922 fue trasladado a la secundaria de
Hassbach. En fin, su reputación como docente de primaria y secundaria no fue
muy buena; era considerado excéntrico y a veces hasta cruel
Tal vez fatigado del ejercicio de semejante
profesión y frustrado por algunas malas experiencias con determinados alumnos, Wittgenstein
en 1926 trabajó por un tiempo de jardinero en el monasterio de Klosterneuburg,
a las afueras de la capital austriaca.
En ese mismo año murió su madre y experimentó un inusitado acercamiento
a su familia.
Por esas fechas
Mortiz Schlick, líder intelectual del
Círculo de Viena, lo contactó y
convenció de sesionar con algunos miembros de su grupo. Wittgesntein se dio el
lujo de escogerlos y fijar los temas de discusión; en ocasiones, simplemente les leía
poesía. En 1929 regresó a su labor académica
en Cambridge y un año más tarde obtuvo su licencia en filosofía, gozando ya de
tremendo prestigio internacional. Su libro Observaciones
Filosóficas valió como tesis de titulación. Durante esa época se rumoró que
estaba ideando una filosofía distinta de la del Tractatus. Continuó con sus clases hasta 1936 cuando se mudó a Noruega, lugar donde
permaneció casi por un año.
Más tarde le
pescó el Nazismo en Austria. En 1937 su patria fue incorporada a Alemania y
repentinamente él y sus hermanos –no así los hijos de éstos- se tornaron en
judíos ante los ojos del régimen. Su
hermano Paul huyó a Suiza, sus hermanas
Hermine y Helene fueron arrestadas por comprar pasaportes yugoslavos falsos
para huir junto con Margarit, la autora del ardid, pero quien gozaba de
inmunidad debido a su nacionalidad estadounidense adquirida por matrimonio.
Finalmente las hermanas del filósofo fueron enjuiciadas y absueltas. Para
mejorar su situación inmediatamente iniciaron un proceso de soborno a las
autoridades. Cedieron su fortuna al gobierno nazi y consecuentemente fueron
reconocidas ellas y sus hermanos como no-judíos con sangre judía. Ludwig por su
parte tramitó la nacionalidad inglesa y
solicitó una cátedra en su amada y odiada Universidad de Cambridge, de manera
que así logró abandonar la nación aria
unos meses antes de estallar la Segunda Guerra Mundial.
Durante la lucha,
apoyó a su nueva patria trabajando en el Guy´s Hospital. Ahí, fue un destacado
ayudante de laboratorio. Inclusive diseñó un aparato para medir la presión
arterial. Al retirarse de ese oficio, estuvo en Swansea escribiendo un libro
que jamás publicaría en vida, pero que cristalizaría en las famosas Investigaciones Filosóficas. Se hospedó con la familia Clement, cuyas hijas
adoró al grado de conducirlas al hartazgo alguna vez al jugar con ellas al sube
y baja alrededor de 2 horas. En 1947
regresó a Viena, ciudad ocupada por los rusos, y se decepcionó de los dictadores del proletariado.
Curiosamente Wittgenstein sentía
admiración por la Tierra de Tolstoi, e
incluso en 1935 ya la había visitado y
contemplado como posible hogar.
En fin, regresó a
la Gran Bretaña, renunció a su cátedra. Se mudó a Irlanda, donde vivió a ratos
con una familia, a ratos sólo oscilando entre Dublín y Rosro. Finalmente sus
últimos años los vivió como huésped de algunos de sus alumnos: Norman Malcolm,
quien lo llevó a Ithaca y lo relacionó
con la intelectualidad de la Universidad de Cornell; George von Wright en
Cambridge y Elizabeth Anscombe en Oxford. Su vida errante no le impidió culminar un libro que estuvo
escribiendo hasta el momento de su deceso: Sobre
la Certeza, quizá su más lúcida obra.
Wittgenstein
enfermó de cáncer de próstata y falleció en la casa del doctor Beavan, su
médico de cabecera, el 29 de abril de
1951. El agonizante sabio en sus últimos momentos estuvo acompañado por
su amante Ben Richards, su amigo Maurice Drury y sus discípulos Yorick Smythies
y Elizabeth Anscombe. Llama la atención
que antes de la llegada de sus amistades, Wittgenstein le pidió a la esposa de
su doctor que les comentara lo siguiente: “Dígales que mi vida fue maravillosa”.
Al poco tiempo perdió la conciencia.
Efectivamente su
vida fue estupenda; vivió la pasión de un genio, de un hombre que quiso -o
mejor aún-, que necesitó destacar y lo logró buscándose a sí mismo... En dicha
empresa se descubrió extraño al mundo, pero encontró al mundo dentro de él.
Quizá por eso dijo: “Nuestra vida es como un sueño. Pero en nuestras mejores
horas nos despertamos estrictamente lo suficiente como para darnos cuenta de
que estamos soñando. La mayor parte del tiempo, sin embargo, estamos
profundamente dormidos”. Una magnífica llamada de atención para el siglo XXI.
Comentarios
Publicar un comentario