Reflexión sobre la pertinencia de la celebración independentista y revolucionaria
(Última parte de la reflexión sobre los mitos políticos de la independencia y la revolución mexicanas).
Si asumiese una posición muy radical, podría rechazar
la validez de los festejos de bicentenario y del centenario. La revolución
pretendía resarcir lo que la Independencia no logró, o bien, realizó a medias.
Las necesidades de una empatan con las necesidades de la otra. La Revolución
Mexicana, pues, es la vuelta a los valores libertarios, igualitarios y
autonómicos que motivaron –al menos a muchos- a la Independencia, con
personajes y circunstancias distintos y con escenarios modificados; pero, con
demandas humanas muy semejantes en lo básico. Digámoslo fácil: la Revolución
persiguió el “correcto ejercicio de la independencia”.
No obstante, sin pretender reducir injustamente un movimiento al otro, podemos
decir que tienen una conexión axiológica. Razones hay muchas para cuestionar
que los valores de ambas se hayan efectivamente realizado. Asumamos
hipotéticamente que el valor de la “independencia” amalgama los valores de los
dos movimientos sociales. Centremos la atención en dicha categoría.
Según
la vigésimo segunda edición del diccionario de la RAE, el término independencia
tiene tres sentidos: 1) cualidad o condición de independiente; 2) Libertad,
especialmente la de un Estado, que no es tributario, ni depende de otro; 3)
Entereza, firmeza de carácter.[1]
El
segundo significado es el que nos compete. Para ser independiente, para no
depender de otro, se requeriría de una autosuficiencia. Los valores de
libertad, igualdad, democracia, agrarismo, responderían al modelo ideal una
nación independiente, la cual cuidaría de todos ellos. Una nación que sabe
cuidar su libertad, no se sometería a los designios de otras naciones. Una
nación que defendiera la igualdad, no tendería a oprimir otras naciones o se
rebelaría contra la opresión del opresor. Fomentaría un trato de “tú” a “tú”
sin ventajas para uno u otro bando. Una nación así, seguramente también tendría
ese modelo hacia dentro de su sociedad. Una nación que defendiera la
democracia, cuidaría de la formación cívica y de la participación activa de los
ciudadanos dentro del gobierno, para no tener que depender de una institución
pasivamente y reducirla sólo ser un votante-espectador. Una nación agrarista
sabría de la importancia de la preservación de sus recursos naturales en torno
al campo, para no hacer dependiente su alimentación del extranjero. Si
ampliamos esta lógica –como sucedió en el cardenismo- esto llevaría al fomento
de una industria propia, especialmente en servicios y áreas estratégicas como
la electricidad o el petróleo.
Pero
en nuestra noción de independencia es lejana a ese modelo ideal y al
significado literal de la palabra. La independencia, con no-dependencia se
vuelve problemática. Además que la deuda externa parece mostrar a México como
un país “tributario” no sólo de los Estados Unidos, sino también de organismos
como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en un esquema de neo-colonialismo
en el que están coludidas naciones, organismos y compañías
transnacionales. Tal vez, en ninguna
época haya existido una nación plenamente independiente. Tal vez, la
“independencia” que tanto se dice y repite, es un mito.
¿Cómo
podemos considerarnos independientes cuando alimenticiamente somos dependientes
de otras naciones? Para colmo nuestra dependencia alimenticia no sólo está en
función de la importación de productos básicos, sino también de somos
dependientes de artículos hipercalóricos
que suministran muchas trasnacionales, volviendo a México el país con mayor
índice de obesidad infantil en el mundo
y el segundo a nivel de adultez. Vivimos la amenaza de la destrucción de
nuestros campos por la erosión, la sequía, los métodos rudimentarios de muchos
ejidataros y la pérdida de las diversas especies de maíz, símbolo de nuestro
nacionalidad, ante la irresponsable proliferación del maíz transgénico traído
por Montsanto. ¿Cómo considerarnos independientes cuando nuestra estabilidad
económica depende de la estadounidense, a pesar de ser México el país con más
tratados de libre comercio en el mundo?, ¿cuándo nuestra fauna y flora
experimentan grandes pérdidas –ocasionadas por manos propias y ajenas-, a pesar
de que nuestro país es uno de los que gozan de mayor biodiversidad en el mundo?
¿Cómo considerarnos independientes
cuando más de 20 millones de mexicanos viven en el exterior buscando una
realización económica que ven negada en nuestro país?
El
cambio de estructuras de nuestras revoluciones quedó trunco: la pobreza, la
desigualdad, el desempleo, la opresión
de los grupos indígenas y las clases
bajas siguen presentes; porque la independencia es relativa: somos dependientes
económicamente de Estados Unidos, políticamente apenas estamos tratando de
configurar una democracia que se muestra débil y sumisa ante intereses
externos, socialmente el Estado de Derecho se halla frágil por los embates de
las mafias y la corrupción;
culturalmente nos vemos regidos por una cultura hegemónica anglosajona
que promueve el individualismo y el consumismo. Nuestra soberanía no está dada.
Se antoja muy difícil, además, en el
contexto actual de la globalización, que propone una heteronomía tecnoeconómica
y tecnopolítica marginadora de los fundamentos de la autonomía, la cual rebasa
a una mera técnica aplicada, de una planificación impuesta.[2]
Vaya, en estos tiempos de globalización hablar de independencias reales, hablar
de soberanías, se vuelve complicado.[3]
El
problema se torna claro: no somos independientes. Pero tampoco, ninguna nación
lo es. Ni las que podríamos llamar opresoras; por eso requieren oprimir. Al no
considerarnos independientes, tendemos a victimizarnos catastrofistamente y
esto lo proyectamos en la propia noción que tenemos de nuestro origen, como si
éste fuera un destino fatal. Es común escuchar que México era un país de aztecas –los cuales por, cierto, olvidamos
que también eran opresores de muchos otros pueblos que olvidamos en este relato-
al que llegaron los españoles y
oprimieron, ayudados por la traidora de la Malinche, al resto de los
nativos por 300 años; pero, luego, los mexicanos, gracias a la Independencia,
volvimos a ser libres.[4]
Al
respecto dice el periodista y psicólogo Luis González de Alba:
La
psicología social mexicana tiene un magnífico tema de investigación en nuestra
identificación con los vencidos y no con los vencedores, siendo hijos de ambos.
Decimos que <<ellos>>, los españoles, llegaron y
<<nos>> conquistaron. ¿Por qué nos llamamos conquistados si también
somos conquistadores? ¿No tenemos ojos de todos los colores y pieles de todas
las tonalidades? ¿No nos llamamos Carlos, Miguel, Antonio, María, Carmen? ¿No
nos apellidamos González, López, Payán, Cárdenas, Aguilar, Toledo, Segovia,
Cortés? La idílica y tonta visión que tenemos del imperio azteca la pensamos en
español y cuando insultamos a España la insultamos en español. Un pueblo urgido
de psicoanálisis éste, donde a pesar de tanto indigenismo, los indios no pueden
ni levantar en armas sin que un güerito [el Subcomandante Marcos] se lleve los
reflectores: fatalidad digna de estudio.[5]
El
propio González de Alba continúa su crítica a nuestras creencias míticas sobre
la Independencia. Dice que la repoblación que se hizo de América, no sólo fue
humana, sino también animal y vegetal y que de eso no podemos emanciparnos,
porque somos parte de esa ocupación; que México no pudo ser conquistado por
España porque no existía y que la derrota de los tenochcas no sólo fue obra
española, sino acción fundamentalmente indígena y de los gérmenes que trajeron
los españoles.[6]
Que si apenas recién adquirida la Independencia, los Estados Unidos nos robaron
parte de nuestro territorio, esto es verdad, pero también lo es que perdimos
esa extensión por estar peleándonos entre nosotros y desatender la advertencia
de Luis de Onís, embajador de España ante Estados Unidos había hecho en 1783 de
la ambición estadounidense sobre los territorios novohispanos.[7]
Que la Independencia no fue originada por las discusiones clandestinas de la
Revolución Francesa, que la mayoría de los virreyes también la promovieron en
México, como fueron el Marques De Croix (1776), Bucareli, Revilla Gigedo.[8] Esta tesis tiene sus asegunes, pero en algo
tiene razón González de Alba. Y podríamos
preguntar ¿por qué no figura como héroe patrio el virrey Juan O’Donojú, quien
también era liberal y fue participante de las acciones para crear una nueva
nación? Igualmente es cuestionable la Ilustración entre las bases sociales del
movimiento independentista, pues, el propio González de Alba señala que los
seguidores de Hidalgo -a quien, por
cierto, no considera el padre de la Patria, por morir al principio del
proceso-, no eran capas ilustradas de la sociedad, sino masas desesperadas.[9]Pero,
posteriormente se vuelve ambigua su postura, porque reconoce en otra parte de su
ensayo que esas ideas fueron transmitidas por los curas ilustrados a sus fieles
pobres e iletrados.[10]
Podemos concluir que algunos indios y mestizos entregados a la guerra sí
estaban influenciados indirectamente por estas ideas y que otros muchos no. No se
puede negar la influencia ilustrada en este proceso, lo que sí se puede hacer es
señalar que éste no todo se debió a la Ilustración, que también el hartazgo fue
una razón importante y que fue razón suficiente para muchos. González de Alba
también ataca a Morelos, lo considera un intolerante religioso, xenófobo y
centralista.[11]
Que más amenaza para la Independencia fue Juárez con su tratado McLane-Ocampo,
que los propios Estados Unidos.[12]
Igualmente,
señala que el germen de la patria no está dado en la guerra de Independencia,
sino la Conquista y los 300 años que integraron –aunque fueran por la fuerza- a
un país con un idioma común, una religión, un gobierno central, un arte
(literatura, arquitectura), una ciencia, una
economía (metalúrgica y agrícola) y una forma de urbanización comunes.
Dice que la Independencia no es la recuperación de una nación, sino el fin de
su gestación.[13]Es
un enfoque interesante y este periodista se distancia de enaltecer su dimensión
bélica, ya que, para él, su final es producto de una negociación y no una
guerra. Nos recuerda que las revoluciones del siglo XX son sin excepción
costosos fracasos en lo económico y político.[14] Bajo
este calificativo también posiciona a la Revolución Mexicana, ya que sus resultados
hablan por sí mismos: empobreció más al país, impidió el desarrollo industrial
y democrático, y justificó el derecho arbitrario a desconocer el gobierno, como hizo Zapata,
con el primer presidente democráticamente electo después de 33 años.[15]
Pedro Salemerón disiente de esta visión, pues considera que la Revolución
Mexicana, bien que mal derivó en el repoblamiento de un país, la reducción del
alfabetismo, el paso de una sociedad fundamentalmente rural a una urbana, que
tuvo una modernización capitalista, que en algún momento tuvo un crecimiento
sostenido del seis por ciento anual, y
que hubo un reparto agrario efectivo los períodos de 1915-1934 y
1935-1939.[16]
Sin
embargo, toda esa retahíla de ataques y lecturas contrarias a la oficial de la
Historia que realiza con agudeza, aunque con imprecisión, don Luis González de
Alba, es para señalar algo más atinado: que somos un pueblo infantil que busca
siempre culpables en el exterior; que estamos en una especie de adolescencia en
la que exaltamos desmedidamente nuestra raza y cubrimos de mentiras a su
historia con una serie de héroes trágicos que requieren ser perdedores para ser
tales. Esa metáfora de infante y adolescente, es contraria a la independencia,
que se asociaría a la adultez. Por eso, González de Alba sugiere que para ser
adultos se requiere de dos curaciones: no suponernos el producto humillado de
una derrota, ni creernos el hijo favorito de una madre celestial que todo lo
resuelve. Ni humildad excesiva, ni soberbia altanera.[17]
Ese
perfil psicológico, explica el porqué la suspicacia que tuvieron muchos
compatriotas cuando en agosto del 2010
la tapatía Jimena Navarrete ganó el concurso Miss Universo. Se especuló que el
gobierno había comprado su corona con motivos del Bicentenario. Tal vez si
hubiera quedado en segundo lugar, si hubiera perdido, se hubiera sumado a la
lista de nuestros héroes. Lo interesante es que no había razón alguna para
cuestionar su triunfo. Y es que nos sentimos o muy poco o demasiado. Luis
González de Alba tiene razón en su lectura psicológica.
Así
que, enhorabuena con la propuesta de distanciarnos de las lecturas enajenantes
de nuestra Independencia y la Revolución. Efectivamente ellas no deben ser
entendidas como el nacimiento y confirmación de una víctima perene, ni tampoco
como el preludio incuestionable de la raza cósmica vasconcelista. Convendría
más una lectura equilibrada de nuestros aciertos y desaciertos, de nuestras
virtudes y defectos. Y si podemos por la panorámica actual, ver más negro que
blanco, también deberíamos preguntarnos con legitimidad si acaso requerimos
otra revolución.
A
la pregunta anterior tengo la siguiente respuesta: creo que las revoluciones se deben realizar de
nuevo, pero ésta vez sin la violencia. El México Bárbaro, el México Bronco no
nos ha conducido a ningún progreso significativo. La exaltación de la
revolución puede ser romántica, pero infructuosa históricamente y contraproducente.
El fatalismo de un estallido social ha sido criticado prudentemente por
historiadores de la talla de Jean Meyer, Alejandro Rosas y Pedro Castro. Ellos
han cuestionado esa aritmética mágica en torno al número cien. [18]
Pensar en la fatalidad del 100 es caer de nuevo en el mito. Las guerras van y
vienen, y México no ha resuelto con ella de manera plausible muchas de las
inequidades sociales y políticas. Los
nuevos cambios, las nuevas revoluciones deben pensarse sin la guerra, sin
violencia (si es posible). Pueden pensarse a través de la no-violencia, el
activismo social, la educación. Debemos darle nuevas coordenadas a nuestras
utopías. Habrá que re-semantizar esta categoría moderna que Arendt ya nos
describió y se debe de meditar con
detenimiento su estructura mítica para que reine ese ambiente de racionalidad
que Cassirer recomienda, para que la función del mito no sea evasiva. Se debe
imaginar nuevamente, para reinventar la nación –la cual es una comunidad
imaginada-[19],
que se enfrenta contra la imagen del mundo de la globalización, al parecer
contraria al sueño igualitario, libertario, de justicia, cosmpolitismo y
democracia del horizonte de la revolución, último –posiblemente- producto
relevante del imaginario colectivo.[20]
Otra
pregunta más debemos legítimamente hacernos: ¿Hay algo que festejar el
bicentenario y el centenario? Claro que sí. Hay lo mismo que se celebra en una persona cuando ésta cumple años,
porque está feliz de existir a pesar de que pase por un panorama sombrío; lo
mismo que en una pareja durante un aniversario, porque sus miembros reiteran
que quieren seguir juntos. Parafraseando a Pedro Salmerón, he de decir que:
celebramos que tenemos un país, el que somos, el que construyeron sus
vencedores; celebramos que hubo una utopía que fue derrotada con las armas.[21]
Ahora bien, con esto, no quiero decir que es obligación de todos los mexicanos
querer celebrar el bicentenario y el centenario. En última instancia cada
conciencia debe de ser el filtro que en su fuero determine si es adecuada o no
la celebración.
Yo,
con este trabajo, más que determinar una decisión, lo que pretendo es mostrar
que el mito de la independencia, es una leyenda del comienzo, desde la
imaginación instituye nuestra sociedad, le da sentido y la proyecta no sólo en
su raíz, sino también hacia su futuro. Tal mito es inevitable, aunque el Estado
lo quiera manipular o sesgar. He ahí que lo relatado se vuelve importante, que
lo que decimos no se reduzca a una catástrofe,
o justificación de la violencia, ni que nos sirva como una evasión a una
condición de dependencia. El relato de la Independencia nos debe servir como un
reto, como una oportunidad de aprendizaje, como invitación a la autonomía –que
sabemos nunca será absoluta- por una vía distinta a la armada, pues la guerra
en la práctica tiene poco de romántico y mucho de salvaje. Pero además, la
Revolución Mexicana implica una continuidad mítica con la Independencia.
Si
consideramos con Paxti Lanceros que la Revolución es el mito y la madre de
todos los mitos de la Modernidad, pues entonces que nos sirva no sólo para
celebrar, sino para que aprendamos la lección revolucionaria de que somos
actores de la historia y nuestro destino; [22] que enfrentemos los problemas que nos tocan,
como bien o mal los enfrentaron y resolvieron nuestros antecesores; que
celebremos la capacidad de indignación de un pueblo que por dignidad se
indigna.[23]
Reitero: hay que repensar, re-imaginar y reflexionar la Independencia y la
Revolución Mexicanas. Que esta gran celebración nos sirva para reconfigurar la
narración de éstas a la luz de nuestro presente, que nos sirva para meditar
sobre nuestro futuro, que sirva para analizar nuestros aciertos, errores, creencias,
temores y anhelos. Pensemos, discutamos a México y sus mitos. Así, podremos
comprender con más claridad este relato intermedio entre la realidad y la
ficción que somos nosotros mismos y luego, protagonizar con mayor fuerza y
eficacia el decurso de nuestras propias acciones… porque cuando gritamos
“vivas” a nuestros motivos patrios, no sólo lo hacemos como una fiesta, como
una catarsis, como una buena intención, como una momentánea reconciliación,
sino también lo hacemos porque de alguna manera, en su núcleo mítico-utópico,
siguen vivos y coleando el México Bronco junto con la utopía de un mundo mejor.
Gritemos entonces a la vida con orgullo, pero con cautela: ¡viva México!, ¡viva
la Independencia! ¡Viva la Revolución!
[2] Paxti Lanceros, Política mente: de la revolución a la
globalización, Anthropos, Barcelona,
2005, p. 19.
[3] Para ello es bueno estar
consciente de las condiciones de nuestro país, de la historia –que bastantes
ignoramos- de cómo surgimos y devenimos, de los mitos que nos hemos construido
y que determinan nuestra praxis, saber qué es lo no queremos y lo que sí; planear
y ejecutar con estrategias de resistencia y activismo otra nación frente a un
mundo anti-revolucionario, anti-autonómico, en el cual estamos sometidos a
potencias hemegónicas, pudiendo en esa interacción actuar más como iguales y no
como subordinados (¿será que hemos aprendido míticamente la condición de
inferiodidad?). Es verdad que una nación no puede ser absolutamente
independiente, pero una cosa es interdependencia y otra, sometimiento a los
intereses de países líderes y de compañías transnacionales, so pretexto de una
aldea global. Si algo se debe de
rescatar de la globalización como positivo, que se tome; debemos posicionarnos,
como dice Dussel, en el límite de las dos culturas: entre el retorno a los símbolos
y mitos constitutivos de la propia cultura y los textos, los mitos de la
cultura hegemónica. Enrique Dussel, “Transmodernidad e interculturalidad
(Interpretación desde la Filosofía de la Liberación)” en http://www.afyl.org/transmodernidadeinterculturalidad.pdf
[4] Luis González de Alba, Las mentiras de mis maestros, Ediciones
Cal y Arena, México, 2002, p. 14
[5] Ibid., p. 13-14.
[6] Ibid., p. 15.
[7] IBid., p. 41 y ss.
[8] Esta lectura es parcial, porque
si bien muchos lo fueron, y parece que era el caso también de Iturrigaray, a
quien los oidores quitaron por esto, los que le siguieron a éste (Garibay,
Lizana, Calleja, Apodaca) no eran de las mismas ideas y retrasaron la difusión
de las ideas ilustradas y liberales de la Constitución de Cadiz entre la gente
novohispana, como sucedió con Venegas. Al respecto dice Romeo Flores Caballero:
“El Virrey Venegas, recibió el 9 de septiembre de 1812, trescientas copias de
la Constitución con órdenes de publicarla y repartirla. Sin embargo, pospuso la
publicación hasta fines del mes y prolongó más de lo necesario su distribución.
Lo mismo sucedió con la formación de los ayuntamientos populares que en ella se
establecía”. Romeo Flores Caballero, Revolución
y contrarrevolución en la Independencia de México. 1767-1867, Océano,
México, 2009, p.100.
[9] Luis González de Alba, Las mentiras de mis maestros, Ediciones
Cal y Arena, México, 2002, p. 46.
[10]
Ibid., p. 44.
[11]
Ibid., p. 54-55.
[12]
Ibid., p. 64-65.
[13] Ibid. p. 45 y ss.
[14] Ibid., p. 69.
[15] Ibid. p. 71 y ss.
[16] Pedro Salmerón, 101 preguntas sobre la Revolución Mexicana,
Grijalbo, 2009, p. 291-292.
[17] Luis González de Alba, Las mentiras de mis maestros, Ediciones
Cal y Arena, México, 2002, p. 33-34.
[19] Ibid., p. 38.
[21]Pedro Salmerón, 101 preguntas sobre la Revolución Mexicana,
Grijalbo, 2009, p. 294.
[22] Paxti Lanceros, Política mente: de la revolución a la
globalización, Anthropos, Barcelona,
2005, p. 42. Pareciera que la Revolución se convierte en una categoría más que
histórica, en mítica en Lanceros, dado a que ella es una especie de metáfora,
con su prosa y poesía, que se impuso en la teoría y en la praxis (en la ciencia
y en los movimientos humanos), como si fuera una fuerza suprahumana.
¿Como se llama el incio de ''mitos políticos''? ya que sólo encuentro desde la tercera que lleva por nombre ''Mito e ideología'', saludos profe soy Harry
ResponderEliminar