Arte y Capitalismo
Ser bueno en los
negocios es la forma de arte más
fascinante. Ganar dinero es arte, trabajar es arte y un buen negocio es el
mejor arte.
Andy Warhol
Dicen los
filósofos Alain de Botton y John Armstrong que el arte en la Modernidad es
considerado como esencial, que nos acerca al sentido de la vida.[1]
Eso implica apertura de museos, la erogación de recursos económicos del Estado
para la producción y exhibición del arte y una serie de transacciones económicas
en los mercados locales, nacionales e internacionales.
La obra de arte como bien
económico tiene una naturaleza mixta: es un bien público que es auspiciado por
el Estado; también es un bien privado (propiedad individual por la cual se paga
y adquiere derechos de propiedad); es un bien de mérito, es decir un bien por
medio del cual la sociedad se beneficia; y es un bien cultural que genera y
expande los valores de la cultura a la que pertenece.[2]
El arte y la economía
De acuerdo con la ciencia
económica, el arte genera empleos e ingresos, promueve la inclusión social, la
diversidad cultural y el desarrollo humano. El primero en escribir
explícitamente sobre la importancia del arte en la economía fue Carlos Marx.
Éste señaló que la creación y promoción artísticas generan demanda por el arte
y no al revés.[3] Luego
los filósofos Theodor Adorno y Max Horkheimer, en 1940 acuñaron el término “industria
cultural” para referirse a la producción de objetos de arte para masas. Para
estos pensadores de la Escuela de Frankfurt, tal forma de arte cosifica al
individuo: al productor lo vuelve una persona sin control de su producto y al
espectador lo vuelve un receptor sin capacidad crítica. Así que, según ellos,
el arte de masas obstaculiza la creación, apreciación y difusión de las Bellas
Artes.[4]
Pero su diagnóstico no
consideró que éstas también caerían en las garras de la industria cultural y
servirían no para satisfacer a masas, pero sí a mercados más reducidos. En las Bellas Artes tampoco hay un productor,
ni un espectador tan libres. Una obra de arte, un espectáculo, una tradición o
un patrimonio cultural se pueden volver bienes económicos sometidos a la
mercadotecnia, a la moda y el consumo. Habrá quien quiera vivir de producir
arte, quien quiera beneficios de distribuirlo y quien quiera pagar por su
disfrute.[5]
Dice Lipovetsky que ya se rompió, debido a la cultura igualitaria, la
distinción entre artes de minorías y de masas, entre artes mayores y artes
menores.[6]
Según la UNESCO el comercio
internacional de bienes y servicios creativos produjo 624 mil millones de
dólares en 2011.[7]
Sorprendentemente a partir de
varios estudios empíricos hechos por economistas entre 1928 y 1979 se ha
demostrado que el arte no es una compra de lujo, ya que a mayor salario la
proporción en el consumo de arte no es mayor. Aumenta el consumo de bienes de
ocio y de recreación, pero el consumo de bienes culturales depende de los
gustos y preferencias. La encuesta del INEGI sobre visitas a museos, arrojó que
en México hay una falta de interés de los mexicanos en general por asistir a
los museos.[8] Si el
arte fuera un bien de lujo: a mayor ingreso, habría directamente mayor consumo
de arte.[9]
El arte, pese a su gran valor, es un gusto minoritario y frecuentemente se
puede gozar de él con poco dinero o de manera gratuita. No obstante, eso no
anula que exista también un circuito adinerado de creadores, distribuidores y consumidores, que convierten
a ciertos productos y servicios artísticos en bienes de lujo, como denuncia el
economista y catedrático de Harvard, Don Thompson.
El arte es mediatizado por
críticos, curadores, galeristas, museos e instituciones culturales (privadas y
de gobierno).[10] Los
intereses de la ideología económica dominante tienen coptada a esta forma de la
cultura, como señala Gonzalo Pérez Pérez.[11]
El arte pertenece a un cuerpo enfermo cuyo cáncer es el capitalismo. Estamos
ante la politización del arte. En el arte contemporáneo las marcas pueden
sustituir al juicio crítico y, actualmente, existen muchas.[12]
Así tenemos que Larry Gagosian es el agente de arte más famoso del mundo,
Charles Saatchi el coleccionista más prestigioso y que el Museo de Arte Moderno
de Nueva York (el MoMMA) es la principal galería del mundo, seguida del
Gugghenheim y Tate Galleries, tenemos que
Demian Hirst y Jeef Koons son artistas de marca a nivel internacional;[13]
y Nueva York y Londres son los centros neurálgicos del mercado mundial del arte
contemporáneo. Todos estos agentes
determinan muchas de las tendencias de lo que debe de ser el arte. Ellos adoptan artistas desconocidos de su
preferencia y los convierten en personajes de marca denominándolos “artistas
emergentes”,[14] los
cuales, aspiran a convertirse en celebridades.
Ese fenómeno es una extensión de las estrellas en los deportes, el cine
y la música. La tendencia a generar artistas superestrellas empezó en la década
de 1960. El más famoso fue Andy Warhol.
Muchos de ellos se hicieron famosos por ser patrocinados por curadores o
agentes de arte.
El artista ya no sigue grandes
relatos ni finalidades ontológicas, persigue el espectáculo puro, la novedad,
la arbitrariedad individual. Se genera una tendencia estética muy criticada del
capitalismo el kitsch, que es recargado, cursi, ecléctivo. Así Demian Hirst
creó la obra de arte más cara del mercado en su momento: la escultura For the
love of gods, que es un cráneo humano recubierto de 8601 diamantes y cuesta 100
millones de dólares.[15] Pero, paradójicamente, el artista ya no es
creador solitario, como antes; es una persona sometida a otros participantes:
personal técnico, contratos jurídicos, convenios sindicales, al menos, en el
caso de los grandes artistas.[16]
En el siglo XXI el contexto y
el concepto vuelven obras de arte a cualquier objeto carente de valor estético.
De tal manera que la ocurrencia, la comodidad y la falta de inteligencia sean
valores del arte, según Avelina Lesper.
El artista tiene el poder de convertir cualquier cosa en obra de arte y
el curador tiene el poder de darle significado dentro de un museo. Todo es
arte.[17] Se busca
que la experiencia estética del espectador esté mediada por el curador en vez
de permitir que sea directa entre la obra y el contemplador.
El discurso de los curadores
de los museos es el discurso del mercado. El curador es un vendedor. El
producto (es decir el artista y la obra de arte) puede cambiar, pero el
vendedor permanece.[18]
En todos los grandes museos vemos siempre las obras o las exposiciones de los
grandes artistas que están en la gloria. Hay una repetición en la diferencia.
Los museos en el mundo están
en expansión.[19] Generan
ganancias, así que se gestionan como empresas, tienen prácticas de
comercialización y comunicación. Pero, aunque producen ingresos, su relación
con el dinero es compleja. Es mal visto que los museos vendan obras de arte,
incluso aunque sea para adquirir más obras. También resulta que hay muchas
piezas que fueron adquiridas que jamás son exhibidas frente al público, ni
tampoco vendidas para generar más recursos. El que un museo alquile a otro
museo obras de arte, también es mal visto. Cuando se realiza esta práctica, se
hace con secretismo. Pero también el establecimiento de museos en las ciudades
las reconfigura. En muchos casos, atraen turismo extranjero que busca consumir
cultura, expulsan a las clases medias y bajas de sus alrededores porque se
encarecen los inmuebles.[20]
Museificación y gentrificación se llegan a asociar en muchas ciudades.
Otras instituciones que tienen
una mejor relación con el dinero son las galerías. Las más importantes son:
Gagosian y White Cube. Representan a artistas que han alcanzado un gran éxito,
esto es menos del 1% del total de los artistas contemporáneos.[21]
Desde los años ochenta hubo un boom de las galerías. Irónicamente, muchas de
ellas, junto con varios artistas
emergentes que eran promocionados ahí, quedaron en el olvido. La mitad de las
galerías de hace una década ya no
existen y la mitad de los artista
emergentes de entonces no están ya en los catálogos de arte de marca.[22]
A pesar de eso, la mayoría de los artistas buscan agentes para ser
posicionados. En Londres y Nueva York cada año hay alrededor de 15 mil artistas
en cada urbe buscando representación para figurar en una galería.
Los intermediarios entre las
galerías y los artistas son los agentes de arte. Casi siempre los tratos que se
hacen, se realizan siguiendo las condiciones que impone el agente. Los márgenes
de beneficio para estos vendedores por lo general implican el 50% del valor de
la venta como comisión.[23]
Los agentes existen desde finales del siglo XIX. El primero fue Joseph Henry
Duveen. Ellos venden obras que
regularmente no son de su propiedad, pueden ser muy sociables y expertos en los
artistas que venden.
Pero los grandes monstruos de
la venta de arte no son las galerías, son las casas de subastas. Tienen más prestigio que
las galerías para la venta de arte contemporáneo. Destacan Christie’s y
Sotheby’s. Existen desde el siglo XVIII.[24]
Ellas permiten tener acceso público a la
obra de un artista, pero también permiten establecer el precio más alto a
través de la competición y el ego. Ellas
tienen a sus subastadores estrella. Destacan Jussi Pylkannen (de Christie’s) o
Tobías Meyer (de Sotheby’s), entre muchos otros.
Pero posiblemente las casas de
subasta se enfrentan hoy en día ante un gran competidor. Hoy, las ferias de
arte son los escenarios de venta de arte más populares del siglo XXI. Existe
más de un centenar en el mundo y se hacen a lo largo de todo el año. Se han
hecho desde al menos el siglo XV, con la de Pan en Amberes. En la actualidad,
las más importantes son: la TEFAF (la European Fine Art Foundation Fair), que
es conocida como “Maastricht”, la Art Basel en Suiza, la Art Basel de Miami
Bech (que es un derivado de la anterior, pero en E.U.A.) y la London Frieze Art
Fair.
Nos queda por analizar los
destinatarios de estas transacciones. Los compradores son gente muy adinerada
que se dedican al coleccionismo. La
mayoría son norteamericanos y chinos. Entre los 200 más importantes del mundo
figuran tres mexicanos, por cierto: Carlos Slim, Eugenio López Alonso y Agustín
Coppel.[25]
Las colecciones privadas han crecido exponencialmente a finales del siglo XX y
principios del XXI. Muchos de los coleccionistas son impulsados por asesores,
quienes son como guías de turistas para coleccionistas de obras artísticas.
Ellos dan recomendaciones a los millonarios sobre cómo realizar sus
adquisiciones.[26] Suelen
recibir entre el 1 y 10% del valor de la obra vendida. Los coleccionistas
compran por gusto, la adquisición de arte no es una buena inversión,
difícilmente una obra es revendida a mayor precio o en el mismo. Eso sucede con
el 80% de las obras.[27]
Además, implican gastos de almacenaje, conservación, pago de seguros muy
costosos.
Thompson dice que la
inseguridad de los compradores respecto al arte contemporáneo es la principal
herramienta para su exitosa comercialización. La decisión de muchos ricos
ignorantes sobre el arte contemporáneo de comprar obras millonarias está basada
en minimizar su inseguridad en una época en la que no está tan claro qué es lo
contemporáneo del arte y qué es el arte.[28]
El arte conceptual es vendido
como innovación, valor de inversión y vanguardia que puede convertirse en moda.
El arte de marca otorga personalidad, distinción y valor al producto, ofrece confianza,
prestigio, elegancia. Las marcas del
arte son: Gagosian, Christie’s, Sotheby’s y Jeff Koons, entre otras. La
adquisición del arte mediante esas casas da estatus. Eso permite entender por
qué un tiburón tigre de 4 metros y medio
en descomposición -por su mala taxidermia y deficiente restauración- fue
vendido en 12 millones de dólares como parte de la escultura conceptual del
artista británico Damien Hirst titulada “La imposibilidad física de la muerte
en la mente de alguien vivo”.
Cabe mencionar que la
piratería afecta fuertemente al mercado tanto del arte de masas, como al de
arte de alta gama. De este último, se cree
que hasta el 40% de éste esté compuesto por falsificaciones.[29]
Se falsifica tanto el arte del pasado como el contemporáneo, justo por las
grandes ganancias que produce. Una falsificación puede generar millones de
dólares de ganancia si engaña a todos; si es detectada, genera unos cuantos cientos
o miles de dólares. Pero, a pesar de esto, no hay grandes pérdidas para los
grandes vendedores. Al final, la economía del arte se rige por lo que se llama
“efecto trinquete”, es decir, un resultado en el que los precios difícilmente
bajan, pero que tienen la libertad ir hacia arriba.[30]
Desde los años ochenta hay una espiral inflacionaria de los precios de obras de arte contemporáneo
que no se frena más que ligeramente con las crisis.
Sin embargo, el arte también
se puede producir sin intenciones económicas ambiciosas o sin pretensión alguna
de generar ganancias de ello. Hay artistas que son free lance y pobres, pero
que prefieren eso para tener tiempo de ocio y crear. Hay también quienes están
en el pluriempleo, tienen un trabajo ajeno al arte para subsistir y en su
tiempo libre son creadores. Algunos de ellos son artistas que deseaban vivir
del arte y no se atrevieron o no pudieron hacerlo. Otros son aficionados que
ven en el arte un maravilloso pasatiempo.
En general, según Don
Thompson, los artistas tienen una visión negativa del dinero y su relación con
el arte desde mediados del siglo XVIII, cuando las aristocracias y las
monarquías dejaron de ser las fuentes de mecenazgo. Ahora son los agentes, los
coleccionistas y los especuladores los que aportan el dinero a los artistas.[31]
Para muchos la economía de mercado desalienta la producción artística y no
siempre recompensa el mérito (aunque en el caso de la música y los libros,
parece que los beneficia). Los marchantes, los compradores y los museos, todos,
les regatean el costo de su obra. Así que muchos artistas solicitan que los
gobiernos apoyen y compren, siempre o frecuentemente, la producción de obras.
No obstante, dice Avelina
Lesper que los artistas críticos del
capitalismo y el consumismo son sumisos cómplices del Estado y del sistema que
critican falsamente, haciendo críticas políticamente correctas, se hacen desde
la comodidad y apoyo de las instituciones y con el apoyo del mercado, siendo
estas críticas en un tono que no disguste al poder o a las oligarquías que los
patrocinan.[32]
La opinión de los estetas
Cuenta María Rosa Palazón que
regularmente el diagnóstico de los estetas es que el capitalismo es hostil con
el arte, que lo reduce a un viaje sin rumbo que vende producciones artísticas
de baja calidad, como señaló Samuel Ramos; que además son inseparables -según
Adolfo Sánchez Vázquez- del consumo que es promovido por el Estado y las empresas.
García Canclini comenta que el arte permite que el capital se expanda, las
clases sociales compitan, se excluyan y ventilen sus diferencias
simbólicamente, queriéndose ellas apropiar de los gustos. El arte separa a quienes invierten la fuerza
de trabajo en la producción del arte (los artistas y artesanos) de quienes
invierten el capital y se apropian de la obra artística (los museos,
coleccionistas y agentes de arte). Más
aún los gestores culturales crean ficciones que tratan de crear grandes
espectáculos al servicio de empresas o del Estado antes que abran espacios de
expresión, coordinen a los artistas y distribuyan sus obras.
Pero los diagnósticos anteriores
sin ser del todo obsoletos, se quedan cortos. Estamos ya en una era
transestética del arte.[33]
Cuenta Gilles Lipovetsky que hoy en día el arte está al servicio del mercado.
Ya no sirve para simbolizar un cosmos, ni para expresar relatos trascendentes,
no es ya tampoco el lenguaje de una clase social, sino es una estrategia de
mercadotecnia para captar los deseos del neoconsumidor hedonista y aumentar el
volumen de negocios de las marcas. El arte contemporáneo está en un proceso de
desdefinición.[34] Dice el
sociólogo francés: “El ideal estético que triunfa es el de una vida hecha de
placeres, de sensaciones nuevas, aunque al mismo tiempo tenemos que dar
muestras de excelencia, de eficacia, de previsión”.[35]
Se consume cada vez más belleza sin que nuestra vida se vuelva más bella. El
modelo artístico ha sido llevado a la empresa, los empresarios se ostentan como
artistas y la neoadministración toma valores de la bohemia. “El capitalismo
artístico se presenta como el sistema en el que la innovación creativa tiende a
generalizarse infiltrándose en una cantidad creciente de otras esferas”.[36]
Arte y moda se identifican. La moda imita al arte y el arte se relaciona con el
producto de moda.[37]
Todo se convierte en un espectáculo en el que la realidad es aumentada e
hipersensacional. Espectáculo, consumo y diversión forman un sistema. La
diversión se ha vuelto un sector económico mayor. Y paradójicamente, en este capitalismo
artístico, en vez de convertir al individuo en un ser pasivo y manipulado por
los medios de comunicación (como sugirió la Escuela de Frankfurt), lo que
tenemos es más bien la instrumentalización del mundo del espectáculo por parte
de los individuos: “Estamos en el hiperespectáculo cuando en vez de
<sufrir> pasivamente los programas mediáticos, los individuos fabrican y
difunden en masa las imágenes, piensan en función de la imagen, se expresan y
ponen una mirada reflexiva en el mundo de las imágenes, obran y se muestran en
función de la imagen de ellos que quieren ver proyectada”.[38]
Esto se observa en los Reality Shows y el internet. La experiencia estética no
se ha reducido, más bien se ha democratizado: “la verdad es que el capitalismo
artístico ha enriquecido las expectativas estéticas de los individuos, la
sensibilidad a lo bello, la sed de sensaciones y experiencias nuevas”.[39]
La revolución de las
tecnologías de la información nutre a este capitalismo, la creciente producción
de alta tecnología fomenta el consumo estético. Pareciera estar presente en
todo. Los límites de este capitalismo no son fáciles de determinar, ya que es
multiforme y multipolar.[40]
Ahora bien, este capitalismo
artístico de hoy se caracteriza por cuatro rasgos: 1) “la integración y
generalización del orden del estilo, la seducción y la emoción en los bienes
destinados al consumo comercial”;[41]
2) “la generalización de la dimensión empresarial de las industrias culturales
y creativas”;[42] 3) la preponderancia de en la economía de los
grupos dedicados a las producciones dotadas de un componente estético; 4) el establecimiento de un “sistema en el que
se desestabilizan las antiguas jerarquías artísticas y culturales, al mismo
tiempo que se imbrican las esferas artísticas, económicas y financieras”.[43]
Pareciera que el arte sólo
podría emerger nuevamente si se cambiara de modo de producción e ideología,
como sugirieron los filósofos de inspiración marxista. Sin embargo, con el
socialismo real, el arte también fue coptado al servicio de la Revolución, que
en realidad fue al servicio de grupos en el poder que apelaban a un discurso
igualitario, pero que vivían como élites y gobernaban dictatorialmente. Así
que: Es mejor una revolución en las artes, antes que las artes estén servicio
de una revolución.
Al parecer el arte no
encuentra cabida en su reducción a la política o a la economía. El arte, aunque las implicas, está más allá
de la conciencia de clases. Adolfo Sánchez Vázquez –ya distanciado del
socialismo real- creyó que el arte puede servir
para expresar la toma conciencia del hombre en su quehacer en el mundo,
que muestre sus aportaciones a la comunidad, que la praxis estética adquiera
universalidad y pluralidad, que el arte permita recuperar al mundo como es, que
el trabajo artístico no sea trabajo enajenado, sino auténtico.[44]
“El plan estéticamente emancipador de la
humanidad, de desmercantilizar las artes e integrarlas a la vida y
universalizar la recepción, supone la emancipación de las condiciones sociales
existentes”.[45] El arte
para Sánchez Vázquez está ligado necesariamente al socialismo, pero al
auténtico, no al que devino. Pero
mientras, tenemos el capitalismo pujante y fuerte.
Tampoco podemos olvidar que no
toda pieza artística con éxito comercial empobrece al espíritu, como señaló Piere Bordieu.[46] Es decir,
no hay un avasallamiento tal del capitalismo que impida que el arte sea
auténtico, útil y ético, incluso en sus condiciones más sérviles y adversas. El arte es más que política, es más que
economía.
Gonzalo Pérez Pérez propone
que se haga una disidencia desde el arte: que se quite el mito que es sólo para
gente adinerada, que se supriman a sus mediatizadores, que el contacto sea
directo entre los productores y los consumidores.[47]Sugiere
la necesidad de una reforma de las prácticas políticas y económicas del arte.
García Canclini propone en sintonía con Pérez
que hay que redistribuir el placer estético en las plazas, que se tengan medios de distribución desmercantilizados
y alejados de los Estados. Quieren un verdadero arte democrático y socialista.
Sin embargo, muchos Estados
participan positivamente de la promoción del arte, dando becas a los jóvenes
artistas en formación, y con fondos que financian proyectos, premios y encargos
de arte público. Los gobiernos pueden crear instituciones como el FONCA, el
INBA y museos que apoyan y sustentan el arte, absorbiendo pérdidas en
ocasiones. La participación estatal no
es tan mala como proponen algunos estetas.
Pero todavía hay una propuesta
más polémica: que el arte sirva para una reforma misma del capitalismo sin que
se abandone por el socialismo.
Al final los artistas que
quieren estar fuera del mercado, lo están y viven el arte personal y
anónimamente; pero los artistas que quieren ser públicamente artistas quieren
los beneficios económicos de vivir del arte.
En relación con el dinero de
Botton y Armstrong proponen que el arte puede servir para realizar una reforma
del capitalismo, que no se renuncie al dinero, pero que se empleen las fuerzas
productivas del capital para comprender mejor las necesidades humanas. La culpa
no está tanto en las empresas como lo está en los consumidores con sus elecciones
y gustos. Los productores están
dispuestos a suministrar lo que los consumidores estén dispuestos a pagar. Hay
objetos erróneos en el capitalismo, como los casinos y las hamburguesas de bajo
coste. Existen porque hay demanda. Pero
incluso la existencia de estos objetos erróneos es compatible con las mejores
potencialidades del ser humano. De Botton
y Armstrong proponen consumir con sensatez. Si bien en el capitalismo se
admiran las cualidades para ganar dinero, no se reflexiona sobre las cualidades
para gastarlo. Se asume que la riqueza
privada está al servicio del capricho, se nos enseña a tener un gusto nimio y a
gastar como un Médicis en su palacio. La riqueza es mejor si se usa para tomar
decisiones prudentes, con un gusto educado y al servicio de bienestar propio. La
mejora del gusto es el proyecto legítimo que según estos filósofos debemos
tener. En ese sentido debemos de imitar
al crítico del arte.[48] No sabemos
de manera automática por qué amamos u odiamos las cosas. La crítica que
debemos hacer consiste en profundizar en
las verdaderas razones que tenemos para nuestros amores y odios. Para mejorar
nuestro gusto debemos sentirnos insatisfechos con ciertos aspectos de nuestra
vida. Así que la Reforma del
Capitalismo, vendrá hasta que devenga una calamidad que nos haga conscientes de
la necesidad del cambio. Promover lo bueno para nuestra vida cambiará
paulatinamente el dónde se gana el dinero y cómo opera el capitalismo. Se
pueden hacer buenas cosas y ganar dinero. Para ello debe de haber mecenas más
dispuestos a ganar menos dinero pero hacer un mundo mejor. Se propone un capitalismo
ilustrado en el que los negocios proporcionen bienes y servicios óptimos con
algunas censuras y subvenciones, pero
sobre todo elevando el gusto de la gente. El criterio de esto es el bien. La interconexión y el intercambio de
información, así como la introspección en nuestros gustos son los medios para
lograrlo. El arte también es ética. No sólo es política y economía. Así, se
podrán criticar obras que usan la violencia contra la mujer (Lorena Wolffer), o
que maltratan animales (Ann Hamilton) o
que contaminan al ambiente (Marcela Armas).[49]
La ética estética que es crítica de sus
gustos frente a una ética del capitalismo artístico que vende el hedonismo
instantáneo genera contradicciones en torno a la salud, el medio ambiente, la
educación, el trabajo y la acción efectiva.[50]
Pero objeta Lipovetsky que la
crítica de arte es débil, la única crítica que va a poder reformar al
capitalismo, según su opinión, es la crítica ecologista.[51]
Las empresas se modificarán en función de la supervivencia y la sustentabilidad,
no en función de mejorar el gusto del consumidor. Aunque tal vez: buen gusto y ecología no
estén peleados.
Podemos hacer del arte algo
vacuo (un fin en sí mismo) o podemos
hacerlo un medio para ser mejores seres humanos. Alain de Botton y Armstrong
entienden que si el arte es definido como una herramienta que puede servir como
terapia, ésta puede hacernos mejores versiones de nosotros mismos a través de
la guía, estimulación y consolación del espectador.[52]
El arte nos puede acercar al
sentido de la vida o hacernos indiferentes frente a ésta. Yo en lo personal
creo que el arte es más modesto de lo que los filósofos esperamos. Es una
práctica y una contemplación simbólicas y gustosas que utilizamos los
individuos con muchos fines, entre ellos los económicos, pero que al final, le
queremos convertir en un santo grial al cual le queremos colgar muchos
milagros: los de la justicia social, la justicia económica, la trascendencia
del hombre, etcétera. ¿Qué es el arte? Es lo que queremos que sea. Así que
podemos despreocuparnos y preocuparnos a la vez.
Conclusiones
En esta época el arte y el
capitalismo se han fusionado. El arte se ha mercantilizado y el capitalismo se
ha estetizado. Las artes se han visto afectadas de distintas maneras por el
capitalismo. La economía del arte genera miles de millones de dólares al año. El
arte de masas ha tenido un apogeo, se han reconfigurado las bellas artes
(siendo de menor consumo y muy codiciadas por ciertas élites), las artes
menores y la artesanía han sido revaloradas, asociadas al diseño, la publicidad
y el comercio. También se han borrado las fronteras entre las artes y sus
rangos (artes mayores-artes menores). Se
ha creado el arte kitsch con el capitalismo. Hay un juego de poder que se
supedita a motivaciones fundamentalmente económicas que determina que haya
varios agentes en torno a la producción del arte: artistas, técnicos, empresas,
agentes, museos, galerías, ferias, críticos, e instituciones culturales. Muchas
celebridades artísticas ya no tienen destrezas técnicas propias, se deben a la
mercadotecnia y el equipo de gente a su alrededor. El Estado tanto participa de
la manipulación del discurso del arte, como de su promoción, dando espacios y fondos a los artistas que muchos
particulares difícilmente darían. Hay un porcentaje mínimo de artistas que se
vuelven superestrellas y una gran mayoría que trata de volverse celebridades y
que se ven afectados por una situación de explotación y marginación por parte
de los otros partícipes de la economía del arte. También existen artistas que
no persiguen ni fama, ni reconocimiento. Son invisibles a los ojos de las
críticas los estetas y de la sociedad. El arte amateur y de calidad se vuelve
algo privado. La crítica de este ensayo es al arte que opera asociado
fuertemente al capitalismo. Hay arte vacuo y fútil que se vende a precios
estratosféricos. Pero tampoco es que el arte comercial en su totalidad sea
inútil, nocivo o que no pueda producir experiencias estéticas o reflexiones
importantes en el espectador. Se creía que arte produce espectadores pasivos (y
posiblemente sí en muchos aspectos), pero también produce espectadores activos que utilizan al arte para generar una
imagen y reflexionar sobre ella. El arte puede ser consumido por gente de todos
los estratos económicos, no depende del poder adquisitivo, sino del gusto de
las personas. Hay dos visiones en choque, la que encuentra al arte como un gran
relato y una actividad metafísica con fines superiores y la que ve al arte como
desdefinición y ruptura. El arte es ambas cosas. Lo que puede transformar al
arte es la crítica ética de inspiración ecologista. El socialismo no sirvió
para modificar a la gente a través del arte, pero hay propuestas de socializar
al arte y desmercantilizarlo.
Bibliografía
Avelina Lesper, El fraude del arte contemporáneo en: https://clarimonda.mx/2018/07/12/descarga-el-libro-el-fraude-del-arte-contemporaneo-de-avelina-lesper/
(consultado el 23 de septiembre del
2018).
Alain de Botton y
John Armstrong, El arte como terapia,
edit. Phaidon, Hong Kong, 2014.
Cristina Rascón
Castro, La economía del arte, Nostra
editores, China, 2009.
Don Thompson, El
Tiburón de 12 millones de dólares, edit. Ariel, Barcelona, 2017.
Gilles Lipovetsky
y Jean Serroy, La estetizaciòn del mundo.
Vivir en la época del capitalismo artístico, edit. Anagrama, 2º ed.,
Barcelona, 2016.
María Rosa Palazón Mayoral, La estética en México. Siglo XX, edit.
FCE, México, 2014.
[1] Alain de Botton y John Armstrong, El arte como terapia, edit. Phaidon,
Hong Kong, 2014, p. 4.
[2] Cristina
Rascón, La economía del arte, Nostra Ediciones, China, 2009, p. 23 y ss.
[3] Ibíd., p. 16-17.
[5]
Ibíd., p. 16. Las industrias creativas representaban el 3.4
por ciento del comercio internacional, con exportaciones de 424.4 mil millones
de dólares en 2005 y un crecimiento anual promedio de 8.7 por ciento. Esto lo
comenta Cristina Rascón.
[6] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La estetizaciòn del mundo. Vivir en la época
del capitalismo artístico, edit. Anagrama, 2º ed., Barcelona, 2016, p.76.
[7] http://www.unesco.org/new/es/media-services/in-focus-articles/creative-industries-boost-economies-and-development-shows-un-report/ (consultado el 23 de septiembre de 2018).
[8] https://www.contralinea.com.mx/archivo-revista/2018/07/19/inegi-poco-interes-de-la-poblacion-en-visitar-museos/
(consultado el 30 de septiembre de 2018).
[9] Ibíd., p. 36-37.
[10] https://cuadernosdeeducacionartistica.files.wordpress.com/2013/02/articulo-03-perez-perez-g1.pdf
(consultado el 23 de septiembre de 2018).
[11] Para él la coptación es la incorporación a
un sistema dominante de un sistema menor sin que éste último tenga capacidad de
innovación.
[12]
Don Thompson, El Tiburón de 12 millones
de dólares, edit. Ariel, Barcelona, 2017, p. 8.
[13]
Ibíd., p. 8-10.
[14] Ibíd., p. 21.
[15] Ibid., p. 256.
[16] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La estetizaciòn del mundo. Vivir en la época
del capitalismo artístico, edit. Anagrama, 2º ed., Barcelona, 2016, p.96
[17] https://clarimonda.mx/2018/07/12/descarga-el-libro-el-fraude-del-arte-contemporaneo-de-avelina-lesper/
(consultado el 23 de septiembre de 2018).
[18] https://clarimonda.mx/2018/07/12/descarga-el-libro-el-fraude-del-arte-contemporaneo-de-avelina-lesper/
(consultado el 23 de septiembre de 2018). El
gran arte –cuyos conceptos se autojustifican en la obra- no necesita de
curadores que le den sentido, por eso
los curadores no lo favorecen.
[19] Dicen Lipovetsky y Serroy que cada cinco
años aumentan en un 10% los museos en el mundo. Cfr. Gilles Lipovetsky y Jean
Serroy, La estetizaciòn del mundo. Vivir
en la época del capitalismo artístico, edit. Anagrama, 2º ed., Barcelona,
2016, p. 45.
[20] Ibid., p. 272.
[21] Don
Thompson, El Tiburón de 12 millones de
dólares, edit. Ariel, Barcelona, 2017, p. 55.
[22] Se sabe que las galerías de arte tuvieron
un boom en los años ochenta. Fue cuando se duplicó su cantidad a nivel mundial.
[23] Ibíd., p. 59.
[24] Christie’s fue fundada en 1766 por James
Christie, quien fue un mercante marino que fundó una empresa para subastar
propiedades familiares de gente ilustre. Sotheby’w es la otra casa que fue
fundada por Samuel Baker en 1744.
[25] http://www.milenio.com/cultura/tres-mexicanos-en-el-top-mundial-del-coleccionismo-de-arte
(consultado el 23 de septiembre de 2018). Parte de la colección de Slim está en
el museo Soumaya y la de Eugenio López Alonso en el museo Júmex. La familia
Coppel tiene una colección que es absolutamente privada.
[26]Don
Thompson, El Tiburón de 12 millones de
dólares, edit. Ariel, Barcelona, 2017,p. 65 y 66.
[27]
Ibíd., p. 289.
[28]
El arte contemporáneo puede ser entendido como aquel que es producido por
artistas vivos o bien es aquel que se vende en las principales casas de
subastas en sus ventas de “arte contemporáneo”. Christie´s dice que el arte
contemporáneo data de 1950 en adelante. Para otros el arte contemporáneo surge
a partir de 1970 después del expresionismo abstracto y el pop art. El arte
contemporáneo parece abarcar al diseño, la artesanía y la arquitectura
también.
[29] Ibíd., p. 244.
[30] Ibíd., p. 275.
[31] Ibíd., p. 217.
[32] https://clarimonda.mx/2018/07/12/descarga-el-libro-el-fraude-del-arte-contemporaneo-de-avelina-lesper/
(consultado el 23 de septiembre de 2018).
[33]
Dicen Lipovetsky y Serroy que el
arte primero tuvo una era de artistización ritual en la que el arte estaba al
servicio de la religión en las sociedades primitivas. Servía para acompañar al
ritual y sus poderes prácticos, como generar la lluvia o acompañar al
nacimiento, ritos de paso, el matrimonio y la muerte. Una segunda era fue la de
la estetización aristocrática, que se dio entre el final de la Edad Media y el
siglo XVIII. El artista se separa del
artesano, se vuelve un individuo genial que firma sus obras, pero está para
satisfacer el gusto de la aristocracia (monárquica y eclesial) que financia
dicha producción. Sin embargo, los valores estéticos cobran autonomía. En
tercer lugar está la era de la estetización moderna del mundo.Esta se da entre
los siglos XVIII y XIX. Los artistas se emancipan de la dependencia
aristocrática, se vuelven una clase autónoma que se incorpora al mercado
laboral. Sin embargo, se enaltece al arte como una actividad con una misión
alta que aspira a esa superioridad ignorando al público consumidor, o bien, se
vuelca a satisfacerlo, un arte al servicio del pueblo, su vida cotidiana y su
bienestar. El arte se seculariza y se inventan los museos. Surge el arte de masas y una modernidad
industrial que regularmente entra en crisis con el arte.
[34] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La estetizaciòn del mundo. Vivir en la época
del capitalismo artístico, edit. Anagrama, 2º ed., Barcelona, 2016, p. 21.
[35]
Ibíd., p. 25.
[36] Ibíd., p. 52.
[37] Ibid., p. 55 y ss.
[38]Ibid.,
p. 22.
[39] Ibìd., p. 280.
[40] Ibìd., p. 54
[41] Ibíd., p. 37.
[42] Ibídem.
[43] Ibíd., p. 38.
[44] María Rosa Palazón, La estética en México. Siglo XX, edit. FCE, México, 2014, p. 213 y
ss.
[45] Ibíd., p. 243.
[46] María Rosa Palazón, La estética en México. Siglo XX, edit. FCE, México, 2014, p. 224.
[47] https://cuadernosdeeducacionartistica.files.wordpress.com/2013/02/articulo-03-perez-perez-g1.pdf
(consultado el 23 de septiembre de 2018).
[48]
Paradójicamente los críticos de arte
casi no ejercen influencia en la economía del arte, ni en su público. Hoy ellos
no educan el gusto de la gente. Son periodistas o escritores que publican para
un público especializado. Sus comentarios regularmente no logran ni destruir
carreras artísticas, ni tampoco iniciarlas. Por otro lado, De Botton y Armstrong idealizan la figura del crítico
como alguien autónomo. Sin embargo, en la práctica, muchos de los críticos sólo
comentan obras o exposiciones de galerías que se publicitan en el periódico
para el que trabajan, o de los artistas con los que tienen una relación
personal o bien de los que reciben regalos. Así que su relación no es tan
inocente. Los críticos de arte que sí llegaron a tener influencia importante en
el público han sido Clement Greenberg, quien murió en 1994 y Herbert Read,
quien logró hacer que las clases medias y altas de Gran Bretaña se interesaran
por el arte. De Botton y Armstrong toman como modelo a Read de la función
educativa en torno al gusto que debe de tener la crítica del arte.
[49] https://clarimonda.mx/2018/07/12/descarga-el-libro-el-fraude-del-arte-contemporaneo-de-avelina-lesper/
(consultado el 23 de septiembre de 2018).
[50] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La estetizaciòn del mundo. Vivir en la época
del capitalismo artístico, edit. Anagrama, 2º ed., Barcelona, 2016, p. 331.
[51] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy, La estetizaciòn del mundo. Vivir en la época
del capitalismo artístico, edit. Anagrama, 2º ed., Barcelona, 2016, p. 106.
[52] Cfr. Alain de Botton y John Armstrong, El arte como terapia, edit. Phaidon,
Hong Kong, 2014.
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